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«Guapis», los no-lugares de la mujer

Esa polémica película que vale un Perú.
Nota: 9 sobre 10 (Muy buena).

18/01/2022 11:44
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La siguiente dramatización es ficticia y no representa a ninguna persona ni evento real. Cualquier —probable— similitud con la realidad ¿es pura coincidencia? (Si quiere ir directamente a la reseña no tiene más que saltear esta parte introductoria).

Personajes

TED SARANDOS, co-CEO y Director de Contenido de Netflix
SCOTT STUBER, Jefe de Películas Globales de Netflix

La acción se desarrolla en una de las oficinas del complejo de la calle 100 Winchester Circle, en Los Gatos, California. Año 2019, antes de que la pandemia de covid-19 comprometiera al mundo entero.

Primer y único acto

Oficina de Ted. Es una habitación más bien sobria, pero a medida que uno la observa bien comienza a percibir cómo se encuentra envuelta en un aire conspicuo y de extraño refinamiento; pareciera que la modestia fuera tan solo afectación, nada se percibe natural. La ventana se ubica hacia el oeste; por ella ingresa la desvaída luz de la mañana. Son las 7:35 de un plácido día de primavera. Sobre el escritorio hay una laptop cerrada, una taza de café todavía humeante y algunos documentos desordenados.

Ted permanece absorto en su celular; tiene gesto cansado. Al cabo de unos segundos suena la puerta.

TED: ¿Sí?... ¡Pase! (Inmediatamente Scott ingresa apresurado abriendo y cerrando la puerta sin apartar la mirada de Ted.)
SCOTT: ¡Mi querido Ted! ¿Cómo ha ido estos días?
TED: ¡Scottie! ¡Qué raro que estés usando los pies! Ja, ja…
SCOTT: Veo que no podés dejar pasar una… En realidad iba a reunirme con mi gente, pero no quería dejar de mencionarte un caso que me parece interesante. (Va a sentarse justo en frente de Ted.)
TED: ¿Qué pasa? Te escucho… ¿Tomás algo? Hace algunos días me hice traer esa máquina de café qu… (Scott lo interrumpe alzando la mano mientras mira atentamente su celular.)
SCOTT: ¡No, no! Es algo rápido… (Cavila unos segundos.) Voy a ser rápido. No te voy a quitar demasiado tiempo.
TED: Pues bien…
SCOTT: Resulta que hemos contactado con una muchacha… (Busca en su celular con bastante prisa.) Mamon… Maïmouna Doucouré (Pronuncia mal el nombre.) Bueno, una mujer francesa que en el 2015 hizo un corto que dio de qué hablar… En fin, estamos en tratativas porque tiene una nueva película… (Mira unos segundos hacia la ventana.) Uno nunca se acostumbra a esta vista, ¿no?
TED: Toda una postal, amigo mío. Incluso… he estado pensando en cambiar algo del mobiliario. Quiero que haya cierta armonía, cierta concordancia. No sé, ¿se está a gusto acá? ¿Te sentís cómodo o ves que… como que le falta algo?
SCOTT: ¿Algo? ¡Para nada!... Eso es ébano, ¿no? (Scott señala el perchero que se encuentra junto a la puerta.)
TED: ¿Eso? Sí, claro. Me lo regaló mi ex. He pensado que… no sé si combina lo suficiente. Quiero decir que algo me huele raro en esta oficina. (Suena el celular de Scott y llama la atención de Ted que hasta ese momento paseaba la mirada por la habitación con aire desorientado.)
SCOTT: ¡Dios! Uno no puede mantener una conversación de dos minutos siquiera… Dicen que ya me esperan en la sala. Me hubiera gustado que conversáramos un poco más…
TED: Ya ves, amigo mío, ¡el deber llama! ¿Entonces? ¿Qué tiene esa mujer de la que me hablaste? Me dijiste que están en tratativas, ¿no?
SCOTT: Sí, ¡claro! Simplemente quería que la tengas vista. Piensa rodar una película que habla de… ¿cómo decirte? La ‘sexualización’ (Scott subraya intencionalmente la palabra.) infantil en la Internet. Un grupo de niñas que se ven llevadas por las tendencias actuales… En fin. Pero es como un musical; hay baile y grupos escolares.
TED: ¡Wow! Algo muy de estos tiempos. La temática, digo. Además me da muy High School Musical, ¿no? ¡Eso mezclado es original! Y esta mujer… ¿Es de algún colectivo… representa algo?
SCOTT: Es de ascendencia afroamericana y por supuesto que se declara feminista y muy preocupada por la vulnerabilidad de los niños. Algo dijo del islam…
TED: ¡Qué buena noticia, querido Scott! Ya sabés que la sostenibilidad y la inclusión son dos de nuestros pilares, y si además lo hacemos divertido… ¡Esto me encanta! Bien que promete. Voy a estar atento a todo. Cualquier cosa que necesités, ya sabés… Y a mí que me parecía raro que vengas hasta mi oficina.

