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Minguito Altavista, luego de siete años de ser silenciado, se confiesa

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Minguito Altavista, luego de siete años de ser silenciado, se confiesa

Este país nuestro ha sido y sigue siendo muy sembrado por los medios de (des)comunicación. Sembrado para la desmemoria. Sembrado para el triunfalismo y para el derrotismo. Ahí tenemos lo que nos pasó con la guerra de Malvinas. Ahí tenemos lo que vivió estos años el idolatrado Messi.

22/07/2023 22:45
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Aquí la falta de éxito resulta imperdonable y a su vez el sumo éxito nos come por las patas. Retrocedo ahora más de cuarenta años y voy por Minguito, es decir, por aquel Juan Carlos Altavista.

    Retrocedo, pero ojo, no empujado por la nostalgia lagañosa, sino por el ánimo reflexivo. Hace tres, cuatro años, se ha reflotado “Polémica en Bar”, aquel programa creado por Gerardo Sofovich. El personaje de Minguito ahora emerge a través de la entrañable imitación de Miguel Ángel Rodríguez. A Altavista lo entrevisté cinco veces y el más significativo reportaje (lo hice en 1982 para la revista Siete días). Luego se convirtió en un capítulo de mi libro “Caras, caritas y caretas” (Sudamericana, 1996). Recupero sólo ahora algunos momentos de aquella conversación. 

    Empecé con una pregunta: ¨¿Qué hubiera sido de nosotros, los periodistas argentinos, si en el año 1981 no hubiésemos tenido a mano a Minguito? Tan maniatados para opinar sobre asuntos cruciales, ¿con qué, con quién hubiéramos llenado tanto centimetraje, tanto espacio televisivo y radial? No era exagerada la pregunta: Minguito y/o Juan Carlos Altavista, superaron entonces, muy cerca del retorno a la democracia, lejos, el record de entrevistas y crónicas en nuestra historia del espectáculo. Durante mi reportaje, un extenuado Altavista evidenció lo dramático y peligroso que es tener mucho éxito en nuestra patria idolatrada.­

­    En aquellos años Minguito se nos convirtió en una especie de cornisa, o de salvavidas. No sólo lo usamos, lo abusamos. Toda vez que nos planteamos cómo producir una “nota diferente”, manoteábamos al inefable y servicial Minguito. Minguito en un conventillo, Minguito en el obelisco, Minguito en un quirófano, Minguito junto al técnico de la selección; naturalmente, Miguito junto a Maradona, junto al subsecretario de cultura, junto a grandes escritores, junto a científicos, en el umbral del teatro Colón, en la Feria Internacional del Libro. Siempre Minguito. ­

   Minguito servía para disimular nuestra falta de imaginación y de ocurrencias, acrisoladas por el miedo. Minguito mediante hacíamos módica sociología. Lo cierto era que, detrás del hombrecito barrial de la bufanda y el escarbadientes, había un hombre, Juan Carlos Altavista, que hasta no hacía mucho estuvo marginado, delicadamente prohibido. Siete años de silencio. Sospechado de alterar el idioma. Fui a conversar con lo quedaba de Altavista después de ese año tan demoledoramente exitoso. La charla comenzó en la radio. Una secretaria le pregunta: ¨¿Tomó la pastilla, Juanca?” Y Altavista le dice que no se acuerda. ­

–Primera pregunta: Altavista: ¿cómo está?­

–Cansado, muy cansado.­ Tan cansado de la zabeca que al cansancio de mi cuerpo ya no lo siento. Juro que ya no doy más.­

–¿Podés enumerar tus actividades, tus actuaciones como Mingo?­

–Muchas cosas se me van a quedar en el tintero… Hago dos programas televisivos, Polémica en el Bar y Operaciónn Ja Ja. Todas las mañanas estoy aquí, en Radio Belgrano, con Riverito. Además, hago dos programas para Uruguay y para cuarenta radios del interior. A esto hay que sumar las grabaciones de publicidades, reportajes como este. Tres o cuatro veces por semana tengo que estar en la colocación de piedras fundamentales... el sábado pasado fui a una escuelita de Tucumán. A eso sumale las invitaciones de cooperadoras, clubes, entidades que me hacen homenajes. Pibe, me va muy bien, es decir, que estoy condenado.­

–¿Por qué condenado?­

–Porque no se decir que no. ¿Cómo negarse, decime, a gente que quiere darme amor? Sería criminal decirles que no (…) Creo que si yo fuera dos tipos, esos dos tipos terminarían el día agotados... Se me olvidaba decirte algo: cuando yo salgo a la calle tengo que seguir haciendo de Mingo. La gente me para, me da el pie y yo debo constestarle como Mingo. Aparte de todo eso ¿sabías? yo tengo que vivir, tengo una familia, hijos… O paro con tanto éxito o termino en el cementerio… Ojo, no me estoy quejando. Agradezco la bendición de tener trabajo y de ser querido. Pero, realmente, no doy más. Yo ya no soy yo, soy el Mingo… Pero ahora que lo pienso, no sé si es tristeza o es cansancio lo que tengo.

