¿Quieres recibir notificaciones de noticias?

100 años de Luján Sport Club. Malbec mediante, 100 resurrecciones

¿Quieres recibir notificaciones de noticias?

Publicidad

17° Mendoza

Miércoles, abril 24, 2024

RADIO

ONLINE

17° Mendoza

Miércoles, abril 24, 2024

RADIO

ONLINE

PUBLICIDAD

100 años de Luján Sport Club. Malbec mediante, 100 resurrecciones

¿Podrán disculparme? Esta columna es pura autoreferencia. Luján, Luján Sport Club, por estos días está cumpliendo los 100 (cien) años de su edad. Ni uno menos. En varias ocasiones estuvo a punto de desaparecer del mapa, pero vadeó la agonía y una y otra vez la convirtió en resurrección.

16/07/2022 22:31
PUBLICIDAD

Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Enseguida intentaré demostrar que el eje del mundo pasa por la preciosa cancha del Bajo. Dicho sea: ejes del mundo hay millones porque, convengamos, los ejes del mundo pasan por el lugar donde cada uno nació.

    Luján. Mi Luján de Cuyo. Allí nací porque me nacieron mi papá, Andrés Braceli, y mi  mamá, Juana Zarategui. Allí, a un par de cuadras de la cancha del Bajo, aprendí a respirar. Allí aprendí a leer y aprendí a escribir. Bue, a escribir estoy aprendiendo siempre. Allí, en Luján, debajo del puente de hierro tenía su hogar el Canario, un singular viejo de la Bolsa que no daba ni metía miedo. Allí, en Luján, aprendí a pecar sabiendo que el mayor de los pecados es pasarse la vida sin pecar. Allí, en Luján, cuando me preguntaban qué iba a ser cuando fuera grande, una y otra vez respondía que no quería ser ni bombero, ni médico, ni abogado, ni ingeniero, ni presidente de la nación…  sólo quería escribir un libro. Ya he publicado más de cuarenta libros, cosa inexplicable, porque soy extremadamente vago. Pero tantos libros tienen una explicación: a mí los libros me los escriben mis padres. Debo decirlo: mi mamá apenas si completó el segundo grado, jamás leyó un libro, ni una solapa de libro; mi papá nunca pudo ir a la escuela, por imposición paterna.  Aprendió a leer hacia los 18 años, con un maestro particular. Pero el caso es que esos casi analfabetos me escribieron y me siguen escribiendo los libros que aparecen con mi firma. Con 81 años yo me dejo, que me sigan escribiendo.

     Allí, cerquita de la cancha del Bajo tuve conciencia de mis cinco sentidos y del sexto también. Tuve conciencia de las mujeres, de su inagotable misterio. Allí aprendí que la siesta es la fuente de todas las sabidurías y adivinaciones. ¿Dije que allí aprendí a pecar? Le añado: los pecados mortales son inmortales.

     Estos días, con la celebración de los cien años de la canchita del Bajo se está removiendo la tierra de mi maceta, las aguas de mi laguito interior. De niño, en ese sitio, los domingos me rompía la garganta hasta terminar en una “ronquera”. Los lunes y los martes iba a la escuela, pero me libraba de pasar al frente para que me tomaran la lección. Cuando hablo de Luján Sport Club hablo siempre del auténtico Luján, el de la camiseta Granate. Cuando decimos granate decimos malbec. Malbec es el vino, malbec es la sangre que nos anda y anda por las venas. Que quede bien claro: la camiseta de Luján nació granate. Padecimos un paréntesis privatizador, es increíble, en ese lapso la camiseta renunció al color primordial. Pero salimos de esa indignidad, y tras una pausa insoportable, la casaca volvió a ser granate. Con el granate recuperamos el pulso y el semblante, y la dignidad.
     Luján. Mi Luján de Cuyo. Mi Luján Sport Club. Mi ombligo, mi olor a pan casero, el tranquilo fervor del cercano río, mis luminosos vinos oscuros, mi eje del mundo, mi talismán, mi patria primordial.

