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24 DE MARZO: EL REPUDIO CASI UNÁNIME

Casi toda la sociedad, más del 90% probablemente, repudia hoy lo que fue el golpe del 24 de marzo de 1976. En su doble significado: como masacre realizada desde el terrorismo de Estado, llenando al país de desaparecidos, torturados, secuestrados, presos, perseguidos y exiliados.

Redacción
25/03/2023 22:15
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Por Roberto Follari, Especial para Jornada

Y a la vez en el significado menos evidente, pero también central: la interrupción de la democracia en nombre del autoritarismo militar (con apoyo cívico) es por completo inaceptable, con lo cual se ha acabado con la legitimación ciudadana que ciertos sectores daban a los golpes de Estado, desde el de 1930 al de 1976.

  Pocos se atreven a objetar estas cuestiones. Macri, en su menguado repertorio cultural, seguirá hablando de que ya no importan los derechos humanos conculcados en la dictadura, porque “él se ocupó de los de este siglo” (¿??). Como si hablar hoy del genocidio de los nazis fuera un pasatismo de antiguallas, y no una forma de sanidad política reconocida en todo el mundo.  El ex presidente seguirá hablando de “curro de los derechos humanos”, con respeto nulo por la historia de las Madres, las Abuelas y los miles de asesinados. O responderá con indolencia, cuando se le pregunta por el número de muertos por la dictadura, que “no tiene ni idea”.

  También algunos periodistas, de medios televisivos asociados a algunos diarios de vieja prosapia, balbucearán su desconcierto frente a la siempre renovada multitud de cientos de miles de argentinos que se movilizan en la fecha, al punto de que uno de ellos, perdido en su rabia, será capaz de preguntarse “dónde está el gobierno de la CABA”, suponiendo el dislate de que se debiera “orientar el tránsito” y reprimir de alguna manera la ocupación del terreno público en una fecha tan señera. Una idea peregrina y absurda, que nadie sabe a qué llevaría si alguien pretendiera aplicarla.

  La unanimidad social en el repudio muestra el triunfo histórico de las Madres y de los iniciales organismos de derechos humanos, que enfrentaron a la dictadura desde el riesgo absoluto: no pocos de ellos y ellas fueron desaparecidos también. Pero finalmente convirtieron su intransigencia de pequeño grupo obstinado y valiente, en gran conciencia de la población nacional: el genocidio fue unilateral. No hubo dos demonios simétricos, pues las acciones de violencia civil -surgidas como reacción a un Estado estructuralmente proscriptivo y autoritario- debieron ser respondidas desde el campo de la ley, jamás del terrorismo oficial.

  Ahora bien: cuanto más extensivo se vuelve un consenso, menos intensivo resulta. Dicho de otra manera, cuando triunfa un punto de vista y logra volverse conciencia mayoritaria, empieza a ser sostenido por algunos sujetos de convencimiento laxo (ocurre hoy también en el campo de defensa de los derechos de género).

  La victoria cultural a la cual contribuyeron los juicios de Alfonsín, con las vacilaciones posteriores urgidas por los levantamientos carapintadas, y ciertamente los juicios iniciados por Néstor Kirchner con la histórica recuperación del espacio de la ESMA, ha sido una victoria definida, y los pocos que pretenden enfrentarla (Lopérfido es un ejemplo) no llegan demasiado lejos, ni concitan más que comentarios momentáneos en algunos medios adictos. Luego, se sumergen en el olvido.

  Lo cierto es que desfilan, el 24 de marzo, en repudio al golpe de Estado que obró la derecha, también sectores que hoy son aliados de la derecha. Podrá decirse: estamos con la derecha pero no con el terrorismo de Estado, pero sin dudas que en esa misma derecha abundan los Macri y los Lopérfido, los tenaces negacionistas del caso. No deja uno de preguntarse cómo sectores políticos que hoy se reúnen, por ejemplo, en el Frente de frentes santafesino -el socialismo es el caso más flagrante,  por su historia- desfilan con total tranquilidad, sin agregar siquiera a su paso algún explícito rechazo a las declaraciones y posiciones de un Macri que es -obviamente- la máxima figura de ese espacio político a nivel nacional. Hay también un radicalismo para el cual la figura de Raúl Alfonsín resulta sólo una legitimación para estas fechas, con su posición socialdemócrata condenada al desuso.

  Igual, ya pocos se animan a denostar el rechazo masivo hacia la dictadura feroz que se instalara en 1976. Ojalá ese rechazo se alargara hacia una exigencia de máxima democratización en estos tiempos: comportamientos mediáticos y judiciales que hoy restringen la democracia y juegan abiertamente al lawfare, encuentran sus adversarios exactamente en aquellos mismos que fueron perseguidos y asesinados por la sangrienta dictadura caída en 1983.-

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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