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El retorno de “Fontova presidente”. Monicacos con motosierras e invertebrados, abstenerse

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El retorno de “Fontova presidente”. Monicacos con motosierras e invertebrados, abstenerse

Fiero y simpatiquísimo y marrón. Horacio Fontova, alias Negro, alguna vez lanzó su candidatura a presidente de la nación. Entonces nos pareció una chacota, una humorada. Observando la actual Argentina de pronto advertimos que la de Fontova, comparado con la motosierra y con “el que quiera andar armado que ande armado” es una candidatura racional. ¿O no?

11/11/2023 22:06
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

 Voy a recuperar sólo algunos momentos de un capítulo de mi libro Argentinos en la cornisa (Aguilar, 1998). Voy por aquel Horacio Fontova.

“Mediatarde. Un hombre –unos de 35 años– camina por la calle Corrientes, en dirección al Bajo; voy detrás. Aunque el tipo es muy conocido, no me animo a saludarlo. Al hombre, el pantalón jean le sobra como le suele sobrar a los próximos ancianos. Por más que camina rápido, cada vez que enfrenta un desnivel pisa sin convicción, sus rodillas titubean. “Pobrecito, está reventado”, pienso.

Pasarán para la vida del mundo nueve años. Es el Agosto de 1993. Estoy frente a aquel hombre del jean, haciéndole un reportaje. Bufanda roja, boina profunda,  negra; el sólido saludo con un apretón de manos, no corresponde a aquel tenue personaje que vi en la vereda y que apenas si llenaba su pantalón. Con Horacio Fontova, alias El Negro, tendremos varios encuentros. Utilizando algunas ráfagas de esas entrevistas tejo esta columna. Escuchémoslo.

–Fontova, ¿qué puede decir usted sobre el día de su nacimiento?

–¿Qué mierda te hice para que me tratés de “usted”?

–Hace un tiempo usted lanzó su candidatura “Fontova presidente”. Por respeto a la posible investidura lo trato así, de “usted”.

–Caramba, gracias... Bueno, resulta que nací el 30 de octubre de 1946, en un sanatorio de San Telmo. Se llenó de un olor marrón y lo cerraron. Fui un fenómeno mundial, tuve madre cincuentona, de 49: le nací nieto. Creían que yo era un fibroma; bah, tengo cara de fibroma. Fui un exabrupto de mis viejos. Pero estoy contento.

–¿Tuvo adolescencia?

–Sí, adolescencia tuve. E infancia. Gocé muuucho a mi vieja querida. Ella, permisiva, es el personaje más loco que conocí. Mi locura es un poroto al lado de la suya… Gran pianista clásica mi vieja, dentro de una familia de músicos notables. Mi abuelo, León Fontova, fundó la Sociedad de Música de Cámara. Mi viejo, doctor en Ciencias Económicas, se transformó en cantante lírico. Primer bajo del Colón, llegó a cantar en la Scala de Milán.

–Te rascás la nuca: algo tenés en la punta de la lengua: ¿me lo querés decir?

–Quiero hablarte sobre mi candidatura. Pero antes definime vos, periodista,  estos años actuales.

–Nos gobierna el Señor de los Anillacos. Vendieron las joyas de la abuela, y eso no es todo, por tres mangos vendieron a la abuela también.

–De acuerdo. ¡La política convertida en farsa! Como ahora todo se reduce a hacer lo contrario, yo propongo: Negros de mierda, por qué no se van a la reputa madre que los parió. Haciendo todo al revés saldrán mejor las cosas. Tengo mi equipo: Miguel Ángel Solá intendente, Ernesto Sábato ministro de trabajo, Fito Páez ministro de poesía, Jorge Guinzburg ministro de educación, Lalo Mir de comunicación, Maradona en deportes, Urdapilleta y Tortonese para manejar el teatro San Martín; Pinti, claro, de canciller. Quino el ministerio de Justicia, Bioy Casares, jefe de policía.

–¿Bioy jefe de Policía?

–Yo le hago caso a Platón. Platón decía que las fuerzas de seguridad deben estar manejadas por individuos de nivel intelectual y moral más alto.

–Raro, lo dejaste afuera a Charly García.

–A Charly le tengo reservado el ministerio de salud pública. Porque sabe, como nadie, de recuperación. Lo tengo todo pensado: en vez del ceibo como flor nacional, vamos promover otro símbolo: el choripán. Y nuevos feriados nacionales: el día del beso, el día del arquero, el día del pedo.

