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A propósito de guerras invasivas: perdón paraguayos, por los siglos

No todas han de ser noticias lejanas geográficamente, y no todo referido a la siempre urgente coyuntura. ¿Qué tal si reflexionamos el presente haciéndonos cargo del pasado? Flor de oportunidad, por ejemplo, para echarle una miradita a lo que le hicimos al Paraguay. ¿Aquello fue una guerra o fue una escandalosa masacre?

12/03/2022 22:32
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

    En cualquier caso debe avergonzarnos desde nuestras pelotas y ovarios hasta las pestañas de nuestros corazones. Avergonzarnos y dolernos. Pero, nunca es tarde para pedir perdón, y afrontar la reparación. Hace una década larga Fernando Lugo fue destituido como presidente del Paraguay. ¿Quién se acuerda de ese y otros guadañazos que significaron una “invasión” a las democracias? La de Lugo se consumó con la careteada de la “legalidad legislativa”. Algo semejante pasó con la destitución de Dilma Rousseff en Brasil. O con la detención de Lula. O con el golpe de Estado que casi le costó la vida a Evo Morales. O con el acoso descarado al reciente y (por el momento) presidente del Perú, Pedro Castillo, el maestro rural elegido por las urnas.

    Es por demás evidente: en nuestros pagos del “patio trasero sudamericano” el neoliberalismo arrasa sin pudor. Vive en estado de guerra. Hace tiempo el objetivo es Venezuela y, sin disimulo, los es últimamente una Argentina por ellos endeudada obscenamente hasta los nietos de nuestros biznietos. Meten leña al fuego. Esto no es nuevo: aquí Raúl Alfonsín –fanático de la democracia– padeció un golpe de estado financiero y tuvo que “resignar” su mandato seis meses antes. A Luro, presidente elegido por las urnas, se le hizo “juicio político” y tuvo, para defenderse, un par de horas. Alevoso.

   El caso es que el educado e insaciable neoliberalismo no descansa ni en los días de guardar. Estamos mordidos por los buitres de afuera y por los buitres de adentro. Sobre todo, ojo al piojo con los insaciables buitres de adentro. A la tan cacareada democracia se la utiliza como forro. Pero volvamos a la reflexión sobre el flagelado Paraguay. No hace tanto el Papa Francisco elogió públicamente a la Mujer Paraguaya. Dijo que “es la más gloriosa, la más heroica de América”. Fundamentó el rotundo elogio: “Las mujeres paraguayas supieron alzar a un país derrotado, hundido y sumergido por una guerra inicua.” El sumo pontífice se estaba refiriendo a una guerra, la de la triste Triple Alianza, cuando Uruguay, Argentina y Brasil se unieron para descoyuntar al entonces muy floreciente Paraguay. Aquello –hay que decirlo con todas las letras – fue una carnicería vergonzosa y vergonzante, aparte de cobarde. En el Paraguay sólo sobrevivieron los niños, algunos ancianos y, al decir del Papa, las “heroicas y las más valientes mujeres del continente”. 

     La palabra “guerra” se ha puesto de moda por estos días. Ya que presumimos de ser muy sensibles, en la presente ocasión queremos traer esa sensibilidad a propósito de la Guerra de la Triple Alianza. Un ejemplo de alevosía y de cobardía del cual participó nuestro país. Qué vergüenza aquello.  

    Otra vez me permito recomendar un texto de Marcos Zimmermann (“Historia de fotógrafos”, Sudamericana, 2012). Texto excepcional por la radiografía que hace del drama paraguayo, a partir de una foto de un tal Esteban García. Esta foto, desgarradora, es la única que sobrevivió a la dulcemente autodenominada Guerra de la Triple Alianza. Nos muestra centenares de cadáveres amontonados como en un basural. Imagen del genocidio. Voy por párrafos de Zimmermann.

   “La tarde del 28 de febrero de 1870, Esteban García marchaba junto a los últimos 409 soldados paraguayos que quedaban vivos de entre los 100 mil que el mariscal Francisco Solano López había alzado en armas durante aquellos cinco largos años de guerra. El joven fotógrafo empujaba una carreta desvencijada donde llevaba el pesado equipo con el que estaba fotografiando a ese ejército acorralado por las tropas de la “corajuda” Triple Alianza. (…) Caminaba en medio de hombres esqueléticos semidesnudos, de mujeres que tiraban de los carros reemplazando a los bueyes con los que habían alimentado a los soldados, y de niños descalzos que se habían comido sus propios zapatos de cuero luego de haber sido ablandados. Durante aquella retirada, Solano López fundaba una nueva capital del país en cada uno de los pueblos por los que pasaba. (…) La cuarta y última había sido San Isidro de Curuguaty. Pero, ahora, el territorio paraguayo se le acababa.

