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¿Por qué será que ellas ya no quieren más flores de regalo?

Las cosas cambiaron; por fin cambiaron: ellas se hartaron de las flores y de los bombones y del papel celofán. Ellas, las mujeres, conmemoran su día cada 8 de marzo, militando por el reconocimiento de los derechos laborales y la promoción del principio de igualdad de género, y etc., etc., etc.

04/03/2023 20:33
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

 

   No ha pasado tanto tiempo, ayer nomás, en estos pagos el Día de la Mujer era una careteada de ocasión. Que florcitas, que bombones… Cambiaron las cosas, ¡y para mejor! Hoy –a la vista está– el  de la Mujer es un día celebratorio y, sobre todo, militante. Más exactamente, es un día de celebración porque es de militancia. Verde que te quiero verde, diría García Lorca.

    Para avanzar propongo hacer memoria. Reanudo reflexiones tejidas a lo largo de los años desde esta columna. Por ejemplo: el 8 de marzo del 2015 marcó un cambio rotundo en la fecha. Como nunca antes las mujeres masivamente decidieron que ese día se dejaran de lado celofanes y ramitos: aquella fecha estuvo marcada por actos en los que se celebró debatiendo y poetizando. La síntesis de aquella jornada militante fue un inspirado aviso: “No queremos flores”. Y esto no fue un mero espasmo de lucidez, se incorporó como costumbre activa.

    ¿Qué nos quieren decir con el “no queremos flores”? Nos quieren decir que las mujeres quieren igualdad, pero igualdad real. Nos quieren decir, tareas repartidas en el hogar. Exigen que el ser madres y trabajar afuera no sea incompatible. Han decidido decidir sobre el destino de sus vientres y sobre su sexualidad y sus goces. En otras palabras, con una marea de intensos pañuelos verdes quieren –y exigen– que se naturalice una vida sin acoso y sin violencia. Si nos fijamos bien se trata de conseguir la pareja realmente emparejada. Y esto para afrontar todas las intemperies del vivir. 

  Estos años recientes el cambio viene entremezclado con voces escandalizadas y preocupadas, entre los hombres y también entre las mujeres, tan apegadas a los mandatos tradicionales. Escandalizadas porque las libertades de las mujeres han puesto en peligro la comodidad de lo que se denomina “buenas costumbres”. Ahora las mujeres saben y lo dicen y lo enarbolan que eso de las “buenas costumbres” es un eufemismo que a lo largo de los siglos impusieron los hombres machistas y las mujeres satisfechas con la “natural” dictadura del patriarcado. Por eso, en este 2023, que no le vengan con flores el 8 de marzo.

Qué flores ni qué flores: las mujeres están haciendo una real revolución que anida un profundo cambio. El patriarcado cruje por todos lados. La discusión por la despenalización del aborto sacudió hasta los cimientos. Ellas saben que son dueñas de sus cuerpos, de sus vientres, de los goces de sus sexos, de sus “sí” y dueñas de sus “no”. Saben que en todos los terrenos valen tanto como los hombres. Y que “no” significa “no”.

   A todo esto: ¿y los hombres, qué? Claro, estamos desorientados y con nuevos miedos. Tenemos mucho, muchísimo que aprender. Por ejemplo, en materia sexual. Desde hace por lo menos un par de décadas las revistas femeninas abundan en notas comentadoras del sexo. Las mujeres ya aprendieron el abecedario entero, mucho más allá de la “g”. Los hombres apenas si titubeamos con las vocales. Por generaciones, para leer sobre sexo en los medios los varones debíamos esperar a los Mundiales, cada cuatro años. Esto para ver si convenía que los jugadores de la selección tuvieran castidad, abstinencia, durante la competencia. Madremía, qué pelotudos.

   El caso es que al oleaje de los pañuelos verdes ya no lo para nadie. El dique antiaborto legal que puso, el más que temible, temeroso Senado de la Nación tuvo sus días contados. Pero, aunque la ley finalmente salió, la lucha continúa: el aluvión de conciencias simbolizado por los pañuelos verdes ya ha trisado el dique de los retrógrados. Precisamente, porque “la vida es sagrada”, hay que legalizar el aborto; sacarlo de la clandestinidad que padecen las mujeres marginadas por las penurias de la pobreza, hoy neoliberalismo mediante.

    Hablando de mujeres ejemplares en esta celebración militante del Día de la Mujer, no debemos olvidar a las –para nosotros y para el mundo– mujeres cruciales, con agallas, con ovarios, con güevas. Me refiero a las prodigiosas Viejas Locas, a las Madres Abuelas que desde el horroroso 1976 fueron la última cornisa de la dignidad para una sociedad que, en su promedio, era cómplice, porque  practicaba la indiferencia activa. Estas mujeres pusieron el cuerpo a disposición del insomnio. Afrontaron la persecución en medio de la atroz indiferencia de esos años en los que se violaba la Vida y se violaba la Muerte y, como botín y propina, se desnucaban todos los colmos robando criaturas, de cuajo, hasta desde la placenta.

   Muchas de estas mujeres pasaron largamente el umbral de sus 90 años. Qué las parió. ¿Cómo se explica que, atravesadas por el dolor de los dolores, sigan viviendo aun con el dolor multiplicado porque ni siquiera encontraron el consuelo de tener una tumba para poner sus flores? Se explica porque son mujeres. En esas porfiadas rondas de los jueves no le aflojan. Se explica porque son parteras de cada nieto que encuentran. Y ya van 128, 129, 130, 131… Pero faltan más de 300, ¡y van y van y van y van por ellos!

    Propongo, antes de que se nos esfume la semana, que concelebremos con estas mujeres que ya no quieren flores. Una vez más, para conmemorar este milagro terrenal recupero algunas líneas de una “Plegaria Furiosa” que cerraba mi libro Madre argentina hay una sola:

––Permiso, Memoria. Permiso, Conciencia.

¿Qué sería de nosotros si ellas, las Madres Abuelas, no existieran?

¿Qué quedaría de nosotros si ellas no hubieran salido a alumbrar la más eterna de las noches? ¿Qué sería de nosotros? ¿Qué?

¿Estaríamos de pie? ¿Estaríamos en cuatro patas? ¿Estaríamos?

––Ellas nacieron para semillar semillas. Para resucitar lo desaparecido.

Ellas se tutean con el milagro, pero no esperan a que caiga del cielo.

Una de dos: lo hacen o lo hacen, al milagro.

Salen, ellas, a darle vuelta los bolsillos a la muerte.

No necesitan armas, ¡para eso sus corazones!

Camino se hace al andar, conciencia se hace al girar.

Si es rueda la Vida, rueda por ellas.

No hay caso: ¡no se cansan de resucitar! ¡son tenaces parteras!

Porque tienen, ellas, el optimismo de la memoria.

La memoria, la forma más ardua de la esperanza.

  

    Posdata.  Si ellas ya no quieren flores, ¿qué quieren?

Quieren que despertemos. Así, ¡despiertos y despiertas!, vamos a hacer más intensamente el amor de los amores.

No le aflojemos. Esta lucha comienza cada día. No nos distraigamos, aprendamos de la perseverancia del sol.

 

zbraceli@gmail.com   ===   www.rodolfobraceli.com.ar

 

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

 

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