–¿Te sentís capacitado para gobernar?

–Si se trata de ser coherentes, es decir, de mandarse reverendas cagadas, creo que, sin pecar de soberbio, que reverendas cagadas puedo aportar. Olvidé decirte mi vocero: Boby Flores. En fin, estoy preparado: puedo gobernar. Si se trata de ser coherentes, creo que mis reverendas cagadas puedo aportar. Y tengo una ventaja, vivo a una cuadra de la casa de gobierno. No preciso auto ni chofer.

¿Afanarías?

–Sin ninguna duda.

–No te creo, Negro.

–No me conviertas en un santo. Te prometo algo: que sí te voy a defraudar. Mi cara hace juego con lo que soy, un atorrante.

–¿Qué te diría tu padre?

Con mi viejo me llevé como el orto. Pero al final pude gozarlo. Quería que yo fuera un tipo eficaz y macho como él. Me educó en el “Lasalle”, antes intentó meterme en el Liceo Naval. Resultado: le salí un hippie acérrimo. Estuve años sin verlo. Cuando yo ya tenía 30 de edad un día me pongo a pensar: “Puta madre, ¡pero si el viejo es mi viejo!”. Fui a buscarlo, lo encontré, ¡qué abrazo nos dimos! Fue mi gran amigo. Hoy le agradezco la dureza. Yo he tocado fondo muchas veces, he vivido en rateríos, pasado de alcohol y de la porquería de la droga. Soy un sobreviviente de la mierda. Aprendí que no hay que tirar la vida al inodoro...

–¿Algo más?

–Necesito contarlo. Más que la falopa, mi drama siempre ha sido el alcohol. Desayunaba con tres cognacs, me hundía, así hasta que me metí en Alcohólicos Anónimos. Ahora tengo un mecánico mental, digamos. Antes me analicé con una mujer, pero era medio difícil contarle, por ejemplo, que yo quería lamer a determinada mina, o que me hacía la del mono y gozaba mirando la foto de una señora que conducía almuerzos televisivos. Pero lo importante es que ahora mi preocupación va muchísimo más allá de mi persona. Es hora de que los humanos tomemos lecciones de ética y de moral de los animales, de las plantas. Fijémonos: no hay guerras entre animales, ni entre las plantas.

–¿Hijos tenés?

–Perdí, con mi ex mujer, un hijo antes de nacer. Situación cruel, que pude transformar en vida. Al tercer mes de embarazo me dijo “El feto está en el bidé”. ¿Qué hacer con mi hijito muerto? Pensé y decidí: lo puse de abono en el malvón de mi jardín. Es lo que me gustaría para mí cuando muera: servir de abono; de un viñedo, por ejemplo.

–Entonces, adiós a la droga.

–La corté a tiempo. Quita el hambre, uno puede escabiar el triple, no se te para el pito, etcétera. Odio sobre todo a los que dicen condenar a la cocaina… La cocaína es una venganza que viene desde el fondo de la historia… Si Fernando e Isabel, en vez de mandar a Colón acompañado de sucias cucarachas, hubieran mandado gente preparada para convivir con otras culturas, el asunto hubiera sido muy diferente. Vinieron sólo a reventar indios… Creo en el aforismo Inca que dice: “La venganza del inca duerme en la hoja de coca y despierta en el cuerpo del conquistador”. Hoy ganan ellos, pero… a la larga la Tierra va a triunfar.

–¿Qué es el pecado para vos?

–Para mí pecado es hacer lo no necesario, robar más de la cuenta, hasta querer más de la cuenta. Ejemplo: yo amo a una persona y me dan ganas de morderle la cara. Si la muerdo la desfiguro. Ahí está el pecado, en el exceso: en que yo me coma un cacho de cara del sublime ser amado.

–A tus 46 años, ¿cómo ves el futuro?

–Me pregunto: ¿traigo un hijo a este mundo mandado por cucarachas? De todas maneras la vida tiene que venir. Hay que nacer. O nacer. Mi lema es: corazón y huevo.

–Corazón y huevo, flor de eslogan para un candidato a presidente.

-–Habías empezado a decir que la cocaína, la droga, es una venganza que viene desde el fondo de la historia. Explicame eso.