Los amigos se dan la mano y pasan algunos segundos de pie hablando de una que otra cosa circunstancial: no se escucha más que un confuso murmullo. Al cabo de muy poco rato se despiden, Scott sale por la puerta y Ted, luego de dar un sorbo a su café ya frío, mira hacia la ventana donde se realza el azul del mar con la luz ahora más diáfana de la mañana. Vuelve su mirada a su celular sin prender todavía su computadora.

Se apagan las luces. Cierra el telón.

¿A qué viene esto de ponerme excesivamente literario? ¡Acaso hiciera falta que me ponga así más seguido! Ocurre que, y lejos de saber exactamente de qué manera aconteció aquello, a lo largo del año 2019 se dio curso a la producción, por mano de Netflix, de la película Guapis (Mignonnes), dirigida por la francesa Maïmouna Doucouré. En el año 2017 esta buena muchacha ya tenía el proyecto en ciernes, pero pasó más de dos años y medio estudiando minuciosamente la relación de los menores con la Internet, procurando determinar, entre otras cosas, el tipo de contenido al que se encontraban expuestos. El guion ganó ese mismo año el Premio de Cine Global de Sundance; luego, en el año 2020, pero ya en el Festival de Cine de Sundance, ganaría el premio del jurado a la dirección.

Sin embargo, no todo es color de rosas. La película se vio envuelta en una poderosa controversia debido a que la gente de Netflix decidió promocionarla con una imagen de cuatro niñas en posiciones sugerentes —por decir poco—, por lo que la gran mayoría de la crítica no especializada puso el grito en el cielo. De todas maneras, no quisiera adelantarme a los acontecimientos de esta nota.

Hace dos días enteros que me propongo encarar esta reseña y todavía no sé muy bien de qué manera hacerlo —es por ello que es más extensa de lo habitual—. Ocurre que esta película rasgó mis carnes y me instiló un veneno sanador. ¿Sueno contradictorio? Bueno, no hay que alarmarse, en todo caso es algo semejante (y que me perdonen los especialistas) a lo que ocurre con la inoculación; con las vacunas, digo. A veces debemos recibir una porción de la enfermedad para poder combatirla. ¿Están también ustedes algo enfermos? ¿Y ya se han vacunado?

Pues bien, hasta hoy no me ha ocurrido eso de verme tan interpelado y a la vez incluido en una película visiblemente feminista. Esta obra me ha llevado a la patria femenina con un cuidado, un respeto, una delicadeza —también gran una aspereza— y una sapiencia que me ha dejado maravillado y a la vez dolido. Me ha dejado herido, como más arriba les contaba, porque me ha hecho sentir hondamente —y sentir lo hondo—. Me ha llevado hasta abajo, a las fangosas ciénagas de los dominios femeninos que pugnan por ver la luz. ¡Sí, todavía!

A pesar de lo dicho, se renueva en mis pensamientos eso que también les mencionara cuando reseñé 'The Lost Daughter' (2021): que soy hombre, heterosexual, etc. Pero ahora acontece que de verdad no me importa, porque lo que me ha hecho ver Doucouré con su película es que, más que hombre, mujer o lo que sea, antes debo ser humano… Y me ocurre también —y también gracias a ella— que ahora no sé distinguir con justeza qué es qué; no sé qué lugar le corresponde a cada quien, porque se han desplazado los lugares o no ha habido tales lugares. Porque ha instalado un debate en torno a la espacialidad, los dominios propios de la mujer y ello involucra a cualquier otro terreno que colinde con ellos, por lo tanto: todos estamos desplazados. Son los nuestros no-lugares. ¡Qué agobio!

 

 

Aproximaciones argumentales

Amy (la sorprendente Fathia Youssouf Abdillahi) es una niña senegalesa de 11 años, que vive en un apartamento con su madre y su hermano pequeño. Con el correr de los días deberá enfrentarse a situaciones desagradables y de profundo impacto emocional: un nuevo hogar, la misteriosa ausencia del padre, la religión islámica, su primer periodo y la nueva escuela. Debido a los inconvenientes intrafamiliares y al enorme rigor con que su religión lo cubre todo, llegará a encontrarse sola en momentos fundantes de su adolescencia temprana, lo que llevará a nuestra protagonista a buscar un espacio propio y a tomar decisiones de la más variada índole, involucrándose en un nuevo mundo: primero, secular; más tarde, irrestricto.

Conforme avanza la historia, veremos que a Amy se le abrirán las diversas alternativas que tiene para convertirse en una mujer. Es en eso, en las alternativas que tendrá como mujer, donde se cifra todo.

 

 

La herida abierta

La película tiene dos miradas; no hablo de dos maneras de ser vista, sino de que hay dos espectadores incluidos en ella. Una, es la mirada de Amy, que todo lo ve y procura integrarlo con los insuficientes recursos que ha de tener siempre un adolescente; la otra, es la mirada voyerista, la mirada espía que se ha introducido en la vida de una menor y sigue sus pasos con reprochable precisión. A la manera de quien lee un diario íntimo o se inmiscuye en un epistolario del cual no participa, así ve uno la intimidad de Amy, que no tardará en ser volcada al mundo.

Las actuaciones son todas estimables, incluso el pequeño hermano de Amy se encuentra en estado de gracia. La madre, la tía y las muchachas que formarán su grupo escolar también están geniales, pero más allá de la protagonista, la otra personalidad que hay que destacar es Angélica (Médina El Aidi-Azouni) quien llegará a convertirse en su mejor amiga.

La introducción de Angélica en la película es algo que atender. Durante algunos minutos vemos la espalda de una joven que, vestida con trapos muy de noche, baila sensualmente al ritmo del reggaetón. El hecho es que no acabamos de saber muy bien si se trata de una niña o no; algo en sus movimientos… ¡Pero no puede ser! Sin embargo, se sostiene la confusión hasta que gira y entonces la vemos, ¡Dios, que sí era una niña! ¿Acaso algún otro pensamiento ha cruzado por mi mente? Así juega la directora una y otra vez poniendo a prueba al espectador. Quiere que seamos conscientes de lo que estamos viendo, eso que las más de las veces pasa frente a nuestras narices sin que nosotros acusemos recibo. Constantemente esta brillante mujer imbrica el mundo anómico de los niños con comportamientos exclusivamente de adultos; las niñas, digo, constantemente pasan de la niñez a la adultez sin escalas y sin siquiera percatarse de lo que están haciendo. La directora quiere que veamos lo que hoy se-deja-ver sin el mínimo disgusto y reparo, para que caigamos en la cuenta de que somos nosotros mismos los agentes contaminantes.

El realismo con el que ciertas situaciones son representadas me ha dejado también muy cautivado: las situaciones en el hogar de Amy; las burlas en el colegio; cuando las niñas se pelean a puñetazos limpios; cuando los adultos deben reprender algún comportamiento, en fin, todo está muy bien. Sobrio y milimétricamente cuidado.

