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El problema de la AFA no es la intervención, sino la coherencia

En apenas dos semanas, asumirá el nuevo gobierno de Javier Milei, con una gran influencia del ex mandatario del país y de Boca Juniors, Mauricio Macri, y ya se especula con una posible intervención de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), con algunos propósitos bien concretos, como el de tratar, por fin, de forzar la posibilidad de que los clubes puedan ser sociedades anónimas, y de quitar de la presidencia de la institución a Claudio “Chiqui” Tapia, quien jugó todas sus fichas para el candidato derrotado en el balotaje, Sergio Massa.

25/11/2023 22:40
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En una de las últimas medidas tomadas antes del cambio en el Sillón de Rivadavia, Tapia intentó marcarles la cancha a Milei y especialmente a Macri, con la ratificación por parte de los clubes, en la Asamblea llevada a cabo en el predio de Ezeiza, de que no aceptarán incluir en el estatuto la chance de ser SA.

Esto no es para nada casual. Durante la presidencia argentina de Macri, entre 2015 y 2019, el gobierno nacional intentó por todos los medios transformar a los clubes en sociedades anónimas, incluso bajo amenaza de quitarles ayudas y reducciones de impuestos, pero se encontró con una enorme resistencia y no pudo cumplir con su cometido. Ahora, detrás de Milei, va por todo una vez más.

Sin embargo, los desafíos de la AFA no pasan sólo por resistir esta muy probable nueva embestida (no por nada se votó lo que se votó en la semana), sino en plantearse, de una vez por todas, los cambios que requiere esta etapa y que tiene pendientes desde hace años, como modernizarse, adecuarse a un país federal, darle, definitivamente, a las mujeres el lugar que deben tener por derecho propio y porque así lo indican los estatutos de la FIFA.

La AFA no puede tener selecciones campeonas del mundo en su seno (acaso el sub-17 también pueda conseguirlo en unos días en Indonesia) y que haya problemas de organización con ellas, que no se cumplan las pautas de los organigramas y que se privilegie hacer caja ante equipos mal rankeados en la FIFA en vez de enfrentarse a potencias que otorgan un roce deportivo diferente.

Pero para adentro, la AFA debe cambiar sus estructuras. A esta altura, en pleno siglo XXI, no puede ser que el modelo siga siendo tan unitario como siempre, con algunos pocos equipos de provincias invitados y el resto, penando para llegar desde las ligas del Interior o desde un torneo Nacional (se le quitó la letra B para que suene mejor, pero no es otra cosa que eso) en el que se mezclan equipos del Gran Buenos Aires (que componen una de las agrupaciones sostenes de Tapia, como “Ascenso Unido”) con otros del resto del país, con permanentes viajes y problemas de logística. Este modelo se instauró en 1985 cuando la Argentina era otra, y se organizó a la apurada a partir del grito en el cielo de algunos clubes provinciales nucleados entonces en la UCI (Unión de Clubes del Interior), y luego UCA (Unión de Clubes Argentinos).

Es tiempo de que la AFA se plantee una estructura que integre a todos los clubes del país y que lo divida por regiones para tratar de equipararse al Brasileirao, un gran torneo nacional del país vecino, que tiene un tamaño de un continente y por lo tanto, su ejemplo sirve para copiar lo bueno de ese modelo, que divide la temporada en dos partes: una corta para los campeonatos estaduales que clasifican a uno nacional, y otra, más larga, para el gran torneo, con clubes de todo el país y en 38 fechas, todos contra todos con partidos de ida y vuelta, algo que en la Argentina existió hasta la temporada 1989/90, antes de los torneos cortos y otros tantos engendros ideados por Julio Grondona.

Paradójicamente, cada vez que los equipos brasileños ganan una copa sudamericana y los argentinos se quedan afuera de esos éxitos, los planteos vienen todos por el mercado, los capitales que estos clubes del país vecino tienen gracias a que su ley permite las SA y por lo tanto, la contratación de jugadores de primer nivel sin que, en cambio, se debata sobre la debilidad del peso argentino o el modelo de sus campeonatos y su organización.

