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Fernando Dente: “Tengo más éxito con las mujeres que con los hombres”

“A medida que voy creciendo no estoy tan cerrado como antes”, dice el conductor. En un gran momento de su carrera artística, repasa su presente. “No quiero a los haters, quiero que todos me amen”, asegura

Redacción
02/03/2024 10:25
El conductor televisivo dijo tener más éxito con las mujeres que con los hombres en su vida amorosa
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Mientras a algunos se les pasa la vida procurando descubrir qué los apasiona, a Fernando Dente la revelación lo alcanzó en la infancia. Tenía solo cinco años e iba disfrazado de candombero rumbo a su primer carnaval, en el auto familiar, cuando avisó, sorprendido: “Má, me duele la panza, pero no me siento mal”. “Eso se llama emoción”, respondió su madre. Y entonces ese niño lo supo de inmediato.

“Ahí arrancó todo”, rememora este Fernando de 34 años, situado en la cima de una carrera prolífica que estrenó a los 15. Está feliz con la conducción de Noche al Dente, en América. “Es rarísimo: muy pocas personas tienen un programa de televisión. Y me pasa ahora, cuando viajo, que me preguntan a qué me dedico: ‘TV host. Soy conductor’, digo (risas). Obviamente que lo primero que soy es artista, actor, lo que quieran decirle”, explica el director de la obra Rent y flamante integrante de la señal de streaming Olga.

En ese listado de ocupaciones -o especialidades- debería agregarse “maestro”: junto a Ricky Pashkus, Dente está a cargo del Instituto Argentino de Musicales, que este año cuenta con 700 alumnos inscriptos. Sí, muchas actividades. Y responsabilidades. “Me pasa a veces, como el año pasado y también el anterior, que llega un momento donde se juntan todos los proyectos y empiezo a sentir el cansancio físico. Y me enoja sentir ese cansancio: me pongo de mal humor por sentir mal humor. Me cuesta -se sincera Fernando-. No recuerdo haberme encontrado diciendo: ‘¿Para qué elegí esto?’, pero también está ese pensamiento: ‘Podría hacer menos cosas’. Me hago cargo de que me gusta hacer muchas cosas pero no por workaholic, sino porque hay algo de mi naturaleza que necesita expresarse”.

No obstante, desde hace dos años -como remarca- no sube a un escenario. “Fue una decisión que tomé: darle un aire a ese vínculo”. Desde aquel comienzo en la adolescencia hasta la llegada de la pandemia, apenas un puñado de meses eran los que Dente había atravesado sin realizar una obra teatral. “Y se me había quemado el cerebro”, lamenta sobre aquella crisis que lo hizo replantear lo que hasta allí había sido su “pasión y motor”.

Esta nueva revelación también ocurrió en un auto, pero no en la ida a un espectáculo sino la vuelta (de una nueva función de Kinky Boots). Y no con su familia, sino en soledad. “Un día iba manejando hasta Pilar y dije: ‘Me retiro. ¡Qué absurdo esto! ¿Quién soy para retirarme? Pero hasta acá llegué…’”.

Fernando Dente: "No quiero a los haters, quiero que todos me amen"

—¿Y por qué?

—Porque me agarraba ansiedad cantando. Me juzgaba mucho. Ya no era el chico que subía, cantaba y disfrutaba, sino que estaba pensando en cosas: boludeces, técnicas. Y me acuerdo que dije: “Esto no es para mí”.

—La empezaste a pasar mal.

—Sí, la empecé a pasar mal. Justo vino la pandemia y le di un buen aire. Después, apareció la tele.

—¿Eran trastornos de ansiedad?

—No, no. Pero estaba muy mental, y lo peor que le puede pasar a un ser en un escenario es estar mental. Era como un síndrome del impostor también, porque era un momento de mucho éxito, encabezando con Martín (Bossi), que es un número uno absoluto. Pero así y todo, me pasaba. Me acuerdo que me ponía muy mal si había alguien en la platea que conocía. Y cantaba realmente mal… Mi voz no estaba más, no sé cómo explicarlo. Como que un bailarín, de repente se caiga todo el tiempo. Espero que nunca nadie lo haya filmado (risas).