–¿Que cosas del Mingo se filtran en Altavista?

–Son cosas íntimas, muy íntimas. Si las digo sería como romper la inocencia del personaje.­

–Sin entrar en detalle, contame una, dale…­

–¿Ves? No sé decir que no. Te cuento una… Cierta vez yo iba con mi auto por la Plaza de Mayo. De repente vi que cruzaba la calle una paloma renga. Apenas el semáforo diera la luz verde sería aplastada. Entonces giré todo el volante, me le puse a la par y la acompañé‚ hasta que subió a la vereda.. Recibí una punta de bocinazos y todos los insultos del mundo. Al otro día quise sacarme eso de encima, tan lindo, y conté el episodio por radio, a través del Mingo. Recuerdo que a Mario fortuna le pareció algo exagerado, pero en general al Mingo se le banca cualquier cosa, se le cree cualquier ternura. A Altavista no le pasa lo mismo. Por eso me valgo del Mingo y los límites son  de agua. O de chocolate.­

–¿Cómo se siente Altavista en el año 1982, asediado por el éxito, frente al contraste de esta realidad cargada de malaria y despidos y desocupación?­

–Soy consciente de que justamente, cuando a mí se me dan todas a favor, el país las sufre todas. Este contraste me hace vivir bastante incómodo. Disfruto, sí, esto que me pasa después de siete años de estar silenciado y rebuscándomela como podía. Pero entre lo que me pasa a mí y lo que pasa afuera de mi casa hay un abismo de la madona. Yo trato de hacer algunas cosas.

–¿Cómo cuáles?­

–Tratamos, con mi mujer, que los hijos crezcan sin perderse por la abundancia que les toca. En nuestra casa, cada vez que nos sentamos a la mesa, rezamos para agradecer por el alimento. Además, cuando comemos apagamos el televisor.

     (Después de un largo bostezo Altavista me cuenta, como en secreto, un episodio que lo tuvo en un hurto. Cuando el padre lo descubrió, en silencio le dio y le dio con el cinto. Después se puso el cinto y me dijo: “Esto no va por haber robado, sino por haber mentido. Mentir es peor que robar. No lo olvidés. Yo nunca lo olvidé. De mi papá  guardo esa enseñanza y guardo sus últimas ropitas”.­

–¿Ropitas?­

–Las ropitas del Mingo son de mi viejo. El saco, la camisa, la bufanda, el sombrero, son los que él usaba. Le pedí a mi vieja que los guardara, y después los usé yo para el Mingo.­

–¿El sombrero es el mismo de siempre? ¿Cómo es posible que ningún fervoroso te lo haya sustraído para tenerlo de recuerdo?­

–Es posible porque a ese sombrerito lo cuido más que a mi vida...­

–¿A tu vida la cuidás, realmente?­

–Tengo que empezar a cuidarla; me siento muy cansado, y no doy más. Ayer fui al médico porque sentí cierto temblor en esta mano (alza la derecha). El médico me dijo que ya mismo tengo que aprender a decir que no. Es que Minguito no para en todo el día. Cada vez me quedan menos minutos de Altavista. Mi personaje ocupa mi lugar.­

–La viuda de Juan Carlos Chiappe te ha demandado, creo que por medio millón de dólares, por que afirma que tu personaje no es tuyo. ¿Algo para decir?­

–Yo hice mi primer Minguito a los 14 años. Y muchos me llamaban así, desde ese entonces. Juan Carlos Chiappe era como un hermano para mí. Es cierto, hace unos treinta años un día me dijo: ¿Tengo un personaje para vos en mi teleteatro Por las calles de Pompeya llora el tango y la Mireya”. El personaje era Minguito Tinguitella. Me fui a una quema, miré gente, descubrí a un hombre que andaba con un carro, usaba boina y un trapo negro en el cuello... Así produje al personaje.­

–¿Aquel Mingo era igual a este Mingo?­

–Parecido. Aquel Mingo era también ingenuote, buenazo, pero no tanto... Recuerdo que cuando quise incorporar el escarbadiente a sus hábitos, muchos me dijeron que era de mal gusto, que iba a producir rechazo. Pero no fue así, al contrario. A este Mingo le pongo muchísimas cosas mías, íntimas, ya te dije, muchísimas cosas que no me animo a expresar como Altavista.­

–¿El Mingo es un personaje de la realidad o una caricatura?­

–Es una caricatura. Eso sí, muy basada en la realidad.­

–A quienes te objetan, por ejemplo, que estás deformando el idioma, ¿qué les contestarías?­

–Yo no le contesto a nadie. No quiero ponerme a discutir. Yo te pregunto a vos, ya que estamos: ¿Te parece que una caricatura, que alguien como Cantinflas puede ser considerado representativo de un país? ¿Te parece que alguien así, una caricatura, es responsable de lo que pasa con el idioma? ­

–No. Creo que tomárselas con Minguito, en cuanto al saqueo del idioma, significa querer tomar el toro por la cola...­

–Decime, Rodolfo, vos que estás más descansado: ¿y cómo sería tomar el toro por las astas?­

