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Siete años sin Grondona y todo sigue igual (o peor)

31/07/2021 21:08
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“Ya me van a extrañar cuando me muera”, solía decirle Julio Grondona a este escriba. Y parece que va teniendo razón

Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Y parece que va teniendo razón. A siete años de su desaparición, el 30 de julio de 2014, a pocos días de finalizar el Mundial de Brasil, el fútbol argentino navega en un mar de problemas y la confusión es tal que crecen los rumores acerca de que en los próximos días la Inspección General de Justicia (IGJ) podría declarar como inválida la Asamblea que por zoom votó la reelección de Claudio “Chiqui” Tapia como presidente de la AFA, cargo que ocupa desde marzo de 2017.

Si Grondona dejó huella tras sus 35 años de mandato en el Sillón de Viamonte (1979-2014), lo fue tanto por algunos éxitos resonantes de la selección argentina (Mundial 1986, Mundiales juveniles de 1979, 1995, 1997, 2001, 2005 y 2007, o medallas doradas olímpicas 2004 y 2008, así como un importante protagonismo internacional), como por controvertidas políticas locales, como los 186 fallecidos por violencia en el fútbol (cuando hasta su llegada al cargo hubo 102 desde la primera contabilizada por la ONG Salvemos Al Fútbol en 1922), o los torneos permanentemente acomodados al poder de turno, como el caso de la herencia que dejó con un campeonato de treinta equipos en Primera División con los que aún lucha el fútbol local.

Grondona, al poco tiempo de llegar, fue el fundador simbólico del Partido de la pelota de Fútbol con el cual logró frenar los embates de la política nacional, con un envidiable poder de llegada a los Gobiernos de los distintos colores políticos (incluso, al principio, a la dictadura cívico-eclesiástico-militar) y de esta manera pudo congelar en sus 35 años de mandato la eterna lucha de los clubes grandes contra los chicos por el reparto de la representación, y sin hablar idiomas (“el único que hablo es el del fútbol”, solía decir) llegó a ser el vicepresidente senior de la FIFA (“yo soy el vicepresidente del mundo y ningún otro compatriota lo consiguió y por eso me tienen envidia”, dijo también, hasta que en 2013, un año antes de su muerte. Jorge Bergoglio fue nombrado Papa).

Tuvo tanta visión sobre los tejes y manejes del poder que con su muerte pareció eludir hasta la chance de pisar una cárcel de acuerdo con lo que pocos meses después, en mayo de 2015, fue el FIFA-Gate, en el que se descubrió que la gran plana mayor de la dirigencia del fútbol sudamericano de aquella época recibía suculentas sumas de dinero desde las empresas mediáticas más poderosas de Latinoamérica para que les vendiera los derechos de los grandes torneos a muy bajo precio, para luego ellas revenderlos por un altísimo valor o poder usufructuarlos en soledad.

Sin embargo, perspicaz como era, avizoraba lo que vendría con su ausencia porque conocía como pocos el ambiente de la dirigencia del fútbol argentino. Días después de su fallecimiento, ya todo había comenzado a volver a los tiempos previos a 1979, y conscientes de que se terminaba una época de tanta concentración de poder, los clubes grandes rodearon a su sucesor, el entonces vicepresidente de la AFA, Luis Segura, pero éste se encontraba tan desgastado, acusado de reventa de entradas durante el Mundial de Brasil 2014, que intentó resistir en las elecciones para renovar presidente de la AFA en diciembre de 2015 ante el candidato rival, el showman televisivo Marcelo Tinelli, pero los dos terminaron naufragando tras el insólito 38-38 para 75 votos, un milagro de las matemáticas y un ridículo universal.

Desde la muerte de Grondona, entonces, la AFA volvió a ser un ámbito de cinchada política que pasó en apenas siete años por dos intervenciones, una muy corta que casi le cuesta a la selección argentina dejar la Copa América Extra de los Estados Unidos cuando la FIFA presionaba a la jueza María Servini de Cubría para que firmara la aceptación a las nuevas reglas, aunque terminó en un parche en el que aparecieron los nuevos actores de este tiempo como Claudio Tapia, Matías Lammens, Tinelli, el entonces presidente de Boca Daniel Angelici, y los mandatarios de Racing (Víctor Blanco) y River (Rdolfo D’Onofrio). De nada sirvió que el acuerdo político sostuviera que habría elecciones nuevamente el 30 de junio de 2016.

El macrismo, que había asumido seis meses antes, impuso un nuevo modelo a la usanza de España, la Superliga, por la que Tinelli trajo al presidente de esa entidad ibérica, Javier Tebas Medrano (alguien que antes no ponía un pie en la Argentina, enfrentado como estaba a Ángel María Villar, el “hermano mellizo” de Grondona en el mundo del fútbol). La idea central era que con este nuevo sistema pudiera volver a debatirse –y si se pudiera implementar, mejor- aquello de las sociedades anónimas.

