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Don San Martín y su máxima ambición: recibirse de ciudadano. ¿A quienes no votaría?

Voy a reflexionar, levemente, sobre el 17 de agosto. Una de las reconocidas taras argentinas consiste en recordar a sus próceres en el día de sus muertes. Esos días los ahogamos con ofrendas florales y con discursos insípidos, inodoros. Sobre todo, inodoros.

12/08/2023 23:18
Don San Martín
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Voy a reflexionar, levemente, sobre el 17 de agosto. Una de las reconocidas taras argentinas consiste en recordar a sus próceres en el día de sus muertes. Esos días los ahogamos con ofrendas florales y con discursos insípidos, inodoros. Sobre todo, inodoros.

Pregunta para no esquivar: ¿Cuándo nació San Martín? Lo cierto es que yo no lo sé. Tendría que ir a googlear para enterarme.

En esa tan extendida ignorancia radica tal vez la razón de que nuestros próceres mueran dos veces: mueren, claro, cuando mueren; y mueren cuando los matamos congelándolos en la inalcanzable perfección del bronce. Los convertimos en siluetas gélidas, en mojones descorazonados. A partir de esos homicidios nosotros nos volvemos huérfanos doble pechuga: hacia atrás estamos (des)vinculados y hacia delante el futuro nos produce espanto, por lo menos.

Ante esto, ¿qué hacer? Por empezar dejémonos de joder. Aceptemos de una vez que nuestros próceres eran tipos que estornudaban, carajeaban, pecaban lindo. Si no los vivificamos, nuestros próceres sólo servirán para que las palomitas hagan lo suyo sin bajar al suelo.

Vayamos a don San Martín. El hombre solía decía: “En esta vida el primer bien es hacer buena digestión”. Fue un tipo singular, tan singular que su confesada máxima ambición era convertirse en “ciudadano”. No es casual que la máxima condecoración que otorgaba a sus colaboradores era recibirse de  “ciudadano”. En tales ocasiones ironizaba sobre su profesión castrense, decía: “Yo soy ya viejo para militar y hasta se me ha olvidado el oficio de destruir a mis semejantes”. Y además confesaba: “Por otra parte tengo una pacotilla (y no pequeña) de pecados mortales cometidos y por cometer”. Qué macanudo ese pecados “por cometer”.

Don San Martín en verdad era un argentino curioso. Una de sus rarezas es que renunciara al poder cuando, por ejemplo en el Perú, al poder lo tenía absoluto y servido en bandeja. No nos vayamos a creer que era un tenue abuelito. A veces se calentaba, y cómo. Por ejemplo, cuando entró en discusión con Manuel Moreno, le escribió a Tomás Guido: “Me parece que si no viene (Manuel Moreno) tendré que emprender un viaje a Inglaterra para no dejar a este malvado hueso sano”. Sencillamente, quería romperle la cabeza al tal Manuel. Y se lo escribió directamente: “Yo no conozco las cosas  (más) que por su verdadero significado, por esto es que le digo lo que francamente siento, a saber, que es usted un pícaro consumado” (...) “Le prevengo que jamás recibiré más cartas de usted porque me deshonraría pero sí (recibiría) su visita -que no es de esperar, porque usted es de aquellos que siguen el evangelio con exactitud, es decir, que si les dan una bofetada, vuelven el carrillo para que la repitan del otro lado. Sí señor, el coraje de usted sólo lo reserva para intrigas y picardías.” El cierre de la carta es de antología. Le escribió esto: “No tiene para usted la menor consideración, José de San Martín.”

Las rarezas de San Martín van mucho más allá: consideraba a los libros “sagrados”. Nada, pero nada que ver con esa generación de militares, incendiarios de libros y ladrones de criaturas, que estos años se amparan en leyes e indultos degradantes. Escribió en su momento: “Los sagrados libros forman la esencia de los hombres libres”. “El fomento de las letras es la llave maestra (...) La biblioteca es más poderosa que nuestros ejércitos”. Dan ganas de ponerle música a ese concepto: La biblioteca es más poderosa que nuestros ejércitos. Esto dicho por un exitoso militar. Esto. Nada menos.

A los interrogantes, ¿quién los carga? Aunque nos incomoden, afrontémoslos. ¿Qué les diría don San Martín a esos militares que justifican sus acciones escondiéndose en la Obediencia debida? A los cobardes, a los que descendían al deshonor San Martín los definía como “lagañas”. Eso, lagañas.

¿Y qué diría sobre los Bush y los hijos de Bush y sus bandas y toda esa ristra que hacen guerras preventivas aplaudidas patéticamente por monicacos lugareños? Lo que diría lo escribió a pulso: “La guerra es un azote desolador”.

Pensar que todavía en el año 2023 después de Cristo hay, aquí, muchos civiles que claman por la solución de la mano dura, del brazo fuerte. No tienen vergüenza. San Martín a esos imbéciles les responde: “El empleo de la fuerza, siendo incompatible con nuestras instituciones, es, por otra parte, el peor enemigo que éstas tienen, como la experiencia lo ha demostrado”... Hay quienes buscan “más que todo que un brazo vigoroso salve a la patria de los males que la amenazan (...) ¿Será posible, sea yo el escogido para ser el verdugo de mis conciudadanos?”  Fue claro como el agua clara: “La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene”.

Posdata.   San Martín, sobre todo el San Martín de la vejez, lo expresó con todas las sílabas. Amaba el ser ciudadano. A serlo hondamente aspiraba. Sostenía que “la biblioteca es más poderosa que nuestros ejércitos”. Sobre la celebración de los 40 años de democracia ininterrumpida no estaría mal que le echáramos un vistazo a lo que dijo y escribió aquel militar que soñaba con la patria grande, y con recibirse de ciudadano.

(Invito al eventual lector o lectora a que adivinen a quienes no votaría en estas elecciones, don San Martín).   

    * zbraceli@gmail.com    ///   www.rodolfobraceli.com.ar

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