—Y si lo filmaron, no manden los videos a las redes, por favor.

—¡Se los compro! ¡Todos! Prefiero que se filtren esos otros videos, que ya saben… (risas).

—¿Hay?

—No. Creo que no. Yo, consciente, no. Capaz algún turro habrá puesto una cámara escondida… Pero eso, juicio.

—Es ilegal.

—Claro.

—Si tenés que elegir tres momentos que marcaron tu vida, para bien o para mal, ¿cuáles serían?

—Aquella vez que iba al carnaval, a los cinco años. Cuando a los 17 quedé en High School Musical y fue como: “Acá empieza la vida que quiero vivir”. Y el día que falleció mi papá; mi mamá había fallecido dos años antes. Tengo una sensación muy agridulce: la tristeza de la pérdida pero también una energía de “ahora depende de mí y solamente de mí”. Lejos de apichonarme, la orfandad me empoderó. Cuando perdés la red de tus papás es la imagen de quemar las naves. O sea, “de acá nos vamos victoriosos o no nos vamos” (risas).

—¿Qué edad tenías cuando mueren tus papás?

—23. Rechico.

—¿Los seguís extrañando?

—Sí, a los dos. Es raro porque querría ser más melancólico con el tema, pero lo vivo con mucha frescura. Los tengo muy presentes: veo mucho de ellos en mí, a medida que voy creciendo. Me veo cada vez más parecido en muchas cosas a mi papá y en muchas otras a mi mamá. Y me encanta porque más allá de que ellos se llevaban como el culo y todo el vínculo feo que tenían como matrimonio, en lo individual eran personas muy admirables, sobre todo mamá. Mi mamá era muy empática, muy luminosa, muy divertida; yo no llego ni cerca de eso. Y era una mamá muy, muy, muy babosa. Me crié con ella diciéndome: “Mi amor, vos sos el mejor, objetivamente te lo digo”. Y yo le creía. Cuando se fue, me costó mucho encontrar eso que me daba ella. Mamá era una reina: 100% magnética, muy inteligente, muy sensible. Y era pilla, era muy pilla.

—¿Sos de llorar?

—No mucho. El malestar lo artículo de maneras distintas, como ponerme de mal humor, más parco. Por momentos puedo ser muy antipático. Todo eso que me pide la tele, es como que se gasta ahí. Estaba con mi mejor amiga en mi casa y le dije: “Qué antipático que soy, ¿no? Perdón, ya lo sé, es como que no puedo…”. A fin de año estuve de vacaciones y conocí unos amigos de un amigo. Al tercer día que habíamos compartido playa, uno me dice: “¿A qué te dedicas?”. “Tengo un programa de televisión”. “¡Ah, debés ser carismático, entonces!”. Y yo le dije: “Imaginate que sí, pero gasté todo el carisma en el trabajo, estoy de vacaciones”. O sea, me queda esto. De verdad, que hay veces que no puedo remontar una charla, un momento. Y después, la frase trillada: se prende la lucecita roja y algo aparece, o se levanta el telón y algo aparece. Funciono así.

—Es así, es un trabajo.

—No es una fuente inagotable. Se gasta. A veces es: “Quedó esto”.

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—Y con eso que quedó, ¿cómo te llevás cuando te vas solo a casa?

—Bien. Le tenía un poco de miedo: la soledad siempre fue un tema para mí, sobre todo desde que perdí a mis papás. Tampoco es que vengo de una familia familiera, siempre me fui armando mis redes. Está esa imagen del artista que se baja del escenario y vuelve con el bolsito a comer el bife con ensalada a su casa; ese soy yo, después del programa. Y está bueno. Aprendí que también puede ser una experiencia placentera. Trato de no forzar tener un vínculo para tapar un agujero. Cuando sucede, me encantaría celebrarlo, abrazarlo y demás, pero me llevo bien con eso que queda después. Hay una frase que es horrible pero cierta: en la tele valés lo último que mediste. Así como hay días que no mediste tan bien, te levantás y decís: “Bueno, hoy tengo la chance”, al día siguiente de cuando mediste bárbaro ya no vale nada porque hay que ver cuánto medirás ese día. Es una manera de decir, porque tampoco es así en mi experiencia en América.