    Manga de periodistas. Ser periodista es algo que le puede pasar a cualquiera. A mí pasó desde pendejito. Qué le voy a hacer. A propósito del centenario de estos días en vez de preguntar me toca ser interrogado. Me preguntan y respondo:

– Rodolfo, ¿qué siente cuando regresa al departamento que lo vio nacer, Luján de Cuyo?
–En realidad yo regreso a mi Luján de Cuyo viviendo en Buenos Aires; casi todas las noches cuando, al cenar, descorcho una botella del sagrado malbec. Casi siempre mis vinos vienen de esas tierras. Bebiendo el vino bebo el sol, bebo el aire, estoy tocando aquella tierra donde sudaron y soñaron con alegría mis padres, mis abuelos. Además, cada vez que viajo a Mendoza me hago un tiempo para llevarles unos claveles rojos a mis padres, que ahora respiran de otra manera. Después de dejar los claveles me doy una vuelta por lo que era la vieja escuela Comandante Saturnino Torres, por la plaza, por la vereda de la casa en la que nací, en la calle San Martín, a una cuadra de mi gloriosa cancha de Luján. Termino siempre mirando el río desde la calle de La Costa.

–¿Qué diferencia al barrio donde usted vivía en Luján, con sus personajes, con sus acequias, con el barrio dónde actualmente reside en Buenos Aires?
–En Buenos Aires no hay acequias, pero los árboles crecen lo mismo. Otra diferencia  es que en Buenos Aires el cielo no se puede tocar; en mi Luján si se puede tocar. Recuerdo, hacia mis siete años, haber subido a una terraza en Luján, con una silla subí. La silla ¿para qué? Para treparme, ponerme en puntas de pie y así tratar de atrapar alguna estrella en la noche. Porque, lo puedo asegurar: en Luján siempre se siente que el techo de cielo está al alcance las manos.

El primer gol cósmico

 

   Imagino que ante mis respuestas los eventuales lectores estarán pensando que desayuné reemplazando el jugo de naranja, por un malbec. Siempre que me preguntan qué significa Luján para mí, me encuentro pedaleando sin cadena, hablando mucho y diciendo nada. Pero hay un pequeño capítulo en mi libro “De fútbol somos”, que creo responde a esa pregunta. Si me lo permiten voy a compartir ese texto.

    Muchas veces sueño con partidos de fútbol y siempre los partidos suceden sobre el cesped de la cancha del Bajo. Siempre. Esto explica algo que viví como periodista de la revista “Gente” en el agosto de 1973. Por entonces giraba en el espacio una nave-estación norteamericana, la Skylab, llevaba tres astronautas a bordo. Siete veces al día, durante 15 minutos, esa nave-estación perdía todo contacto con la central de Houston. Pero justamente en esos ratos el contacto se restablecía a través del Vanguard, el buque madre de la NASA, que navegaba 50 millas mar adentro, en el Atlántico. Junto con el fotógrafo González Cociña un día me embarqué en el Vanguard, esa pequeña fortaleza destinada a la comunicación entre la tierra y el espacio. El objetivo era no sólo describir la intimidad de esa base flotante sino intentar “el primer reportaje espacial”. Luego de tres días adentro de ese laberinto electrónico, los ratos de “15 minutos de comunicación con los astronautas” pasaron a convertirse tanto una necesidad como un entretenimiento. Por fin tuve posibilidad de conversar, traductor mediante, con los tres astronautas. Podía yo pedirles cualquier cosa que me pareciera “un aporte experimental”. En el primer contacto les pedí que por un par de minutos no hicieran nada especial, digamos, que se rascaran: “Hagan ocio, miren el lejano atardecer de la Tierra por la escotilla”. “¿Para qué?” –me preguntó el astronauta Garriot–. “Para nada, para gozar del momento”, –le contesté.

    Ya con más confianza, le solicité algo que mi traductor trasmitió perplejo: le pedí a Garriot que pronunciara y gritara la palabra “gol” e inmediatamente después dijera “de Luján”. Costó un par de arduos minutos para que el astronauta Garriot entendiera mi pedido, pero aunque no llegó a comprenderlo lo satisfizo. Imitando mi alarido, allá en lo más hondo de los altos cielos gritó: “Gooolll... Goooooooollllllll de Lujááánn...”

    Damas y caballeros, no sé si queda claro: éste fue, para los tiempos, el primer gol espacial que se hundió en el vientre del cosmos. Y fue un gol de Luján, de aquel Luján que por entonces tenía la camiseta granate, color malbec. Fue el primer gol cósmico, el gol más alto del mundo. Nadie lo podrá borrar: el cosmos tiene memoria. Y lo guarda al gol.

    Por los siglos de los siglos, así en la tierra como en el cosmos. No más palabras, ahora es momento para desatar los brindis. Brindemos por los cien años de nuestro Luján Sport Club. Brindemos por el color de los colores, el granate. Y, ya que estamos, brindemos por el hondo corazón del malbec. Justamente el malbec, la única patria que tiene mástiles para todas las banderas.

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD