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Menotti será siempre una bandera del fútbol estético

Hace poco menos de dos meses sonó el teléfono celular de quien esto escribe y al atender, se escuchó su voz característica: “Sergio, le debía una llamada”. Hablamos, por una hora y media, de fútbol, claro -como no podía ser de otra manera porque era una de sus grandes pasiones-, pero también de música, de su afectación por la muerte reciente del “kaiser” Franz Beckenbauer, de su admiración por Federico Sacchi, pero no pudo parar, y regresaba, cada tantas palabras, a la queja por este momento de la Argentina, por el actual presidente, Javier Milei y por el intento de forzar a los clubes a ser sociedades anónimas, a lo que se oponía terminantemente.

06/05/2024 06:57
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Por Sergio Levinsky, desde Barcelona

Podría describirse a César Luis Menotti como el director técnico de la selección argentina campeona del mundo en 1978 y quien al año siguiente se sentó en el banco para ganar el título mundial juvenil de 1979 en Japón (aunque Ernesto Duchini tuvo demasiado que ver con aquel plantel) y acaso con esto bastaría, pero hay demasiado más que comentar.

Primero, porque no es sólo que Menotti ganó el Mundial de 1978, sino que lo hizo como consecuencia de un trabajo excepcional, acaso el mejor que se haya hecho en un ciclo de cuatro años con la selección argentina en toda la historia y basta recordar la imagen que había dejado el equipo nacional cuando finalizó el Mundial anterior, el de 1974: lento, desordenado, improvisado, desorganizado desde lo institucional, con jugadores que ya no querían ser convocados, lejos del fútbol que había impresionado por su sistema táctico como el de “La Naranja Mecánica” de la Holanda de Johan Cruyff y Win Van Hanegem, que había destrozado a la albiceleste con un 4-0 que parecía casi un regalo por las diferencias que hubo en la cancha.

Argentina ya había sido designada como sede del Mundial siguiente, el de 1978, y como David Bracutto había sido el presidente de Huracán cuando el equipo del Globito fue brillante campeón metropolitano de la mano de un muy joven Menotti, con aquella sensacional delantera con Houseman, Brindisi, Avallay, Babington y Larrosa, más Basile y Carrascosa atrás y “Fatiga” Russo en la contención, y ahora el mismo dirigente había asumido en la ADA en tiempos del gobierno de “Isabel” Perón, tuvo la idea de llevar al mismo técnico para planificar un trabajo por cuatro años.

Menotti, que siempre se manifestó de izquierdas, dio por seguro que perdería su trabajo y el ciclo cuando llegó el golpe de Estado para perpetrar la peor dictadura de la historia argentina, pero se encontró con la sorpresa de que el nuevo mandamás de la calle Viamonte le pidió que continuara y no le cuestionó nada, acaso porque el régimen necesitaba asegurarse ese torneo para tratar de perpetuarse en el poder y para eso, había que sostener la idea con alguien capaz de concretarla.

Y Menotti hizo lo que nunca: conformó un gran cuerpo técnico, trajo especialistas en metodología como el croata Rodolfo Kralj, armó selecciones del interior, cotejó contra los mejores del mundo en giras por el exterior y en ciclos brillantes como local, ganando y perdiendo, pero adquiriendo un roce único. Debatió con los medios y se fue generando amigos y enemigos, envuelto en la polémica sobre cuánto lo blindó o no aquel objetivo de conquistar el Mundial.

Como mucho antes, como en los tiempos previos al desastre de Suecia 1958, la selección argentina obtuvo ese primer título mundial en el Monumental envuelta en habladurías de todo tipo (especialmente luego del 6-0 a Perú en la segunda ronda, aunque hay que decir que el equipo nacional necesitaba tres goles para ir a un sorteo y cuatro para ser finalista, y que en la fase de grupos, siendo local, debió enfrentar a tres europeos -Italia, Francia y Hungría- lo que no parece, a priori, demasiada ventaja).

Lo cierto es que ante Holanda y durante todo el Mundial, y en buena parte del ciclo, la selección argentina, con jugadores de todo el país, terminó compitiendo al más alto nivel e incluso, con un misterio que Menotti se llevó a la tumba: la desafectación de un muy joven Diego Maradona, a quien él mismo hizo debutar en 1977, en la Bombonera.

En España 1982, y a pesar de haber renovado parte del plantel con los brillantes campeones mundiales juveniles de Japón 1979, la selección argentina no pudo repetir el título y quedó eliminada en segunda rueda por Brasil e Italia, pero al regresar a la Argentina, el DT fue duramente castigado hasta por los medios que lo habían sostenido y hasta una de las revistas más importantes del continente cambió su staff cuando acabó su ciclo y fue reemplazado por Carlos Bilardo.