—¿Cómo anda el corazón?

—Anda bien, anda bien. Estoy bien. Estoy rebien.

—¿Estás con ganas de enamorarte, estás disfrutando la soltería, estás elaborando la separación?

—Mi separación fue en julio del año pasado y fue bastante masticada. Gracias al vínculo súper lindo que tenía con Nico, creo que fue súper fácil también: más allá del dolor que implica terminar un vínculo de tres años y pico, divino, con mucho amor, no tuvo ninguna cosa paralela que la agravara de más. ¿A quién no le gusta el amor? Pero estoy más en un momento de esquivarle a los mandatos que existen en los vínculos, como los títulos y demás, y vivir la vida. Correrme de querer tomar el control de las situaciones.

—O sea, estás conociendo gente.

—Bueno, todos conocemos gente. Personas, conocemos todos.

—¿Conocés gente con la que te saques la ropa, Fernando? Ocasionalmente…

—(Risas) A veces, sí. Mi vestuarista del canal, todos los días. Ese es mi vínculo sexo afectivo más estable (risas). No. Estoy súper bien, súper bien.

—¿Sos de usar aplicaciones de citas o ni de casualidad te voy a encontrar?

—Al tiempito de separarme chusmeé, pero sabés que ya… En mi otro período de soltería, antes de estar con Nico, era muy de la aplicación. Pero ahora no me vibró. Y una cuenta me la cancelaron porque me denunciaban como perfil falso. “¿Qué va a ser (Fer Dente)? ¿Qué va a andar haciendo por acá?”, decían. Y sí. ¿Dónde se conoce la gente? ¿En el MALBA? Puede ser la esposa de Constantini… Bueno, las redes están para eso.

—¿Recibís muchos mensajitos en Instagram?

—No tanto. La gente me hace sentir que cree que yo saco punta a los lápices, constantemente. No es tan así. No, no. Y tampoco es que llueven mensajes que valgan la pena…

—Algunos colegas tuyos me han contado que en Instagram les mandan fotos de desnudos.

—Sí.

—¿Has recibido fotos de hombres o mujeres desnudas?

—Me entretiene, me entretiene. Cuando veo una foto, por lo general acepto el mensaje: “A ver con qué me voy a sorprender…”, digo. Porque no sabés: no es que te dicen “Va una foto desnuda”. Pero si aparece la foto de un desnudo, la miro y ya está, borro el mensaje, porque es la intimidad del otro.

—¿Cuántas mujeres te escriben pensando que de alguna ellas te vas a enamorar?

—Sí, vienen con la propuesta concreta de hacerme cambiar de opinión. Tengo más éxito con las mujeres que con los hombres, sin dudas. Me pasa mucho, un montón. A medida que voy creciendo no estoy tan cerrado como antes. Al menos en mi historia, cuando asumí lo que me gustaba sexualmente, necesité agarrarme a eso: “No me hinches, me gusta esto, no me vengan con cosas…”.

—No me vengan a confundir con nada.

—No. Cuando apareció toda la bisexualidad, yo decía: “¡No entiendo cómo hacen, qué quilombo!”. Porque bueno, tenés que agarrarte de algo para terminar de constituir parte de tu personalidad y de tu ser. Hoy, de más grande, que estoy absolutamente amalgamado con eso, que es parte de quien soy, no lo cierro. No creo que pueda enamorarme de una mujer, pero sí podría divertirme y pasarla bien. Sí, creo que sí.

