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¡300 mil libros salvados! ¿Quién dice que no hay buenas noticias?

Un libro es un ser viviente. Se salvaron 300 mil libros, es decir, se salvaron 300 mil seres vivientes gestados por seres humanos. Esos 300 mil libros iban a ser “picados” aquí, en esta patria. ¡Una flor de noticia! Algo más: el 16 de octubre de 2014 se puso en órbita el Arsat 1, el primer satélite fabricado aquí. Otra flor de buena noticia.

26/03/2022 22:30
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Por Rodolfo Braceli, Especial para Jornada. Desde Buenos Aires

Las dos informaciones fueron ninguneadas, pronto se nos traspapelaron. Preguntita: ¿por ser buenas? No le demos vueltas: las buenas noticias, a una considerable franja de nuestra sociedad y de nuestros comunicadores le producen arcadas. Y entonces se las minimizan, se las arrincona en el infernal limbo del cesto de la basura. ¿Por qué pasa esta absurdidad? Porque el absurdo se convierte en normalidad a la hora de las noticias positivas. El propósito oculto es generar, sistematicamente, sensación de “fin del mundo”. Esa sensación multiplica los miedos, la paranoia. Y la paranoia hace rato que se ha convertido en ideología. Por supuesto, ideología de derecha.

     Un poco de memoria, por favor: cuando a mediados de octubre del año 2014 después de Cristo se puso en órbita el primer satélite realizado por argentinos y en Argentina, estábamos antes un acontecimiento histórico. Salvo excepciones, la noticia se arrinconó en espacios poco visibles. Claro, era buena, demasiado buena; una noticia propicia para desalentar nuestros ánimos depresivos. La pregunta se nos cae por madura: si el lanzamiento hubiese resultado fallido, si el cohete impulsor hubiese explotado por los aires, ¿qué espacio, radial y televisivo, qué centimetraje se le hubiera concedido al episodio?

     La respuesta también se cae por madura: si explotaba la nave impulsora con el Arsat 1, el espacio y los títulos hubieran sido espectaculares. Sin exagerar, el tiempo, la ubicación de la noticia hubieran sido diez, veinte, cincuenta veces más grandes y notorios y duraderos. ¿Por qué? Por lo dicho: porque era una flor de mala noticia. Y esas noticias, como por ejemplo la de las catástrofes ferroviarias, íntimamente son celebradas por muchos, por demasiados. Porque las malas noticias son muy eficaces para eso: para engordar el pesimismo depresivo, para fogonear los miedos, la erosionante paranoia nuestra de cada día.

    ¿Más casos de buenas noticias ninguneadas? Por ejemplo las referidas al rescate, a la recuperación de los nietos desaparecidos. Ya van 130; de entre ellos la mayor repercusión mediática lógica fue la aparición del nieto de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto. Pero esa repercusión –justificada, sin duda–, se debió a la trascendencia mundial del caso.

    Sin embargo no pasó lo mismo con las varias decenas de nietos recuperados que superaron el centenar. Claro, eran buenas noticias. Noticias que nos demostraban la razón de ser de la memoria; noticias que nos enseñaban que la memoria es la forma más ardua del optimismo. Y eso no conviene a los propagadores del miedo contagioso, a los saboteadores de la democracia.

    Ya que estamos, comparemos el tiempo y el espacio que se le da a una aparición, recuperación de Nieto o Nieta por décadas con su identidad secuestrada, sin saber cómo se llama. Comparemos por otra parte el tiempo y el espacio informativo que se le da al caso de un familiar de famoso que está cinco o seis días secuestrado hasta conseguir canje de vida por dinero. La diferencia es abismal. Y es vergonzosa y vergonzante. Otra vez gana desaforadamente la noticia untada por la frivolidad y pierde, escandalosamente, la buena noticia esencial.

     Por estos días se nos escurrió una noticia extraordinaria: en la capital que llamábamos Federal y que ahora denominamos Ciudad Autónoma de Buenos Aires, los reflejos de un puñado de ilustradores y autores de libros infantiles consiguieron salvar alrededor de 300 mil ejemplares de literatura infantil. En el escaso periodismo atento y sensible se destaca la nota de Karina Micheletto en Página 12. Entre la reflexión y la información Micheletto nos refiere el cierre de la editorial SM Argentina. Este sello anunció el desguace de su depósito; allí había valiosas colecciones de libros infantiles y juveniles. Un grupo de autores e ilustradores se activó y, entre otras cosas, recurrió a la Biblioteca del Congreso de la Nación para rescatar y enseguida distribuir esos libros en escuelas y bibliotecas de zonas fronterizas. A la tragedia la dieron vuelta como un guante.

