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Hagamos la prueba: unos días de intemperie poniendo el cuerpo en una cosecha verdadera

Preguntas para poner en remojo: ¿cuál es la patria u organismo mundial que tiene más mástiles? Algunos dirán que  Naciones Unidas. Otros dirán que China. Pero no, ni Naciones Unidas ni China. La respuesta  –un poco de paciencia– no queda lejos. No la vemos porque está más acá de nuestras ciegas narices.

11/03/2023 22:26
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada        

 

Preguntas para poner en remojo: ¿cuál es la patria u organismo mundial que tiene más mástiles? Algunos dirán que  Naciones Unidas. Otros dirán que China. Pero no, ni Naciones Unidas ni China. La respuesta  –un poco de paciencia– no queda lejos. No la vemos porque está más acá de nuestras ciegas narices.

Voy acudir a reflexiones de hace tres años, de hace siete, de hace trece años, vertidas en esta columna –que acompaña al diario Jornada desde su nacimiento–. Empecemos por meditar la palabra “felicidad”. Es una de nuestras tantas palabras deshilachadas. Incurrimos en millones de definiciones sobre la felicidad, pero es inútil. Una y otra vez caemos en la tentación y otra vez e intentamos una definición más.

     Para una multitud de seres la felicidad es algo que, cuando nos damos cuenta, ya pasó. Para menos cantidad la felicidad es el trayecto mismo de un sueño a conseguir. Es decir: que nos estamos columpiando entre la nostalgia y la utopía. Aún sabiéndolo, yo, en este rato de palabras, una vez más voy a cometer la vana imprudencia de atrapar ese relámpago que llamamos “la felicidad”. Y que ya sucedió. 

    En la Fiesta de la Vendimia del 2004, me invitaron a cosechar en esa viñita que recibe a los que llegan y despide a los que se van en el aeropuerto que se llamó del Plumerillo. Cómo explicarlo: sentí a aquella invitación (perdón por la rima) como una condecoración. ¿Puede uno recibir, como reconocimiento, algo más precioso que participar aunque sea por unos minutos de la faena primordial, de cosechar los espléndidos racimos?

    Aquella “cosecha”, vestido de ciudadano, por más que fue delante de las cámaras y los micrófonos, fue algo más bien parecido a un simulacro. Simulacro y todo, durante unos minutos –debo confesarlo– me despertó voces, sonidos, sabores, aromas muy hondos. Y aquí viene la recordación: esa cosecha simulada me trasladó hasta mi niñez, a una finquita de Chacras de Coria. Allí trabajaban de Contratistas mi abuelo materno, vasco, Eustaquio (Eustacio) Zarategui, y mi abuela, Petra Valencia.

    Ahora mismo, siento que estoy allí, en los luminosos días de las cosechas. ¿Qué veo? Estoy viendo hombres y mujeres de rostros tostados como el buen pan, hombres y mujeres laburantes, al trotecito entre los surcos, con los tachos al hombro, rebosantes de uvas recién paridas que van a ser la carne del vino nuevo.

    Pero lo que más intensamente recuerdo, aparte de aquel sol amarillo como ninguno otro sol de la tierra, es el olor de esos cuerpos laburantes. El olor del sudor, macerado por el aire y el sol. Un olor único. Un olor noble, genuino, limpio de toda limpieza.

   ¿Olor a qué? Olor a tierra, olor a sol, olor a vida. El sagrado olor del trabajo. Exactamente, el olor contrario al olor a falsedad, al olor a frivolidad, al olor a pura apariencia, al olor a desodorante, al olor a simulación, al olor impostado.

    Aquel conato de cosecha en el Plumerillo, me empuja a una meditación, leve. Se me da por pensar que los políticos, los intelectuales, los artistas, los docentes, los escritores, los deportistas, los científicos, los periodistas, anualmente debiéramos concedernos una semana, o al menos tres o cuatro días. ¿Para qué? Esos poquitos días para ir a vivir la cosecha. Sin agenda, sin mail, sin fax, sin reloj, sin redes sociales, sin celulares, ¡y sin desodorante!

