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Cuatro plumas mendocinas y su semblanza a nueve meses del "¿Qué mirá, bobo? ¡Andá pá'llá!" de Messi

El 9 de diciembre de 2022 quedó en la historia tras el tensionante Argentina vs Países Bajos en el Mundial de Qatar. Jóvenes periodistas locales expresaron sus respectivas vivencias al respecto

 

Redacción
09/09/2023 12:18
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El 9 de diciembre de 2022 quedó grabado en la memoria colectiva a partir de un hecho ocurrido en torno al encuentro que disputaron Argentina vs Países Bajos, en los cuartos de final del Mundial de Qatar.

Más allá de lo futbolístico, la reacción de Lionel Messi post partido permitió conocer más de la personalidad del futbolista - para muchos, el mejor del mundo - al reaccionar ante la presencia del neerlandés Wout Weghorst, a quien le expresó, en modo visceral, "¿Qué mirá, bobo? ¡Andá pá'llá?!", generando sorpresa por el modo y la circunstancia.

Una experiencia académica, realizada por alumnos del segundo año de la Escuela Superior de Periodismo Deportivo de Mendoza, en la cátedra "Comunicación Gráfica II", a cargo del profesor Fabián Galdi, trabajó el tema a partir del uso de palabras generadoras de un concepto global que sirvió como disparador para explicar cómo se vivió aquel momento de motu proprio.

A continuación, cuatro de las reseñas escogidas.

 

 

Baúl de los recuerdos: el humano vive de remembranzas y más si son de algo especial.

La última Copa del Mundo dejó mucho por contar. Hay días o fechas que se recuerdan para siempre: el nacimiento de un hijo/a, la obtención de algún logro, el primer día de trabajo en el lugar que siempre soñaste o quizás un viaje. Motivos hay de sobra, pero para un argentino (y más si es futbolero) es acotado.

El fútbol mueve los hilos de miles de almas que se alimentan con la adrenalina y la pasión de una pelota rodando y veintidós tipos corriendo detrás. Debido a esto, es que en cualquier juntada casual con amigos, compañeros de trabajo o familiares, siempre sale alguna anécdota del Mundial de Qatar 2022. ¿Y cómo no? ¡Somos campeones!

Vale la pena recordar lo que pasó el 9 de diciembre del año pasado, el día más que importante para la selección, no solo porque se jugaba el pase a la semifinal del mundial, sino también por el rival al que tenían que enfrentarse: ni más ni menos que Países Bajos. 

Antecedentes, varios. Incidentes entre jugadores de ambos equipos, ni hablar. Comentarios y opiniones, sobraban.

Si hay que rememorar esa fecha, obviamente hay que hablar de las familias. Aquellas que desde temprano comenzaban a palpitar el encuentro. La mayoría con mate, yerba, bombilla y termo como objetos primordiales.

La previa se terminaba fusionando con el almuerzo, si es que se podía comer con tanta ansiedad y nervios.

El partido invitaba a experimentar varias emociones juntas: rechazo hacia los jugadores de Países Bajos por el juego brusco y comentarios previos al partido, enojo por los cobros de Mateu Lahoz (árbitro principal), angustia por la cantidad de oportunidades que se habían perdido para liquidar el partido e incluso- con 30 grados o más de temperatura- se podía sentir un frío repentino en todo el cuerpo cuando el resultado no se movió en el tiempo extra y el juez principal indicó la definición desde los doce pasos. Pero la garra que ponían nuestros jugadores adentro de la cancha invitaba a tener esperanza hasta último momento, y realmente fue necesaria.

Recordar los detalles de ese partido, hasta el día de hoy, produce adrenalina. Desde la euforia por los dos goles de ventaja, las fantasías de Messi con el balón, el festejo como “Topo Gigio” del capitán argentino frente al banco de suplentes del rival, la picardía de los neerlandeses para ejecutar una jugada preparada y convertir el empate en el último minuto de los 90 reglamentarios, el pelotazo de Paredes al banco de Países Bajos, la rabia de Enzo Fernández después de malograr su penal, el desahogo de Lautaro Martínez tras convertir el gol que dio el pase a semifinales, el llanto y el dolor demostrado por los jugadores de la naranja después de la eliminación y las burlas de algunos de nuestros jugadores para con los derrotados al momento de festejar el último penal.

