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Los capitales privados y la encrucijada del fútbol argentino

y ahora mismo se encuentra en el anteúltimo lugar y en posición de descenso en la Premier League inglesa, por parte del grupo PIF (Fondo de Inversión Pública) de Arabia Saudita, directamente relacionado con el príncipe heredero Mohammed bin Salman, dueño de una fortuna diez veces superior a la de la entidad emiratí que controla al City Group, es decir que maneja 320.000 millones de euros.

23/10/2021 21:20
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Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Una vez conocida la venta del Newcastle luego de muchos meses de insistencia por quedarse con el club albinegro que dirigía el desgastado Mike Ashley y gracias a que, por fin, los árabes accedieron a reconocer a BeInSports, la cadena televisiva de su enemigo Catar como la verdadera dueña de los derechos de las ligas europeas en vez de utilizar antenas ilegales para retransmitirlas en su país – lo que motivó una protesta ante la Premier League y a sus veinte clubes que entonces impedían la transferencia-, una enorme cantidad de hinchas salieron a festejar el muy posible paso a una nueva etapa de riqueza y de grandes fichajes que acabe con esta etapa decepcionante, con peligro de bajar incluso a la Championship, sin importar siquiera que el príncipe pueda estar involucrado en el asesinato del periodista Yamal Kashoggi, cuyo cadáver fue despedazado dentro de la embajada árabe saudí en Estambul.

De esta forma, Newcastle (Arabia Saudita) se suma al Manchester City (Emiratos Árabes Unidos) y al París Saint Germain (Catar) entre los clubes que directa o indirectamente reciben fondos estatales, y por lo tanto ilimitados, que hacen cada vez más difícil la competencia incluso con equipos de fuerte tradición y sólida economía como Real Madrid (que pertenece a sus socios aunque se maneja de manera bastante autocrática), Juventus (de la familia Agnelli) o el Bayern Munich (de economía mixta, porque acepta capitales privados aunque la mayoría de las acciones son de los socios).

No es casualidad que Real Madrid, Juventus y una derrumbada Barcelona (que obligó a la salida de Lionel Messi pese a haber aceptado rebajarse sustancialmente el salario) hayan encabezado un movimiento para organizar una Supercopa Europea por fuera de las estructuras de la Unión Europea de Fútbol (UEFA), con la idea de recibir fondos más abultados, algo que sigue representando una amenaza por más que hasta el momento no lo hayan conseguido debido a la resistencia que provocó que su idea de torneo haya sido cerrada, por invitación y sin contemplar los méritos deportivos para acceder.

El fútbol va hacia una dirección cada vez más concentrada (como no podía ser de otra manera cuando el mundo marcha por el mismo camino) y sumado a los escasísimos controles que la dirigencia mundial hace de la actividad, como si temiera a su industria o a quedar mal con ella por lo masiva que es, los capitales privados no sólo van tomando el control de los clubes en todos los continentes, sino que al tratarse de grupos poderosos, van comenzando a tener asociadas a varias entidades de países distintos cuando son cada vez menos los que impiden el advenimiento de las sociedades anónimas.

Días pasados, cuando se supo que el Newcastle había sido adquirido por los saudíes, el prestigioso periodista uruguayo Jorge Savia twitteaba preguntándose para cuándo un club de su país pasaría a ser manejado por este grupo, tal como ya ocurriera con el Torque, de Primera División, adquirido por el City, en tiempos en los que dos de los tradicionales mayores formadores de cracks como Danubio y Defensor Sporting se encuentran en Segunda, como si todo se hubiera invertido.

Lo que planteaba Savia no es en absoluto descabellado. De hecho, Newcastle ya tiene en su carpeta la adquisición de otros dos clubes: la Roma, -que con la dirección técnica de José Mourinho acaba de perder por un lapidario 6-1 contra el Bodo-Glimt noruego por la nueva Conference League, la tercera copa continental de la UEFA, algo así como el consuelo del consuelo (como si en Sudamérica la Conmebol inventara una Copa Conferencias para los que ocupan en sus ligas puestos aún inferiores de los que van a la Sudamerica), cayó en el clásico de la capital italiana ante el Lazio y hace rato que no gana un título importante- y el Cruzeiro de Brasil.

Ya  nos hemos referido en esta columna a la enorme diferencia que hoy sacaron los equipos brasileños a partir de su poderío económico que consiguió atraer a muchos de los que juegan en el exterior, completaron un ciclo allí, hicieron fortunas y ahora regresan a la liga de su país a terminar sus carreras, y no resulta nada casual que en las dos finales de las copas continentales de noviembre en Montevideo tendremos al Red Bull Bragantino enfrentando al Atlético paranaense en loa final de la Copa Sudamericana, y a la semana siguiente, a Palmeiras y Flamengo por la Copa Libertadores, además de que en este último torneo, estos dos equipos ganaron en 2020 y 2019.

A diferencia de Brasil y Uruguay, Argentina –como Paraguay- no acepta sociedades anónimas en los clubes de fútbol (más allá de que en la práctica existen distintos tipos de ensayos con capitales que se acercan de costado con distintos modelos como el de Defensa y Justicia, con un alto protagonismo del poderoso agente Christian Bragarnik, o el de Talleres de Córdoba, con una asociación con el Pachuca mexicano).

Lo que parece una virtud del fútbol argentino, como lo es haber resistido los embates de los intereses privados (especialmente en tiempos del gobierno de Mauricio Macri, cuando los clubes eran presionados para aceptar la entrada de sociedades anónimas a cambio de mantener la ley de los tiempos de Eduardo Duhalde para mantener rebajados los impuestos), podría seguirse complicando si a cambio de permanecer en el mismo statu quo, no hay un emprolijamiento de la gestión de sus dirigentes, un proyecto de verdad, y un marco serio tanto en lo regulatorio como en el sistema de disputa de los torneos.

Si el fútbol argentino no quiere quedarse atrás y pretende recuperar protagonismo internacional debe cambiar, lo que no tiene por qué significar que para ello deba aceptar capitales privados, sino marchar hacia otra etapa, con una dirigencia más capaz e imaginativa, que piense más en el colectivo que en el inútil tironeo individual.

Un ejemplo de ello ha sido la desprolija gestión de los derechos televisivos, tanto nacionales como internacionales, cuando perciben muchísimo menos de lo que podrían, contentándose con algunas monedas de más, o una liga de veintiséis equipos que en unos meses tendrá dos más para luego bajar –quién sabe- o acaso subir si hay, como siempre, cambios de timón a último momento, o con torneos de ascenso sospechados por arbitrajes que favorecen a los clubes amigos del poder, o barras bravas que ingresan sin problemas a los entrenamientos o vestuarios para presionar a los jugadores.

 

 

Si no hay posibilidad de capitales privados pero a cambio tampoco hay posibilidad de gestiones transparentes ni un marco que lo exija, el fútbol argentino languidecerá porque ni siquiera es posible que lo puedan salvar los siempre talentosos jugadores que aparecen, al ser captados cada vez más jóvenes.

Por eso, aunque parezca lejana, la compra del Newcastle por estos capitales árabes nos hace ver que en verdad, el fútbol argentino se encuentra en una enorme encrucijada y que los próximos meses pueden acentuar su destino hacia un lado o hacia el otro. La gran diferencia es que esto no es como la película “Match Point” del genial Woody Allen. En este caso, depende de sí mismo y de sus decisiones y las políticas que implemente.

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