—No me vas a dar el nombre, por supuesto, ¿pero hay alguien que te haya escrito con una propuesta y dijiste: “Ah, mirá”?

Hace muchos años se me tiró la China Suárez. O sea… ¡¿entendés?! La China Suárez. ¿Qué hay más arriba de la China Suárez? Me puso: “Sos hipnótico”. Había venido a ver Casi normales. Y yo le dije: “Gracias, China, qué divina. Un beso a vos y a la beba hermosa que tenés”. No la agarré, no la agarré… Fue una oportunidad que no se volvió a repetir.

—¿En qué momento sos insoportable y le decís, a la China o a quien sea: “Salí de acá porque me vas a odiar”?

—El 90% del día. Soy una persona insoportable que hace mucha fuerza porque el resto no me padezcaSoy medio ermitaño: a mí me gusta mucho estar solo. A mí me cuesta… O sea, hago esta entrevista con vos y sé que ahora me quedan dos horas de que no puedo más. Y estoy recontra disfrutando este momento. No es infinita la energía de compartir y conectar con otra persona, y más haciendo un programa todos los días, donde se trata de estar una hora, ahí, conectado con la persona. Eso te demanda una energía, como le pasa a la gente después de estar ocho horas trabajando atendiendo al público, que terminás y decís: “¡Basta!”.

Fernando Dente con Tatiana Schapiro en Infobae

—¿Cuál fue el entrevistado que más te costó?

—No voy a dar el nombre porque soy un caballero, pero vino un invitado que fue difícil: no sé en qué estado estaba. Yo estaba en vivo y no hacía mucho que estaba al aire: no me sentía con muchas herramientas.

—Hay que manejar esas situaciones: si alguien viene con dos copas de más.

—Sí… No sé por dónde venía. O capaz, esta persona era así. Igual creo que nadie se dio cuenta; el programa salió divino. Por lo general, hay algo relindo de hacer un programa como el que tengo la suerte de hacer: me caen todos bien. Pero ahora se me vienen otros ejemplos a la cabeza: también hubo gente que drena, que tipo… quedo muerto, seco. Decís: “¿Cómo me sacó toda la energía?”. Y por ahí yo no tuve que hacer nada, simplemente estar al lado. Y hay mucho pillo. Ponele, en una pregunta hacemos llorar un montón, “¡Corten!”, y me dice: “¿Viste cómo te llore?”. “¡¿Cómo?! ¿Era mentira? Ay, no, me la recreí. No me digas eso”.

—Esos invitados son los mejores.

—A mí no me gusta. Que sea genuino: yo no necesito que llore, necesito que esté ahí.

—Yo valoro mucho al entrevistado que se prende a jugar. Porque está el otro entrevistado, el que piensa que te está haciendo un favor, y se pone monosilábico.

—También. ¿Sabés qué descubrí yo? Uno piensa que a la gente le importa lo que uno dice, que está viendo a ver qué opina uno de su expareja, de la persona que le gusta, de lo que sea. Y después el mambo que nos hacemos los actores, los entrevistados, es: “Ay, no, ¿por qué dije tal cosa?”. Y… ¡¿a quién le importa?! Mientras no hables de política, papi, nadie se va a acordar de lo que dijiste. No digas nada ni de Milei, ni de Cristina, ni nada, que todo el resto, a nadie le importa.

—Estaba pensando justamente en lo que pasó con Lali Espósito y Emilia Mernes, en la misma semana. Una porque decide opinar y recontra vale; y la otra, porque no quiera opinar y también es válido. Pero ambas, híper cuestionadas en las redes.

—Las redes están, pero no existen.

—¿A vos te afectan?

