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La inédita sanción al Chelsea y un recuerdo de 2010

La guerra entre Rusia y Ucrania tuvo un coletazo en el fútbol cuando el pasado 10 de marzo, en una medida inédita e insólita, un gobierno, el del Reino Unido, decidió ahogar económicamente al Chelsea, actual campeón de Europa y del mundo, al considerar que su dueño, el magnate Román Abramovich, no sólo forma parte del conjunto de los siete oligarcas con estrecha relación con el mandatario ruso Vladimir Putin, sino también que con parte de sus fondos facilitó la fabricación de tanques utilizados en los bombardeos.

12/03/2022 22:21
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Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Lo llamativo, más allá de que la mayor parte de los equipos de la Premier League salen a la cancha envueltos en banderas o con claras manifestaciones de apoyo a la resistencia ucraniana ante los ataques rusos a este país, es que las duras sanciones contra el Chelsea, que terminan ahogando al club, provienen de un gobierno y no desde los organismos del fútbol, como suele ocurrir.

Tanto es así que en los estatutos de la FIFA se prohíbe la intromisión de los Estados en el fútbol y sin embargo, ni la casa madre del fútbol mundial con sede en Zurich, ni la UEFA, la institución continental europea, han puesto ninguna objeción al respecto, ni tampoco han pedido ninguna prueba de la relación concreta (aunque exista en la realidad) entre Abramovich y Putin, luego de que el Chelsea recibiera una sanción tan fuerte, que muy probablemente la condicione en lo deportivo en los próximos meses de una manera que no conoce prácticamente en todo este siglo.

Abramovich, residente en Israel, desde hace ya mucho tiempo que no puede pisar tierras británicas y como observador perspicaz, se fue dando cuenta de que su situación anterior, cuando era perseguido impositivamente en el Reino Unido, podía perjudicar a su club por lo que muy a su pesar, primero tomó la decisión de dejar todo en manos de una fundación que manejara a los “Blues”, y que el manejo de la entidad quedara en poder de la “Dama de Hierro”, de su total confianza, Marina Granovskaia.

Sin embargo, esto no alcanzó y ya desde el 24 de febrero, cuando Putin tomó la decisión de invadir Ucrania, Abramovich quiso apurar el paso poniendo a la venta el club, y enseguida aparecieron varios ofertantes, entre ellos un empresario turco, otro suizo y hasta un consorcio norteamericano, aunque ya era tarde. No pudo llegar a un acuerdo porque a los pocos días, exactamente dos semanas después del inicio de la guerra, el gobierno de Boris Johnson, congeló toda actividad económica que involucre al magnate y apenas horas más tarde decidió destituirlo directamente de su función de director.

Esto significa que el gobierno de Johnson no tuvo empacho en perjudicar a todo un club, su afición, sus jugadores, sus actividades, sólo por el hecho de que su dueño es ruso y sospecha que tiene estrecho vínculo con Putin, sin que FIFA o UEFA hagan absolutamente nada y tampoco la Premier League se haya quejado, como tampoco los otros diecinueve clubes que componen la Premier League, supuestamente tan buenos  y caballerosos competidores que no olvidan de poner rodilla en tierra antes de comenzar cada partido como manifestación anti racista, acaso creyendo que llamándose a silencio contribuirán a hacer justicia por Ucrania.

Con tal de que el dinero no llegue de ninguna manera a Abramovich, el gobierno de Johnson prohibió la asistencia del público local a los partidos del Chelsea en Stamford Bridge, a excepción de los abonados anuales, mientras que los hinchas “blues” tampoco podrán ir de visitantes y el equipo sólo podrá gastar 20.000 euros en sus desplazamientos contra el resto de sus rivales, algo difícil de sobrellevar cuando nos referimos a estrellas de primer nivel que en general juegan en varias selecciones nacionales, así que parece imposible poder afrontar normalmente esta situación.

Eso no es todo: el Chelsea no podrá contratar jugadores en el próximo mercado de verano, y ni siquiera pagar las cláusulas de los préstamos ya tomados y con opción de compra, como es el caso del volante español Saúl Ñiguez, del Atlético Madrid. Con las limitaciones presupuestarias provenientes de las sanciones de Boris Johnson, se calcula que para la próxima temporada habrá una espantada general: a Ñíguez se le sumarían el también español y capitán del equipo, César Azpilicueta, quien tendría ya todo arreglado con el Barcelona, e iría acompañado del zaguero central danés Andreas Christensen, mientras que otro defensor, el alemán Tomas Rüdiger podría recalar en el Real Madrid, y una de las grandes figuras del ataque, el belga Romelu Lukaku, podría regresar al Inter.

Es tal el hundimiento provocado al Chelsea desde la política que si sigue jugando tanto en la Premier League (donde se encuentra tercero detrás del Manchester City y el Liverpool) como en la Champions League (donde debe enfrentar al Lille por la revancha de los octavos de final), es sencillamente porque desde el gobierno se le extendió una licencia “excepcional” hasta el 31 de mayo, pero incluso no se descarta que le quiten nueve puntos al terminar la liga nacional.

Sin embargo, no todo termina allí. Hay otro elemento para nada menor a tener en cuenta. Cuando se votó en 2010 en la FIFA la sede de los Mundiales 2018 y 2022, para el primero de los dos, la primera candidata a organizarlo era Inglaterra –que realizó un enorme despliegue, con David Beckham a la cabeza- y sólo podían presentase países europeos. Se presentaron, además, las candidaturas conjuntas de España y Portugal, y Países Bajos-Bélgica. El ganador surgiría de una eliminación por vez del país menos votado.

La gran sorpresa fue que el primer país en quedar eliminado fue Inglaterra, contra todo pronóstico, mientras que Rusia, que se comentó que acaparó todos los votos que iban a Inglaterra, se quedó con el Mundial. Hubo que esperar varias horas en Zurich (este cronista estuvo ese día allí) para que Putin llegara en un avión privado desde Sochi para capitalizar el triunfo.

Lo ocurrido con la fuerte y muy extraña decisión de Johnson podría ir también en la línea de lo ocurrido doce años atrás. La venganza, se suele decir, es un plato que se come frío.

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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