¿Quién no hubiera querido tener en ese momento una credencial para poder ir a los vestuarios y ser parte de los festejos? Seguro que más de uno. Miles pudieron acompañar a los jugadores en el estadio, pero la alegría y la fiesta se esparció por muchos otros puntos del planeta.

Videos de los festejos inundaron las redes, mostrando banderas desplegadas en casas, autos, negocios; sinfín de camisetas celestes y blancas copando desde el barrio más pequeño hasta monumentos como el Obelisco. Un sacerdote en andas con la Copa del Mundo (que se terminó convirtiendo en cábala), gente trepada a semáforos y árboles, bocinas que complementaban el canto, los abrazos, los gritos y las palabrotas que surgían de lo más profundo del corazón de cada argentino. No hubo policía que pudiera frenar tanta dicha. Y después de toda esa locura, aparecían videos o publicaciones tratando de encontrar una tarjeta de ómnibus, una campera, una bicicleta y hasta incluso billeteras que habían volado entre tantos saltos o extraviado (en el caso de la bici) como consecuencia de ser usadas para moverse de un punto de festejo a otro por personas ajenas.

Si bien recordamos todo esto como positivo, por el triunfo y la clasificación, hay que admitir que no todo fue color de rosas en ese encuentro o mejor dicho, batalla campal. La prensa fue la encargada de dar a conocer los acontecimientos vergonzosos que ocurrieron dentro del campo de juego, e incluso, fuera de este. Hechos que van a quedar plasmados en la historia, seguramente como algo que hay que evitar a futuro.

A diferencia de lo anterior, que mancha la memoria de ese partido, hay que resaltar algo extra futbolístico que le va a dar el toque de gracia al mismo. Hablamos de las palabras de Messi una vez concretada la hazaña, y no le vamos a dar más importancia solo porque las dijo el mejor jugador de la historia, sino porque representan 100% a cualquier argentino, y más en ese momento. “¿Que mirá’ bobo?”, “andá pa’llá”, palabras del 10 para Weghorst, el 19 de la selección neerlandesa, que graciosamente para algunos ya quedó bautizado de esa forma.

El resultado de la difusión de esa declaración del astro - en aquel momento- del Paris Saint Germain fue increíble. En consecuencia, al día siguiente ya circulaban en distintos comercios tazas, bufandas, remeras, gorras, hasta incluso zapatillas y stickers con las cómicas frases.Lo que nos esperaba después de todo eso era imposible de saberlo en ese momento, pero no de soñarlo. No había despertador que nos sacara de ese sueño de ser los mejores. El bar de la zona se convirtió en el testigo principal de las tantas promesas que se hicieron.

Solo había que confiar y preparar la garganta: la meta estaba cerca.

Melisa Sánchez Sendra

 

 

 

La tarde en que Messi sacó a relucir su traje de capitán

En la agónica clasificación por penales ante Países Bajos luego de empatar 2 a 2, Lionel Messi protagonizó un impensado momento.

El partido ante los neerlandeses, por la instancia de cuartos de final de la Copa del Mundo en Qatar, no quedará como uno más en mi memoria. Si bien aún permanece latente el duelo entre ambos seleccionados en la semifinal de Brasil, el reciente lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Todavía guardo en mi mente lo vivido aquel 9 de diciembre de 2022.

Recuerdo estar arriba del ómnibus rumbo a mi casa luego de una ardua jornada laboral, mi auto se encontraba en el mecánico y todavía quedaban dos días para ir a retirarlo.

El pago del pasaje se me hizo complicado, no sé si por la ansiedad, los nervios o qué; pero demoré unos segundos en encontrar mi billetera dentro del bolsillo del pantalón para sacar la tarjeta con la que pagaría el viaje.

