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Mucho más que un “Me Too” del fútbol español

Luis Rubiales sigue obnubilado. Indignado. Incrédulo. Se cree presa de una enorme injusticia. Justo en el momento de mayor gloria como presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), cuando por fin podía sentirse libre de debates, cuando pasaba al frente por el tercer campeonato mundial al hilo de la selección femenina (ganadora de las tres categorías) y poco después de ganar la Liga de las Naciones de la UEFA con la selección masculina, ahora le aparecen con esto del piquito sin consentimiento a la jugadora Jenni Hermoso.

26/08/2023 22:20
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Por Sergio Levinsky. Especial para Jornada

Rubiales, como poco antes Ángel María Villar, por 29 años presidente de la RFEF que debió dejar su cargo por hechos de corrupción, o Julio Grondona, el sempiterno presidente de la AFA durante 35 años (1979-2014), o ahora Claudio “Chiqui” Tapia, o Joao Havelange en la FIFA (1974-1998), o su sucesor Joseph Blatter (1998-2015), o ahora Gianni Infantino (desde 2016), se creen impunes porque el sistema así se los hizo creer.

Nada importa y mucho menos, lo que digan los demás, incluidos medios de comunicación, presidentes de Gobierno, políticos en general. Hacen lo que quieren porque nadie les pone un freno por una razón fundamental: el fútbol pasó a ser algo mucho mayor a un deporte. Es un fenómeno de masas único, diferente, capaz de generar las mayores movilizaciones de la historia (y los argentinos lo saben bien porque el pasado 18 de diciembre salieron más de 5 millones a la calle a festejar el título mundial de Qatar), y porque también es, en otro sentido, el nuevo reemplazo de la religión.

¿Cómo explicar, si no, la unción con la que cantan los hinchas en las tribunas? ¿Cómo, si no, el trato de semidiós hacia sus ídolos principales, o esos gestos de estirar los dos brazos hacia abajo a modo de reverencia a quien se considera más allá de la tierra? ¿Acaso no se parece la forma de levantar una Copa al oficio religioso levantando un objeto sagrado?

En su momento, Blatter afirmó que como presidente de la FIFA, él debía “administrar pasiones”, una frase que parece contradictoria. “Administrar” es un hecho ligado al cerebro, al cálculo, y las “pasiones” están ligadas a lo emocional, al corazón. ¿Se puede administrar pasiones? Acaso sólo el fútbol puede permitirlo. Sin embargo, esa “administración” sigue estando a cargo de unos pocos sentados alrededor de una mesa que suben y bajan el pulgar para decidir sanciones a un protagonista, para determinar qué empresa gana una licitación de derechos de TV, qué sponsor entra en la Federación correspondiente sin que nadie los controle, sin que haya un organismo supra futbolero que diga “tenga mano, compañero” y los pare, por una vez.

Y no vaya un protagonista del sistema a oponerse. El fútbol fue generando una especie de “famiglia” global en la que no vaya un jugador a decir que esto es una mafia, o una jugadora a quejarse del maltrato machista, o un director técnico, que su equipo es perjudicado por intereses, o un empresario, cuyo contrario ganó una licitación con métodos espurios, o un periodista, denunciar un hecho de corrupción. Todos, absolutamente todos, recibirán su reprimenda decidida por estos señores sentados alrededor de una mesa, y probablemente con apenas uno o dos tomando esas decisiones y el resto, atado por arreglos de distinto tipo, aceptará y hasta aplaudirá apostando a su conveniencia futura.

El fútbol avasalló tanto todos los terrenos que hoy muchos de sus dirigentes creen fehacientemente que se puede maltratar a jugadoras de una selección nacional, por más cracks que éstas sean, porque no tienen el poder de los varones, porque todavía no llegan a tener un poder de fuego mediático que las coloque en un lugar de fuerza. Esos mismos dirigentes, hoy personificados en Rubiales, creen de verdad que pueden tocarse sus partes en pleno Palco de Honor en un Mundial rodeado de autoridades e incluso, de su propio Gobierno o hasta de los miembros de su monarquía.

