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No ser campeón mundial, ser segundo, un fracaso que aquí no tiene perdón de los dioses

Lo evidente: en esta Argentina nuestra, ser exitoso y no llegar a campeón mundial es casi una tragedia. Nunca se le perdonará a Reuteman que haya sido nada más que subcampeón mundial de la Fórmula 1. Tenía razón el viejo Serafín Ciruela cuando opinaba: “Aquí, el que no es campeón mundial, es un fracasado”. Fracasado, sinónimo elegante de pelotudo.

04/11/2023 21:25
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Pero las malarias de nuestra economía y el acecho del default hace rato que nos bajaron del caballo y dejamos de afirmar que “somos los mejores del mundo”. Pero, aun así, desde hace una punta de décadas que superan ya nuestras edades sentimos que “somos únicos”. Nuestro formidable ego hace tiempo que se consuela afirmando que “somos los más inexplicables del mundo”. En fin, siempre “los más”. En el fondo, seguimos sin tolerar el honor de salir segundos o terceros; o simplemente el honor, magnífico, de competir con dignidad. Ahí tenemos el caso del muy exitoso Boca de Carlos Bianchi, por ejemplo; después de tantas hazañas ecuménicas perdió por el azar de los penales una Copa Libertadores. Entonces, finalizado el partido se metió en los vestuarios y no salió a recibir las honrosas medallas del subcampeonato.

   Estos comportamientos tienen que ver con el exitismo y el derrotismo que gobierna nuestras conductas y humores cotidianos. El deporte vuelta a vuelta nos revela ese costado nuestro que oscila entre la impunidad y el patetismo. Recordemos nuestra alevosa euforia con la desguerra de Malvinas. Vivimos la contienda como si fuese un mundial.  A los pocos meses pasó lo que tenía que pasar: la euforia mutó en depresión. Rendición. La depresión se tradujo en desprecio y marginación de los pobres muchachos que fueron mandados al muere.

   ¿Y de dónde nos viene esa penosa capacidad para saltar del exitismo al derrotismo, de la euforia a la depresión?  Digámoslo, rápido: esa mutación de nuestra conducta viene desde siempre muy fogoneada, muy alimentada por nuestro periodismo estelar: los medios de comunicación se vuelven medios de descomunicación. La descomunicación ni siquiera es incomunicación, es comunicación descompuesta.

    Voy por un episodio no tan lejano, cuando el deporte argentino tuvo un ratito de orgullo: entonces Georgina Bardach consiguió la medalla de bronce en las olimpiadas de Atenas, en los 400 metros medley. La natación tuvo así su primera medalla olímpica después de 68 años. Casi siete décadas de sequía convierten a este bronce en algo que vale oro. A propósito de Georgina quiero compartir algo que como periodista viví directamente. Fui a Córdoba para entrevistar al repentinamente famoso José Meolans, había  ganado una medalla de oro en el mundial de Moscú del 2002. Georgina en ese mundial obtuvo una medalla de bronce. Hice el reportaje a Meolans y fue tapa y tuvo las seis páginas centrales de una revista que se distribuía con los principales diarios de casi todo el país. Aprovechando el viaje por Meolans entrevisté a Bardach; lo conseguido por esta jovencita, era una hazaña equiparable a la de Meolans. Presenté la nota, pero la dejaron “para después”. Fue cajoneada, hasta que se traspapeló. ¿Por qué? Porque Georgina había cometido el terrible pecado de ser tercera, de no ser campeona mundial. Imperdonable, en esta patria idolatrada.

   Pero el tiempo pasa. Y resulta que hace un par de campeonatos Panamericanos, la misma Georgina ganó la medalla de oro. ¿Y entonces? Entonces busqué en mi archivo aquel reportaje impublicado, lo propuse a otra revista y, claro, salió. ¿Y ahora? Ahora vuelve a salir. Porque una medalla de bronce en las olimpiadas vale oro. Y nosotros somos muy susceptibles al oro.

   La pregunta se cae por madura: los medios de descomunicadores que en su momento ningunearon e hicieron notitas de morondanga a Georgina, ¿tienen derecho ahora hacer grandes notas en las revistas, diarios, radios y televisión? Y nosotros, como habitantes, como público, ¿tenemos derecho a celebrar orgullosos esta hazaña olímpica?

    También en este terreno, en el deportivo,  nuestra desmemoria muchas veces raya en la impunidad. En aquel momento aproveché para formular preguntas: Si en una de esas la tenista Paola Suárez o la selección argentina de futbol que dirigía el tan aborrecido Marcelo Bielsa, obtenían (por primera vez en su historia) el mundial de las olimpiadas, ¿cuántos periodistas tendrían derecho a desenvainar sus adjetivos elogiosos? Y es más: ¿cuántos habitantes de nuestra patria idolatrada tendrían derecho a celebrar con papelitos, bocinas, banderitas y obelisco? ¿Cuántos?

   Se trata de una pregunta, nomás. No es mi intención escupir los asados celebratorios. Pero eso sí, por favor, a la hora de los festejos y de la euforia hagamos memoria. Revisemos nuestras indiferencias, nuestras opiniones, nuestros insultos de días no tan lejanos. No nos hagamos los güevones. Después de esa miradita en el espejo, después de esa revisada de conciencia salgamos a la calle y saquemos a relucir nuestro pechito argentino. ¡Y que viva Georgina! ¡Y que viva la Pepa! ¡Y que viva el Pepe también!

   Nuestra mutaciones tienen, claro, un ejemplo muy cercano: el amor a Messi, manifestado ahora hasta el paroxismo. Pero bue, antes tuvo que ser campeón mundial. Los extraordinarios campeonatos mundiales conseguidos por Pékerman y Sabella fueron arrojados al basurero de la memoria, eran hazañas propias de pecho fríos.      

   Posdata.   Se me cruza el recuerdo de algo que me contó Julio Bocca, hace años, allá por el 1995, cuando yo estaba escribiendo su biografía. Me confesó que los que fueron a despedirlo a Ezeiza fueron muy poquitos. Julio, apenas 18 años, iba a Rusia; allí, en el mítico Bolshoi, iba a competir por la medalla de un campeonato mundial. En esa despedida estaban su madre, su padrastro, su abuela, su hermana y un amigo. No había un solo periodista. Nadie de la radio, nadie de los diarios y revistas, nadie de la televisión. Cuando Julio Bocca retornó, ya con la medalla de oro, en Ezeiza lo esperaban, como siempre sucede, decenas de periodistas, de micrófonos y de sedientas cámaras. En fin. Madremía, madretuya, madrenuestra.

 

* zbraceli@gmail.com    ///    www.rodolfobraceli.com.ar

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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