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Cómo vivir el Mundial en las escuelas: extraordinaria oportunidad de aprendizaje

Le sucede a la Vida cada cuatro años. La vivimos, como entre paréntesis: agarrados de los güevos y de las güevas, succionados por el bendito o maldito Mundial. Precisamente, cada cuatro años, surge la polémica sobre si vale la pena o la alegría que el alumnado asista a clases los días en los que juega la selección.

22/10/2022 22:02
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Reanudo leves conceptos que desde esta columna propuse hace 4 y 8 y 12 años. Pregunta de arranque: ¿En qué consiste la famosa Vida para nosotros y el planeta entero?  La Vida consiste en algo vertiginoso que se desliza al compás de los campeonatos mundiales de futbol. En vez de años, de décadas, podemos medir las edades de Vida por la cantidad de mundiales gozados o padecidos. Un detalle, por un largo mes en nuestro caso anestesiaremos la pesadilla que produce el pago de la deuda inmoral al (des)fondo Monetario Internacional.

     Así es: podríamos medir nuestra “expectativa de vida” por la cantidad de mundiales gozados o agonizados. Decir, por ejemplo, que fulana o fulano de tal tiene equis “mundiales de edad”.

    Damas y caballeros, así estamos: entre paréntesis, en modo Mundial. Y conciencia cero. Hace 4 y 8 y 12 años estábamos emputecidos con Messi; y seguimos en esa. Y otra vez se plantea la discusión si conviene suspender las clases en las escuelas y colegios, los días en los que juega Argentina. Suspender hasta en las universidades. Sigo pensando como hace 4, 8, 12 años: ya que el Mundial devora nuestros días y noches, aprovechémoslo en las aulas. Es una flor de oportunidad para pensarnos, desde los niños, a los adultos, a los ancianos.

    Sin exagerar, pienso que el Mundial se puede convertir en una materia de Educación Cívica, o de Introducción a la Condición humana.

    Decía una de mis siete abuelas refiriéndose a uno de mis siete abuelos: “Este hombre no es imprescindible, pero es inevitable.” Vale para el fútbol. El fútbol es el espejo que mejor nos espeja. Revela nuestras virtudes y defectos y sueños y taras. Al fútbol lo podemos utilizar apreciando el juego y, si del juego no entendemos un comino, lo podemos utilizar como la más prodigiosa herramienta para conocer a los otros y para conocernos nosotros. En fin, para revisarnos y conocernos en el vínculo con los que llamamos “nuestros semejantes”.

    Machaco: además de un juego que por momentos amalgama lo estético, la belleza, lo ético y, siempre lo imprevisible, estamos hablando de un juego tan prodigioso que no sabemos si la vida se parece al fútbol o si el fútbol se parece a la vida. Conviene reiterarlo: este deporte que convoca a las mayores multitudes del mundo entero es, además, una herramienta macanuda para observar nuestras conductas, delirios, complejos de superioridad que (como decía el extrañado Hugo Arana) esconden los de inferioridad.

    En concreto ¿qué espeja? Espeja diversas formas de violencias, saca a relucir nuestro amasijo de creencias que van desde las supersticiones a las religiones. Espeja crudamente nuestro racismo subcutáneo y ese jodido nacionalismo odiador, odiante, que hasta justifica genocidios. Algo más, espeja el la adicción al triunfalismo y al derrotismo, tan alentada por el periodismo estelar de los medios que se autodenominan de “comunicación”. De un minuto para el otro a un héroe se lo transforma en villano. Recordemos a Bilardo antes del Mundial de 1986. Partió para el Mundial de Méjico arrasado por toda clase de críticas. Una vez conquistado el título se paseo por cientos de escuelas del país dando conferencias. El extraordinario Bielsa es otro caso para estudiar. Recordemos las penurias de Goycochea tras recibir cinco goles de los colombianos y la épica glorificación tras atajar penales en el mundial de Italia.

     Salgamos de la urgencia unos minutos, por favor. Afrontemos una pregunta que nos cae en la mollera: A ver, ¿existe algo que nos espeje mejor que él fútbol? Si el futbol no existiese, ¿en la tierra no habría hambre, guerra, analfabetismo? Ojo al piojo: si no nos gusta lo que vemos, no culpemos al espejo. Pienso –afanándome de mi libro De fútbol somos­–, que el fútbol es el suceso humano en el que tenemos menos posibilidades de ser hipócritas. De un minuto al otro nos descareta de cuajo, pone en evidencia taras y flaquezas, racismo subcutáneo, opiniones camaleónicas… Claro: la pelota nos desnuda, nos deja en pelotas.

    El caso es que estas semanas estaremos succionados por otro bendito/maldito Mundial: el Primer y el Tercer mundo, todos los niveles sociales, cultos y analfabetos de cualquier edad, raza, sexo y religión estarán poseídos por la misma fiebre. El planeta entero será tragado por una especie de Moby Dick. A este punto queríamos llegar: pues bien, ya que vamos a ser devorados, aprovechemos para ver cómo es la ballena por adentro.

