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Selección argentina, antes y después del título

Ya de regreso del Mundial de Qatar, que tuvimos el gusto de cubrir junto a Roberto Suárez y Fabián Galdi, y a una semana de una notable conquista para la selección argentina, llega el momento de comenzar con los análisis más fríos para poder extraer conclusiones de lo ocurrido y poder proyectar para lo que viene, cuando apenas habrá tres años y medio hasta la próxima gran cita de 2026 y un año y medio para la Copa América de 2024.

25/12/2022 21:47

Por Sergio Levinsky, desde Barcelona

Antes del Mundial, desde estas páginas, planteamos el interrogante sobre cómo llegaba la selección argentina para enfrentarse con las potencias europeas cuando prácticamente no había enfrentado a ninguna en los últimos tres años y no por su culpa, sino por la cerrazón de la UEFA a los amistosos al inventar un nuevo torneo, la Liga de las Naciones.

Sin embargo, el equipo de Lionel Scaloni demostró con creces que estaba en condiciones de afrontar esos compromisos, como quedó comprobado ante Polonia, Países Bajos, Croacia y Francia, en los que, sufriendo o no al final, siempre tuvo las riendas de los partidos y nunca fue abajo en el marcador, algo que también llegamos a plantear: ¿Qué sucedería en caso de tener que remontar un resultado por parte de un equipo que se acostumbró en todo el ciclo a ser el primero en marcar para luego dedicarse a defender ese resultado? En todo el Mundial, eso ocurrió solamente en el segundo tiempo contra Arabia Saudita en el debut, y luego, nunca más.

Habíamos señalado también, y en más de una oportunidad, que Scaloni era un entrenador con planteos muy conservadores, como hacer volantear a los extremos en  vez de mandarlos al ataque. En este punto, la salida de Nicolás González, el que según el entrenador no estaba en condiciones de afrontar el Mundial, dejó al equipo argentino con un solo jugador para esa función, Ángel Di María, que tampoco estuvo al cien por ciento de sus posibilidades y por eso estuvo ausente o no disputó varios partidos. Sin embargo, en la final, el director técnico optó por colocarlo bien en el fondo, para encarar por izquierda a Jules Koundé, gran defensor francés que no siente la banda y que originalmente es marcador central. Distinto había sido el duelo del rosarino con Benjamin Pavard, lateral puro del Bayern Munich, pero éste terminó en el banco de suplentes, enfrentado al DT Didier Deschamps.

De esta forma, se intenta señalar una virtud de Scaloni y es que tuvo (y se ve que tiene) la mente abierta para rectificar sus decisiones, si nota que no fueron acertadas, así como dijo tras la final, con el título en la mano, que revisaría el por qué de un empate 3-3 cuando el partido estaba claramente para su equipo hasta diez minutos antes del final, y que lo haría con tranquilidad, algo que suena a coherente y necesario para el futuro.

No sólo en esto rectificó Scaloni durante el Mundial, en el que tomó decisiones drásticas: no esperar a un jugador clave como Giovani Lo Celso, pero tampoco, por detalles, al citado González o a Joaquín Correa. Tras el mal debut ante Arabia Saudita, hizo cirugía mayor y se la jugó por otra línea media con Enzo Fernández y Alexis Mac Allister, con el resultado conocido, al igual que por Julián Álvarez por un errático Lautaro Martínez. Cuando tuvo que jugar con línea de cinco defensores y en colocar a Lisandro Martínez, también lo hizo.

Si hay un debe de la selección argentinas en este Mundial, no pasa por alguna actuación individual (los cuatro laterales, el sector más vulnerable, fue de menor a mayor) sino por esta actitud de irse para atrás a defender el resultado una vez conseguido el o los goles que le significaron una ventaja en el marcador. Esto dio, consciente o inconscientemente, señales de repliegue a los rivales, que aprovecharon para adelantarse en el campo, colocar más delanteros o arriesgar más en general.

 

Seguramente, a partir de ahora, y con la posibilidad que se abre de que tanto Lionel Messi como Ángel Di María y Nicolás Otamendi continúen un tiempo más vistiendo la camiseta albiceleste, se abre un abanico de posibilidades como para ser optimistas. Ya Scaloni manifestó en la muy interesante conferencia de prensa post-final, que hay una generación de jugadores jóvenes que viene pujando por subir, desde Giovani Simeone, hasta Luka Romero, desde Alejandro Garnacho hasta un campeón del mundo con pocos minutos en cancha como Thiago Almada, desde Paulo Dybala hasta Lo Celso, Desde Facundo Medina hasta Nehuén Pérez.

Scaloni, junto a un muy buen cuerpo técnico, como el que componen Walter Samuel, Roberto Ayala y Pablo Aimar (éste, con enorme cordura, llegó a responder a una pregunta sobre por qué siempre vestía de buzo con el uniforme de la Selección, que mucha gente necesita comprarlo en muchas cuotas y que entonces le parecía muy bien lucirlo si se lo entregaban con ese fin), tiene por delante el desafío de administrar la riqueza con el objetivo de conseguir una hazaña sólo alcanzada por dos selecciones en la historia de los mundiales: la de repetir título consecutivo. Sólo Italia (1934-1938) y Brasil (1958-1962) lo consiguieron.

Lo ayudará una situación poco común para el fútbol nacional y es que la selección argentina tendrá ventajas psicológicas importantísimas: jugadores despojados de cualquier clase de presión tras ganar los títulos de América, Intercontinental y Mundial, y podrán lucir sus escudos y estrellas en la camiseta, y la disponibilidad de un gran plantel, con muchos valores nuevos para ayudar en la transición hasta la próxima era post-Messi que podría comenzar, quizá, cuando acabe el próximo Mundial (Jorge Valdano comentó que en la entrevista que le hizo a Messi previa al Mundial para la señal qatarí “BeIn Sports”, el crack rosarino le dijo fuera de micrófono que de ser campeón mundial “la camiseta argentina que me quedará pegada hasta el Mundial 2026”).

La selección argentina tiene tres claros objetivos hasta 2026: La Copa América 2024, que con bastante probabilidad se jugará en los Estados Unidos a mediados de 2024 y con un formato de cuatro zonas de cuatro equipos casa una con el agregado de seis conjuntos de la Concacaf a los diez de la Conmebol -Ecuador renunció a organizarlo aduciendo problemas económicos-), la clasificación para el Mundial 2026 (que no parece estar en riesgo toda vez que desde ese torneo participarán 48 equipos de los que Sudamérica cuenta con 6,5 plazas sobre diez participantes), y el Mundial, a mediados de 2026.

A esas grandes competencias se le agregarán, casi con total seguridad, minitorneos de cuatro equipos de distintos continentes, organizados por la FIFA en marzo de 2024 y de 2026, y, si las negociaciones llegan a buen puerto, podría incorporarse a un proyecto de Liga Mundial de las Naciones junto a Brasil.

Todo indica entonces que el trabajo de Scaloni se debería basar en mantener la base grupal que condujo al éxito, renovar con firmeza las posiciones del campo que sean necesarias en los cuatro años que vienen dándole lugar, de a poco, a los más jóvenes, y modificar estas señales conservadoras que, a la larga, generaron un injusto sufrimiento para un equipo que fue el mejor de todos en el Mundial y que no mereció tener que llegar hasta los penales.

En cualquier caso, es un camino soñado y sin tantas presiones. La selección argentina tiene ahora bastante tiempo y poca mochila de piedras para trabajar tranquila hasta sus próximos objetivos.

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