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Don San Martín, hoy por hoy, sin mediar las urnas, ¿usted aceptaría ser presidente?

La queja reflexiva de siempre: todos sabemos que un 17 de agosto, el del año 1850, en Boulogne Sur Mer murió San Martín. Muy pocos sabemos cuándo nació. Así somos: un significativo rasgo argentino es recordar a nuestros próceres y a nuestros ídolos, por el día de sus muertes. Fea, fiera, sombría costumbre.

13/08/2022 23:12
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Pero el caso es que ahora estoy incurriendo en lo mismo que critico y abusándome del “17 de agosto” cercano enseguida, dentro de unos pocos párrafos, convocaré al “padre de la patria” para conversar con él. No, no voy a incurrir en ese recurso de los estreñidos mentales; no voy a caer en el: 172 años “sin” San Martín. El año pasado nos sorprendió sumidos en una pandemia que puso en vilo al mundo entero. Mientras tanto, aquí, algunos tenaces odiadores, resentidos incurables que hasta suelen vivar el cáncer, no se resignan al mandato de las urnas. Chicanean con mala leche, desde la implacable mediocridad. Y cacerolean vomitando histeria. Es decir: socaban la democracia sin pudor, sin asco. Lo están haciendo ahora mismo, por ejemplo: cuando cada día ningunean las buenas noticias y celebran las malas.

   Uno se pregunta qué hubiera hecho San Martín en la actualidad, con una deuda externa obscena que deberán pagar hasta los nietos de nuestros nietos. Momento durísimo pero adecuado para preguntarse cómo hubiera actuado  siendo gobernante, para afrontar este tiempo de calamidad económica taaaan heredada y de pandemia inevitable; tiempo cuando una guerra (que puede ser mundial) hace que nuestros ricos se vuelvan más ricos y nuestros pobres más hambrientos. La respuesta salta categórica: San Martín gobernante  hubiera hecho hoy lo que hizo en su momento: ante las urgencias del imprescindible cruce de los Andes, el general ciudadano exigió (sí, exigió) la “donación” de joyas a las damas y familias más adineradas. ¡Otra que proponer un impuesto a la riqueza por única vez! Estaba la liberación de la patria de por medio y San Martín no se anduvo con chiquitas: impuso “contribuciones obligatorias” a comerciantes y hacendados opulentos. Sí o sí. En su momento confiscó lo que había que confiscar. A los impacientes reaccionarios que en este, nuestro tiempo, hasta sabotearon la inevitable cuarentena los hubiera mandado con sus cacerolas al mismo carajo.

    Otra pregunta: ¿cómo se hubiera llevado San Martín con eso que hoy rotulamos (neo) liberalismo? No sólo no hubiera simpatizado, lo hubiera enfrentado. ¿Por qué? Porque a la vista está: bien sabemos que el (neo)liberalismo aborrece y se mofa del ideal de Patria Grande. Y no lo olvidemos: San Martín fue constructor y libertador de esa Patria Grande, inclusive en la hora gloriosa de su gran renunciamiento. A los insaciables sojeros de nuestro tiempo los hubiera domado. O de lo contrario, los hubiera domado. Es decir, domado con el mismo criterio que, por fuerza mayor, impuso las inexorables “donaciones” de joyas.

   Últimamente se ha puesto de moda el manoseo del concepto de “libertad”. Los actuales “libertarios” se llenan la boca con el ruido de los estribillos y de las histéricas cacerolas. Es cierto que la libertad es un bien supremo, pero también es cierto que hay un bien anterior: para ser libres hay que estar vivos, respirando en castellano. Por ejemplo, no jodamos: el uso del barbijo no impide la libertad, de algún modo nos garantiza poder vivirla en el futuro inmediato. Algo tan elemental como el uso del barbijo nos enseña el ejercicio de la solidaridad. Se es “libre” también protegiendo la salud del otro, o de la otra. 

   Un poco, un poquito de memoria: En estos años, en el último tramo del reciente siglo XX, nuestra patria estuvo “en oferta”, con descaro fue loteada. La pregunta imperiosa es si quienes se han apropiado de la palabra “república”, realmente a la tan mentada república la respetan. Esta república que el (neo)liberalismo empujó una y otra vez a las patéticas “relaciones carnales”; ese (neo)liberalismo que dejó una industria aniquilada, sembrada de desempleados, de hambrientos, y de analfabetizados… esta república ¿es una república o sólo nos dejaron, como herencia escandalosa, los escombros de una paupérrima colonia, con la bandera usurera de los bonistas, a merced de los insaciables buitres y del desfondado Fondo Monetario Internacional?