–Si Fernando e Isabel, en vez de mandar a Colón acompañado de sucias cucarachas, hubieran mandado gente preparada para encontrarse y convivir con otras culturas, el asunto hubiera sido muy diferente. Se perdieron la oportunidad de concretar un acto supremo de coalición de culturas. Pero vinieron a reventar indios como si los indios fueran bichos de décima. Todo crimen tiene su castigo. Reitero: no lo digo yo, lo dice el viejo aforismo Inca. O sea que, monigotes, escuchen ésa ¡y córtenla!... Sabés, se me quedó en el tintero algo que te iba a decir recién: todo está muy podrido, pero algunos maestros hay: Jesucristo fue un buen maestro. Era un hombre que hablaba de humildad, y vivía siendo humilde. Los que hoy hablan en su nombre, la mayoría, lo que menos tienen es humildad. Jesucristo no usaba rubíes ni era un personaje pomposo.

(Fontova a esta altura se ha sacado la boina. La alisa. ¿Te quedaste con ganas de contarme alguna locura de tu vieja? Levanta la vista y se sonríe hasta con las orejas…)

–¿Sabés que sí? Hablar de María Fontova me derrite el corazón. Esta señora concertista estaba enloquecida con este bomboncito que le salió casi a sus cincuenta pirulos… Me acuerdo ahora de un día que fuimos a almorzar a La Churrasquita, en la calle Corrientes...  Comimos los dos solitos. Llovía muchísimo. Al irnos, al llegar a la puerta del restaurante con el mozo mi vieja abre el paraguas, y empiezan a caer cucharas, tenedores, saleros, servilletas, cosas que había enfundado en el paraguas mientras conversábamos. ¡Se había olvidado, la colifa!

–Madre mía.

–No, Rodolfo, madre mía. Era única la loca. Sabés, nunca me pegó. Te cuento otra: yo tengo ocho años. Dentista. Me lleva mi viejo, un salteño duro. Pero no puede conmigo, me sopapea; no hay caso. De vuelta en mi casa cuenta su impotencia; mi vieja le dice: “No te preocupés, yo lo llevo. Al otro día voy con mi vieja. Al llegar a Melo y Uriburu yo me planto: “Mamá, no voy a entrar”. Ella, sonriente me dice “ah, ¿así que no pensás entrar?”. A continuación se levanta la pollera y le muestra la bombacha a la gente que pasa: “¡Mire señor, mire lo que tengo acá!”. Y se pone a bailar un can can y a levantarse la pollera y a mostrar la bombacha... Y yo, desesperado: “Por favor, mamá, voy al dentista pero ¡cortala! ¡cortala!” Así era, delirante, ¡divina! Yo tuve la felicidad, ¡el infinito placer!, de que se haya muerto en mis brazos.

–Placer dijiste.

–¡Placer! ¡Felicidad!... Mi vieja, con 85 años, la desahuciaron los médicos, le sacaron los tubos, y empezó a respirar con calma. Allí estábamos con mi hermana. Me acordé de que cuando alguien está muriendo no hay que mostrarle dolor, no hay que obstruirle el tránsito. Yo, meta caricia, empecé a decirle: “Vamos vieja todavía, no me afloje, carajo...vamos, que el viaje sigue, mamá... vamos con tutti, nosotros estamos bien, vos seguí...” Y así murió. Por eso digo que fue un placer… Ayayito, estoy a punto para hacer la revolución.

–¿Cómo sería tu revolución?

–Como la del poema de David H. Lawrence. Él decía: hagamos una revolución, pero no la hagamos por la igualdad; hagámosla porque todos somos demasiado iguales.

(Fontova vuelve a alisar la boina, una vez más. La besa. Me confidencia: “Esto es lo que siempre me sale cuando recuerdo a mi loca. No se lo contés a nadie. Es una felicidad que yo puedo palpar, pero…”)

–¿Pero?

Pero también siento angustia por estar en un mundo así.

–¿Sos realmente feliz?

–Soy feliz pero me siento triste.

 

Posdata.   La conversación con Fontova nos vuelve en tiempo presente. Es lógico: Fontova no ha muerto, ni ha fallecido. Es de los que no descansan en paz, descansa en intensidad. Si presentaba su candidatura a presidente hoy estaría encolumnado no con los candidatos monicacos que, motosierra mediante, se cantan en la democracia. Y no con los invertebrados verbales que convocan la Mano Fuerte. Él en cambio encarnaría a un hombre que estaría feliz, pero sintiéndose triste.

 

* zbraceli@gmail.com    ///    www.rodolfobraceli.com.ar

 

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