 Ya sentado, me dediqué a mirar por la ventana mientras sufría el trayecto a casa, no por el viaje en sí ni porque el chofer estuviera conduciendo rápido. Más bien era por los nervios que tenía por el partido que la selección argentina estaba próximo a jugar. El mismo estaba pautado para las cuatro de la tarde, eran las tres y media y todavía me quedaba un largo trajín.

Todos estaban en el interior de sus hogares alistándose para vivir “otra final”; y sí, estos juegos del famoso “mata mata” se viven así, como una final. ¿Por algo vivimos el fútbol de forma tan apasionada, no?

A la derecha, apenas un puñado de chicos jugaban en la plaza del barrio. A la izquierda, los negocios con las persianas bajas, paisaje desolador pero entendible, ya que el momento lo ameritaba.

Como el colectivo pasa por el centro, logré detectar algunos lugares con gente reunida, un bar sobre todo; allí, un minúsculo grupo de personas se encontraba mirando la previa del partido. En algunas cafeterías, otros estaban degustando una cálida taza de café. A veces me pregunto por qué esa gente sentada en la vereda de un bar o en otros negocios no se queda en su casa mirando todo. Por momentos me respondo a mí mismo como un loco: será por cábala, pensé para mis adentros. Como si fuera poco, el viaje se vio interrumpido por el semáforo en rojo. Si ya de por sí el viaje era largo, esto demoraba más mi llegada.

Los minutos pasaron y finalmente logré llegar a mí hogar, me deshice de mi bufanda y campera; el día estaba frío.

Toda la familia ya estaba reunida. Nosotros también teníamos cábalas, como tomar mate, por ejemplo. Mientras unos ya estaban sentados, otros estaban calentando el agua para llenar el termo. Mi madre terminaba de colocar la bombilla en el mate mientras yo iba a mi habitación a cambiar mis zapatos por las zapatillas y colocarme mi camiseta de la suerte. Mi hermano se despertó enojado porque no escuchó el despertador para levantarse antes. El reloj se aproximaba a la hora indicada para el comienzo del show.

En primer lugar, aparecieron los equipos a la cancha, acompañados de esa música tan característica en cada ingreso y luego de una presentación imponente con luces y fuego. No cabe duda de que los qataríes tienen dinero de sobra para montar espectáculos de gran nivel. El himno, como en cada mundial, nos llena de emoción.

Con el pitazo del árbitro comenzó el partido de manera puntual y el estadio Lusail lucía un gran marco. Los hinchas argentinos y holandeses le daban una gama de colores magnífico y por momentos envidiaba a todos aquellos que podían vivir en primera persona un encuentro como ese. Los nervios se hacían notar en los primeros minutos, con muchas imprecisiones y faltas que se veían por doquier. Algún que otro futbolista ensayaba una bicicleta en el verde césped, más como lujo que como recurso válido para generar una acción de peligro. Una picardía, por decirlo así.

El grito más lindo del fútbol se hacía rogar, pero a falta de diez minutos para el final, una genialidad de Lionel Messi hizo que buena parte del estadio gritara de euforia. Nuestro capitán cedió un pase en profundidad y con una técnica envidiable para un Nahuel Molina que rompió con facilidad la última línea, y con una definición de tres dedos, puso la pelota contra el palo más lejano del arquero Andries Noppert .

Leo seguía haciendo de las suyas. Él estaba disfrutando ese mundial cual niño que se divierte en el patio de su casa. El árbitro marcó el final y los conjuntos se fueron para el vestuario con el marcador a favor de nuestra selección.

Durante el entretiempo, los mensajes de whatsapp iban y venía comentando con amigos lo ocurrido en los primeros cuarenta y cinco minutos. Como toda conversación, los stickers no podían faltar.

El segundo tiempo comenzó y la esperanza de la victoria parecía sólida, ya que nuestro equipo estaba jugando bien. La táctica desplegada por Lionel Scaloni estaba funcionando a la perfección y el correr de los minutos se hizo lento por momentos.

Argentina proponía de a ratos un juego directo y vistoso, el vértigo que proponía el equipo de mitad de cancha hacia adelante parecía un problema sin solución para el elenco europeo.

