En las calles de Mendoza, dos almas errantes deambulaban, compartiendo plazas y refugios, luchando por su sustento diario y sin un solo centavo en sus bolsillos. Pero un día, hace ya más de siete años, el destino tejió su intrincada trama y los unió de una manera que ninguno de los dos podría haber previsto.
Daniel, un hombre con un pasado marcado por la pérdida temprana de su madre y la confiscación de su hogar debido a deudas, se encontraba desde muy joven sin un techo que lo cobijara. Por otro lado, Melchora "Reina" Caucota, madre de hijos y anteriormente residente en Tunuyán, se vio abocada a la vida en la calle tras su separación, con pocas opciones disponibles.
Fue en un momento aparentemente casual en la Plaza Sarmiento donde sus caminos se cruzaron. Alguien amablemente les ofreció empanadas, y en ese gesto generoso, Daniel eligió darle una de ellas a Reina.
Así comenzó un diálogo que floreció en una amistad profunda, y en poco tiempo, se transformó en un romance ardiente.
La vida les había arrebatado mucho, pero juntos, encontraron una nueva esperanza. Tras años de lucha, consiguieron empleo en labores de limpieza y, finalmente, pudieron permitirse el lujo de compartir una modesta vivienda. Sus sueños, sin embargo, eran aún más grandes: anhelaban una situación económica más favorable, una casa más espaciosa y adecuada, y el reencuentro con los hijos de Reina, para formar una familia unida.
La pregunta que Reina un día le hizo a Daniel cambió sus vidas por completo. Ella le propuso casarse, un sueño que llevaba en su corazón. Aunque Daniel se sorprendió inicialmente, no pasó mucho tiempo antes de que comenzaran a planear su boda. Era un sueño cumplido para Reina, quien jamás habría imaginado que, a la edad de 51 años, caminaría hacia el altar, acompañada por su propio hijo.
Para Daniel, Reina era la definición de la perfección. Se sentía afortunado por haber encontrado a alguien que era difícil de describir con palabras, una compañera incansable, una trabajadora ejemplar y una persona de gran corazón que sabía cuidar de él.
A lo largo de su noviazgo, hubo un refugio constante en sus vidas, un lugar lleno de alegría y apoyo: el Patio Callejero. Esta organización diocesana brindaba asistencia alimentaria en las instalaciones del templo Nuestra Señora De la Merced, ubicado en Montecaseros 1647.
No es sorprendente que, en ese mismo lugar que les ofreció consuelo y ayuda en sus momentos más difíciles, decidieran unirse en matrimonio. La Pastoral de Calle organizó una festiva boda a la canasta para ellos. Reina llevaba un hermoso vestido de novia, había una elegante torta de bodas y los novios se perdieron en el vals de su amor. Luego, junto con sus queridos invitados, disfrutaron de la celebración con alegría y gratitud en sus corazones.
Daniel expresó con emoción: "Creí que nunca tendría la oportunidad de amar ni de ser amado, pero me equivoqué rotundamente, porque encontré a alguien que siento que es perfecta. No puedo describirla de ninguna otra manera". Esta es la historia de un amor que floreció en las calles, uniendo dos almas errantes para siempre en un compromiso sagrado, demostrando que el amor puede iluminar incluso los lugares más oscuros.