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Precios sinceros con salarios hipócritas

Los precios no son personas: no pueden ser sinceros o insinceros. Así como los mercados no pueden “ponerse nerviosos” -porque los dirigen personas, pero ellos mismos no lo son-, lo de “sincerar precios” no es más que un modo de aumentar tales precios tratando de ponerle al aumento una palabra bonita al lado, que haga menos duro el aviso.           

06/01/2024 22:46
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Por Roberto Follari, Especial para Jornada                

No existe los precios sincerados, existen los aumentados (o, rara vez, disminuidos). La filosofía de la ciencia del francés Bachelard nos previno contra las metáforas inaceptables: ni las cosas pueden funcionar como personas -los precios no son humildes, orgullosos o sinceros-, ni puede decirse que los precios están “aplastados”, como algunos suponen cuando se habla de “soltarlos”. Los precios más baratos que se pudo tener en otros momentos del país, no eran artificiales ni irreales: eran tan verdaderos y concretos como los ahora “sincerados”. Cuando algún funcionario macrista dijo que en tiempos del gobierno kirchnerista “se creyeron que podían ir de vacaciones o tener un aire acondicionado”, no es que “se lo creyeron”: es que podían ir de vacaciones y tener aire acondicionado, de manera efectiva.

Y si alguien dice que eso estaba “manipulado por precios gubernamentales”, habría que responderle que en otros casos se está manipulando por precios del mercado. Porque a los gobiernos los manejan determinadas personas, y a los mercados también. No existe esa máquina impersonal de la economía en la que muchos creen, a partir de la pseudo/ciencia económica dominante: la economía es, desde los clásicos de la misma, economía política. Es decir, no existe como un mecanismo automático y externo a las voluntades humanas, sino como un mecanismo determinado producido y manejado por voluntades humanas. El mercado no es natural: se vivió siglos y siglos antes del capitalismo sin que existiera como existe en la modernidad, y hay amplias y prolongadas civilizaciones que han funcionado sin mecanismos de mercado.

Entonces: ni precios “sincerados”, ni precios “aplastados”. Es un cuento que los precios pudieron estar oprimidos, y de golpe se les quita de encima la pata, y crecen hasta hallar su “lugar natural” (como si eso existiera). Los precios son SIEMPRE una convención social, por eso destacaba algún clásico la diferencia notoria que hay entre el valor de uso de un objeto y su valor de cambio, ligado este último al precio.

 Lo cierto es que nos quieren convencer (sobre todo una tv apta para nimiedades insólitas) de que los precios que suben y suben -la inflación con el nuevo gobierno duplica sobradamente la que había-, son valorables por ser “sinceros”. Sinceridad que mata: la nafta ha subido un 100% en menos de un mes, acorde a los vaticinios más pesimistas.

 Pero si los precios son torpemente tomados por “sinceros”, los salarios y prestaciones están cada día más “hipócritas”. Allí no hay subida por “sinceramiento”: contra la idea obvia de que debe haber cierto equilibrio y relación entre precios y salarios, se habla ahora de subir los primeros sin considerar los segundos, y se toma tal desequilibrio como si fuera natural. La supuesta sinceridad va para un solo lado.

 Perón decía que era de lamentar que los precios subieran por el ascensor y los salarios por la escalera. En este primer mes de gobierno, los precios han aumentado la velocidad de incremento. No es que “en un mes no se puede arreglar lo que había”, sino que ha crecido la inflación de manera ostensible. En ese sentido va cierta tontera mediática que auspicia caminar por 16 supermercados antes de hacer una compra, adquirir la peor marca posible, o reducir la dieta de modo de aprovechar los malos tiempos para mejorar siluetas.

 A alguna gente no les alcanza el dinero, no tantos han salido de vacaciones, estas son más cortas, y abundan quienes las han reservado a precios de octubre o de noviembre. Ya entonces era caro, pero ahora lo es mucho más.

 Mientras, no sólo de inflación hay que hablar: hay que hacerlo de poder adquisitivo. Es que la inflación, si se amortigua con mejoras salariales, es una cosa: pero si se la combina con aumentos generalizados de tarifas y no incluye aumentos salariales proporcionales, implica algo mucho peor. Ya no es el ascensor y la escalera, sino precios en la terraza y salarios en el sótano.

 Esperamos la llegada de aumentos salariales como mínimo alivio a las subidas de precios y tarifas, aunque nada en los anuncios gubernamentales parezca ir en esa dirección. Si así no fuera, es difícil prever cómo enfrentarán millones de familias su situación pecuniaria hacia finales de mes, durante febrero, y aún más a comienzos de marzo, cuando los niños deban volver a las escuelas.-

 

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