   “Esteban García, convertido en asistente de Javier López, había sido enviado a realizar aquel primer reportaje bélico de nuestra tierra. Las fotografías de López eran, en general, imágenes triunfalistas. Pero había una desgarradora. La imagen en cuestión, hecha el 24 de mayo de 1866, día en el que Paraguay perdió la batalla de Tuyutí, lleva por título “Montón de cadáveres paraguayos” y muestra una pila de hombres muertos… Pero esta fotografía no fue tomada por Javier López sino por Esteban García…”

   Una cita de un libro de Richard F. Burton –sigue Zimmermann– “advierte que el 1º de marzo de 1870, el mismo día en que terminó la guerra, Esteban García –que se había pasado al bando paraguayo al ver la injusticia de aquel conflicto– fue obligado por los aliados a destruir, una por una, la pila de placas de vidrio que había tomado durante la larga agonía de la derrota. Luego había sido fusilado. El registro del valor con el que el Paraguay enfrentó su exterminio, y que García fotografió, fue hecho añicos junto con esos negativos. Se salvó sólo esta imagen: ‘Montón de cadáveres paraguayos’.

  “Hay miles de testimonios sobre el coraje paraguayo durante la desigual guerra de la Triple Alianza. Pero lo cierto es que la valentía de ese pueblo pasó a la historia gracias a tres frases reales. La primera, perteneciente al propio Mariscal López, que, luego de negarse a un ofrecimiento de rendición o de exilio que le hiciera el enemigo, peleó hasta morir junto a sus últimos hombres mientras gritaba ‘¡Muero con mi patria!’ en el arroyo Aquidabán Nigüí. La segunda frase: ‘¡Un coronel paraguayo nunca se rinde!’, fue dicha apenas horas después por su hijo Panchito, que a pesar de sus 15 años demostró el mismo temple que su padre, al ser muerto defendiendo a punta de sable a madame Elysa Lynch, su madre, y a sus hermanos más pequeños. La tercera, lanzada por ella misma: ‘¿Es esta la civilización que ustedes han prometido?´”

   Hoy de aquello no se habla. Impera la desmemoria y la indiferencia activa. Dos formas de

complicidad con la asesinación de decenas de miles. Por eso, escuchemos otra vez: “mujeres que tiraban de los carros reemplazando a los bueyes”… “niños descalzos que se habían comido sus propios zapatos de cuero”…

   Zimmermann lo dice: la pregunta de madame Lynch tiene una tremenda vigencia. Recordemos que aquel Paraguay “acudía en ayuda del presidente constitucional uruguayo Bernardo Berro”. Ahí la Argentina le declaró una guerra que fue de tres países contra uno pequeñito. ¡Genocidio cobarde! Paraguay combatió “solo contra los ejércitos de Pedro II, Bartolomé Mitre y Venancio Flores pintando bigotes falsos en la cara a sus niños imberbes para hacerlos pasar como aguerridos soldados mientras cargaba sus cañones con vidrio de botella…”

   Cuánto heroísmo por un lado y cuánta cobardía y barbarie de esa prepotente Triple Alianza que tuvo el hediondo coraje propio de una patota. La barbarie de la civilización. En fin, eso: genocidio. Aquella foto de Esteban García es solamente una entre cientos borradas del mapa.

   Dicho en castellano: la guerra de la Triple Alianza fue la obscenidad de esos bárbaros que al día de la fecha se siguen haciendo gárgaras con los valores de la civilizada civilización y la “defensa de las instituciones”. Gentes, hoy, de crispación bieneducada.

   Posdata.   Damas y caballeros: Nunca es tarde, como nación, para inclinarse y decir: “¡Perdón, Paraguay!” Y, ya que estamos, brindemos por aquel llamativo reconocimiento del Papa Francisco a las heroicas mujeres paraguayas. Y, otra vez: Perdón, Paraguay, por los siglos de los siglos. Hay guerras que no cesan, hay invasiones que devoran las vidas de cientos de miles, hay asesinaciones “colaterales” que siguen y prosiguen. Ante tanto y tanto como sucede nuestra indignación y dolor de pronto parecen curiosamente selectivos. Ya que estamos tan horrorizados por la guerra de estos días, memoria mediante revisemos, por favor, la ropita interior de nuestras distraídas conciencias.

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

 

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