La factura técnica también es más que adecuada, no veo que haya mucho que destacar al respecto ya que la película tampoco lo pide. Solo he llegado a echar en falta alguna que otra elección que tan solo atañe al guion; cosas nimias en que las más de las veces no puedo evitar pensar, como «¿Dónde carga el celular?»; «¿Quién filmó ese video?» y demás. En fin, ¡tonterías! Son cosas que muy se me pueden reprochar, pero que me cuesta evadir del todo. Fuera de esas pequeñísimas cosas, que no hacen a la trama ni al mensaje, que incluso es posible que su servidor las haya captado gracias al penoso entrenamiento que propicia esa inevitable avidez de ver películas y que también pueden deberse a que se trata del primer largometraje de Maïmouna, no veo yerro en este film. Muy por el contrario, me resulta genial.

La escena final de esta obra me parece de una contundencia abrumadora. Llega a nosotros como el clímax esperado y de una manera tan pensada, tan evidentemente diagramada que me tomó por sorpresa. Esa película es cine del bueno y tiene todo lo que debemos esperar del cine. ¡Por fin, Netflix! ¡Por fin y creo que sin querer también!

 

 

Implicancias

Esta película rebosa de eso que podríamos dar en llamar metalenguaje. Sus postulados se desenvuelven por capas y tras cada nueva capa un paradigma se alza imponente y recubierto de significado. Si me propusiera tratar cada aspecto que creo ver asociado a este film les prometo que esta nota quizá no terminaría.

Primero debo despejar cualquier duda acerca de esa pequeña parodia ofrecida al comienzo de mis palabras. Dije que Netflix había aprobado sin querer el proyecto y sostengo esas zahirientes palabras mías. ¿Que por qué? Porque Ted Sarandos (no mi personaje sino el de carne y hueso) tuvo que salir a pedir disculpas públicamente luego de que la película fuera presentada como si se tratara de un musical pochoclero al mejor estilo Disney. Demuestra, de alguna manera o de otra, de qué manera los ejecutivos del gigante del streaming se han (no-se-han) implicado en su desarrollo. 

También me dio grima. Luego de ver esta película —durante la cual no pude dejar de expresar, en más de una ocasión y en voz alta, «¡Tiene razón!»—, llegué a sentirme verdaderamente descompuesto al ver las tantas reseñas que existen en Internet defenestrándola, y que dan cuenta muy vivamente de que en la mayoría de los casos los espectadores no entendieron un ápice de su mensaje. ¡Nada, ni un ápice!

Entre algunas cosas que leí, fui a dar con la opinión de alguien que sugería que la directora exageraba al presentar los bailes de las protagonistas y que no veía que la influencia de las redes y demás fuera tal; que es ridículo imaginar que los pequeños pueden emular semejantes cosas. ¡Madre Santa! Todavía quisiera yo saber en qué lugar vive esa persona que no ha visto lo que yo tantas veces sí, ¡y que tan cerca tengo, ya que ocurre frente a mis narices! He visto yo, con mis propios ojos, de qué manera niños de familias que conozco bailan al ritmo de la música más desagradable —desagradable por sus mensajes— de manera no menos desagradable e inapropiada y todo ello al son de risas y algunas expresiones como «¡Mirá qué divinos, cómo bailan!». Pero, a continuación, llega a mis pensamientos ese comentario —y que también leí— que sugiere que todo depende de los padres y que a los niños debidamente supervisados nada de eso les ocurre, y qué se yo cuántas cosas pedagógicas (pretenciosas) más.

