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Beckenbauer, el defensor que jugaba

Pese a haber llegado a ser una marca en sí mismo, apenas un escalón por debajo de Pelé -para muchos, el mejor jugador de todos los tiempos, y uno de los tres genios que dio el fútbol junto con Diego Maradona y Lionel Messi-, Franz Beckenbauer, fallecido días pasados, solía minimizar ciertos aspectos de su idolatría para los alemanes al señalar que tuvo la inmensa fortuna de haber nacido en el momento y en el lugar exactos para triunfar.

13/01/2024 22:40
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Por Sergio Levinsky, desde Barcelona

El ”Kaizer” (emperador, en alemán) nació el septiembre de 1945, justo cuando la Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin y Alemania necesitaba reconstruirse como país luego de la devastación estructural tras el desastre del nazismo, y algo parecido ocurrió en el fútbol, en el que la selección, que no había tenido protagonismo hasta entonces -más allá de que en los años treinta intentó tenerlo anexando al grandísimo “Wünderteam” austríaco de Mathías Sindelar y compañía-, lograría una hazaña en el Mundial de Suiza 1954, ganando la final a los maravillosos húngaros que habían heredado justamente el juego de los austríacos.

En ese momento, el niño Franz tenía nueve años y aquellos héroes que pudieron levantar la primera Copa le transmitieron un deseo de ser protagonista y vestir esa camiseta. Ingresó en los juveniles del club de sus amores, el Munich 1860 -es decir, no el Bayern, con el que terminaría identificándose, sino con el otro club de la ciudad- y por un incidente y algunas otras circunstancias, terminó en la vereda de enfrente.

Hasta ese momento, el Bayern no era lo que es hoy, un club muy poderoso, incluso arrogante para muchos alemanes, con seis Copas de Europa, sino otro muy en ciernes en aquellos primeros años de la década del sesenta, pero una vez más, aquel muchacho alto, espigado y de juego elegante, que pretendía ser extremo izquierdo y que enseguida fue reubicado como “diez”, coincidió con otros compañeros de un notable valor, que luego serían cartas fundamentales para los grandes éxitos que llegarían, como el arquero Sepp Maier, o el “bombardero” Gerd Müller.

Es decir, por más que Beckenbauer haya sido lo que fue, un estupendo jugador, completo, fino, lector de los partidos, con empuje (sin ser caudillo), preciso, tuvo la posibilidad de compartir equipo con grandes cracks que lo ayudaron, y entre ellos hicieron grande al Bayern, que comenzó ganando una Recopa de Europa en la temporada 1966/67, aunque ya unos meses antes, varios de ellos habían participado en el Mundial de Inglaterra 1966, en el que primero gozaron de las mieles del contubernio organizativo para quitar de en medio a los tres equipos sudamericanos (Argentina, Uruguay y Brasil) para luego caer en la misma red en la final ante los locales, con jugadas más que polémicas.

Ya allí, Beckenbauer era un “cinco” tradicional, un elegante volante que compartió equipo tanto con jóvenes de su generación, como con un gran ídolo como Uwe Seeleer. Y tuvo un papel consagratorio. De ese Mundial, emergió como una gran estrella que se consolidaría cuatro años más tarde en México 1970, el gran torneo de Pelé y Brasil, aunque Alemania dejó su huella en partidos claves como ante Inglaterra (en la revancha de la final pasada) y especialmente en la semifinal ante Italia, en el inolvidable partido del 4-3 en uno de los alargues más impresionantes que se recuerden pese a la derrota ante los azzurri. La escena de la lesión del “kaizer” en la caída ante otro crack como Giacinto Fachetti, y la posterior lesión que le ocasionó un vendaje que le cubría todo el cuerpo, pese a que no por ello perdió elegancia ni la esencia de su juego, lo proyectaron a niveles impensados.

En la Argentina se cantaba en las tribunas, con la música del himno radical “El Alemania, Beckenbauer/en Brasil, el rey Pelé/ y aquí, en la Argentina, el equipo de José” (cada hincha le colocaba el nombre de su club). Al regreso del Mundial, llegó la etapa del gran dominio del fútbol europeo central, con Holanda y Alemania (dos escuelas muy distintas) a la cabeza. Y otra vez, Beckenbauer estaba allí, ya con una generación consolidada de grandes estrellas que, además, iba a tener la inmensa chance de disputar el Mundial siguiente como local, en 1974, aunque la prueba más clara de lo que era el plantel aparece en la anterior Eurocopa de 1972, ya ganada por los germanos.