 Los clubes resistieron como pudieron estos embates estatales pero la AFA no pudo evitar, con el cambio presidencial en la FIFA en febrero de 2016 y la llegada a la presidencia del ítalo-suizo Gianni Infantino, que volviera a ser intervenida, esta vez ya más formalmente, por un comité designado por la misma FIFA y la Conmebol, con la idea de regularizar los estatutos y terminar con aquella frase que Grondona tanto repitió: “La AFA son los clubes”. Parecía que, por fin, la entidad madre del fútbol mundial entendía que una federación nacional que dependiera de ella debía ser una suma de los clubes, el fútbol femenino, los árbitros, los entrenadores, los ex jugadores, el fútbol de salón, y que todos tuvieran voz y voto.

Así, ante la promesa de cambio, se anticipó el llamado a elecciones para marzo de 2017, ganadas por Tapia, quien llegó al poder gracias a un acuerdo previo de distintas partes: tuvo la bendición del macrismo, la de su ex suegro y presidente de Independiente Hugo Moyano, la de las ligas federales a través de su pacto con Pablo Toviggino (miembro de la intervención anterior) y del llamado “Ascenso Unido”, de donde él mismo provenía (Barracas Central), aunque también uno d sus principales aliados, el sociólogo Daniel Ferreiro (Nueva Chicago).

Tapia representó desde entonces un claro neogrondonismo, aunque sin el magnetismo ni la capacidad de movimientos de su antecesor. Tuvo que lidiar de entrada con dos enemigos demasiado importantes como River y San Lorenzo, que se negaron a formar parte de su nuevo  Comité Ejecutivo y con los que tardó mucho en hacerlos retornar al sistema, se fue enfrentando al Gobierno en resistir a las sociedades anónimas y lo salvaron las elecciones presidenciales de 2019, y perdió poder en el ámbito del fútbol internacional debido a los permanentes errores, aunque el más duro fue durante la Copa América de Brasil 2019, cuando en vez de poner paños fríos a la reacción de Lionel Messi contra los arbitrajes, se sumó con críticas feroces al Comité Arbitral de la Conmebol e hizo circular con prensa amiga un documento por el que a la AFA se la invitaba a jugar la Eurocopa 2020, dando a entender que dejaría de participar en la entidad sudamericana. Al regreso del torneo, Tapia fue destituido como representante de la Conmebol ante la FIFA, un lugar al que le había costado mucho volver y lo hizo fortuitamente, gracias a la salida de su colega uruguayo Wilmar Valdéz debido a cuestiones de política interna en su federación.

Tapia no escarmentó. Ni bien asumió, se dedicó a borrar todo indicio de la intervención pasada. Destituyó a Edgardo Bauza en la selección argentina para colocar al entrenador exigido por los jugadores, Jorge Sampaoli, el tercero en la misma y angustiosa clasificación mundialista, y entronizó como nunca a Toviggino dándole a Santiago del Estero un lugar de preponderancia absoluta y cada vez más espacio a sus amigos del ascenso, con favores políticos que iban y venían, sin freno.

Así se llegó a la pandemia de 2020, cuando se hizo reelegir en una asamblea por zoom cuando quedaba casi un año de mandato, para lo cual utilizó todas las herramientas necesarias. Si la Copa de la Superliga se suspendió definitivamente tras la primera fecha y la Primera A se congeló para la clasificación a las Copas internacionales de 2021 (lo cual favorecía a casi todos los clubes grandes y a Argentinos Juniors, el equipo del presidente Alberto Fernández), al mismo tiempo sí se seguía disputando el Nacional B porque de suspenderlo ascenderían Atlanta y San Martín de Tucumán, postergando a las entidades “amigas”.

San Martín, sintiéndose perjudicado, llevó el caso al máximo tribunal arbitral del deporte (TAS) en Suiza, pero no hubo nada que hacer, pero los tucumanos, como su ex amigo Ferreiro, ahora adversario, llevaron el tema de la votación de la asamblea de la reelección a la Inspección General de Justicia (IGJ) y Tapia corre riesgos de que haya que votar otra vez.

Sin una gran relación con la Conmebol, fuera de la FIFA, distanciado del Gobierno nacional, y mirado de reojo por Boca y River (que no gustan del “Doble Comando” de la nueva Liga no-macrista que debería depender de la AFA pero no fue lo que él esperaba), Tapia se aferra a su gran amistad con Messi y a la Copa América ganada por fin con la selección argentina en el Maracaná. ¿Alcanzará?

Más allá de lo que ocurra, y aunque de sus tiempos tampoco es oro lo que reluce, parece que Grondona tenía razón. Lo que venía después de él, profundizaría la crisis del fútbol argentino, que no sabe bien hacia dónde va.

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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