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Seamos serios

Plantarle cara a la vida

01/03/2023 00:30
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

«Es difícil todo lo que se nos encomendó, casi toda seriedad es difícil y todo es serio». Así suenan las palabras de mi amado checo, Rainer Maria Rilke, y así las hago sonar tantas veces, ya que se trata de una de las citas a la que más recurro cuando preciso auxilio.

Quizá no sepan ustedes —quizá lo hayan intuido— que soy un muchacho proclive a la seriedad, y digo así «proclive», usando ese adjetivo que en su aplicación adecuada alude a la inclinación hacia algo desfavorable, porque según nuestro estado de cosas no hay momento oportuno para eso de sentirse llamado a lo grave, a lo serio. Así, ¡tan lejos de Rilke!, suenan tantos contemporáneos míos alzando su muletilla insoportable: «Bueno bueno, ¡no nos pongamos tan serios!». Y he aquí, mis caros lectores, que he venido yo a descubrir una de las tantas argucias de uso común a la que nos hemos habituado imperdonablemente.

 

 

Vean ustedes. Si me pongo riguroso —y de hecho que lo soy—, debo admitir sin el menor escrúpulo que no me he encontrado nunca con la situación contraria, con aquella situación en la que no solo se tolere ser serios, sino que sea un imperativo deber —y de hecho que lo es—. Al son de esas tontas y descuidadas palabras, de la en apariencia tibia amonestación a la gravedad, nuestros interlocutores no hacen más que escurrir el bulto. Porque acaso el problema no sea el no llegar a ser serios en ese momento, sino que tal momento no existe ni llegará a existir jamás; es cosa homóloga a la que se hace con los niños muy pequeños a los que se promete un regalo que tan solo cumple la función de, ¡qué oportuno!, disuadirlos de sus pretensiones inmediatas. De igual forma, nuestros prójimos nos espetan un: «¡A otra cosa, chaval, que no estoy yo para detenerme en consideraciones!», que lo mismo resulta un «¡No me detengas!» o un «¡No me quites las anteojeras!». Y así van unos y otros como en una perenne colisión.

Pero no crean que su servidor estima que esta abyecta evasión —y «abyecta» por taimada— es del todo consciente; quiero decir, no ocurre que se pretende pasar por alto la seriedad por mero capricho o para atender circunstancias temporales e intrascendentes, no. Lo que aquí ocurre y bien se sabe, al menos a una manera preconsciente, es que al comenzar un razonamiento toda una derivación de premisas irá sucediéndose. Si yo comienzo por jalar el hilo, la madeja echará a rodar y no habrá más remedio: deberé seguir su curso hasta el origen mismo de la cuestión. Lo que quiero decir aquí es que, si acaso tornáramos a la observación quiescente, muchas cosas comenzarían a aparecerse ante nosotros, realidades enteras comenzarían a ex-istir; de hecho, que el proceso, si acaso podemos llamarlo tal, de existencia comienza aquí: en el detenimiento contemplativo donde nos aparecemos. Pero ya sabemos que siempre viene mejor para un gran conjunto de seres el dormir la mona.

Porque, y sobre todo, el ponernos serios nos haría percibir de inmediato las inenarrables desgracias de este nuestro mundo; nos crecería la consciencia y por lo tanto el dolor; se nos abriría en algo el corazón y sobrevendría la pobreza; el cuerpo se nos haría sensible y encarnaría la muerte. El llamado a la seriedad, y es aquí donde su justo y mejor sinónimo es «grave», nos asienta en el mundo con peso radical, con fuerza y profundidad de raíces… o tal vez nos acerca a la raíz misma. Su campana dobla atronadora y paralizante, es un fragor de ultratumba; los estrépitos de lo verdadero no suenan de otra manera.

 

 

Ser serios es ser saludables. En rigor, el verdadero adversario es cualquiera que se pasee con aire resuelto y lleve en su vaina una daga de liviandad; esos que pretenden disiparnos a fuerza de sandeces nuestro derecho a la gravedad, a permanecer con los pies en la tierra mirando la vida a la cara. Es a ellos a quienes hay que llamar a un silencio fulminante, porque nos hurtan la ocasión de llegar hasta nosotros mismos. ¡Son antropófagos! 

Yo digo: Es nuestro momento de estar en pie. Para quien no crea, hay suficiente espacio y lecho allende la muerte para adormecernos, pero aquí estamos en condición de tomar el puesto que nos ha sido designado. Debemos vigilar, no hay quien pueda asegurar que cuando procura diligencia no frunce su ceño, ¡es tal la manera de estar concentrados! Solo así estaremos en nosotros mismos.

¡Seamos serios!

 

 

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