Esos mismos dirigentes, entonces, ven como absolutamente natural darle un beso en la boca y creer que fue consentido, a una jugadora que, seguramente en la euforia por haber sido recientemente campeona del mundo. Lo aceptará resignada y callará y nadie se dará cuenta y eso pasará desapercibido y luego argumentarán que es como su hija, que es un aprecio profundo que viene de lejos, o cualquier otra vana excusa.

Esos mismos dirigentes, que hoy son Rubiales, ayer Blatter y pasado mañana Perengano de cualquier país, mientras no haya un contralor, gritarán cinco veces que no dimitirán aunque el mundo entero los esté viendo, indignado, aunque más de media sala de amigos y gente favorecida por sus favores que los llevaron hasta allí en esa Asamblea, aplaudan sólo por compromiso hacia esos favores (designaciones en cargos, dinero cobrado en repartos de vaya saber qué licitaciones, o de aceptar jugar la Supercopa de España en un país como Arabia Saudita, justamente donde las mujeres no tienen los mismos derechos que los hombres).

No les importará que su Gobierno (en este caso el del socialista Pedro Sánchez) les marque el camino de salida y hasta traslade su caso al Tribunal Deportivo, ni que más de ochenta jugadoras (entre ellas todas las campeonas del mundo) manifiesten que se retiran y que no volverán a estar a disposición hasta que no se vayan, que la jugadora besada con impunidad y sostenga en un comunicado que fue sin su consentimiento y que en el avión de regreso del torneo de Australia fue presionada para aparecer en un video de disculpas con lágrimas de cocodrilo.

Todo esto ocurre, insistimos, porque no hay contralor. Porque el fútbol es un fenómeno arrollador manejado por unos pocos y que no tiene, por encima, un poder internacional que lo limite, que lo fiscalice, cuando mueve miles de millones de dólares e incluye cuestiones que llegan a afectar las diplomacias.

¿Cómo entonces Rubiales no va a creer que es tan injusto lo que le pasa, como tener que renunciar “apenas” por un piquito a una jugadora en el momento de su mayor gloria como dirigente desde lo deportivo? Lo cree porque siempre fue impune, porque no le sucedió nada cuando grabó conversaciones de ministros de gobierno, cuando se estableció un salario de 700.000 euros anuales y un plus por “vivienda” de 3100 euros mensuales, cuando negoció con el exfutbolista Gerard Piqué -como agente- para cobrar una fortuna por el traslado de la Supercopa de España a Arabia Saudita, o, incluso, cuando se llevó al hombro a una jugadora, como si fuera un paquete, en este mismo Mundial de Australia.

Rubiales nunca cederá en que se trata de un asunto de abuso de poder, simple y llano, aprovechándose de su cargo para darle un piquito a una jugadora en una premiación en el podio porque sabe que esa misma jugadora nada podía hacer (como ella misma manifestó después) y porque para él, acostumbrado a todas estas cosas, es nada más que una anécdota pasajera. Pero no lo es, y así es como el caso fue creciendo al punto tal de que a la misma FIFA que miró para el costado en tantas otras trapisondas suyas y de otros dirigentes de su país y de otros, no le quedó otra que suspenderlo y mostrarse activa en un tema que ya es relevante en el mundo entero, aunque más no sea para no quedar en offside.

Y aunque se sigue esperando una reacción mayor de los jugadores varones del fútbol español y del fútbol de todo el mundo, las cosas ya no son como antes, y este caso lo va demostrando, aunque falte tanto camino por recorrer, a la espera de llegar algún día, Año Verde, en el que se cree, por fin, un organismo que les diga “basta señores, hasta aquí llegamos, y deberán someterse a la misma ley que el resto de la humanidad”. Ese día, no habrá más dos Justicias, la de los humanos y la del fútbol y en este ámbito, las cosas pasarán a ser un poco más justas. Habrá que seguir luchando con una pelota o con el teclado de una computadora, pero los dinosaurios van a desaparecer.

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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