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11 de Setiembre: la tragedia de las Torres Gemelas y la tragedia del Palacio de la Moneda. Y ¿vendrá la primavera?

Si hay un día especialmente trágico ese es el 11 de setiembre. Día para llorar en voz baja, como los ancianos. Día para llorar en voz alta, como los niños. Día para llorar a destajo, a lo Oliverio Girondo. Día para llorar por la condición humana, tan deslumbrante, tan inventora, tan contradictoria, tan inexplicable.

09/09/2023 21:41
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

   Los 11 de setiembre anidan dolor y estupor, motivos para reflexionar. Al mundo, a este mundo, entre otras cosas le sucedió lo de las Torres Gemelas, y le sucedió el bombardeo a la democracia del Palacio de la Moneda, que trajo la muerte de Salvador Allende. Pero además, ese día celebramos el día de la maestra y del maestro… Y muy cerca, el presentimiento agazapado ¡de la primavera!

    La conmemoración de las maestras y maestros alude a la muerte de Domingo Faustino Sarmiento. Costumbre nacional: recordamos a nuestros próceres por el día de sus muertes. Ya que estamos recordemos: Sarmiento nació el 15 de febrero de 1811. Sarmiento era una especie de locomotora de ocurrencias y de acción. Exuberante, desmesurado, por momentos arbitrario soñaba con un país de escuelas públicas. Fue maestro y director de la escuelita de San Juan, a la que fue en su niñez. Su figura en estos años fue afanada como bandera por los liberales que no tienen nada de liberales: ¿qué hubiera dicho Sarmiento sobre gobiernos (neo)liberales que marginaron los presupuestos destinados a las escuelas públicas? (Neo)liberales que se apropiaron con alevosía del concepto y de las palabras republicanismo, diversidad, libertad. A algunos elogiadores de Sarmiento en estos tiempos, el genial sanjuanino los hubiera repudiado con su vehemencia, con sus “puños llenos de verdades”. Nada cuesta imaginar la furia de Sarmiento cuando gobernantes (neo)liberales descalificaron el ministerio de educación pasándolo a secretaría de educación. O cuando desde la impunidad se decía “ramal que para ramal que cierra”.

   Sarmiento, más allá de sus desmesuras y violencia de época, no era un hijo del marketing; él soñaba y hacía. Y él escribía sus propios discursos. A propósito del escritor, no nos olvidemos que tenía una prosa extraordinaria.  La Argentina que él soñaba no solo fue el granero del mundo sino, además, un ejemplo continental por su “escuela pública”, por sus colegios, por sus universidades. Un detalle: quien se asome a sus libros advertirá enseguida que si algo aborrecía Sarmiento era justamente el culto de la vagancia.

   Digamos de paso que casi siempre se disimula el rol fundamental que tuvo Sarmiento en la ley 1420, la que promueve la educación común, gratuita y obligatoria. Y además, laica. Alumbremos eso, tan soslayado. Y sigamos con nuestro ejercicio de memoria, convencidos de que con la memoria no se retrocede, al contrario, se semilla un futuro diferente y mejor. Estoy recuperando conceptos vertidos en esta columna a lo largo de diez, de quince años. Ahora mismo detengámonos en el  “11 de setiembre” del 2001. Ese día asistimos a una tragedia de origen confuso, oscuro: el derrumbe televisado de las Torres Gemelas de Nueva York. La tremenda atrocidad de la aniquilación de las Torres Gemelas con sus muertes sirvió a las pocas horas para justificar guerras y “genocidios preventivos”. Incluso sirvió para naturalizar la tortura como recurso necesario. Estos años se llegó al colmo de nombrar a las torturas con un eufemismo de cinismo atroz: en vez de “tortura” ahora se dice: “Interrogatorios exigentes”.

    Continuemos hojeando el pasado, si es que queremos construir un futuro decorosamente humano. Ahí tenemos, muy traspapelado, otro “11 de setiembre”, el del año 1973. Ese día fue bombardeado en Chile el Palacio de La Moneda; triste hazaña craneada por la mente brillante de un estadista serial, Henry Kissinger. Salvador Allende pudo haberse escapado, exiliado, pero no dudó: decidió morir en el sitio para el cual había sido elegido democráticamente. El suyo fue el primer gobierno marxista elegido mediante las urnas. Kissinger, una especie de Bin Laden de traje, corbata y chaleco, dispuso sus avioncitos devastadores. El daño que se le hizo a las democracias del mundo con la muerte de Salvador Allende, es inconmensurable. Ese daño no cesa.

   No pienso traspapelar el 11 de setiembre chileno (¡y latinoamericano!), porque nos trae al presente a Salvador Allende, un político de palabra y de cojones que, pudiendo rajarse, como tantos, eligió el coraje de suicidarse. Así es: Salvador Allende no se las tomó, no le dio vacaciones a su dignidad, murió exactamente donde debía. Para eso fue elegido por las urnas, tan ofendidas, en estos tiempos. No está demás reiterarlo: Allende, como muy pocos estadistas en la historia de la humanidad, estuvo a la altura de la fe que millones de seres le tenían. Nada menos. Me gusta reiterarlo: el “Chicho” murió en estado de democracia. Damas y caballeros ¡cuánta coherencia! ¡y qué par de güevos!

    Muchos autodenominados “comunicadores” prefieren medir las tragedias por su costado cuantitativo. Aun desde este criterio, el 11 de setiembre de1973, cuando se profanó y violó la democracia encarnada por Salvador Allende, se cobró, en vidas, el equivalente de alrededor de diez Torres Gemelas.