—A mí, no. Emi y Lali están en un lugar donde si agarran o no agarran el vaso, van a ser cuestionadas. Creo que es parte del precio de estar en ese lado, la expensa que se paga por vivir en ese barrio privado. Yo no lo busco tampoco: no pongo mi nombre en Twitter. Sí, estando en la tele, crecen mucho los comentarios feos: que canto horrible, que no dejo cantar a la gente, que soy autorreferencial. Y a veces son cosas feas, obviamente, por ser gay. Pero no pasa nada. Igual es muy fácil darlos vuelta. Les contestás bien y pasás a ser su ídolo. Me dicen: “Desafinás muchísimo”. Y yo respondo: “Hola, Gloria, ¿cómo estás? Valoro un montón lo que decís. Voy a chequear hoy con el monitorista de sonido”. “¡Ay, qué genio que sos, qué humilde que me contestaste! No, fue una vez pero siempre cantás bárbaro”. Listo, ya está. Gloria, adentro (Risas). Es más fuerte que yo. No quiero a los haters, quiero que todos me amen.

—¿Querés que todos te quieran?

—Y… sí. Es un problema, pero sí. Se nota. Me gusta también tener ciertos detractores: que cierta gente no te quiera habla bien de vos. Eso me copa también. Yo no hago mucha fuerza por ser políticamente correcto, pero son muy pocas las cosas por las que me puedo inmolar. Me puedo parar de manos con todos los chorros que en vacaciones de invierno agarran un cuento culo, lo reversionan, lo ensayan tres días, se ponen a volantear y hacen obras horribles. No me vengan a decir que con eso trabajan porque se están cagando en los chicos que los van a ver al teatro, en la situación de los padres, que tienen que hacer algo con esos chicos. Y muchas veces, esos tienen millones de dólares de producción, eh; no estoy hablando de que es exclusivo del teatro alternativo: también está en el teatro comercial. Y ahí, que vengan de a uno: me los meto en un bolsillo. Y hay algo que me pregunto: si a esta altura de mi vida y a esta edad, en el mundo en el que vivimos, no hay temas que me están empezando a pedir que me involucre más en información.

—¿Cómo cuáles?

—La política. Porque aparte, ya te genera como que decís: “Esta gente no me gusta…”.

—Muchos artistas están pidiendo por la cultura y por lo que puede llegar a pasar con SAGAI, con el Fondo Nacional de las Artes y con el INCAA. ¿Cómo te encuentra esa situación?

—Me llama mucho la atención lo que le pasa a la sociedad con eso: me duele un montón que se siga pensando que el del artista es un trabajo menor o menos importante. Entiendo también que alguien, que por ahí no cuenta con cierta información, piense que la plata destinada a la cultura es un lujo y no una necesidad de una sociedad, porque también crecimos en una sociedad donde creemos que la cultura es el Teatro San Martín, el MALBA y Alfredo Arias. Y la cultura es todo. Parte de una sociedad es tener una conexión con una expresión artística que pueda sanar sus dolencias. También estamos en un momento tan de vida o muerte, tan de “comes o no comes”, que si te parás ahí, todo lo demás, la ropa, el arte, el turismo, la educación, el deporte, todo sobra. La cultura está muy asociada a un: “Hace lo que le gusta, entonces que se joda. No puede tener más privilegio que yo, que trabajo de algo que no me gusta”. Es un concepto previo que tiene que ver con el egoísmo y la mezquindad de no poder empatizar con eso y ponerlo en un lugar de lujo. ¿Viste cuando vas a comprar algo y decís: “No, este chocolate me lo compro si me sobra”? Argentina es un país admirado, la cultura nos representa en el mundo: el cine, el teatro, la música, el arte plástico. Entonces, me dolería mucho que el Estado no acompañara eso. Y lo que más duele son periodistas o personas que trabajan en el medio: no pueden hacer comentarios como “vayan a laburar”. Porque ellos sí saben que es un trabajo, que por ahí es más lindo, más divertido, pero al final del día pagamos los mismos impuestos, las mismas cosas.

—En el teatro, hay un montón de gente atrás de escena que no maneja esos sueldos, ni esa popularidad.

—Ojo, tampoco creo que tenga que ser algo inmaculado, que no se pueda rever, en un momento en que se están revisando los presupuestos de todo. Pero me parece que no pasa por ahí.

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