Pero los peores comentarios, lectores míos, los comentarios que no tienen perdón y que a su vez demuestran que esta película es más inteligente que la media de todos esos que así se han expresado, son aquellos que establecen que la película es «material para pedófilos». Precisamente, lo que pretende Maïmouna es que nos sintamos todo lo incómodos que deberíamos sentirnos día tras día por permitir que nuestros pequeños se encuentren a merced de los más aberrantes contenidos; contenidos que tenemos profundamente normalizados, como normalizamos durante décadas el menoscabo hacia la mujer que en el horario de protección al menor bañaba la mayoría de los programas de nuestros televisores, y que todavía hoy… ¡Claro que esta película es profundamente incómoda y que está atiborrada de escenas horribles! Escenas en las que vemos las entrepiernas y los traseros de niñas de no más de 11 años, ¡pero ese es el punto! ¡Hoy, a todas horas, en todo momento, miles… millones de personas lo están viendo! No debería alarmarnos la película, debería hacer que volvamos nuestro rostro a la realidad y que en cambio nos alarmemos por esta.

Si alguno de esos quejosos hubiera sido algo más cauto antes de expresar sus opiniones, habría encontrado que la directora trabajó con varios profesionales y que, como ha sido dicho, realizó arduas investigaciones; que estableció un vínculo profundo de confianza con las niñas para que se sientan a resguardo; que las niñas fueron acompañadas durante todo el rodaje por psicólogos; que Fathia no tenía 11 años al momento de rodar la película, sino 14; que los padres de las niñas que participan en el film son activistas, etcétera. Seguramente los criticones deberían sentir no poca vergüenza, ya que la buena de Maïmouna se les ha adelantado, ¡y mucho! ¡Si alguien se ha molestado con la película es que la película logró su cometido! Y digámoslo de una vez por todas, por favor: no  he visto una sola nota en la que se realce la ejemplar valentía de esta mujer al rodar una película que tan claramente puede exaltar el ánimo de los mojigatos y que además se involucra vivamente con el islam, cosa que no es menor si uno tiene en cuenta la gran cantidad de atentados que han atenazado a Francia en las últimas décadas. Entre muchas tantas cosas, la directora ha recibido amenazas de muerte, pero nunca ha sugerido querer dar marcha atrás, incluso muy lo contrario. ¡Bravo, Maïmouna! (Si sigue por aquel camino no será raro que más temprano que tarde dejemos de usar ‘cojones’ para aludir al coraje y pasemos a usar ‘ovarios’). 

Pero lo que quisiera decir al último es que lo más destacable en esta obra, para quien les escribe, es ese mensaje desgarrador que nos dice a gritos que las mujeres hoy se debaten entre no-lugares. La mujer hoy pasa de una esclavitud a otra realidad no menos esclavizante. De alguna forma pareciera que la estrecha luz que ha entrado al recinto a lo largo de tantos siglos de cautiverio ha cerrado el horizonte para la Nueva Mujer; que ha enturbiado su mirada, y hoy, a fuerza de no haberlo previsto siquiera, existe una nueva forma pero no existe tal envase; hay un nuevo contenido, pero no hay nuevo continente. Las mujeres van errando como en un éxodo perenne, destinadas a reposar periódicamente en sillas que no les quedan, que no las soportan. Pensar la libertad desde la cautividad es una manera casi premonitoria de encerrarse; se trata de desanclar los barrotes, pero al paso que se desbaratan, otros se erigen algo más lejos. No hay lugares pensados para la mujer porque la mujer no ha estado antes en posición de pensarlos, entonces lleva el dogmatismo consigo; el dogmatismo y no la libertad. La libertad de hoy, ¡¿qué clase de libertad es y qué libertad promete a nuestras mujeres?! Y es precisamente allí donde todo se consuma: uno dijo ‘mujeres’, pero… ¡¿y las niñas?! ¡¿Qué libertad se promete a nuestras niñas; qué lugar?!

Nos olvidábamos… Amy es una niña, ¡es primero una niña!, pero resulta que tampoco habíamos pensado en eso, de eso también nos habíamos olvidado. ¿Cómo pensar en el lugar que ha de tener la mujer hoy si ni siquiera sabemos de aquel que le corresponde a los niños?

Como por un milagroso acto de magia escucho lejana la cantarina voz de mi querida María Elena Walsh y me aduerme con su canto… Extenuado, dejo de escribir… ¡¿Qué es lo que canta?!

«…vés… ¡Vamos a ver cómo es el Reino del Revés!»

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