La fuente del alba  

   Hacer memoria resulta por demás incómodo. Pero es imprescindible hacerlo: en el día de los maestros y de las maestras emerge el rostro de Carlos Fuentealba. ¿Nos suena ese nombre? Para los distraídos y olvidadizos traemos ahora la recordación de un día aciago del año 2007.  A los desmemoriados que practican la indiferencia activa les recordamos que Fuentealba era un joven maestro que fue fusilado por la nuca en la ruta 22, en una represión ordenada por un tal Sobisch, por entonces gobernador de Neuquén y aspirante a presidente de la república. Carlos era maestro, profesor de química, fue asesinado cuando tenía 40 años y siete meses de edad. No alcanzó a celebrar el día del maestro del año 2007, ni podrá celebrar este 11 de setiembre del 2023. 

   Un detalle: el matador de Fuentealba, el excabo Darío Poblete, fue condenado a Prisión perpetua. Los que no recibieron juicio ni condena fueron los que ordenaron aquella represión. Argumentaron que “fue un accidente”, “una casualidad”. Y algo peor dijeron: que Fuentealba “se la buscó”.

   Nadie apunta a la nuca de un humano que piensa diferente “por casualidad”.

Nadie se toma atribuciones del Dios que comulga hincado y dice venerar, y le quita la vida a un humano “por casualidad”. Damas y caballeros: nada hay menos casual que “la casualidad”.

   El caso es que, hablando de maestros, un día de abril del año 2007 después de Cristo, la protesta de los docentes fue reprimida y se bebió la vida entera de un padre de dos hijos, maestro, en Neuquén. El entonces gobernador Sobisch asumió “la responsabilidad política”. Sin querer provocó una reacción en cadena de conciencias bastante distraídas.

  Sabía muy bien el señor Sobisch que las muertes “acarrean un peligroso costo político”. Él sólo quería “imponer orden” dando palos y metiendo miedo; escarmiento para los quejosos maestros. Pero claro, se les fue la mano a los agentes del “orden”. Hoy no se puede negar que esos “ordenadores” traducen los sentimientos y pensamientos de demasiados muchos que a la Constitución cada dos por tres la usan de papel higiénico. Y/o de forro. A la Constitución y a la democracia también. Piensan con el corazón del bolsillo, adhieren al (neo)liberalismo que arrasa con generaciones y siembra a mansalva no sólo soja, además siembra analfabetismo y analfabetización.

   Mientras tanto, los antibarbijos y antivacunas y antitodo a coro siguen diciendo: “Estamos contra el aborto, ¡la vida es sagrada!”  A esas gentes les tomamos la palabra. A Carlos Fuentealba, maestro, lo borraron mediante un aborto posterior. Porque hay abortos “antes de” y, aunque suene contradictorio, hay abortos “después de”. Hay abortos en el vientre de las mujeres madres. Y hay abortos en el vientre de la Vida misma. Si se entiende por aborto la “interrupción de una vida”, en este caso la vida del maestro Fuentealba fue interrumpida, de cuajo, con el beneplácito o la indiferencia activa de los que no dejan de proclamar que “la vida es sagrada”. No olvidemos, además, que la democracia latinoamericana, Chile mediante, también fue violada, abortada, aquel 11 de setiembre.

    Posdata. Abundan en estos tiempos caceroleros y libertarios los que al maestro Fuentealba insisten en señalarlo, celebran su asesinato. Siguen diciendo: “Él se la buscó”. Por eso le calcinaron la nuca. Claro, ¿a quién se le ocurre pensar y, encima, pensar diferente? ¿Viva el Orden? ¿Viva la Mano Dura? ¿Viva el método Bolsonaro? ¿Viva el aborto posterior? Pero caramba, ¿no será que estamos diciendo “viva la muerte”? A propósito de los simpatizantes nativos de Bolsonaro y los Trump  es evidente que la verdadera democracia les produce arcadas. Vomitan violencia y tienen el corazón anegado de odio. 

   Volviendo a Fuentealba. Debemos admitir que aquel comprometido maestro realmente andaba en “algo” muy, pero muy peligroso, para el (neo)liberalismo de estos pagos: estaba trabajando en un plan para alfabetizar albañiles. Nada menos.

   El mejor modo de vadear el luto es la reflexión. Este setiembre del 2023 viene bravo. No, no bajemos los brazos. Encontremos ánimo y aliento, sabiendo que este setiembre viene con primavera incluida. Eso sí: para que la primavera nos suceda hay que estar despabilados, despiertos ¡y vivos! No le aflojemos. No nos aflojemos. La inminente, la impostergable primavera cuenta con nosotres. Respetemos la vida del otro, de la otra, de les otres. No caigamos en la tentación de querer eliminar al que no piensa como nosotros. El otro nació para vivir, y nosotres también. En verdad, aquí, todo parece craneado para una guerra civil; pero no, pero no caigamos en esa espantosa tentación. Porque los que pagarán el pato y los patitos son nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Con esto no estoy queriendo decir que debemos escondernos debajo de la cama, debemos despertarnos. Debemos ocupar el sitio de ciudadanos cada día con su noche. Es decir, con Fuentealba, tenemos que alfabetizar. Este será el mejor modo de honrar al mentado Sarmiento. Será como plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro.

 

* zbraceli@gmail.com    ///    www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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