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Aniversario de JORNADA: 20 años no es nada, pero en estos tiempos, es tanto

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Aniversario de JORNADA: 20 años no es nada, pero en estos tiempos, es tanto

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n  día.
 

06/05/2023 22:05
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Parece mentira pero es, nuevamente, cierto: estamos celebrando por estos días el vigésimo aniversario del Jornada nuestro de cada día. Cada año mi columna empieza con ese “Buen día”, bien vertical, que viene a ser, para mí, como un talismán, sinónimo de vida vivida y, por qué no, de vida por delante.

    Estoy hablando de los 20 años que está cumpliendo nuestro diario Jornada. Dice la canción que 20 años no es nada. Pero en estos tiempos, 20 años es tanto,

Reanudo reflexiones, vienen al caso. En un mundo que traspapela hasta los genocidios preventivos, en un país tan sembrado para la desmemoria que imponen los medios de (des)comunicación, celebrar como diario dos décadas de existencia no es necesario, es imprescindible.

   ¿Tiene sentido celebrar en tiempos tan arduos, tan atravesados por la histeria del dólar?

   Tiene sentido, y más que nunca. Toda celebración supone brindis. Pero el brindis, para que tenga pulso debe afrontar antes el incómodo peaje de la reflexión realizada frente a un espejo, para mirarnos hondo. Sin esa mirada que nos revisa sueños y flaquezas, el brindis carece de sentido. Lo digo sin vueltas: pienso y siento que los hacedores de Jornada merecen brindis. Entre otras cosas por haber sostenido la pluralidad de sus columnistas. Soy uno de ellos y bien sé que ciertas columnas mías produjeron incomodidad, cólicos del alma. Pero para eso estamos: para espantar la comodidad, para sacudir la abulia digestiva. Jornada atravesó dos décadas tan difíciles como prodigiosas, siempre empuñando esa esperanza tejida con el respeto por la diversidad. Prepotente esperanza. En lo personal, aunque la libertad de expresión no se agradece, llegado el caso hay que reconocerla, y en voz alta.

   Mientras madura el brindis no nos soltemos de la reflexión. Los periodistas solemos incurrir en auto elogios, como cuando nos decimos que estamos comprometidos con la realidad. Nunca será tarde para mirarnos al espejo sin bajarnos la mirada. ¿Cúanto de lo que pasa y deja de pasar en esta patria idolatrada se debe a nosotros, a veces distraídos y desmemoriados, a veces sembradores de una aterrante sensación de “fin del mundo” que sólo sirve para desatar ese miedo que le hace el caldo gordo a los que sueñan con la “mano dura” y el “orden” a cualquier precio? Es palpable: en nuestra sociedad hay demasiados ciudadanos de conciencia digestiva que han convertido a la paranoia en una ideología. De derecha, claro.

   Revisémonos: los periodistas, con la coartada de que “cumplimos órdenes”, tantas veces elegimos el camino más dulce y más nocivo. ¿Cuántos periodistas estelares, hoy por hoy, hacen la vista gorda, se suman a la payasada y al patético show? Ya que estamos, una pregunta que nos cae por madura: ¿Escribiremos algún día el libro de la Obediencia (in)debida en el Periodismo?

                        