   Así las cosas, el presente es un flor de momento para revisar a esta “patria” que ha sido maniatada, ultrajada, por los prolijos caballeros del Mercado y de la Sociedad Rural. Por los dueños, además, de la escarapela, porque eso son: propietarios hasta del concepto de patria. Y a la patria la arrasan, la extenúan, le envenenan los suelos y las aguas y los aires.

   Recuperando el impulso de otras columnas de aniversarios del 17 de agosto intentaré reflexionar no “sobre” San Martín sino “con” don San Martín. Y para eso me valgo de un libro cuya primera edición fue publicada hace tres décadas: “Don San Martín, ¿a usted qué le parece?”. En aquel libro conversé largamente con palabras textuales de San Martín, extraídas de sus cartas y de sus proclamas. Y lo traje a este presente. Una vez más aprovecho para decir, ya que estamos, que aquella ocurrencia, la de conversar intertextualmente, me fue plagiada sin asco en Mendoza y en medios porteños. Creo entonces que puedo darme el permiso de afanarme a mí mismo; voy por algunos fragmentos de ese diálogo ilusorio que tuve con un militar que, ante todo y finalmente, como aspiración máxima fue –lo subrayo– un “ciudadano”.

   Qué diría don San Martín si se asomara a esta patria, al compás del (neo)liberalismo rifatizada, loteada, y reitero, sembrada de hambrientos y analfabetizados, azotada por dictaduras militares apoyadas por perversos civiles; una patria poblada de buitres y de algún ingeniero de oficina que atesora sus fortunas en los bancos de lejanos “paraísos” fiscales y que, a todo esto, insiste en creérsela, insiste en sentirse un mesías salvador, mesías flojito de sintaxis... mesías en el trono patético de su reposera.

    Advierto que me fui al caraxus. Retomo, y voy por un pequeño tramo del diálogo ilusorio prometido:   

–Don José, frente al poder del sagrado “Mercado” que usa la democracia como condón, ¿qué poder real puede tener una biblioteca?

–“La biblioteca es más poderosa que nuestros ejércitos”.

–Suena a música. Descorcho un vino de nuestra Mendoza... y brindo por el general ciudadano. ¡Salud!

–“Las ciudades multiplicadas se decorarán con el esplendor de las ciencias y las magnificencias de las artes.”

–Libros, ciencias, artes, científicos, Conicet... han padecido aquí exilios, bastonazos, gas pimienta, fuego.
–“Querer detener con la bayoneta el torrente de la opinión universal... es como intentar la esclavitud de la naturaleza. Los triunfos efímeros de las armas, descubrirán su impotencia contra el espíritu de la libertad... La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene.”

–Qué curioso, usted, un general victorioso, rechaza la posibilidad de gobernar.

–“He tenido la desgracia de ser hombre público.”

–Eso que tantos ambicionan usted lo llama desgracia.

–“Porque estoy convencido de que serás lo hay que ser, si no eres nada.”

–Pero usted al Poder lo tenía servido en bandeja. Era un presidente cantado, y sin la vergonzosa necesidad de que le escriban los discursos.

–Siento una “espantosa aversión a todo mando político.”

–Entonces usted reniega del Congreso.

No, el Congreso como las bibliotecas son sagrados.

–Cuánto me alivia lo que expresa sobre las bibliotecas y el Congreso… Pero no deja de llamarme la atención su rechazo al Poder… Justo usted vino a tener esa aversión. En el siglo XX, después de un tal Uriburu, no se imagina la de presidentes sin Congreso ni sufragio que aquí tuvimos.

–“El empleo de la fuerza, siendo incompatible con nuestras instituciones, es, por otra parte, el peor enemigo que éstas tienen... Años de una libertad que no ha existido, deben hacer pensar a nuestros compatriotas.”

–Insisto y no para chuparle las medias: usted pudo ser un gobernante ejemplar.

–“¿Cuáles serían los resultados favorables que podrían esperarse” de mi persona “entrando al ejercicio de un empleo, con las mismas repugnancias que una joven recibe las caricias de un lascivo y sucio anciano?”

–¿Y si la patria se lo pide en este año 2022? Usted no se imagina la cantidad de almidonados, caceroleros y caceroleras que le pedirían que tire la Constitución al calefón, que tapie el Congreso, que participe de un banderazo alrededor del obelisco y que venga a poner Orden.

–“¿Será posible que sea yo el escogido?”

–Supongamos. Usted es el escogido. ¿Acepta ser el sumo Presidente?

–“No. Jamás, jamás… ¡mi bilis se exalta!