   Ante la inevitabilidad del fútbol pienso, como hace 4, 8,12 años que la decisión de que haya pantallas en las aulas para ver partidos del Mundial podría llegar a tener su consecuencia enriquecedora. De ninguna manera serían días de clase perdidos. A ver si me explico: si observamos la inexorable fiebre mundialista, por unos días en escuelas y colegios y universidades se podría dar intensas clases de convivencia humana. El Mundial puede ser muy alumbrador. ¿Para qué?

1–  Para aprender la diferencia entre “amor propio” y “amor por lo propio”. (El amor propio conduce al fanatismo enceguecido. El amor por lo propio es eso, amor.)

2–  Para diferenciar entre tolerancia y respeto. (Se tolera porque no hay más remedio. Se respeta por convicción.)

3–  Para hacer ejercicios en vivo sobre triunfalismo y derrotismo. Clase práctica: los alumnos –y los maestros también– escribirán, antes del Mundial, lo que piensan de Scaloni como técnico y de tres o cuatros jugadores. Finalizado el Mundial se compararán opiniones y sentimientos escritos con las que se emitan con el resultado sabido. Nuestra opinión, ¿se sostuvo, más allá del resultado, o el resultado la dio vuelta sin pudor?

4–  Podremos, chicos y grandes, reflexionar sobre esta sociedad triunfalista y derrotista, que salta de la euforia a la depresión en un minuto. Observaremos el camaleonismo de tantos periodistas estelares, la vergonzosa fragilidad de sus opiniones. Un penal errado o convertido, a un semidiós lo mutará en un canalla. O viceversa.

5–  Habrá quedado atrás otro aniversario de la rendición en la desguerra de Malvinas. Aprovechemos para revisar nuestro patético exitismo del 2 de abril del ‘82 al entrar en Malvinas, y la depresión, avergonzada y vergonzante, tras la capitulación.

6–  De paso recordemos que ninguno de los defensores de la selección es, como queríamos con Mascherano, el Sargento Cabral.

7–  Consideremos que los himnos no deben ser canciones de guerra.

8–  Y revisémonos las supersticiones. Observemos que cada vez que, cábala o promesa mediante, pedimos ayuda a la Virgen de Luján, o al Muro de los Lamentos, intentamos coimear al Más Allá. Ojo al piojo: si fuese cierta esa “ayuda” extra, hacemos trampa: salimos a la cancha pichicateados, con doping celestial.

9–  No perdamos la ocasión de hacer memoria sobre el obsceno Mundial del 78, aquella “fiesta de todos” celebrada encima de miles de muertos sin sepultura.

10–  Consideremos: claro que sería macanudo ganar este Mundial. Pero muy peligroso también. ¿Otra vez nos creeríamos que somos los mejores del mundo?

Con eso, ¿cancelaríamos la desmadrada deuda externa?

   Posdata.  Las jornadas del Mundial en las aulas pueden servir para una saludable diversión cívica. ¿Qué a las escuelas no se va a divertirse? Pero menos se va a aburrirse. Ojo al piojo: el aburrimiento escolar es una especie de genocidio finito. Imperdonable. Aquí se trata de aprovechar la conmoción del Mundial para sembrar y alentar algunas reflexiones.

    Hablando de aprender: con estos trabajos prácticos, televisor mediante, los maestros y profesores, reflexionando en vivo con los alumnos, también ellos podrán aprender. Después, los chicos podrán contagiar a los adultos, tan adulterados. Imaginemos un chico que llega a su casa y le avisa a los padres que Messi no es el Mesías. Ni tiene por qué serlo.

   Ya que el fútbol succionará corazones y cerebros, de algún modo saquémosle el jugo en escuelas y colegios y universidades. Sí, flor de oportunidad para aprender-nos, el Mundial. Y cuando concluya, bueno, veremos qué hacemos con el desfondado Fondo Monetario que, tan generosamente, nos presta plata para que le paguemos la obscena deuda que una banda de desmemoriados contrajo con la más alevosa impunidad.

    En resumen: el futbol es inevitable: entonces usémoslo para concedernos lecciones sobre la condición humana, tan encallada ella, tan sin conciencia, tan lejos de los avances de la ciencia y de la tecnología. Utilicemos el Mundial para aprender que, si seguimos suicidando a la Tierra, pronto nos quedaremos sin planeta; un bidón de agua valdrá más que un kilo de oro, cundirá la sed, la sed, nuestra tan violada esfera terrestre sucumbirá extenuada, con la lengua afuera. Ah, y un detalle más: no habrá más Mundiales, porque ni aire para inflar a las pelotas habrá.

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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