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Un 3-0 que no altera ningún plan

La selección argentina venció, tal como se esperaba, a la hondureña por 3-0 en uno de los últimos partidos amistosos de preparación rumbo al Mundial de Qatar, con un resultado que no acaba de decirnos nada en particular sobre cómo se encuentra y llega el equipo de Lionel Scaloni a un mes y medio de su debut en la máxima cita.

24/09/2022 23:05
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Por Sergio Levinsky, desde Barcelona

Ya en otras columnas vinimos sosteniendo la necesidad de confrontar ya sea con equipos de mayor nivel como los europeos y si no es posible, por la cerrazón de la UEFA desde la implementación de la Liga de las Naciones que alteró los calendarios internacionales, al menos contra rivales que sean mundialistas, lo cual garantiza cierta concentración y preparación, y hasta enfoque hacia el mismo fin.

Nuestros vecinos de Brasil cotejan ante selecciones africanas en Europa, y lo mimo hace Uruguay ante asiáticas, siempre mundialistas. Si no había otros equipos a la vista, sí se pudo confrontar, al menos, con equipos como Estados Unidos o Canadá, que también pertenecen a la Concacaf, pero que están clasificados para la Copa del Mundo y además, han hecho mucha mejor campaña en el octogonal final clasificatorio para Qatar, en el que Honduras-rival de Argentina del viernes- salió última sin conseguir una sola victoria. ¿Cuál era, entonces, el sentido de enfrentarla? Lo dijo el propio Scaloni en la conferencia de prensa: no era el rival que quería, sino el que la AFA supo conseguirle.

La cuestión es que el partido fue lo que tenía que ser. Era casi imposible que fuera de otro modo por las enormes distancias que existen entre ambos equipos y no fue casualidad que a los 16 minutos, la selección argentina ya estaba en ventaja por intermedio de Lautaro Martínez, tras un excelente pequeño cambio de frente de derecha a izquierda de Lionel Messi a Alejandro “Papu” Gómez, cuyo centro fue bien aprovechado para empujar la pelota al gol por el centro delantero del Inter.

Estaba descontado que la selección argentina, aún con cuatro de los cinco suplentes en el fondo (apenas Nahuel Molina como lateral derecho) iba a dominar ampliamente y hasta pararse en la mitad de la cancha. Tanto, que la última línea y el arquero Gerónimo Rulli (vaya partido para probarlo) no tocaron el balón y hasta poco se puede calificar a Leandro Paredes como salida cuando cada pelota era robada en campo hondureño.

Sin ningún problema defensivo y ni siquiera de salida, lo único que se podía esperar era el rendimiento ofensivo del equipo albiceleste (el viernes, de violeta oscuro), pero allí es cuando el conjunto de Scaloni, que lleva un invicto de 34 partidos, sigue en deuda porque el entrenador, mucho más conservador de lo que parece, en vez de colocar extremos por las bandas, pone a volantes o mediapuntas como Lionel Messi (cada vez menos delantero, incluso en el PSG, en esta etapa de su carrera) y “Papu” Gómez, dejando demasiado solo, como punta, a Lautaro Martínez, que de todos modos, acostumbrado a un juego de contragolpe del Inter, se las suele arreglar para marcar casi siempre algún gol.

La gran pregunta respecto del equipo argentino es qué pasaría ante rivales que le quitaran la pelota, que tuvieran otra contextura física, que se equivocaran meno en los pases, que atacaran con laterales potentes, que le plantearan un duro juego aéreo, que probaran de media distancia al arquero, que no se durmieran en la marca, que fueran fuertes en el uno contra uno, que fueran veloces a la contra. ¿Cómo saberlo, si no se pudo cotejar ni una sola vez ante ellos desde hace meses?

La sensación sigue siendo la de que se trata de un equipo de volantes (cinco), con muy escasos delanteros, y defensores que pasan muy poco al ataque aunque enfrente haya un rival timorato, escaso de ideas, flojo en el reparto de la pelota y que, además, por momentos recurrió al juego brusco.

Para el segundo tiempo, Scaloni decidió el ingreso de Julián Álvarez, al que se notó algo acelerado y perdió algún gol en un mano a mano con el arquero Luis López, y pareció interesante tanto el aporte de Thiago Almada como especialmente, el de Enzo Fernández, que atraviesa un dulce momento en el Benfica y que se va metiendo de a poco en la lista definitiva para el Mundial.

Pero nuevamente, ¿cómo evaluar a jugadores que formaron apenas parte de un ciclo, en menos de un tiempo y ante un rival tan poco exigente? Casi imposible, como tampoco lo será ante Jamaica, o parece complicado que lo sea. ¿Entonces? Que la selección argentina llegará al Mundial prácticamente haciendo la plancha, sin demasiadas exigencias ni roce y claro, si luego resultara e dirá que fue una genialidad del entrenador por el hecho de no desgastar a sus jugadores para que llegaran finos al momento de la verdad.

En las historia de las preparaciones para los Mundiales hay de todo tipo de situaciones: cambios a último momento en tiempos de caos institucional, como en Inglaterra 1966 o Alemania 1974, o incluso Rusia 2018, y para Suecia 1958, el Mundial bisagra, el primero luego de 24 años (que en verdad fueron 28 porque para Italia 1934, la selección argentina viajó con un equipo que no era representativo y se volvió tras una única derrota ante Suecia), ya el periodista Dante Panzeri había anticipado, tras observar la gira previa, que aquel equipo no iba a funcionar en la máxima cita porque no lo notaba ensamblado, y se lo tildó de “aguafiestas” porque la idea que primaba era no había nada como lo nuestro, un año después de ganar brillantemente el Sudamericano de Lima con los recordados “Carasucias”.

Claro, pocos repararon entonces que a ese equipo argentino le faltaba nada menos que la terna central del ataque (Humberto Maschio, Antonio Angelillo y Enrique Omar Sívori), a los que pudieron sumarse Alfredo Di Stéfano, Héctor “Nene” Rial o el arquero Rogelio Domínguez, pero en aquellos tiempos no se acostumbraba a llamar a los que habían emigrado y se pensaba que con “lo nuestro” alcanzaba. Las dos derrotas, ante Alemania Federal pero especialmente ante Checoslovaquia (1-6) pusieron al equipo argentino en el lugar justo.

Este tiempo es distinto. La selección argentina también ganó la Copa América y nada menos que ante Brasil en el Maracaná, y hace poco más de un año y nadie sostiene que no esté en condiciones de realizar un gran torneo. Pero hubiera sido mucho más útil cotejar ante otra clase de equipos, para tener una mayor idea de dónde se está parado.

Por esa razón, este 3-0 no da ni para depresiones ni para euforias. Por la sencilla razón de que todos, o casi todos, saben que daba exactamente lo mismo, como muy probablemente ocurra el martes, en Nueva Jersey, contra Jamaica.

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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