Claro está que en esta clase de partidos nunca hay que confiarse con el rival de turno, Países Bajos no proponía un juego de “golpe por golpe” y más bien se dedicaba a agazaparse para salir rápido para sorprender con alguna contra a los dirigidos por Scaloni. Y créanme que de a ratos lo conseguía.

La adrenalina en el campo de juego parecía trasladarse a los espectadores presentes, como también a los millones que miraban el partido por televisión. Con esa misma adrenalina, Marcos Acuña encabezó una guapeada individual sobre la banda izquierda que le permitió ingresar al área con pelota dominada, cuando fue derribado por un rival. El árbitro no se mostró dubitativo en sancionar la pena máxima. Messi se hizo cargo de la misma y, con la perfección que lo caracteriza en este deporte, derrumbó las esperanzas del arquero para contener ese penal. El portero fue un espectador de lujo de esa definición, mirando atónito como esa pelota dormía sobre el costado de la red.

Nada parecía indicar que el resultado estuviera en peligro, mucho menos faltando veinte minutos para la finalización del encuentro. Pero, como mencioné anteriormente, nunca hay que confiarse.

Países Bajos reaccionó a tiempo y puso a la Argentina en apuros y con las pulsaciones a mil, y no era para menos. Wout Weghors había ingresado desde el banco y había convertido los dos goles para igualar la historia y llevar la definición al alargue. Es imposible no acordarse de ese empate agónico. Todavía tengo pesadillas con aquel momento y eso que ganamos.

El árbitro Mateu Lahoz había adicionado DIEZ MINUTOS de tiempo adicional y todo bien con que fuera una nueva disposición de la FIFA, pero esos minutos parecían una eternidad. Y fue justamente en esa eternidad que ellos llegaron a empatarnos: un tiro libre en la puerta del área terminó transformándose en una habilitación para un Wout Weghors que sólo tuvo que controlar el balón y definir a gusto.

Mientras ellos se fundían en un abrazo, yo tenía un dolor inmenso en el corazón, cientos de palabrotas se me cruzaban por la mente para vociferárselas a viva voz al juez principal, aunque no lo tuviera enfrente. En ese instante, deseé ser policía para llevarme detenido a ese ladrón vestido de negro, porque- lo que había hecho- en mi barrio se llama robo a mano armada.

Sensaciones como el enojo y la angustia nos habían invadido a todos en la casa, la rabia brotaba por mis poros y mis ojos enrojecidos daban cuenta de ello. El arbitraje había sido vergonzoso.

Se tendría que buscar en los grandes libros de la historia de los mundiales o entrevistar a algún estadista para saber a ciencia cierta cuándo se han mostrado tantas tarjetas amarillas en un mismo partido. El número habla por sí mismo: QUINCE. Todo un dato que bien podría ser publicado en el Libro Guinness.

El alargue terminó y se venía la etapa de mayor sufrimiento, los penales. Los nervios nos atacaban, a los de las gradas y a los que estábamos a miles de kilómetros de Qatar. Ni me quiero imaginar cómo estaban los futbolistas.

Los que más saben dicen que la caminata desde el círculo central hasta el punto penal es la peor de todas. Un cúmulo de sensaciones y pensamientos desatan una batalla interna que la persona en cuestión debe superar. No lo voy a negar, el miedo de una posible e injusta eliminación atormentaba mis pensamientos.

Por fortuna teníamos otro salvador, Emiliano Martínez, el “Dibu” para todos nosotros. Ya había demostrado en la Copa América de Brasil su capacidad para dominar los nervios en un momento cúlmine y volverse gigante en el arco.

Con unos reflejos e intuición realmente envidiables, se lanzó a ambos costados logrando contener los dos primeros lanzamientos de los rivales. Sus compañeros hicieron lo propio y Argentina avanzó a la próxima instancia.

Nuestra selección había cumplido con el primer objetivo cuando partió en el avión a tierras árabes: jugar los siete partidos.

Eso ya era un hecho, aunque claro, ese séptimo partido que todos anhelaban jugar era la gran final.