   Damas y caballeros, unos días para traspapelarnos con los primordiales, con los desconocidos de siempre, con los que, tierra mediante, hacen las uvas y hacen los vinos y hacen el amor con el mismo sudor. Los primordiales, esos que permiten con su trabajo infinito que la rueda de la Vida continúe. Que continúe la Vida, pese a los zánganos, pese a los atorrantes, pese a los usureros, pese a los mafiosos, pese a los que propician la nefasta tenencia de armas en los hogares.

   Unos días, esos días, trabajando de cosechadores, de sol a sol, ¡qué saludable nos sería! Nos enteraríamos que nuestro cuerpo tiene olor, sabríamos por fin cómo es ese olor tan extraviado. Aprenderíamos de una vez en qué consiste sudar la gota gorda; sudar trabajando de otra manera. Sabríamos, además, cómo es, sin metáfora, eso de ganarse el pan con el sudor de nuestro lomo y de nuestra frente.

    Tres o cuatro días siendo genuinos cosechadores nos vendría tan,  pero taaan bien... ¿Bien para qué? Bien para el cuerpo y bien para eso que llamamos el alma. Bien para el corazón. Bien para el bendito colesterol. Bien para la circulación de la sangre.

    Y seguro que nos vendría bien para volver a nuestros orígenes, para alfabetizarnos de otro modo. Para ser éticos sin tanto cacarear con la ética.    A los que se nos da por escribir, esos días en la real cosecha, entre los surcos, abrazados por la intemperie, nos haría bien hasta para mejorar nuestra pobre sintaxis.

    Nada obligatorio, nada que venga de la mano dura, sirve. Pero se me hace que nosotros, tan aseados, tan civilizados, debiéramos secretamente obligarnos cada año a unos días de pisar, de cosechar con nuestras manos en la plena viña. Veríamos entonces un sol rubicundo, gloriosamente amarillo cuando asoma, llegaríamos al final del día con ese emocionante cansancio del pan bien habido, comeríamos sin cubiertos, con los dedos. Eso no es todo: antes de dormirnos haríamos el amor de los amores a los gritos y después nos dormiríamos en castellano, como sólo duermen los niños.

    En vez de gastar fortunas haciendo turismo aventura o prestándonos a las terapias alternativas, tendríamos que afrontar esos poquitos días adentro de la viña, cosechando de verdad. Hagámoslo por la vida, hagámoslo por nosotros, hagámoslo por la sintaxis. No olvidemos: es imprescindible, de vez en cuando, recordar cómo es el olor de nuestro cuerpo, cómo es el color del sol y cómo es la felicidad de ganarse el pan con el elemental sudor de la frente.

    Posdata. Qué tanto y tanto. Aunque sea sólo imaginándolo llevemos nuestro cuerpo con su laguito interior, a la preciosa aventura de los surcos. Nos encontraremos con los verdaderos héroes, los que hacen el pan y hacen el vino y hacen los hijos y hacen el amor con el mismo sudor. Y podremos, allí, en el medio de una viña, aprender que la verdadera vendimia celebra  la  redención del trabajo de los que no tienen nombre. Y podremos cantar y brindar y decir a los siete vientos:

Alabados sean los que mordieron y morderán con hambre el sucesivo pan de este aire.

Alabados los que saben la lucidez de la saliva.

Alabados los que, sin dejar de estar contra la violencia y la pena de muerte, no se privan, llegado el caso, de dar buenas patadas en el culo.

Alabados los que atraviesan la Vida haciendo algo más que la digestión.

Alabados, sean, madremía, los que se aventuran al nuevo día.

   

   Y ya el descorche del vino le está pellizcando el poto ¡a la fiesta!

   Dicho sea: la fiesta, por más fiesta que sea, es un derecho. Y si es un derecho, es un deber.

   ¿Vino dijimos recién? No hay nada que hacerle con él. El vino allá se viene entusiasmado a por nosotros; tengamos el coraje de no ofrecerle resistencia.

   ¡Y que se nos haga de música la sangre del cuerpo entero! Llegado el caso, con vino brindemos por el vino, porque lo dicho: el vino es la única patria que tiene mástiles para todas las banderas.

   ((Y ya tenemos respuesta a la pregunta que al comenzar nos quedó en remojo: ¿Cuál es la patria u organismo mundial que tiene más mástiles? El vino es esa patria. Malbec mediante, digamos: ¡salud entonces!))

 

zbraceli@gmail.com   ===   www.rodolfobraceli.com.ar

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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