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Independiente, una pequeña foto de la Argentina

Promediando la década de los Setenta, dos amigos, mellizos, explicaban a este periodista, entonces estudiante del colegio secundario, por qué siendo hinchas de River y viviendo en el centro de Buenos Aires, eran, de todos modos, socios de Independiente, para lo cual debían desplazarse hasta Avellaneda, ya en el Gran Buenos Aires: es que el club de los Rojos mostraba, orgulloso, su gran actividad polideportiva, su pileta de natación, su prosperidad con decenas de miles de socios, muchos de ellos pertenecientes a la clase media argentina.

15/04/2023 22:25
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Por Sergio Levinsky, desde Barcelona

Aquellos gloriosos años, en los que Independiente fue dos veces seguidas campeón del torneo Metropolitano (1970 y 1971) y luego, cuatro veces consecutivas campeón de la Copa Libertadores de América (1972 a 1975) y recién quedó eliminado en el partido desempate del grupo semifinal ante el River de Ángel Labruna en 1976, para volver a ser campeón del Nacional en 1977 y 1978 y jugar otro desempate del grupo semifinal ante el Boca de Lorenzo en la Copa Libertadores de 1979, sus éxitos deportivos y su estabilidad institucional, catapultaron a su entonces presidente, Julio Grondona, a la AFA.

Independiente era el símbolo de una institución bien manejada, cada vez más grande y exitosa, y con dirigentes que simbolizaban la continuidad institucional a través de la llamada Lista Roja. Hoy, poco más de cuarenta años más tarde, nada de todo eso quedó. Los Rojos viven un durísimo momento con un enorme vacío de poder, sin perspectivas de mejora, sin un plan y sin un norte. ¿Qué fue lo que sucedió?

Podríamos comenzar diciendo que no hubo un hecho particular, aunque algunos citan el inicio de la crisis cuando se produjo la salida de Pedro Iso, una especie de sucesor de Grondona, mientras que otros colocan el mojón en la gestión de Héctor Grondona, hermano de Julio, y con el que tuvo muchos choques y rispideces.

Lo cierto es que el último título argentino que consiguió Independiente fue el Apertura 2002, hace poco más de veinte años, con aquel equipo que dirigía Américo Gallego y que se desintegró enseguida, aquel del cabezazo de Lucas Pusineri contra Boca, en Avellaneda, cuando ya parecía que los xeneizes se quedaban con el triunfo y le robaban el campeonato tan buscado.

Ese torneo de 2002 fue el único argentino ganado por los Rojos desde 1994 hasta hoy, aunque en este lapso sí se llevó dos Supercopas sudamericanas (1994 y 1995), dos Copas Sudamericanas (2010 y 2017) y una Recopa sudamericana (1995). Si bien sigue encabezando la tabla histórica de los campeones de Copa Libertadores (el torneo más prestigioso del continente sudamericano), Independiente la ganó por última vez allá lejos, en 1984, y es claro que comenzó a sufrir una crisis con el retiro de su máximo ídolo, Ricardo Bochini, en mayo de 1991. En esa caída, lenta pero inexorable, a partir de sus malas dirigencias y con la mayoría de ellas, pésimas decisiones,el peor momento fue el del inédito descenso al Nacional B en 2013, para regresar al año siguiente a la máxima categoría.

Sin dudas, la situación de los Rojos de Avellaneda puede compararse con la que padece la Argentina en los mismos tiempos. En ambos casos, se trata de la pésima administración de los recursos, de historias de corrupción y de desaciertos fundamentales (por ejemplo, no sólo hubo equivocaciones a la hora de contratar jugadores, sino que hay gestiones anteriores, recientes, vinculadas a las barras bravas de manera más que estrecha).

Independiente se dio el lujo de no aprovechar y hasta desplazar a uno de los dirigentes más probos que tuvo el fútbol argentino en el Siglo XXI, Javier Cantero (2011-2014), que no sólo decidió enfrentar a los violentos de su club sin contar con el apoyo estatal (ni político ni policial) ni con el de la AFA, sino que hasta trató de clarificar la situación de los pases reales de los futbolistas (el pase económico, no el federativo) al que los socios podían acceder. El preconcepto de la desconfianza general lleva a frases como que “hay que tener presencia en la AFA” o que es necesario tener buenas relaciones con los poderes de turno, algo así como “hacete amigo del juez” del “Martín Fierro” de José Hernández.