    Digamos, de paso, que eso de “picar” libros, para convertirlos en viruta es algo usual en muchas editoriales argentinas. El colmo: a veces figura como cláusula en los contratos. La cuestión es hacer espacio, entonces se “pican” los libros que ya no tienen acceso a las vidrieras y bateas de novedades de las librerías y se los reduce a un montón de viruta. Quienes practican este método inscripto en la mentada “libertad de mercado”, ¿estarán asesorados por algún nieto –inquisidor– del señor Frankestein?

   Un detalle: esto del casi genocidio de 300 mil libros de literatura infantil ocurrió aquí, en lo que el marginado Ezequiel Martínez Estrada definió como “la cabeza de Goliat”, en la ciudad capital que tiene el mayor presupuesto del país y una de los mayores de la América latina. Ocurrió justamente en la ciudad capital en la que, al comenzar el presente ciclo lectivo, nos encontramos con más de 56 mil niños que este año no tuvieron vacantes. (El jefe de esta ciudad aspira a ser presidente de la república Argentina). Madremía, madretuya, madrenuestra. Domingo Faustino Sarmiento –tan cacareado por tantos ciudadanos “libertarios”–, ¿qué diría al enterarse de los 56 mil niños porteños que hoy, en el 2022, no tienen escuela. Y entonces, ¿en qué quedamos cuando el barullo mediático, en plena pandemia, prioriza la presencialidad? Qué vergüenza.

    Un paréntesis. No estaría demás hacer memoria sobre el genocidio de libros consumado en la dictadura del ’76. Ciento de miles, millones de libros fueron quemados. En la escuela Manuel Belgrano esto se realizó en el patio y con la presencia del alumnado. No se salvaron ni Freud, ni García Márquez, ni el autor de El Principito, ni Groucho Marx que fue confundido con Karl Marx, el autor de El Capital. La quemazón aquí fue 60 veces más grandes que la de los nazi. El record de barbarie se logró el 30 de agosto de 1980, esto en un baldío de Sarandí. Las cenizas ejemplarizadoras vinieron de más de un millón y medio de libros desfigurados por el atroz fuego. Esa hoguera duró tres días. Uno de los hacedores de esas quemas fue el general Luciano Benjamín Menéndez (¿les suena el apellido?)

     Pero volvamos a la “buena noticia”. Habíamos quedado en que la editorial de origen español SM –seguimos con el relato de Micheletto– al irse de la Argentina, para despejar sus depósitos decidió que en un par de semanas “picaría” sus más de 300 mil libros. La cifra anida preciosas colecciones infantiles y juveniles. Aquí funcionó, digámoslo otra vez, la “lógica del Mercado” en este caso con el paraguas de la burocracia consabida. Pero resulta que hay ciudadanos y ciudadanas sensibles y despiertos; despiertos porque sensibles: se reunieron los autores e ilustradores de esos valiosos libros, gestionaron a gran velocidad y consiguieron que, a través de la Biblioteca del Congreso de la Nación, se salvaran esos títulos que se iban a convertir en toneladas de viruta desfigurada. Alrededor de 250 autores se sumaron no sólo para protestar sino, además, para proponer que tales libros fueran destinados a escuelitas de frontera, hacia niños que integran el más del 50 por ciento de criaturas que están por debajo de la inconcebible línea de pobreza. La ocurrencia va más allá de las donaciones. Se están organizando encuentros de esos autores con niños que sólo conocen a los escritores por su foto de solapa. Habrá contacto. Esta salvación y esta ocurrencia merecen ser celebradas. Estamos ante un milagro, pero no un milagro caído del cielo, sino un milagro ejemplar, un milagro sembrado aquí en esta tierra.

     La pregunta final es: ¿Cuántos habitantes, cuántos compatriotas se enteraron de esta buena noticia? La respuesta ya fue dicha: estamos anegados de malas noticias porque las “buenas noticias” son ocultadas o ninguneadas. ¿Por qué, para qué? Para que nos siga devorando la paranoia, la fácil sensación de fin del mundo que siempre le conviene al capitalismo neoliberal.  

      Posdata.   A propósito de “buenas noticias” ocultadas o ninguneadas: se me cruza el recuerdo de algo prodigioso que pasó en los primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín: un grupo de muchachos radicales de Franja Morada y un grupo de muchachos peronistas militantes del campo social, se juntaron y se mezclaron y empezaron a trabajar ¡todos juntos! en un plan de alfabetización concretado por ellos en barrios carenciados y en las villas y en provincias del norte. La noticia salió chiquita y enseguida desapareció del mapa. Claro, era una buena noticia y eso estimulaba la consolidación de la siempre endeble democracia.

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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