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En los 19 años de JORNADA, ¿cuál fue la mejor noticia?

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En los 19 años de JORNADA, ¿cuál fue la mejor noticia?

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    Parece mentira lo que es tan cierto: estamos celebrando el 19 aniversario del Jornada nuestro de cada día. Cada año que se suma mi columna empieza con ese “Buen día”, vertical, que viene a ser –para mí, al menos–  un talismán.

16/05/2022 11:51
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Por Rodolfo Braceli, Especial para Jornada. Desde Buenos Aires

 

    Retomo algunas reflexiones que vienen al caso. En un mundo que traspapela hasta los genocidios preventivos, en un país tan sembrado para la desmemoria, celebrar que un diario cumpla 10, 15, 19 años de vida, más que necesario, es imprescindible. Así es: florecen intensas razones para celebrar las casi dos décadas de Jornada.

    ¿Tiene sentido celebrar en tiempos arduos? Por supuesto que sí. Toda celebración supone brindis. Pero el brindis, para que tenga pulso debe afrontar antes el incómodo peaje de la reflexión realizada frente a un espejo, para mirarnos hondo. Sin en esa mirada que nos revisa los sueños y las flaquezas, el brindis no vale. Sin vueltas: todos los hacedores de Jornada merecen brindis. ¿Por? Por ejemplo, por haber sostenido la pluralidad de sus columnistas. Soy uno de ellos y bien sé que ciertas columnas mías produjeron incomodidad, cólicos del alma. Pero para eso estamos: para espantar la comodidad, que tantas veces se traduce en abulia digestiva. Jornada atravesó casi dos décadas tan difíciles como prodigiosas empuñando esa esperanza tejida con el respeto por la diversidad. Prepotente esperanza. En lo personal digo que en 19 años no me cambiaron ni me tacharon una sola palabra. (La libertad de expresión no se agradece, pero hay que reconocerla; no es lo frecuente).

    Mientras madura el brindis no soltemos la reflexión. Los periodistas solemos autoelogiarnos diciendo que estamos “comprometidos con la realidad”. Nunca será tarde para mirarnos al espejo sin bajarnos la mirada. ¿Cúanto de lo que pasa y cuánto de lo que deja de pasar en esta patria idolatrada se debe a que nosotros, a veces distraídos y desmemoriados, nos convertimos en sembradores de una aterrante sensación de “fin del mundo”; sensación que sólo sirve para desatar ese miedo que le hace el caldo gordo a los que desde siempre sueñan con la Mano Dura? Se palpa: en nuestra sociedad hay demasiados ciudadanos de conciencia digestiva que han convertido a la paranoia en una ideología. De derecha, claro.

      Admitámoslo: los periodistas, con la coartada de que “cumplimos órdenes”, tantas veces elegimos el camino más dulce y más cómodo y, por eso, el más nocivo. ¿Cuántos periodistas estelares, hoy por hoy, sólo halagan la conveniencia individualista, prestándose a la payasada y al patético show? Ya que estamos, una pregunta que nos cae por madura: ¿Escribiremos algún día el libro de la Obediencia (In)debida en el Periodismo?

      Sin perder de vista el brindis se me cruza una pregunta: En los últimos 19 años, ¿cuál fue la mayor buena noticia que me tocó comentar?

Pongo el interrogante en remojo; entretanto comparto un recuerdo: Hace 19 años recibí en Buenos Aires una llamada telefónica desde Mendoza, inesperada; sucedía el mediodía, llovía como si el cielo se hubiera desfondado. Quien me llamaba era el “ciego” Roberto Suárez. Atropelladamente, con palabras que se pisaban los talones, me contó que con Aldo Ostropolsky iban a sacar un diario gratuito que tendría un columnista cada día, en la contratapa. Me propuso la página de los viernes. No alcancé a responderle que sí; el Roberto siguió atropellándome con su entusiasmo: “Para tu columna tenés que escribir no más de 2.800 caracteres.” Mordí el anzuelo. “Necesito por lo menos 3.800 caracteres”, le dije. Al final terminé escribiendo alrededor de 5500. Así empezamos. Y se fueron sumando los años que hoy ya son 19. Apasionantes. A lo largo de los años he recibido críticas estimulantes, he recibido también el buen aliento de muchos halagos de lectores y el mal aliento de algunas puteadas amenazadoras, amparadas en el coraje del anonimato. Pero aquí estoy, respirando con fruición este tiempo complejo y prodigioso. Se dirá que hoy se discute mucho y con vehemencia. ¡Qué más queremos! Discutimos porque se puede y porque al país nuestro, por fin, se le están tocando nervios muy sensibles. La discusión –si es con buenaleche–, es una indudable señal de vida. Buena señal: tenemos pulso en el corazón del alma. Estamos vivos y encima despiertos. ¡Cómo para no celebrar!

