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Bochini, Griffa y los valores que debe reencontrar el fútbol argentino

El debate ya está abierto en el entorno de uno de los clubes más polémicos del mundo, el Fútbol Club Barcelona, auto considerado como “Más que un Club” según uno de sus lemas más utilizados, y sin embargo, hoy casi no aparecieron socios que se hayan opuesto a que el equipo jugara en un país como Arabia Saudita, cuestionado por los principales organismos de Derechos Humanos, para competir por la Supercopa de España.

20/01/2024 20:57
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Por Sergio Levinsky, desde Barcelona

No sólo eso, sino que un club que entre otros valores sostiene el de haber resistido los duros tiempos de la dictadura franquista en España como símbolo de la República, y que nunca había utilizado publicidad en su camiseta hasta que en el anterior período presidencial de Joan Laporta, que coincidió con los gloriosos años de Lionel Messi como genio dentro de la cancha y Josep Guardiola fuera de ella, introdujo de la UNICEF, ahora empieza a asomar la idea de que con la deuda de 1300 millones de euros que arrastra, pueda convertirse en sociedad anónima, si no de manera total, al menos parcial, otorgando a algunas empresas el control de hasta el 49 por ciento de las acciones, siguiendo ejemplos como el del Bayern Munich.

A diferencia de otros tiempos, el Barcelona no puede hacer grandes contrataciones por falta de dinero y un estado calamitoso de su economía, y sabe que su último manotazo de ahogado es la Superliga, proyecto en el que está asociada (desde atrás) al Real Madrid, y en el que contempla que le ingrese una fortuna a partir del auspicio de uno de los bancos más fuertes de Europa, aunque para eso, deberán convencerse otros clubes que por ahora se oponen a salir de la órbita de la Champions League tradicional que organiza la UEFA, desde Atlético Madrid, pasando por los “Top Six” ingleses, el Inter, el Milan o el PSG. Nada fácil.

Si hoy el Barcelona se sabe lejos de las grandes potencias mundiales, clubes-Estado que reciben inyecciones constantes de dinero solapadas en publicidades estatales como el Manchester City, el Newcastle o el PSG, ¿qué se puede decir de los clubes argentinos, acosados por el propio gobierno nacional de Javier Milei para que acepten ser vendidos a capitales extranjeros al punto de ser caracterizada esta situación como un asunto de “necesidad y urgencia”, algo que las entidades nacionales sin fines de lucro reniegan?

“La verdadera Premier League” éramos nosotros, el fútbol argentino”, le dijo un melancólico Ricardo Bochini a este periodista hace unas horas, en ocasión de una entrevista a propósito de su cumpleaños setenta, previsto para el próximo 25 de enero, y en referencia a los años Setenta.

Bochini es, acaso, el mayor ídolo de la historia de Independiente, aunque a regañadientes muchos de sus dirigentes de estos últimos años tuvieron que agregarle su nombre al viejo y remodelado estadio de la Doble Visera de cemento, llamado también “Libertadores de América”, debido a las siete Copas, que ningún otro club sudamericano consiguió. Y eso que la última de ellas ocurrió en el ya lejanísimo 1984, tiempos en los que Bochini aún jugaba, y en compañía de varios de los que saldrían campeones del mundo en México 1986, porque el “Rojo” de Avellaneda era uno de los constantes animadores de los torneos.

Independiente es una de las grandes demostraciones de la estrepitosa caída del fútbol argentino en estos años. No sólo por no haber vuelto a asomarse a la disputa de una Copa Libertadores, sino que también lleva 21 años sin ganar un título local y hasta descendió de categoría en el medio, aunque se recuperó rápidamente. Ante este periodista, Bochini lamenta “cómo bajó el nivel de exigencia” de los hinchas, “que ahora vienen a la cancha mucho más a pasar el tiempo, mientras muchos jugadores se cuelgan del alambrado después de marcar un penal”.

Bochini es, por muy lejos, la contracara de este fútbol que nos quiere vender todo lo que puede, que busca instaurar la idea de negocio por donde pase, hasta la última miga de pan. Un jugador exquisito pero que podía jugar con los pelos parados, con una media de un color y otra, de otro, con un pantalón desvencijado. Y daba lo mismo, porque cuando tomaba contacto con la pelota, nos podíamos olvidar absolutamente de todos aquellos detalles de segundo orden, porque primaba el juego y lo que se sabía y se sobreentendía, es que vestía de rojo, el color de siempre de su equipo.

Aquellos mismos valores, aunque representados en otro tiempo, aún anterior, y llevados a otras tierras, como la española, son los que representaron personalidades como la del ex defensor de Newell’s Old Boys y Atlético Madrid, Jorge Bernardo Griffa, un jugador duro, recio, pero que transmitió un sentido especial de la ética, y fue un maestro de muchas generaciones de cracks que vistieron la camiseta albiceleste.

Griffa, lejos del fútbol marketinero de hoy, falleció la semana pasada dejando un hondo pesar en el ambiente, especialmente en aquellos que respetan la seriedad y la pasión por su trabajo.

Cuando queda una semana para comenzar otra temporada, mientras tanto, el fútbol argentino sigue su sangría, en un proceso largo, de muy malas administraciones y demasiados intereses, en los que ya no importa de qué color es la camiseta que se viste, si los hinchas visitantes no pueden acceder a los estadios (lo que ocurre desde hace más de una década sin solución a la vista pero lo que es peor, sin intención de solucionarlo, para comodidad de los clubes grandes que entonces disponen de más espacios para su público), o si un jugador es transferido al exterior por más de lo que costó incorporarlo, como si el negocio fuera de los hinchas o socios y no de algún vivillo de turno, y como si ese dinero que habrá que ver si queda en las arcas del club, fuera disfrutado por ellos alguna vez. Más bien que no.

Con el tiempo, y en un ciclo que lleva no menos de medio siglo, la industria del fútbol argentino (que no es la única del continente pero sí, acaso, la más influyente), ayudada por la parafernalia de los grandes medios de comunicación que la justifican, terminó asociando a muchos hinchas a un negocio simbólico que ven, discuten, debaten, se creen que forman parte, pero en el que no sólo no ganan sino que pierden día a día, como ocurrirá dentro de una semana, cuando vuelva a correr oficialmente la pelota en los torneos locales y descubran que los De la Cruz, los Barco y tantos más, ya no están, ya se habrán ido, dando paso a otra devaluación en nombre de aquella ganancia ficticia que nunca llega, y volverá la resignación, la conformidad, y la re-motivación para pensar que ahora sí, a ver si por fin aquellos vestidos de verde, blanco, rosa, fucsia, amarillo con vivos naranjas, dan tres pases seguidos y nos hacen ganar algo. Aunque sea, un pase para alguna copa, o quedarnos en primera, si no se puede mucho más, mientras algunos ya piensan, de tanto mirar la TV por cable, que puede venir el Chelsea a ayudar a levantar cabeza, aunque se adueñen de esas copas que tanto costó ganar en su momento.

En esa realidad vive el fútbol argentino, tierra de campeones del mundo, cuando por fin existe la chance de dedicarse a jugar, lejos de estas crudas realidades.

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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