Las bocinas de los autos no se hicieron esperar para festejar la clasificación y un desahogo generalizado se sintió en mi casa, en la de los vecinos y ¿por qué no?, en las de todo el país.

Me sentía en un cuento de fantasía. El llanto de alegría en familia y la voz resquebrajada que salía de cada una de nuestras gargantas evidenciaban lo sufrido de ese partido.

Nadie que haya presenciado ese juego puede decir que no fue uno de los mejores en toda la historia de las Copas del Mundo. No sólo por lo emotivo, por los goles o por el inigualable Lionel Messi que estábamos viendo. Las atajadas del “Dibu” Martínez o el gol agónico del empate, el rechazo de Leandro Paredes, que más que un rechazo fue un pelotazo lleno de ira contra el banco de suplentes del equipo europeo y todo el tumulto venidero, sólo hacen más épico ese recuerdo.

Como fue épico el momento donde el mismo Messi festejó con el gesto del famoso Topo Gigio, luego de convertir su penal. Aquel que inmortalizó Juan Román Riquelme a lo largo de sus años como futbolista, ahora estaba siendo mostrado en señal de guerra ante los ojos serios de Louis van Gaal en esa afamada “Batalla de Lusail”. Otro hecho curioso se dio en la zona mixta una vez finalizado el encuentro, el cual tuvo a Lionel Messi y Wout Weghors como los grandes protagonistas ante los ojos de toda la prensa. Mientras varios periodistas con su credencial a la vista esperaban a los animadores del juego, nuestro capitán se encontraba dando una entrevista para un medio deportivo de nuestro país. En medio de la nota se lo vio fastidioso y enojado con Weghors, Messi dejó de dar la nota ante la mirada sorprendida del periodista que intentaba calmarlo en vivo. Nadie se imaginó esas frases tan graciosas que se pronunciaron en ese atípico momento: ¿Qué mirá’ bobo?, andá pa’llá. Imagino que la situación era tan cómica como surrealista para los allí presentes, ya que nadie se hubiese imaginado ni en sus más alocados sueños, a un Messi hablando de esa manera.

Sin dudas, ese partido de Cuartos de Final tuvo todos los condimentos, dentro y fuera del campo de juego. Una guerra futbolística que ningún amante de este deporte podrá olvidar jamás. Pero claro, falta lo más importante de mi historia: contar cuál fue mi promesa a cumplir si lográbamos el tercer título mundial.

Ese es otro cuento, que les contaré en otro momento.

Matías Argüello

 

 

Una unión que quedó pendiendo de un hilo en Qatar 2022

Se enfrentaban Argentina y Países Bajos aquel 9 de diciembre por la Copa del Mundo en el Estadio Lusail  y en los cuartos de final

En la previa, se sentía el rechazo de un bando bastante altanero y confiado que se exponía en una conferencia de prensa hablando con soltura y soberbia contra el seleccionado argentino, dando así una pequeña batalla que iba a avecinarse en el campo de juego. El director técnico de Países Bajos, Louis Van Gaal, había hecho declaraciones desafortunadas, soltando sus palabras contra el mejor jugador de la historia y no lo veía a través de Argentina, sino que lo arrastraba desde que estaba el astro argentino en el Barcelona.

Desplegadas las sensaciones, se venía el momento de cruzarse en un partido que iba a estar lleno de suspenso, de nervios y donde se iban a mostrar tarjetas de todos los colores. Por la tele, previamente, pasaban cada instante desde la llegada al estadio hasta los ómnibus donde estaba cada seleccionado. Se escuchaba música y se veía la gente tratando de buscar su lugar. Todo organizado, ya que fue un país donde había una estructura meticulosa para tener un evento a nivel mundial. Además, de respetar su cultura para no tener algún tipo de inconveniente, ya que la hinchada argentina siempre se ha caracterizado en ser muy llamativa y participativa en un Mundial.

Para los argentinos, cuando es tema de fútbol, no importa el clima si hace frío o calor. Siempre van a estar cuando Argentina está presente y, los que no, se acomodan sus horarios y ponen el despertador aunque saben que lo tienen activado en el cuerpo por ser apasionados.