El fútbol argentino está incluido en una industria que debería ser la envidia de muchas otras en el país. Exportar en millones de dólares o euros con la venta de jugadores al exterior o de derechos de televisión (si es que el torneo tuviera interés y no como ahora, que en la mitad de su disputa ya muchos ni saben quién va primero por el enorme desorden) y vivir en pesos, es el sueño de cualquier empresa. Que no se sepa administrar por parte de muchos dirigentes que desconocen muchos de los temas por resolver y que no se han formado, no significa que un club no pueda ser bien administrado.

Son pocos los clubes, por ejemplo, que recurren en serio a sus divisiones inferiores. Si el país suele atravesar graves crisis económicas, y hay entre ocho y nueve categorías juveniles, no se entiende por qué hay que estar contratando jugadores de dudoso nivel y muchas veces corto recorrido, salvo que estas entidades hayan quedado a la deriva por sus desastres financieros y hayan tenido que recurrir a los agentes, que colocan a sus jugadores para cotizarlos y luego, a la primera de cambio, llevárselos al exterior o a donde convenga.

Muchas de estas medidas que parecen ir contracorriente se suelen tomar gracias a una baja o nula participación societaria debido a que desde hace más de medio siglo se instauraron las barras bravas como mano de obra de la dirigencia para acabar con cualquier intento de oposición. Ese Frankenstein ideado tras el Mundial de 1958 en Suecia, cuando se decidió a instaurar un modelo de negocios a cambio del fútbol estético (ayudados por el discurso de los medios de comunicación), con los años se les vino en contra y ahora parece ya imparable, pero sigue sirviendo para amedrentar cualquier iniciativa renovadora.

Un torneo con treinta equipos, algo que casi no ocurre en ningún lugar del mundo y que se ideó para que hubiera más partidos para vender derechos y recaudar más y para quedar bien con las provincias para pescar votos en elecciones de la política, no tiene seriedad, al igual que definir un descenso por promedios y otro, por puntos en una tabla anual, y peor aún, cuando se quiere modificar en medio de la temporada lo resuelto antes de su comienzo.

Cada vez que se inicia una temporada, los dirigentes “cranean” un esquema nuevo y terminan por marear la perdiz y van alejando gente de los estadios. Pero si es por alejar, el fútbol campeón del mundo se juega con torneos locales que no admiten hinchas visitantes desde hace una década. En otras palabras, los que quieren unos colores y los que quieren otros, en un partido de fútbol, no pueden convivir pacíficamente en un mismo espacio, lo que no es otra cosa que un fracaso social, y sin embargo, la dirigencia no parece interesada en resolverlo, no se organizan campañas en serio, no se consulta a científicos sociales ni se organizan simposios o congresos de manera continua. Porque, en verdad, no interesa la solución. Así como están, muchos clubes están bien. No admitir visitantes significa dar todo su lugar a los socios y sumado a los ingresos de TV, marketing, merchandaising, cuota social, abonos a palcos y planteas, publicidad en las camisetas o en la estática de los estadios, venta de jugadores, ya alcanza como para meterse con el “problema” de acabar con la violencia.

En cuanto al fútbol femenino, no alcanza con que la AFA pague un salario mínimo, sino que se necesita una estructura que permita el crecimiento de las jugadoras y el establecimiento de divisiones inferiores, como corresponde, y fomentar que crezca la publicidad y que el torneo se profesionalice con el mismo sentido que el de los varones.

Los desafíos son muchísimos y aquí se enumeraron algunos. Lo que es claro es que en todo caso, un debate podrá ser si SA o si asociaciones civiles sin fines de lucro (algo que, desde los clubes y esta conducción de la AFA, quedó claro como postura), pero sin coherencia, no hay crecimiento posible, y se da lugar a que se plantee la intervención, acaso por parte de quienes todavía puedan querer el botín del fútbol para negocios todavía más turbios. El problema mayor del fútbol argentino sigue siendo la coherencia.

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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