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Se supo, Federico García Lorca era traficante

Este domingo, 5 de junio, Federico García Lorca cumple 124 años de edad. Esto, le pese a quien le pese. El nacimiento fue en Fuentevaqueros. 38 años después lo asesinaron, pero no consiguieron quitarle la vida, como ya se verá. Con el tiempo se supo que el tal Federico era traficante…

04/06/2022 21:16
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Perdón: Lorca, el mismísimo poeta, ¿traficante? Un poco de paciencia. Esto también en el transcurso de esta columna, ya se verá.

    Acabamos de escribir que a Lorca lo asesinaron pero no consiguieron quitarle la vida. Y lo podemos afirmar con otras palabras: La muerte no siempre se sale con la suya. La asesinación consumada por los mal paridos, a veces fracasa. Y esto es lo que viene sucediendo con nuestro palpitante, con nuestro incesante Federico.

    Nos gusta celebrar cada año el cumpleaños de Federico en tiempo presente. Nos da la gana, se nos canta, para eso recupero palabras de lejanas columnas. Hacer memoria no siempre significa relamerse en la nostalgia lagañosa, a veces la memoria es una siembra ilusionada en un futuro transitado por una condición humana por fin mejor. Vuelvo a proponer la lectura –internet mediante– del encabezamiento de una reseña biográfica sobre Lorca. Al lado de fallecimiento dice: “causa: agresión”. En otra reseña dice: “fallecido por heridas recibidas por hechos de guerra”. Caramba o carajo, quienes escribieron estas “causas” del fallecimiento de García Lorca, realmente, desnucan el cinismo. He aquí la demostración de que hacer memoria es algo urgente. La memoria no prescribe. 

    Así es: tenía 38 años cuando lo asesinaron. Al crimen lo consumaron por la espalda, como se acostumbra también aquí, en estos tiempos del prolijo (neo)liberalismo. Para España se avecinaban décadas de una dictadura consolidada por el incienso, bajo el férreo puño de Francisco Franco, generalísimo por la Gracia de Dios. (¡Joder con la gracia!)

La dulce Pilar aparece

   Pronuncio “Lorca”, y se me cruza en una cinta de grabador la voz de Pilar Franco, hermana del reverendo Generalísimo. Vuelvo sobre un episodio alguna vez también compartido en esta columna. Disculpen la autorreferencia: hacia el año 1982, después de 6 años de silencio periodístico inevitable, yo volvía a escribir en una revista argentina, en Siete Días. Por entonces me enviaron a España con Carlos Abras, excepcional fotógrafo. Entrevisté a personajes muy diversos, entre ellos al hijo de Miguel Hernández (Manuel Miguel, el de las Nanas de la cebolla), al supremo guitarrista Andrés Segovia, y por fin a la espeluznante Pilar Franco. En esos años el Generalísimo por la Gracia de Dios ya descansaba ¿en paz? debajo de un colosal monumento. La cuestión es que doña Pilar simpatizaba con la Argentina y de inmediato aceptó mi reportaje. Se ufanaba de su amistad con la ex presidenta Isabel Martínez. Hoy por hoy estoy seguro que doña Pilar congeniaría con personajes de armas tomar como la señora Bullrich y el señor Milei. A aquella Pilar la recuerdo chiquita, impetuosa y sonora, habitaba un departamento repleto de pescaditos de todos los colores. Era explícitamente pisciana. Sin que se lo preguntara, enseguida  me dijo que entre los republicanos españoles no reconocía piscianos.

   Doña Pilar no era un organismo, era un nudo, una maquinita hacedora de odio. Aquel nudo de mujer adoraba a su difunto hermano dictador, pero también se permitía criticarlo. Me dijo: “Paco en el fondo fue blando, demasiado bondadoso”. Y por eso –me explicó– al poco tiempo de su muerte, ‘España se dio vuelta como un calcetín y cayó en el libertinaje y en otras asquerosidades.’”

   Pilar argumentaba, enardecida: “Fíjese usté’ las cárceles ¡si hoy son como hoteles 5 estrellas! Y vea usté’ con qué amabilidad se reprime a los delincuentes que salen de protesta. Qué vergüenza ¿pero dónde se ha visto? ¡balas que no matan! ¡balas de goma! Sí sí sí, lo que le digo: Paco fue muy-blan-do ¡y aquí tiene usté’ las consecuencias!”

    Yo escuchaba a Pilar con el grabador encendido y a la vista. Eso no la inhibía, al contrario. De nuevo, sin que mediara pregunta, crispadísima me empezó a enumerar las crueldades de los Republicanos a lo largo de la Guerra Civil. Yo la escuchaba calladito. Hasta que la señora Pilar hizo una pausa para resollar; entonces me animé y le dije con tono prudente que “también los falangistas habían cometido algunas crueldades”. Pilar me desafió:

– “A ver caballerito: dígame usté’ una sola crueldá de los falangistas.”

