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Argentinazo en Qatar: todos los estados de ánimo posibles en un sueño que parecía imposible

La ya considerada mejor final de todos los tiempos en un Mundial cumple hoy su primer aniversario. La visión del periodista de Jornada, en su séptima cobertura periodística de una Copa del Mundo

 

18/12/2023 14:57
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Desde aquel 18 de diciembre de 2022 hasta este primer aniversario, aún persisten sensaciones personales que no se explican desde la lógica, sino a través de la visceralidad

Ya había costado apoyar la cabeza sobre la almohada en la noche anterior y razones no faltaban: familiares, amistades, colegas y voluntarios bangladesíes e indios consultaban acerca de cómo se desarrollaría la final frente a Francia. Como si nosotros tuviésemos la respuesta…si hasta estábamos a punto de consultárselos a ellos.

Nos tocaba el cierre a una cobertura tripartita para Grupo Jornada e intuíamos que se estaba a un paso de la gloria, pero – fieles al mandato de las cábalas – ni se nos ocurría emplear la palabra prohibida, esa que se cortaba justo en la letra “p”: camp…

Bastaba compartir un intercambio de ideas, una broma, un guiño cómplice o una promesa: lo que fuere. Sabíamos que, como un ritual eterno entre periodistas, no hay que festejar antes de tiempo.

Así, con Roberto Suárez nos tocó compartir el mismo escritorio en el palco de Prensa del Lusail Stadium, mientras Sergio Levinsky se hallaba cerca pero también dentro del espacio destinados a los periodistas acreditados vía FIFA.

La tensión se entremezclaba con nuestra ansiedad, sobre todo cuando notábamos la presencia de hinchas argentinos diseminados en diferentes espacios del gigantesco estadio qatarí. De tanto en tanto volvía a imponerse el coreo de “Muchachos” y la oda expansiva nos tentaba a participar de ese cántico tan emblemático como esperanzador.

Cada vez faltaba menos, pero también se advertía que el público francés ocupaba sus lugares y, aunque no tuvieran el equivalente a “Muchachos”, lo cierto es que de tanto en tanto se hacían sentir con sus gritos de apoyo, máxime porque buscaban el bicampeonato consecutivo para, así, sumar su tercera estrella en casi un cuarto de siglo.

La ceremonia previa a la definición de la Copa del Mundo podía resultarle atractiva al público imparcial o a quien el fútbol le resulta solamente un deporte y no parte de la cultura identitaria de una nación como la nuestra.

La salida de los equipos, la ejecución de los himnos respectivos y el llamado del árbitro a los capitanes - Leo Messi y Kylian Mbappé – fueron una sucesión de hechos relevantes que pasaron a la velocidad de la luz. A minutos de una final de Mundial, la presión emocional interior provoca disrupciones y solamente se esperaba el pitazo inicial del encargado de dirigir el juego.

Todo lo demás pasaba a ser secundario.

Y cuando el balón rodó, nos convertimos en testigos privilegiados e intérpretes de lo que 45 millones de compatriotas hubiesen querido vivenciar in situ.

El abracadabra de la magia futbolera.

Hoy, en un flash, atraviesan imágenes sensibles y a la velocidad de la luz: la sutileza de Messi a Lloris en la conversión del penal; la extraordinario producción colectiva que derivó en el sutil pase de Mac Allister a Di María para que este convirtiera un gol antológico; el descuento con el primer penal de Mbappé; la volea con el cuerpo inclinado del goleador de la Copa, apenas un par de minutos después; el primer suplementario y la definición de Messi con derecha y la demora en ser convalidado el gol; la mano de Montiel y otra vez “la pantera” infalible; el segundo más largo del mundo con la tapada monumental de “Dibu” Martínez a Kolo Muani; el casi gol de Lautaro apenas un par de segundos después; el rechazo de Dybala frente a Mbappé a los 124' y el pitazo final del árbitro para que, otra vez como con Países Bajos, sobreviniese la angustiante definición desde los doce pasos.

En ese mismo escritorio, Roberto y yo estábamos con la adrenalina por las nubes. No éramos los únicos así. Los periodistas argentinos tolerábamos como podíamos nuestras propias ansiedades y no las exteriorizábamos como los hinchas en cada sector del estadio. Por más autocontrol que tuviésemos, la procesión interna era compleja de controlar.

Y bien, invocamos a “San Dibu” y apelamos a nuestro lado cabulero sin medir límites.

La tapada a Coman y el tiro desviado de Tchoumeni nos habían dejado con los pies en el felpudo de antesala a la gloria. A esos pasos de Montiel los acompañamos hasta con plegarias futboleras invocando lo que se nos ocurriese en ese instante tan referencial. Y “Cachete” hizo lo mismo; se frenó, inspiró y expulsó el aire contenido, observando por el rabillo del ojo el movimiento de Lloris.

Lo demás fue historia conocida. Abrazos, gritos para desahogarnos, mensajería al instante con nuestros seres queridos, lágrimas, disfonía, ojos humedecidos por el llanto y, por fin, la certeza de que esta vez se había cumplido ese sueño que hasta en algún momento nos parecía imposible de vivir.

Faltaba más: resonaba “Muchachos” en cuanto hincha argentino estuviese en el Lusail Stadium, mientras los jugadores celebraban abrazo tras abrazo y nos llegaban noticias desde la Argentina que las calles, plazas y todo espacio público se iba cubriendo de multitudes de hinchas que desbordaban en entusiasmo desde Ushuaia hasta La Quiaca y viceversa.

Como representantes de Grupo Jornada, luego de la ceremonia por la entrega de la Copa y el ya emblemático modo con el que Messi respetó la tradición árabe y alzó el tan preciado trofeo, nos fuimos lo más rápido posible hacia nuestros destinos finales: la sala de conferencias de Prensa y la zona mixta.

Esta “mixed zone” estaba abarrotada de periodistas de todo el mundo y, obviamente, no solamente argentinos. Por tal motivo, ni siquiera podíamos movernos de nuestro espacio físico- de parados y manteniendo el equilibrio gracias al filo de una parecita a la altura de la cintura.

Casi dos horas después, se escuchó el sonido de un tambor, un bombo y redoblantes, mientras Leo salía acariciando la Copa del Mundo como si tuviera un bebé en brazos. Quisimos acercarnos, pero la espalda quedó húmeda porque desde unas botellas de champán que agitaban los Martínez – “Dibu” y “Licha” – un chorro cayó sobre varios de los periodistas que seguíamos apiñados allí.

Y, claro está, jamás hubo mejor humedad en la espalda que ésta.

El mix de lágrimas y champán resultó el mejor elixir posible y también agua bendita, tanto un año atrás como hoy.

Y sí, la tercera estrella ayer, hoy y siempre, seguirá iluminando como siempre y más que nunca.

 

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