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Merecer los brindis, esa es nuestra cuestión en la pausa para ser “buenos”

Por supuesto que tenemos derecho a la celebración. Pero siempre y cuando los brindis broten desde alguna reflexión. Somos, debemos ser, algo más que portadores eructantes de aparato digestivo.

25/12/2022 14:02
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

 

   Con la Navidad y el fin de año que se mete como relámpago en el año nuevo, uno hace una pausa y de repente se transforma, se pone “bueno”. Juzga menos y comprende más. Qué lo parió. La pregunta que nos viene año tras año: ¿Por qué será que para ser un poquito buenos somos tan hijos dependientes del almanaque?

   Quienes tenemos el privilegio de la mesa con mantelito, estaremos meta y meta abrazo, meta y meta brindis. Hasta se nos mojarán los ojos de emoción propinando y recibiendo buenos augurios.

   Lo de siempre: en esta “pausa para la bondad”, le daremos permiso al amor. Hasta le daremos un beso hondo al espejo que guarda la sed de nuestra mirada. Mientras tanto, en ese de repente nos daremos cuenta que eso que late y late, a la izquierda de nuestro pecho, es el famoso corazón. El mentado corazón, al menos un rato al año, posiblemente será lo que debe ser: será corazón, intenso corazón, y no una sucursal del hígado o del intestino.

   Así es, compatriotas en esta arenita del cosmos que es la Tierra: nos pasará lo de siempre: apaciguaremos nuestras uñas, riendas le pondremos a la mezquindad, y a la envidia le daremos asueto. Nos acordaremos, por fin, que somos “humanos” de humana condición. Repartiremos perdones por la diestra y la siniestra, juraremos buenas acciones. Y no sólo eso: recordaremos que la solidaridad es una saludable costumbre traspapelada al compás de ese criminal eufemismo de la esclavitud que nombramos globalización. O neoliberalismo, que vendría a ser lo mismo.

   Hasta puede suceder que de repente tomemos conciencia de nuestra inconsciencia. Y ahí sabremos que, si el pan de cada día y de cada noche no es compartido, no es pan, es alarido de obscenidad.

   En tren de afrontar humanamente el mundo que vivimos, envainaremos nuestro fácil dedito de acusar. Aceptaremos que el diferente es diferente también porque nosotros somos diferentes a él.

    En ese de repente entusiasmado de estos días hasta es posible que reparemos que el mundo no termina en el umbral de nuestra confortable casita.

   Nos animaremos a dar abrazos tan pendientes, abrazos con zeta y con ese; abraZos abraSadores.

   Todo será posible: en el de pronto del de repente: veremos con los ojos, escucharemos con los oídos, paladearemos con la lengua, tocaremos con la piel, oleremos con la nariz. Le pasaremos lista a los sentidos y caeremos en la cuenta de que son cinco. Y los despertaremos bien despiertos, a los sentidos. Y los soltaremos bien sueltos, a los sentidos. Para que hagan lo que siempre tienen que hacer: abrazar abrasadamente. El amor a rajacincha.

   No está demás recordarnos, damas y caballeros, que estamos en democracia, una democracia a sembrar con buena leche. Celebrar (nos) es un derecho y es un deber. Pero tengamos a bien considerar que ninguna celebración es genuina, si no es conseguida. Entonces, por un rato pongamos la reflexión en remojo y afrontemos preguntas sencillas:

¿Qué pasaría si a esta “pausa de bondad” la tuviéramos, no vamos a decir cien días al año pero sí, al menos, un par de días cada mes?

¿Qué pasaría con este mapa que, según dicen, es nuestro país, qué pasaría con este mundo hoy acorralado por entusiasmos genocidas? ¿Qué pasaría si al año celebráramos no una sino quince o veinte navidades?

    Al leer los diarios, al comprobar la instauración de la nueva esclavitud, del analfabetismo y de la analfabetización, al observar el obsceno descaro de guerras preventivas que son en realidad genocidios preventivos, al comprobar el horroroso hambre de miles de millones, al ver cómo en un mes de guerra se gasta mucho más que lo que haría falta para hacer una campaña que termine con todas las plagas endémicas que acribillan a los arrojados del sistema. Al ver eso advertimos que la condición humana está enquistada en el mismo punto. Y uno se pregunta si la condición humana –como diría la sabia Alicia Moreau de Justo– avanza aunque más no sea un milímetro cada siglo o está encallada en el mismo punto, por los siglos.

   Tal asoma la pregunta: más allá de los prodigios de la ciencia, eso que llamamos condición humana, ¿realmente avanza? El interrogante tiene que ver con la costumbre de los genocidios tantas veces enarbolados con la excusa de “salvaguardar la libertad y la democracia”.  No podemos desentendernos de la criminalidad multiplicada por miles de misiles (cada uno cuesta tanto como varios hospitales y escuelas juntos). La impunidad de los superpoderosos que exprimen al planeta para salvar a los bancos genocidas, esa impunidad es un SIDA no nombrado.

   Si estamos siempre donde mismo, como condición humana significa que estamos retrocediendo hacia el apogeo de un suicidio total. Ahora bien, ¿cómo avanzar aunque sea un milímetro por siglo? Damas y caballeros, tal vez la forma de avanzar un tranquito sería agregándole a nuestro año calendario una o dos docenas de días con espíritu navideño. Un puñado de esos días, ¿para qué? Para hacer una pausa, para ponernos buenitos.

   Claro, para que ese milímetro de evolución suceda, tenemos que animarnos a tener conciencia. Para eso tendremos que tener huevos sin hache. Tener güevos y güevas para estar despiertos. Nada menos, ¡estar despiertos! Entonces sí, entonces, a celebrar y a descorchar y a decir ¡salud!

   ((Posdata anual.  Ya que estamos: no estaría demás tomarnos el pulso: el pulso nos dará una noticia tan prodigiosa como comprometedora: estamos vivos. Si estamos vivos, a proceder en consecuencia. Porque la vida es algo, es mucho más que hacer la digestión.))

 

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

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