    Voy a la pregunta en remojo: en esta casi dos décadas, ¿cuál fue la mayor buena noticia que me tocó comentar? Fue una noticia que, precisamente, por ser buena, los hacedores de la (des)comunicación suelen ningunear. Me refiero a la noticia de la recuperación de aquellos Nietos que la dictadura de 1976 afanaba, hasta arrancándolos desde la placenta. Aquellos desaparecidos vivientes, buscados por la amorosa terquedad de las Madres Abuelas de Plaza de Mayo, significan apariciones nacedoras de seres secuestrados por décadas. Cada aparición, cada recuperación de identidad significó un parto, un alumbramiento. Los nietos recuperados suman 130; por recuperar quedan alrededor de trescientos. Esta columna celebró cada aparición de Nieto enarbolando esa buena noticia siempre minimizada. Besamos con estas palabras a esas madres, abuelas, ancianas hoy casi centenarias. Ellas siguen buscando, no se dan por aludidas por la edad. Ellas convirtieron a la desesperación en militancia del pulso. Las trataron de locas y las arrojaron a la intemperie; aun en democracia las quisieron traspapelar con la indiferencia y el olvido. Pero no pudieron con ellas. A la vista está: la muerte y la asesinación no siempre se salen con la suya. Las locas parteras vencen cada día. No le aflojan. Al odio y a la muerte lo vienen dando vuelta como a un guante. Esto sin recurrir a las balas, sin pedradas. Una hazaña, porfiada y pacífica. Una hazaña admirada por el mundo entero.

    Por favor, afrontemos las preguntas cruciales frente al hondo espejo:

–Permiso, Memoria. Permiso, Conciencia: ¿Qué sería de nosotros si Ellas, las Madres locas, no existieran?

¿Qué quedaría de nosotros si Ellas no hubieran salido a alumbrar la más eterna de las noches? ¿Qué sería de nosotros? ¿Qué?

¿Estaríamos de pie? ¿Estaríamos en cuatro patas? ¿Estaríamos?

Reconozcámoslo: sin Ellas alumbrando, esta patria idolatrada hoy sería un oscuro agujero con forma de mapa. Y de tanto tocar y tocar fondo, habríamos desfondado el abismo. Pero Ellas nos enseñaron a sembrar el abismo. Y nos enseñaron que la paciencia no es resignación. Y nos enseñaron el optimismo de la memoria. Y nos demostraron que la fastidiosa memoria es el modo más porfiado de la esperanza.

    La madre que nos parió. ¡Las madres que nos parieron! Tiempo de brindar a rajancincha con el luminoso vino oscuro. ¡Que sea el vino por los 19 años de nuestro Jornada de cada día! Y que sea el vino ¡porque estamos vivos, con la sangre furiosa de alegría, sembrando el aire!

   Posdata:  Estamos en plena pulseada; la democracia es un sucesivo insomnio: no olvidemos, ni ebrios ni dormidos, que no debemos arriar la esperanza. La esperanza es un derecho y es un deber. La esperanza es un incesante trabajo. Momento de brindar en castellano. Por la diversidad, por el pluralismo, por el honor de la palabra, por la ética de la sintaxis, por el amor de los amores. Lo bueno del número 19 es que nació del 18 y ya presiente el 20. ¡Salud! ¡Aleluya! ¡Huija! 

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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