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Parece que Javier Milei no quiere ser presidente

Las transformaciones que ha manifestado el candidato libertario sorprenden y hasta hacen dudar sobre sus ganas de presidir el país.

27/10/2023 09:11
Javier Milei
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Por Lacho Meilán

Desde que obtuvo el mayor porcentaje de votos ganando la PASO del 13 de agosto, Javier Milei ha tenido acciones, dichos y situaciones que a cualquiera que no esté demasiado informado, podría hacerle pensar que no quiere ser presidente.

El líder de La Libertad Avanza llegó a la popularidad hace poco tiempo, a partir de fuertes discursos en contra de la “casta” política, cuestionando a funcionarios de distinta extracción partidaria, a quienes en reiteradas ocasiones culpó de las crisis históricas del país. 

Habló de “motosierras”, de “exterminar” a la clase política, criticó duramente al kirchnerismo gobernante desde hace 20 años y hasta culpó al radicalismo como uno de los “grandes responsables de la decadencia argentina”, tratando a sus referentes de “inútiles” que “siempre le arruinaron la vida a la gente”.

En lo económico, y como especialista del tema, habló de que había que “dolarizar” de forma urgente para parar la inflación. Y despotricó contra el peso argentino -por cierto, cada vez más devaluado-.

También dijo que había que generar “vouchers” para la educación, deslizó que podría ser legal la venta de órganos, dijo que había que cerrar el CONICET, entre varias cosas más.

Ese discurso agresivo, disruptivo, le valió la adhesión de mucha gente, principalmente de jóvenes que no quieren el mismo futuro que tuvieron sus padres. Y -según las consultoras- también de personas de estratos sociales menos pudientes.

La consecuencia directa, aunque inesperada para muchos (incluso para él mismo), fue que ganó las primarias de agosto, de modo ajustado, en un escenario de “tercios”, con casi 30% de los votos. Pero lo hizo. 

A partir de ahí, su discurso cambió llamativamente. Aquella dolarización de la que hablaba ya no era tan factible en lo inmediato. “Habrá que esperar algunos años para que suceda”, dijeron en su entorno. Y él mismo lanzó explicaciones técnicas que empezaron a desalentar a los que esperaban esa salvación económica que antes planteaba sin dudar.

Si bien su estilo contestatario persistió, sus agresiones se morigeraron notablemente. Un tono más “conciliador” se coló en su discurso y en los debates. Ya no habló de “motosierras” para “exterminar” a la casta. Aunque sus seguidores más fieles no escondieron esa impronta que él mismo había creado.

Es cierto que siguió atacando personalmente a algunos candidatos, como a la propia Patricia Bullrich, a quien trató de “montonera terrorista”. Pero en general se mostró más suave, incluso con Sergio Massa, hoy su contrincante directo en el balotaje.

No falta el que dice que Milei es “un monstruo creado por el peronismo”, para pulverizar a la oposición. Si esa era la idea, sin dudas fue un éxito, ya que se llega al balotaje, tras una elección general en la que, casi sin sumar porcentaje de votos, Milei se transformó en la alternativa frente al oficialista Massa.

Sin embargo ahora el libertario vuelve a sorprender con actitudes que se contraponen a su discurso. 

Hace unos días le ofreció el Ministerio de “Capital Humano” a la Izquierda, tal vez con la idea de quedarse con el casi 3% que obtuvo Myriam Bregman. “Son las personas que más saben sobre el tema”, ponderó, en un vuelco de opinión sobre la Izquierda, que siempre estuvo en las antípodas de su pensamiento liberal extremo.

Y ahora ¡hasta se unió a la casta! a la que tanto denostaba. Porque abrazó a la “montonera terrorista”, que desde su apellido hasta en su militancia, ha representado lo que él tanto cuestionó. Y a Mauricio Macri, hijo de uno de los empresarios que también calificó de “casta”, al hablar de los que se enriquecieron con el Estado.

Podría decirse que lo que hace Milei es precisamente lo que hace cualquier político. Si tiene la oportunidad de presidir un país en base al voto democrático, busca el apoyo de distintos sectores. Eso es entendible. 

Pero avanzar tan deliberadamente contra los propios principios que planteó y que le valieron la adhesión de un creciente número de personas, que lo llevaron a ganar una elección y luego a salir segundo, hace parecer que él mismo se transformó en esa “casta mentirosa e inmunda”, como muchas veces llamó. 

Eso hace lógico pensar que lo suyo es también una mentira, y lo transforma en cómplice de los supuestos “responsables” de la crisis y la decadencia. 

A lo mejor su plan no era llegar tan lejos. A lo mejor sólo buscaba zamarrear a los argentinos. Si es así, también lo logró. Aunque ese plan resulta extraño y hasta perverso.

Pero viéndolo de otro modo, por momentos y con sus actitudes, parece que Milei no quiere ser el presidente de la Argentina.

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