–Pero don… es la república naufragante la que lo está llamando.

–“Mil veces preferiría correr y envolverme en los males que la amenazan, que ser yo el instrumento de tamaños horrores.”

–Cierre los ojos, imagine. Una multitud en la Plaza de Mayo... “¡Se siente / se siente / don José está presente!”.  Arrecia el clamor porque usted no sólo es Martín, es san Martín.

–Lo dicho: “¡mi bilis se exalta!”

–Don José, haga un esfuercito. Queremos, necesitamos un redentor; queremos otro papito que nos evite la incomodidad de pensar y de ser libres.

–Le dije: “el que se ahoga no repara en lo que se agarra.”

–No es delirio: usted hoy, en el 2022, es el candidato. Necesitamos mano fuerte.

–“¿Será posible, sea yo el escogido para ser el verdugo de mis conciudadanos, y cual otro Sila, cubra mi patria de proscripciones?”…

–Tendría el apoyo inmediato de la gendarmería y de un tal Aldo Rico y de la Mesa de enlace y… de la república que nos parió.  

– “No quiero llorar la victoria con los mismos vencidos... Jamás. Jamás.” Insisto: “La patria no hace al soldado para que la deshonre... Cada gota de sangre que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mío, hagamos un esfuerzo...”

–Entonces, podremos contar con usted.

–Sí, podrán contar conmigo pero no como “verdugo de mis conciudadanos. Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas. Si algún día se viese amenazada la libertad... disputaré la gloria de acompañarles para defenderla. Como un ciudadano.”

–Eso. Eso necesitamos escuchar. Usted, al afirmar el valor de ser ciudadano, reivindica el valor de la política. Salud, nuevamente, ¡por usted ciudadano!

–Soy “un general que, por lo menos, no ha hecho derramar lágrimas a su patria. No se acuerden de mí para ningún mando.”

–¿Y si, porfiados para la sumisión, le rogáramos que asuma un salvador gobierno de facto?

–“Alto aquí. Voy a embarcarme... Adiós, mi querido amigo.”

–Espere espere, no se nos vaya. Ya basta de exilio y de puerto con niebla y de Ezeiza. Que el tango sea canción y no forma de vida. Don José, por favor, quédese.

–“Paisano mío...”

–Viva aquí su eternidad. Nosotros trataremos de aprender lo tan pendiente, aprender a ser ciudadanos. Basta de hipotecar el futuro… Al destino no se lo puede coimear… Atención, don José… ¿escucha ese rumor? ¿Será la multitud impaciente que reclama por usted?

“Es la tempestad.”

–Pero, ¿hasta cuándo estaremos en el medio de la tempestad?

–Valor. “Es la tempestad que lleva al puerto.”

–La tempestad está arrancando ventanas y desgajando puertas... ¿Qué hacemos, don José? Los bonistas buitres y el Riesgo País y el dólar usurero nos están comiendo por las patas...

–“Seamos libres y lo demás no importa nada.”

–Seré curioso, dígame: Usted, ¿por qué está tan inquieto si esta tempestad nos lleva al puerto?

–Porque “la primavera se aproxima y no alcanza el tiempo para lo que hay que hacer.”

 

Posdata.    El eco de la frase se queda adherido a la memoria del aire… “para lo que hay que hacer.

   Esa es nuestra cuestión: habiendo tanto que hacer, azotados por una pandemia mundial, hambreados y analfabetizados, persiste en muchos la necesidad de odiar, persiste la malaleche, la zancadilla, persiste la desmemoria que garantiza la impunidad de quienes la pasaron macanudo antes, cuando no había democracia, y la pasan macanudo ahora, que la hay. Pero el problema radica en que estas damas y caballeros no sólo no hacen, ¡no dejan hacer! Necesitan el odio como razón de vida. Viven para eso, para la zancadilla. Denuncian la “grieta”, pero ellos la ahondan: viven celebrando enfermedades y epidemias. Pero ojo al piojo: no caigamos en la tentación. No hay que prohibirlos, no hay que reprimirlos. Nada de gas pimienta, nada de balas de goma o de las otras. Eso sería como condecorarlos.

   En fin, sigamos trabajando y soñando, desde la buenaleche. Estamos en pulseada, desde siempre. El momento más peligroso de la pulseada es cuando sentimos que la vamos ganando. Durmamos con un ojo abierto y el otro también. Y no olvidemos lo que decía el militar ciudadano, don San Martín: “No alcanza el tiempo para lo que hay que hacer”. Sencillo: se trata de soñar a rajacincha, pero soñar haciendo.

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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