Los cuartos de final comenzaron cuando salieron las banderas al campo de juego. La tribuna ovacionaba, un espectáculo de luces hacía la apertura, se formaban los jugadores -serios- y, cuando empezó el momento de los himnos, se llenó del orgullo de estar ahí o atrás de la televisión. Escuchando y viendo a los futbolistas cantar el himno fue una emoción para la mayoría, que largó su llanto iniciando así  con fuerza y con la confianza de un equipo ganador.

Desde las casas, con la comida preparada, la taza se fue acercando para después del almuerzo y así disfrutar del partido, aunque para esa época no era el café sino algo fresco para pasar el calor, ya que siempre tuvimos mundiales en los que pasábamos vistiendo campera. Un Mundial en diciembre en el que se fueron acercando otros acontecimientos: en Argentina, la economía no estaba equilibrada y la billetera tenía que hacer jueguito para ahorrar una picada o un asado para juntarse con la familia o amigos cuando jugaba la selección, pero eso nunca impidió la unión de los habitantes del suelo argentino.

La euforia empezaba cuando sonó el silbato del árbitro para dar comienzo a los cuartos de final. Un partido interesante con angustia y fe. Todos encerrados en sus casas, hasta la policía en las comisarías o en los móviles en las calles escuchando por radio ese paso más para seguir en la Copa del Mundo. 

Las gargantas secas, con nudos, con gritos y palabrotas salían de cada lugar y retumbaban en las calles sin salir de casa o de un bar.

Así, viendo a los espectadores apretar camisetas, gorros, banderas y bufandas en pleno verano con la celeste y blanca. Las calles vacías con los semáforos intermitentes, sin ruidos de bocinas y los barrios sin un alma en la calle.

Mientras, en Qatar, los hinchas masticaban la credencial de pase o los mismos periodistas no podían ocultar las reacciones al costado de la cancha con lo picante que estaba el partido.

En casa, el mate y el termo  fueron los protagonistas y la bombilla pasaba de boca en boca haciendo una ronda y, a la vez, era micrófono.

Lo que no faltaba eran las cábalas. Cada uno tenía su ritual de cómo pasar estas instancias para llegar a una final, y más cuando fue un clásico, muchos se sentaban en el mismo lugar o se ponían el mismo atuendo o hasta las zapatillas desgastadas como para enviar mejor suerte.

El tiempo pasaba y el partido se ponía más caliente. Messi, enfocado para no pasar una eliminación, estuvo metido como nunca en el partido peleando la pelota con roces, infracciones, peleas y con pelotazos contra “La Naranja Mecánica”. 

La rivalidad estaba a flor de piel, la historia se cruzaba una vez más entre estos dos países que estaban en una bicicleta con un viaje de ida hasta la final. Hubo picardía en jugadas sucias que hicieron poner leña al fuego. Y señales en los goles que quedaron en la retina y en las fotos cuando el mejor jugador del mundo hizo la seña del “topo gigio” al banco holandés y quedaron callados con semejante gesto. Y, la rabia culminaba, más cuando se llegó a los penales, la fantasía de terminar con el resultado en el segundo tiempo y poner un punto final no había aparecido. 

Así se pudo llegar a los penales en cuartos con el corazón en la boca, siempre sufriendo hasta último momento. El argentino ha nacido para sufrir. La ansiedad invadía el dolor de recordar secuencias en los mundiales que dejaron a la Argentina afuera pero, a la vez, con la probabilidad de tener algo bueno, ya que definieron varias veces y pudieron pasar a la fase siguiente.

La promesa latente de seguir en camino se había cumplido: la Scaloneta seguía participando. Había pasado con esperanza a las semifinales del Mundial Qatar 2022. El enojo del rival siguió después tratando de enfrentar al equipo que lo eliminó y esperando el momento con adrenalina, como para agarrarse a las manos en lo que iba a ser algo vergonzoso. Hasta había quedado plasmado en una entrevista al final del partido, con el gran jugador argentino y donde se hizo viral y célebre la frase: “¿Qué mirá, bobo?”, “¡Andá pa’llá!” , que se llevó alrededor del mundo como forma de sticker y memes. 