    Siempre rumbeando hacia los brindis, se me cruza una pregunta: En los últimos 20 años, ¿cuál fue la mayor buena noticia que me tocó comentar desde esta columna? Mientras pongo el interrogante en remojo, comparto un recuerdo: Hace 20 años recibí en Buenos Aires una llamada telefónica, desde Mendoza, inesperada; sucedía el mediodía, llovía como si el cielo de hubiera desfondado. Quien me  llamaba era el “ciego” Roberto Suárez. Atropelladamente, con palabras que se pisaban los talones, me contó que con Aldo Ostropolsky iban a sacar un diario gratuito que tendría un columnista cada día, en la última página. Me ofreció la página de los viernes. No alcancé a responderle que sí; el Roberto siguió atropellándome con su entusiasmo: “Tu columna será de no más de 2.800 caracteres”. Mordí el anzuelo. “Necesito por lo menos 3.800 caracteres”, le dije. Al final terminé escribiendo casi 6000. Así empezamos. Y se fueron sumando los años que hoy ya son veinte. Apasionantes. He recibido críticas estimulantes, el buen aliento de muchos halagos de lectores y también el mal aliento de algunas puteadas amenazadoras, anónimas. Pero aquí sigo estando, respirando con fruición este tiempo tan complicado y tan prodigioso. ¿Que hoy se discute mucho y con vehemencia? ¡Qué más queremos! Discutimos porque se puede y porque al país nuestro, por fin, se le están tocando nervios muy sensibles. La discusión es, siempre, una flor de señal de vida. Señal de que tenemos pulso en el corazón del alma. Estamos vivos ¡y encima despiertos! ¡Cómo para no celebrar!

    Afronto ahora la pregunta en remojo: ¿cuál fue la mayor buena noticia que me tocó comentar? Fue una noticia que, por ser buena, los pulpos medios de (des)comunicación ningunearon: me refiero a la noticia de la recuperación de aquellos Nietos que la dictadura de 1976 afanaba, hasta arrancándolos desde la placenta. Eran los desaparecidos vivientes, los buscaba la amorosa terquedad de las Madres Abuelas de Plaza de Mayo. Los buscaban y los buscaban con sol y con luna, y uno a uno los iban encontrando. Eran apariciones, nacedoras, de seres secuestrados por décadas. Son 131 los Nietos paridos otra vez; quedan por recuperarse más de 300. Esta columna celebró cada aparición enarbolando esa buena noticia siempre minimizada.

    Besamos y abrazamos con palabras a esas madres que convirtieron a la desesperación en militancia del pulso. Las trataron de locas y las arrojaron a la intemperie; aun en democracia las quisieron quemar con la indiferencia y el olvido y la maledicencia. Pero no pudieron con ellas. A la vista está: la muerte y la asesinación no siempre se salen con la suya. Las locas parteras, varias ya casi centenarias, emergen victoriosas cada día.

     Por favor, afrontemos las preguntas cruciales frente al hondo espejo:

–Permiso, Memoria. Permiso, Conciencia: ¿Qué sería de nosotros si Ellas, las Madres locas, no existieran?

¿Qué quedaría de nosotros si Ellas no hubieran salido a alumbrar la más eterna de las noches? ¿Qué sería de nosotros? ¿Qué?

¿Estaríamos de pie? ¿Estaríamos en cuatro patas? ¿Estaríamos?

    Reconozcámoslo: sin Ellas alumbrando, esta patria idolatrada hoy sería un oscuro agujero con forma de mapa. Y de tanto tocar y tocar fondo, habríamos desfondado el abismo. Pero Ellas nos enseñaron a sembrar el abismo.

    Y nos enseñaron que la paciencia no es resignación.

    Y nos enseñaron que la memoria es la forma más ardua del optimismo.

    Y más nos enseñaron: que la fastidiosa memoria es el modo más porfiado de la esperanza.

   La madre que nos parió. ¡Las madres que nos parieron! Ya es tiempo, ya podemos, ya debemos brindar a rajancincha con el luminoso vino oscuro. ¡Que sea el vino por los 20 años de nuestro Jornada de cada día! Y que sea el vino ¡porque estamos vivos, con la sangre furiosa de alegría, regando el aire!

    Posdata.   Estamos en plena pulseada: no olvidemos que no debemos dejar la esperanza para mañana. La esperanza es un derecho. Y si es un derecho, es un deber. En estos tiempos, un diario que vive 10 o 15, que como Jornada vive 20 (veinte) años también encarna una flor de noticia.

    Tomémonos el pulso, notaremos que estamos vivos. Que no es poco. Esta es ahora la otra buena noticia. Y no debemos dejarla para mañana.

 

zbraceli@gmail.com   ===   www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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