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Un mundo al espiedo y esquimales con refrigeración

Tenemos adicción por las cifras. Las cifras terminan por anestesiarnos. El acostumbramiento garantiza la impunidad.  Esa parece ser nuestra ecuación para abordar temas como el calentamiento planetario.  

25/02/2023 22:40
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

 

     Cuando en el 2006 –ayer nomás– la noticia nos trajo la novedad de que los Inuit, los esquimales del Québec,  empezaban a instalar aparatos de refrigeración, nos sonreímos. ¿Y a continuación? Olvidamos.

     Hace días, en menos de una semana la ciudad de los Buenos Aires superó (para febrero) las dos marcas  más  extremas, la del calor y la del frío, de los últimos sesenta años: 38,1 y 7,9 grados. Carajo o caraxus, esta vez por fin advertimos que esto del calentamiento también nos afecta a nosotros. Y nos preguntamos: a las cifras, ¿quién las carga? Damas y caballeros: no, no las carga el diablo. Las cargan los hacedores de muerte, de hambre y de analfabetización. Las cargan los poderosos del mundo, al compás de un neoliberalismo que, sin disimulo, con alevosía sólo le importa el bienestar de una muy reducida porción de los seres vivientes. Ese neoliberalismo caretea en la reuniones cumbre sobre el clima. Continúa violando las aguas y violando los aires. Se nutre en esa desmemoria que, a su vez, garantiza la impunidad.

     Un ejemplo: ¿Quién se acuerda hoy del terremoto (y del tsunami) acaecido en Haití el 12 de enero del 2010?  De ese desastre se difundieron imágenes desgarradoras, y tremendas cifras: más de 300  mil muertos, más 350 mil heridos, más de un millón de pobres, pobrísimos, que perdieron su magro hogar. Ciento de miles de hambrientos y sedientos, de un rato para el otro, a la intemperie. ¿Y a continuación? Lo de siempre: el espasmo de la falsa solidaridad de los países del autodenominado Primer Mundo. Por un momento hagamos un ejercicio de memoria: la Norteamérica imperial envió 10 mil soldados a Puerto Príncipe. En aquel momento Hugo Chávez puso su dedito en la llaga: “¿Esto es ayuda o es ocupación?” –preguntó. Tuvieron que darle la razón los 27 miembros de la Unión Europea, y especialmente Francia. Todos calificaron de “ocupación militar” a la caritativa presencia norteamericana.

     Reflexionemos. Mientras se perpetra el festival de la industria bélica, en este mundo asistimos a un tsunami perpetuo. Cifras: más de 1.400 millones de personas hacen como que viven con un ingreso de 2 dólares por día. El 20 por ciento de la humanidad carece de su pan diario. El 10 por ciento de la población mundial maneja el 75 por ciento de las riquezas. Las 500 personas más ricas del planeta superan los ingresos de unos 400 millones de pobres. Estas cifras, que ya tienen más de una década de edad, se renuevan. Y para peor.

     Detrás de la falsa solidaridad, las grandes potencias, siempre al compás del neoliberalismo, arrasan sin asco el equilibrio planetario. No hace tanto, en el 2009, se gastaron unos 850 mil millones de dólares en armas asesinadoras. Y para la asistencia alimentaria, ¿cuánto se invirtió? No se invirtió la mitad, ni la mitad de la mitad, ni la mitad de la mitad de la mitad… Se “gastó” 170 veces menos. Es decir: Moneditas. Pura limosna para tranquilizar conciencias..   

      El caso es que el Apocalipsis de la pobrísima Haití se podría remontar en dos patadas. Con el equivalente de lo que Norteamérica pone en gastos bélicos de un día –en realidad de sólo una hora–, Haití podría reconstruirse en meses y convertirse en una especie de Mónaco. Pero claro, suspender la asesinación de los genocidios preventivos sería una locura.

     Mientras tanto el planeta es violado sin feriados por los buitres, por la minería a cielo abierto, por el genocidio de los bosques, por la corrupción de las aguas y de los aires. Y estamos funestamente distraídos. Así vamos derechito al horno.

     ¿Exageración? Reiteramos: Hace una década y media los medios descomunicadores informaban  como “curiosidad” que “por el cambio climático, hasta los esquimales necesitan refrigeración”. Que los inuit, en el Québec, instalaban aparatos para afrontar el calor.

     Cada vez que sucede un desastre emerge el tema del dióxido de carbono. Y florecen cifras: la Unión Europea marca como límite los 140 gramos por km. en los gases de los escapes. De las 20 marcas más conocidas sólo 3 estaban por debajo de ese nivel. Los países del primer mundo regalan sus conciencias ecológicas a las dictaduras de las multinacionales. La cumbre mundial de científicos en París entregó un informe escalofriante: “La temperatura media de la Tierra subirá entre 1,8 y 4 grados en cien años y el nivel de los océanos aumentará unos 59 centímetros.”  Dále que va.