El aliento de desahogo se sintió en las tribunas junto con el abrazo que crecía cada vez más. En los vestuarios, se sintió la alegría y el festejo ante tan duro partido, tal como si hubieran ganado la gran final.

Eliana Di Nucci

 

 

La épica batalla entre Argentina y Países Bajos en Qatar 2022

Un enfrentamiento que desplegó emociones extremas en cada rincón del mundo y del país, donde nadie se despegó de sus televisores.

Era un día fresco en Qatar. El despertador sonó temprano en los hogares de todos los hinchas de la Selección. Tomando mi primera taza de café desde temprano por la ansiedad, ya el segundo termo que llenaba de café, salí con mi billetera y la credencial al estadio, sintiendo la euforia en el aire que corría por mi campera de cábala.

Mientras esperaba el ómnibus, vi a un grupo de aficionados argentinos cantando con la garganta desgarrada. Bufanda y camiseta al viento, compartiendo mate y bombilla, diciendo “en Argentina nací, tierra de Diego y Lionel, de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré… ¡muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar, quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial!”.

Dentro del estadio, los vestuarios eran un hervidero de emociones. La adrenalina y la esperanza se mezclaban con el recuerdo de la eliminación del mundial pasado ante Francia por octavos de final.

Messi, el eterno capitán con su camiseta número 10, dio un discurso que desató un desahogo colectivo.

El pitazo inicial hizo latir corazones y un pelotazo desencadenó la primera picardía. Cabe recordar que estas selecciones ya se habían enfrentado anteriormente en el mundial 2014, en Brasil, donde fue un cruce muy picante. En los primeros minutos, Países Bajos quiso sorprender tras lanzar su primer ataque, pero la defensa albiceleste resistía con mucha contención y jerarquía. En un satisfactorio primer tiempo de la Selección, Nahuel Molina hizo el uno a cero parcial gracias a una gran asistencia de Messi, quien se había paseado a toda la defensa.

Las familias, en las casas, sufrían con cada cábala rota o por romper y también se sufría adentro.

En un partido interminable, llegó el segundo gol de Argentina de la mano de Leo Messi en una gran definición dese los doce pasos. Lo festejó con el gran Topo Gigio mirando al cuerpo técnico holandés, pero -como dice el gran dicho- no sos argentino si no se sufre: llegó el tanto holandés y, al final del partido, el empate. El semáforo marcó el final del tiempo reglamentario y no quedaba otra: “a sufrir se ha dicho” desde los doce pasos.

Finalmente, Argentina ganó en un despliegue de emoción. Los abrazos y las lágrimas de los jugadores eran notables. El partido, una fantasía hecha realidad.

El post partido fue picante entre ambas selecciones, ya que cuando un periodista entrevistaba a Messi, se acercó un jugador holandés a saludar y Leo le tiró, caliente: “¿Qué mirás bobo, qué mirás bobo? Andá, andá pa’llá, bobo, ¡andá pá llá!”, le tiró, mirándolo a lo lejos. Sin dudas, esta será una frase que quedará para el recuerdo.

Después del encuentro, los aficionados argentinos se congregaron en las inmediaciones del estadio y del centro de la ciudad. El enojo y la angustia se transformaron en alegría desbordante. La noche se llenó de canticos y bailes, obviamente también hubo palabrotas y la ciudad vibró con la victoria.

Al otro día del partido, los diarios locales e internacionales destacaron el triunfo en titulares gigantes.

Los stickers conmemorativos de la victoria se vendieron como pan caliente. En los rostros de la gente se veía la felicidad y el orgullo por su equipo.

Ya ha pasado casi un año de aquel partido tan recordado y las lágrimas de emoción todavía afloraban en los ojos de los hinchas argentinos. Fue un día en que el corazón de una nación latió al ritmo de su equipo. Una experiencia inolvidable que transcendió el futbol. Como ya sabemos, por fin el capitán pudo traer la tercera a casa.

Gonzalo Vargas

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