En aquellos primeros años setenta, el Ajax de Johan Cruyff y Marinus Michels se quedaría con las tres Copas de Campeones de Europa (hoy Champions) consecutivas en 1971, 1972 y 1973, mientras que el Bayern ganaría las de 1974, 1975 y 1976. Justo en el medio de las dos dinastías, Alemania y Holanda, es decir, Beckenbauer y Cruyff, disputaron la final del Mundial de 1974 que los alemanes revirtieron luego de ir perdiendo en un tremendo duelo de estilos, entre una máquina aceitada de generar fútbol y un conjunto con un poco más de pausa, aunque con ritmo intenso cuando hacía falta.

Ya se había producido la nueva y definitiva reconversión de Beckenbauer en el líbero, una posición que no fue sólo para él, aunque parecía hecha a su medida: se colocaba por detrás o por delante de la línea de cuatro defensores y se trataba de quien decidía cómo salir jugando, desde dónde y con quién, aunque él era mucho más que eso y sus pases (especialmente los hechos con cara externa) eran un poema.

Tras ganarlo todo con el Bayern llegó el momento de probar suerte en el Cosmos de Nueva York en una etapa más descansada de su carrera, ya veterano y renunciante a la selección por lo que no jugó el Mundial 1978, y entonces allí, por fin, compartió equipo con Pelé, ganando tres ligas NASL antes de regresar a terminar su carrera en el Hamburgo, otra vez con éxito.

Con el Cosmos pudo viajar por todo el planeta para disputar partidos amistosos, entre ellos varios en Argentina. Este cronista tuvo la suerte de presenciar uno muy recordado en el estadio de Vélez Sársfield ante el Argentinos Juniors de un joven Diego Maradona, que en una tarde de una lluvia torrencial, eludía rivales con la pelota de cuchara para que no tocara el suelo. El Kaizer dijo luego que jamás había visto algo semejante, ni siquiera a su ex compañero Pelé, que ya se había retirado.

Pero Beckenbauer no se quedó allí. Quiso seguir siendo protagonista y aceptó el convite de dirigir a la selección alemana sin haber tenido ninguna experiencia (aunque sí una trayectoria futbolística que lo avalaba completamente) y llegó a colocar a su equipo en la final del Mundial de 1986, aunque con los años confesó que en aquel partido sólo depositaba un diez por ciento de esperanza ante Diego Maradona y compañía. Y no fue un cumplido. Cuando en septiembre de 1984 enfrentó a los de Carlos Bilardo en un amistoso como local y cayó 3-1 en acaso la mejor actuación albiceleste en el ciclo, llegó a decir que si bien habían perdido “lo hicimos ante el posible campeón mundial”. Esto le valió el respeto definitivo del entrenador argentino, que siempre bromeó cuando lo compararon con los títulos del kaizer en que “yo tengo uno que él no tiene, el de doctor”.

Sin embargo, el gran título mundial como DT de Beckenbauer fue el del Mundial de Italia 1990, otra vez contra Argentina, en Roma. Allí ya fue misión cumplida, dirigió al Bayern y al Olympique de Marsella en un lapso breve, y pasó a otro plano futbolístico, el de dirigente, primero en su querido Bayern, en el que llegó a ser presidente de honor, y ya luego -otra vez en el medio de las grandes oportunidades históricas- en el Comité Organizador del Mundial 2006, un torneo que correspondía a Sudáfrica pero que Alemania le terminó birlando por la recordada escapada a la hora de votar del neocelandés Charles Dempsey en el Congreso de la FIFA.

Fue, por lejos, la etapa más opaca de Beckenbauer, ligado a varios asuntos non sanctos, pero que no logran cambiar su imagen de uno de los más grandes cracks que dio el fútbol, y que tan bien lo definió uno de sus máximos rivales, nada menos que Cruyff: “Franz fue mucho más que un defensor. En todo caso, fue un defensor que jugaba”. Tal vez, quien acaba de dejar este mundo, pudo haber sido el mejor defensor de la historia.

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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