     El humano, en sólo 50 años destruyó y/o pudrió más que en toda su historia de la humanidad. Minga de cuatro estaciones. Dále que va. No sabemos si el que nombramos Dios tiene látigo, pero la que sí tiene látigo es la Naturaleza. Que algunos nombran la Pachamama.  Ella es violada a rajacincha por los países buitres a través de un sistema por ahora triunfante, el neoliberalismo, adicto a los genocidios preventivos. La religión del consumismo devora de un modo suicidante los recursos primordiales del planeta.

      Un detalle: los mayores desastres caen sobre las zonas hambreadas. Por ahora. Pero ojo al piojo: hace unos años un corte de electricidad afectó a 50 millones, por empezar a Nueva York. La multitud salió a las calles solidarizada por el espanto. ¿Atentado o consecuencia del calor y de la calor? Por otro lado, Europa sudó la gota gorda, jadeó. Suiza, la de los bancos preferidos por nuestros atorrantes nativos, en el 2007 tuvo el junio más sofocante en 250 años.

      Ya no basta con ser del Primer Mundo para escapar a las consecuencias de lo que le hacen al planeta los gerentes del mundo. La madre Naturaleza pierde la paciencia, se calienta, por la alevosa explotación minera a cielo abierto. La madre Naturaleza pronto se va a hartar de los criminales civilizados, de los exitosos buitres de corbata y chaleco. Cuando se le acabe la paciencia, la madre naturaleza y la pachamama dirán “basta”. Y de pronto no habrá tantas obscenas diferencias entre Primer y el Tercer Mundo.

     ¿Caeremos en el triste consuelo del “mal de muchos”? Cagaremos fuego, debido a la indiferencia activa. Mientras sucede esta condición humana al espiedo, tomemos conciencia de la inconsciencia. Los record en el fondo nos fascinan, y nos entretienen. A esta altura, la realidad nos autoriza a corregir a la Real Academia Española y Argentina: ahora sí que podemos hablar con propiedad de el calor y de la calor. Estamos en las puertas de un planeta al espiedo. Ya pisamos el umbral. Esos casi 50 grados en Canadá constituyen una advertencia concreta, a partir de una cifra insólita, y gravísima. La curiosidad termina por anestesiarnos. Así es: el acostumbramiento garantiza la impunidad. Aquí hay res-pon-sa-bles. En primera instancia el responsable es el neoliberalismo que desde hace rato basa su éxito en el exterminio del equilibrio ecológico. Muchachos como Bolsonaro, como Trump se cantan (por no decir se cagan) de la risa de las reuniones cumbres destinadas a una urgente reflexión sobre el drama climático; drama que dejó de ser una posibilidad, que ya llegó, que ya está aquí.

    Seguro que hay responsables. ¿Por ejemplo? Los gerentes que hicieron decapitar, en este planeta, casi 16 millones de hectáreas de bosque. A las tremendas cifras, ¿quién las carga? Señoras y señores, no las carga el diablo. Las cargan quienes se autoelogian cuando se autocalifican como “Primer Mundo”. Es decir: los hacedores de hambre, misiles, guerras preventivas, analfabetismo y analfabetización. Las cargan los poderosos del mundo sin pudor, con alevosía: sólo les importa el bienestar de una mínima porción de humanos.

    A la vista está: el capitalismo neoliberal en las reuniones cumbre “hace como que” se preocupa por el medio ambiente. Mientras tanto, se apodera de trozos de mapa que incluyen lagos. Adiós agua, adiós. A cara descubierta, nos están afanando millones de hectáreas que, desde antes de Adán y Eva, nos pertenecen a vos, a mí, a nosotros. Y están pudriendo el aire y pudriendo el mar. Y están degollando millones de hectáreas de bosques. Las consecuencias las pagan, en primer lugar, los señalados como el “Tercer Mundo”. Pero también, más pronto que tarde, las pagará el planeta entero.

       Aunque nos resulte duro, reflexionemos: mientras sucede el festival de los misiles, asistimos a un tsunami que no cesa. ¿Cifras? Más de 1.400 millones de humanos agonizan con un ingreso de 2 dólares por día. El 20 por ciento de la humanidad carece de su pan diario. Y atención: 26 apellidos –26 personas– tienen una fortuna que supera a las posesiones de 3 mil millones de –personas– pobres. Evidente: la obscenidad desnuca todos los absurdos habidos y por haber. Mientras tanto, en estos pagos hay gigantescos ricos que se niegan a pagar aun el insignificante impuesto a las grandes riquezas. Y esto sucedía ¡en tiempos de pandemia! Qué vergüenza. Qué asco. Qué asquerosa vergüenza.

     Estamos gestando un apocalipsis que nos cocinará, sin retorno. Lo peor del caso es que entre la multitud de famélicos y sedientos estarán nuestros nietes. Madremía. Madrenuestra.

    ¿Y si no estuvieran nuestros nietes? Lo mismo, madremía, madrenuestra. Será sin misiles el apocalipsis, si no nos despabilamos no mañana, sino hoy mismo.

 

  * zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

 

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