Precisamente, con Bilardo siempre habían estado cerca, a través de un común amigo, Roberto Marcos Saporiti, el ayudante de campo en el Mundial 1978, pero un desencuentro en Barcelona, después de que conversaran largamente en su departamento cuando era DT del Barcelona (y con Maradona en el equipo) derivó en una enemistad de la que los medios hicieron gala, con periodistas que ni se hablaban por diferencias futbolísticas que los protagonistas llevaron a una cuestión de filosofía de vida. “A él le gustan los Wawancó y yo prefiero a Joan Manuel Serrat”, llegó a decir “El Flaco”. “Rabanito”, lo llamó “El Narigón”, “rojo por fuera y blanco por dentro”. Se mantuvie3ron en veredas opuestas hasta el final, irreconciliables.

Hablar con Menotti fue siempre conseguir una declaración altisonante y un sinnúmero de títulos para una nota, al punto de darse el lujo de tener que elegir entre ellos. Nunca entendió eso de correr para jugar y, de hecho, en tiempos de futbolista, con la camiseta de Boca, su compañero Antonio Rattín, el caudillo xeneize, le tuvo que decir “corré, Flaco, porque nos van a matar” y recibió como respuesta “corré vos”.

Para Menotti, aún habiendo tenido a Maradona y habiendo conocido de cerca a Messi en el último tiempo, no hubo como Pelé. Fueron “El Negro y el Flaco” cuando coincidieron en el Santos, aunque en nuestra última charla reconoció que cuando le tocó actuar en el “Peixe” paulista, lo hizo en el equipo B. “¿Y qué querés? Con los nenes que había, mirá si me iban a poner de titular”, se sinceró.

Referencia mundial por su defensa de un estilo, fue visitado por Josep Guardiola ni bien éste dejó de jugar y se decidió por la dirección técnica. El primer paso del catalán DT del Manchester City fue viajar a Rosario a charlar con Menotti, algo que destaca cada vez que puede. “Respeto mucho a Pep. Él entra a un vestuario y todos los jugadores ya saben a qué tienen que jugar. Su estilo es irrenunciable”, le comentó a este cronista en marzo pasado.

Estaba muy afectado por la muerte de Beckenbauer, a quien conoció bien por haber estado ligado a la marca de indumentaria que trabaja con el fútbol alemán, aunque aprovechó para contar que el mejor defensor de la historia del fútbol argentino “Fue Federico Sacchi…qué estampa…no hacía los goles de (Daniel) Passarella, pero verlo era un espectáculo”.

En los últimos años había dejado de fumar, consciente de que eso le estaba generando serios problemas de salud, y cumplía ciertas rutinas como desayunar en “La Biela”, en el barrio de Recoleta, o en otra confitería de la zona, y mantenía un permanente contacto con la AFA que lo designó director de Selecciones Nacionales y aunque mucho no se conoce de su trabajo, que por edad ya era más de observación que de campo, debe atribuírsele la insistencia y la gestión para que Lionel Scaloni fuese renovado en su contrato tras la Copa América 2019 para que llegara al Mundial sin incertidumbre, recordando lo que él mismo vivió entre 1974 y 1978. Su obsesión, ahora, era que la Selección cotejara más en el país “así la gente la puede ver y de paso, los equipos argentinos la van a exigir” y buscaba que los jugadores locales fueran cedidos por sus clubes para entrenarse juntos más seguido en Ezeiza. “¿Le parece posible en este tiempo?”, preguntó este escriba. “Claro que se puede. Le debo un llamado a Scaloni”, respondió, tozudo.

No había diálogo con Menotti, que de alguna manera no incluyera algo de música, desde comparar un equipo con una orquesta, hasta mencionar sus tiempos de recitales y de cantantes variados.

Alguna vez tuvo un enojo con quien esto escribe porque, apasionado como siempre fue, durante la Copa América de 2004, en la ciudad peruana de Chiclayo, donde jugaba Argentina, le comentó en una larguísima conversación en una confitería, que la selección española de Luis Aragonés debía definir “si quiere ser toro o torero”, algo que no gustó a su colega, cuando apareció publicado en los medios europeos, pero con los años, lo dio por olvidado.

Genio y figura, alcanzó a ser parte de la estructura que le dio a la selección argentina el tercer título mundial y quedará en la historia como quien consiguió el retorno a las fuentes en el fútbol argentino, aunque tampoco es, como pretenden algunos de sus fanáticos, que el “menottismo” haya sido el origen. Su virtud fue tratar de sintetizar aquellos años dorados y tratar de que no quedaran sólo en un mero recuerdo. Como el propio Menotti dijo de Messi, que difícilmente pudo haber nacido en Corea. Para que existiera un Messi, antes debió haber un Moreno, un Pedernera, un Pontoni, un Martino, un Alonso, un Bochini, un Kempes y un Maradona.

Muchos se llevarán también las imitaciones de Mario Sapag, con la melena y cuatro cigarrillos en la misma mano, entre sus dedos, sosteniendo que (Vicente) Pernía “es triiiiste” y que, en cambio, (Jorge) Olguín “es aleeeegre”, en tiempos en los que su encarnizado rival no era Bilardo, sino el “Toto” Juan Carlos Lorenzo, campeón intercontinental con Boca en la misma época.

El fútbol (no sólo el argentino) pierde desde ahora un referente del fútbol estético, bien jugado, y alguien que generó que la selección argentina recuperara el respeto y la admiración. Un grandísimo legado, más allá de los títulos y las polémicas.

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