Hay que aclarar que Independiente no es una excepción en el fútbol argentino sino la regla. Si aparece siempre en los puestos de abajo de la tabla de posiciones sin levantar cabeza, o con camisetas que muchas veces cambian de colores como si no tuviera uno que lo representara, o sus equipos no se destacan por el juego estético que deslumbraba en el pasado, no es que le ocurra de manera única o especial sino que lo llamativo es el contraste con su rica historia pasada y no tan antigua, como se cita más arriba en este artículo.

Así como la Argentina se fue deglutiendo sus propias posibilidades tras un pasado glorioso (llegó a estar ubicada en el mismo escalafón que Australia y Canadá) con eternas excusas casi siempre puestas en el afuera sin asumir sus propias responsabilidades, en Independiente, los dirigentes que llegaron señalaron a sus predecesores, sin que ninguno ensayara algo nuevo, o bien, antepusiera el bien de la institución sobre el interés personal.

Si ni Andrés Ducatenzeiler, Julio Comparada, Hugo Moyano o Fabián Doman (todos provenientes de ambientes diferentes) supieron encontrar una fórmula, también es cierto que los vicios políticos, los mismos que los del país, se fueron adueñando de las gestiones y trataron de sacar tajada del producto que genera una actividad como el fútbol, que mueve millones de dólares y que genera dirigentes ricos que dejan a las instituciones empobrecidas.

El lastre dejado por la gestión de Hugo y Pablo Moyano, cuando abandonaron el poder del club en 2022, no sólo no pudo ser subsanado por el periodista Fabián Doman, sino que éste, que tanta campaña hizo para que los sindicalistas peronistas se fueran, apenas si se pudo mantener unos pocos meses -¿encabezó una lista sólo por su imagen pero luego ya no lo necesitaron a la hora de poder cobrar, tal vez, un suculento préstamo desde el extranjero en un año electoral en la Argentina?-, para explicar con una inexcusable ingenuidad que no esperaba esto cuando asumió.

La sensación, no sólo en Independiente sino en muchos otros clubes de fútbol de los más importantes del país, es que hubiera una estudiada inacción para permitir un vaciamiento institucional que favoreciera la llegada de capitales “salvadores” como último recurso, y de esta manera gestar de a poco un consenso (con el apoyo de los medios más poderosos) para que se revierta la ley que, por el momento, no permite las sociedades anónimas, mientras sí las constituyen los clubes de los países vecinos.

Hacia eso parece que quiere ir el fútbol justo cuando a fines de año podría facilitarse la idea si se produce un viraje político en el gobierno nacional, aunque hay varias historias de resistencia de los clubes en este punto.

Una vez más, recorriendo la historia de clubes como Independiente (que termina vendiendo “paquetes” de juveniles a precios irrisorios para sacar unos mangos que le permitan sobrevivir, y con intermediarios, dirigentes y algún que otro beneficiario del sistema cada vez más enriquecidos), se puede entender un buen porcentaje de los problemas que padece la Argentina.

No parece tan complicado aunque insistan en explicarnos lo contrario: la industria del fútbol debería ser la envidia del resto de las actividades con una gestión sana, honesta y democrática (es decir, que los socios tengan participación real en las decisiones y no sólo a la hora de votar): exportación en euros o dólares para vivir en pesos, venta de derechos de TV nacionales e internacionales, publicidad estática, sponsors en las camisetas, marketing digital, cuota de socios, venta de entradas populares, premios en moneda extranjera si se ocupan las primeras posiciones en torneos internacionales, entradas a museos o parques temáticos y tantos otros negocios.

Al fin de cuentas, Independiente no se encuentra en otra galaxia. Es apenas la réplica en micro de lo que lo rodea en lo macro. Una especie de milagro al revés.

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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