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A Pablo Neruda seguro que lo envenenaron, pero no consiguieron matarlo

Ellos no, nos piden permiso para matar. No pienso yo tampoco pedir permiso para resucitar a un poeta; poeta por la gracia de su madre y de su padre. Por estos días, Rodolfo Reyes, sobrino del inmenso Pablo Neruda, declaró que tres grupos de expertos confirmaron que este murió por ingestión de “clostridium botulinum”. Envenenamiento, doce días después del golpe.

18/02/2023 23:03

Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

 

   Hay libros que saltan de la biblioteca al piso y uno al levantarlos de un momento al otro se pone a conversar con ellos. Me pasó el día de uno de los últimos terremotos de Chile, con el poemario de Neruda. Entonces escribí una larga nota para la revista de La Nación. Voy a reanudar algunos momentos de ella.

   Otro terremoto le quebró el espinazo al delgado mapa de Chile. ¿Cómo explicar tanta absurdidad? Entonces fue que decidí conversar con don Pablo. Acordamos de inmediato: yo le contaré sobre la tragedia y él responderá con frases, con hebras textuales entresacadas de sus poesías. Pero antes que eso busco hasta que encuentro el recuerdo de una anciana sumamente analfabeta y sumamente sabia.

   La vieja aquella era fiera, de cuajo fiera. Pero, pensándolo bien, era perfecta; en su boca no había un solo diente; era como si jamás los hubiera tenido. ¿Edad? Ni ella lo sabía. La conocí en 1965, en Pichicuy, una caleta de pescadores ubicada a 170 kilómetros al norte de Santiago. El sitio tenía un escuálido hotelito de madera, ocho habitación, las olas lo salpicaban. Por una cuesta se llegaba a las viviendas de los pescadores. Allí vivía la vieja; ella decía que se llamaba Lautara y que apellido no precisaba. Aquel terremoto que trisó tan hondo los cimientos de Chile me lleva hasta aquellas noches en las que con un par de amigos subíamos para estremecernos con los relatos de Lautara. La estoy viendo en su silla de totora, adentro de una pollera inmensa, con las piernas abiertas de tanto ser madre y abuela y antigua hembra. Nos cuenta de un cercano terremoto de agua, maremoto, del que se salvaron gracias a “ciertos avisos”.

–“Ese mar que ahora mansito nos lame, un día se alzó más grandote que una montaña grandota y se nos vino todo encima… Al cuento lo puedo contar porque el mar es un traidor que siempre avisa… Tenemos un tonto bueno en la familia, Ciriaco… Pues, el día anterior despertó llorando a las carcajadas. Se abrazaba como si fuera otro mientras dale que dale con su llanto que era una risotada… Algo nos quiere avisar el Ciriaco, dije yo entremí… A la hora de empezar con el puchero, el fuego era como una lengua que se enroscaba… Algo nos quiere avisar el fuego, dije yo entremí… Y salí para el fondo a ver cómo estaban los bichos del corral… Los tres chocos ladraban ronco y la mulita terca pateaba la leña. Harto nerviosos estaban los animales: el gallo no se subía para ser gallo y las gallinas querían, el perro más viejo era un puro gemido sin ladrido… Algo nos quieren decir los animalitos de Dios, dije yo entremí… Y volví a la cocina, por la ventana miré otra vez y en eso vi que los animales se rajaban para lo alto del cerro como si alguien los persiguiera y allí entonces puse el grito en el cielo para juntar chiquillos, familia y vecindario… ¡Vamos detrás de los animales ya mismo! ¡y a trepar con lo que teníamos puesto!… Apenas llegados a la cresta, el sol se puso negro y el mar se volvió montaña y la montaña se alzó y aplastó al caserío entero… ni los rezos nos salían… Estamos contando el cuento porque el buen tonto y los animales nos avisaron. No son güevones los animales…”

   Detalle: la vieja sin dientes no tenía biblioteca, pero como centro de su ruda mesa tenía un libro de Pablo Neruda. Ella no sabía leer pero, terca, siempre encontraba quien le leyera. 

   Un recuerdo me lleva a otro. Y siento que aquella Lautara me empuja a mi biblioteca: voy, busco a Neruda. Con la impunidad de la imaginación decido conversar con el Poeta, ahora, a propósito de tanta absurdidad en el sufrido Chile.

–Don Pablo, ¿está?

–He “devenido en polvo como un cristal irremediablemente herido”.

–Pero su voz se escucha entera.

–Será que “yo no puedo estar muerto”.

–Hace bien en nacer. ¿Tiene idea usted lo que su Chile acaba de padecer? 

–“Se fugaron los dioses”…

–Y ante la fuga, ¿usted qué hizo?

–“Yo me deslizaba por la calle, negra estaba la noche... se iba la tierra, nada la defendía… los pájaros cantores vaticinaron la agonía… Se iba la tierra, nada nada la defendía… bruscos socavones, heridas que ya nadie podrá borrar del suelo… asesinada fue la tierra mía”… “Ay, tantos muertos y tantas manos que han encerrado besos”... Amigo, “no hay nada más que llanto”.

–Y niños abrazados a sus juguetes.

–Vi los niños “más allá de esos muros, lejos”…Vi “el temporal de aullidos y lamentos y fiebres, la noche absorta”… Hice “girar mis brazos como dos aspas locas”, vi “relámpagos, cabezas de mirada terribles, como la de ciertos ahogados”…

–Don Pablo, pero no hay  noche que dure cien años. Rompámosle la cresta a los presagios.

–Eso es, afuera “los pájaros del demonio”, basta de “relámpagos embalsamados, el hombre separará la luz de las tinieblas”.

–Entonces señal que habrá día de mañana.

­–Sí, mañana habrá día entero, amigo. “Creo, como Rimbaud, en la ardiente paciencia”.

–Tengo que rendirme ante la prepotencia de su entusiasmo.

–“No se trata de nombrar el vacío, sino de llamar a la esperanza.”

–Ante un fanático de la esperanza, me rindo nomás. Lo veo pleno, radiante.

–“Yo no puedo estar muerto, para nacer he nacido, no se destiñe el aire respirado”… “Humildemente altivos tenemos mucho que hacer”, alcemos “las guitarras harapientas contra el infortunio”, zurzamos “las olas trituradas”. Tenemos que “nacer de la ceniza terrestre. En un río de espigas llega el sol”.

–Ahí asoma… Si usted  quiere, puede preguntarle algo.

–“Dime, sol, si sobre el árbol todavía está el cielo... Dime, sol, si el hombre está en su sitio”.

–El cielo todavía está y el hombre también. Gracias a la vida esta noche no escribirá usted los versos más tristes.

–No, “porque llevo en mi mano la paloma”.

–Usted es un fanático de la esperanza. ¿De qué paloma me habla?

–De “la paloma que duerme en la semilla”.

–Se viene, irrevocable, el canto de los gallos y sus consecuentes auroras… ¿Qué se quedó mirando, don Pablo?

–Eso, “la aurora”.

Posdata.  No hay caso: no basta con asesinar para matar. No siempre la muerte se sale con la suya. Al tercer día del golpe de estado el Poeta fue fue apresado. El Augusto asesino (cobarde, ladrón) decidió envenenarlo. No, no hay caso, no pudo con él. El poeta es tenaz, es terco, es porfiado: ocurre que entre ceja y ceja tiene la aurora del próximo día de mañana.

 

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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