Le respondí sobre el pucho:

–“García Lorca. El asesinato de García Lorca”.

Estalló:

– “Bien muerto está ¡el degenerao ese!”

 

  Definición de la dulce Pilar Franco: García Lorca: “¡el degenerao ese!”

  Todavía no se ha encontrado el cuerpo del “degenerao”, desapareció hasta hoy; fue arrojado a una fosa común. Su vida fue interrumpida, abortada, y ni siquiera hay una tumba para ponerle un clavel rojo a sus huesitos. Pero la búsqueda de sus restos continúa, mientras su poesía renace y renace y renace.

   Que me disculpen los devotos del “Generalísimo por la Gracia de Dios”, y los hoy alevosos simpatizantes de Bolsonaro y de Trump, y los compatriotas devotos de la mano dura, y de la pena de muerte. Que me disculpen porque a continuación voy a permitirme recuperar un fragmento de “Federico García viene a nacer”, mi primera obra teatral estrenada y protagonizada en 1986 por Miguel Ángel Solá con dirección Inda Ledesma.

   “–Te llamabas Federico García Lorca. Eras de carne, de huesos, de sangre, de poesía. Y eras de luz. El 18, tal vez el 19 de agosto de 1936, la nuca de tu luz fue acribillada.

Ay, luz tan derramada. / Ay, eso no se hace con una criatura. / Ay, eso no se hace con la luz. / Pero eso fue hecho. / De a uno se mató a cientos. / De a uno se mató a miles. / Allá y acá, a miles, de a uno se los borró del mapa / de a uno se los borró de la vida: / siempre en el nombre del Orden. / Y en el nombre de la Paz. / Y en el nombre de la Seguridad Nacional. / Y en el nombre de las Buenas Costumbres. / Allá y acá a la impunidad se le llamó heroísmo. / Y fue sembrada de muerte la tierra enamorada. /Y hasta fue violada, mil veces violada, la muerte. / Y el abismo se desfondó. /

Ay... Federico, qué hicieron con tu espalda desguarrnecida. / Con balas de odio te quemaron la camisa y la nuca. / Lo hicieron, vaya si lo hicieron, Federico. / Y a las campanas se les desgajó la lengua. Y ya no doblaron. / Y el aire se derrumbó, con menos gesto que un gorrión vulnerado. / Y el viento se estranguló en un remolino. / Y el Verbo perdió el habla. / Y las alas, todas, se desplomaron: eran de cristal al estrellarse contra la tierra. / Y los ángeles –si es que los ángeles existen– dejaron de zurcir su almíbar. / Y los demonios se arrodillaron como nunca antes. / Y el Crucificado se retorció en sus clavos y murmuró: / “Ay, Padre, Padre… pensar que yo una vez creí que sólo a mí me habías abandonado”. / Y el absurdo no pudo alarir, se desnucó. / Y el sol, para no alumbrar, se tapó los ojos, se tapo la mirada. / Y a Dios se le voló el sombrero, y al agacharse para alzarlo, se le cayó al suelo la mayúscula. / ¡Y el alarido se quedó sin paladar! / ‘¡Ay de mí! ¡Ay de mí!’, gritabas. Huyendo de la noche, Federico, buscabas buscabas buscabas el amanecer. /

¡Ay de nosotros! si fuera cierto, criatura amada, que te has muerto. /

¿Muerto? ¡Fuera de aquí, palabra asquerosa! / ¡Para matar no basta con asesinar! ¡Encendido, vivo estás! / Siempre viniéndonos, porque nacer es lo tuyo, Federico. / Los asesinadores nunca podrán con las criaturas. /

Ellos, están condenados al tedio, / condenados al bostezo perpetuo del alcanforado paraíso celestial./ Ellos, allí, hediondos de hipocresía, descansan en paz. Pero no descansan en intensidad, como vos, Federico, ahora y por siempre.

 Un charquito, a la orilla

   Ay, Federico nuestro que estás en el profundo humus de la Tierra. Aquel 18 o 19 de agosto de 1936, a la orilla de tu cuerpo derrumbado quedó un charquito de sangre aterida, aterrada. Tendrás que saberlo Federico tan amado: en la aurora de esa noche vomitada por los dueños de la Moral y de las Buenas Costumbres, precisamente en la aurora de esa noche insoportable, el Sol en persona quiso bajar desde sus alturas. Bajó el Sol para apoyar su frente en el charquito que dejó tu sangre. Porque tu sangre era es y será siempre luz.

 

Posdata  

Como estamos convencidos de que la muerte no pudo doblegar a tu luz, te abrazamos amado Federico. ¡Feliz 124 años de edad! Permiso criatura en estado de poesía: ¡te estamos besando la ternura de la mollera! El charquito que quedó a la orilla de tu cuerpo, no, no era de sangre, era de sol. Estamos descubriendo tu hondo oficio, y lo podemos proclamar en voz alta: hemos comprobado que eras traficante, traficante de sol.

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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