–Sería dejarse de embromar con el inofensivo Mingo, y ocuparnos, en cambio, de tantos animadores, locutores, periodistas, que utilizan mal, muy mal un patrimonio idiomático que cada vez se vuelve más pobre, más anémico... Pero volvamos, Altavista, a tu personaje. ¿En qué otra cosa esencial coinciden?­

–Dicen por ahí que los ojos del Mingo y los de Altavista son los mismos. Me refiero a la índole de la mirada. Me hicieron notar que cuando soy el Mingo y cuando soy Altavista no hay ninguna diferencia en la expresión de mi mirada.­

–¿Qué hay en esa mirada?­

–Ternura, dicen.­

–¿Y vos que decís?­

–Yo digo que hay buena fe.­

–Ya que hablamos de buena fe te pregunto: después de hacer dos programas televisivos por semana, de estar todas las mañanas en la radio, de grabar distintos programas para emisoras del Uruguay y del interior, de acceder a decenas de reportajes y homenajes, ¿cómo estás trabajando actualmente?­

–No puedo, no quiero mentir: no estoy trabajando con ganas...­

–¿Cuántos años tenés?

–Estoy sobre los 53.­

–¿Has pensado, imaginado, la posible existencia de un Minguito de 60, 65 años?­

–El otro día alguien me mostró la foto de una persona. Era yo, mejor dicho, era el Mingo a los 65 años. Esa persona existe. Creo que también puede existir un Mingo de 65 años. Pero eso no me preocupa. No me gusta proyectar ni adelantarme a las cosas. Las cosas y los años vendrán solitos... Yo espero lo que me venga.­

   (Esta conversación fue enhebrándose en la radio, en un café, después en un auto. Ahora estamos en la casa de Altavista. Una casa que hizo de a poco y que no ha querido cambiar. Más bien trata de agrandarla. Compartimos un vinito con hielo. Para algunas fotos Altavista se recuesta sobre el sillón y hace como si durmiera. Pero en una de esas se duerme nomás el hombre. Y hasta ronca. Su hijo lo advierte, viene y lo despierta. Altavista, con un conmovedor respeto por nuestro trabajo, se disculpa, trata de despabilarse, se somete nuevamente a las preguntas:)­

–Hablando de límites, hace un rato contabas cómo a veces Altavista se infiltraba en Minguito. ¿Y Minguito no estará invadiendo la personalidad de Altavista?­

–Sí, la invasión existe y es muy grande, y eso me preocupa. Los que conversan conmigo tal vez no se dan cuenta, pero yo, en el medio de las conversaciones muchas veces me freno... necesito concentrarme, hago un gran esfuerzo para pensar, para razonar, para hablar como Altavista. Y es porque todo el día estoy haciendo de Mingo, cuando actúo, o en la calle a pedido de la buena gente.­

–¿Y entonces?­

–Entonces esto: que para hablar normal, para razonar como Altavista, para expresarme yo tengo que poner tanta atención y hacer un esfuerzo semejante al que uno tiene que hacer cuando interpreta un personaje. Pero lo terrible es que tengo que esforzarme para decir mi libreto, para ser yo.­

–Se te dieron vuelta lo papeles: la ficción se comió a la realidad.­

–Esa es mi terrible situación. Estoy tan saturado de hablar como el Mingo. Me cuesta una barbaridad hablar, ahora mismo, normalmente.­

–Esta invasión, ¿no podría llegar a producir en el señor Altavista resentimiento y hasta fastidio hacia su muñeco Minguito?­

–No quiero que eso suceda. Estoy agradecido a Minguito. Quiero a mi muñeco. Sé todo lo que me dio, lo que nos dio. Porque lo quiero y lo respeto es que voy a parar‚ desde enero, tres meses. Si no lo hago voy a terminar no siendo más Altavista. Es hora de que yo descanse del Mingo y que descanse también del público. Sería muy triste, sería una especie de crimen, que yo me hartara del Mingo, y el público también. La pureza del Mingo nos hace falta a todos. A mí también.­

–Bueno, Juan Carlos, tirate en ese sillón y dale a la pestaña.­

–Gracias, querido... No quisiera que mis palabras suenen a queja. Yo no tengo nada de qué quejarme. Lo único que puedo decir es que... al final no sé qué es más peligroso en la querida Argentina: si el fracaso o el éxito. Durante siete años anduve sin laburo, silenciado, ahora tengo tanto que ya no sé ni cómo me llamo.­

­–Altavista, permítame preguntarle: ¿cómo se llama usted? ¿cuál es su nombre?

–Creo que mi nombre es Altavista, Juan Carlos Altavista. Creo.

    Posdata.  He aquí una postal del drama argentino. O te mata el silencio o te mata el éxito laboral. Juan Carlos Altavista lo vivió y lo padeció en carne y en alma propias. En fin. Murió joven. Se descompensó, llamaron a una ambulancia, la ambulancia llegó al canal y se lo llevó. Pero ya era tarde, para siempre.

* zbraceli@gmail.com    ///   www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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