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Se comprueba una impensada conspiración planetaria

27/06/2020 22:08

Por Emilio Vera Da Souza ([email protected])

Como todas las personas saben, una impensada pandemia nos cubre y nos marca. Solo imaginada en historias de ficción literaria y películas de catástrofes. Así y todo, es y será superadora de cualquier fantasía artística y pensamiento anticipatorio de algún genioso científico loco.

Desde la invención de los primeros métodos de comunicación es que se difunden mentiras… pero apenas se descubrían, salían a la luz las verdades ocultas y las verdaderas intenciones de los que pretendían engañar a los destinatarios. La diferencia en esta etapa actual es que el mismo público es el generador, por medio de las redes, de sus propias mentiras, pret a porter… las genera y se las cree… y descarta y subestima cualquier comprobación cercana a la ciencia y a la razón… esa es la diferencia de estos tiempos aciagos.

¿Qué hace a esta pandemia diferente de todas las anteriores en la historia de la humanidad? Nunca antes las personas tuvieron a su disposición la diversidad y compleja trama de medios de comunicación instantáneos como ahora. Y nunca se difundieron tantas mentiras, tantas macanas basadas en pseudociencias, tantas supersticiones ni tantos novedosos inventos apócrifos.

Con el decreto de confinamiento por la crisis sanitaria muchos lugares concurridos se vieron despoblados y específicamente algunos asuntos que necesitan cierto mantenimiento comenzaron a fallar a causa de la falta de servicio.
 
Todo el mundo sabe que en los lugares públicos con distintos niveles y de mucha concentración de personas, suele haber lo que conocemos como “escaleras mecánicas”.
 
Los peldaños o escalones son metálicos y con unas ranuras como dentadas, que encajan perfectamente unas con otras, de tal manera que con el movimiento siempre permanecen encastrados sin que se corran de su guía. Son como eslabones de una cadena que se mete en el piso rítmicamente. Sin parar.
 
Para felicidad de los paseantes las escaleras mecánicas no se cansan. Justamente están diseñadas para que los usuarios de semejante artefacto, suban y bajen según la conveniencia o la necesidad pero sin hacer esfuerzo físico alguno.
 
Las que ponen el esfuerzo son las escaleras, que aunque nunca descansan, nunca se cansan.
 
Luego de una larga y meticulosa recopilación de datos, entrenados y detectivescos dedicados al mejor oficio del mundo, según García Marquez y Rodolfo J. Walsh, pusieron manos a la obra.
Como los shopping, espacios comerciales, aeropuertos y supermercados estaba vacíos, se podía indagas por las disimuladas puertas de atrás de las inmensas escaleras mecánicas.

El equipo, compuesto solamente por un redactor, una espeleóloga y un dibujante, se metió en el inframundo de las escaleras mecánicas e intentaron comprobar lo que antes era sólo una hipótesis aventurada.
 
El mito urbano de que cada tanto algún señor ve morir a su perro caniche entre los escalones dentados y afilados de las escaleras en movimiento, despertaba aun más nuestra curiosidad.
 
Queríamos saber lo que realmente ocurre en este ir y venir de personas y entrepisos. De arribas y abajos. De movimientos sin tregua. De reprimendas a los niños porque con eso no se juega. De miradas de adultos tratando de ver más allá de las breves minifaldas. Y ahora, ante la ausencia de curiosos y vigilantes, el asunto era perfectamente posible.
 
La hipótesis planteada era que comprobada efectivamente la existencia de “escaleras mecánicas” queríamos saber, luego de haber realizado pormenorizados análisis y observaciones empíricas si hay una, y sólo una como pensábamos.

Sospechábamos que se trataba de “una” gran “escalera mecánica” de varios kilómetros, que entra y sale en el piso de todos los supermercados, aeropuertos y shoppings del mundo entero.

Una gigante serpiente mecánica que se sumerge en los incontables y chatos tajos que penetran los suelos de este agujereado mundo moderno. Una lombriz metálica que se alimenta del movimiento perpetuo que tanto desveló a los buscadores de imposibles, luego de que los alquimistas perdieran el sentido al darse cuenta de que la piedra filosofal y la transmutación de los metales era sólo una ilusión desmentida por el avance de los métodos de la ciencia moderna.
 
Durante la investigación, por los subsuelos de tantos pisos, al comienzo de la pandemia y mientras todos o gran mayoría de parroquianos estaban en sus casas, corrimos riesgos de todo tipo.
Por momentos a oscuras, por momentos a escondidas. Sin más herramientas que unas libretas para apuntes y bocetos y biromes y lápices de mina blanda. Sin que los guardias de las empresas de seguridad de los centros comerciales nos pudieran detectar. Ignorando a qué peligros desconocidos nos enfrentábamos, seguimos la pista de esas barandas gomosas y flexibles que siempre acompañan a la escalera y no nos equivocábamos.
 
Cientos de peldaños con ranuras de espanto encajaban unos con otros, y luego de permanecer en las entrañas de la tierra volvían a salir en otro lugar para nuevamente meterse en otro espacio. Y así, interminablemente trasladaban a inocentes consumidores por los pisos de todas las tiendas del mundo.
 
Todo esto enmarcado en una gran conspiración global de la que nadie habla pero que suponemos que financian a los grandes poderes occidentales, las campañas presidenciales y algunos conglomerados multinacionales y fabricantes de bolitas.

Esta comprobación “in situ” también nos permitiría entender la desaparición y quiebra de algunas corporaciones enemigas de la poderosa escalera mecánica: por un lado los fabricantes de ascensores que aún insisten y son necesarios en la medida en que hay abundancia de edificios, aunque el viaje en transporte vertical es de una aburrición supina frente al entretenido y sociable paseo en escalera mecánica.
Y por otro lado los talleres de zapateros remendones, que ya dejaron de existir, salvo por algunos valientes que resisten, con carteles casi invisibles que indican “Media suela y taco. Taller al paso” en algunos garajes de barrios suburbanos o por la calle Paso de los Andes, pasando el zanjón.
 
La cosa está por allí. En el lenguaje económico financiero, en la actividad política y hasta las artes plásticas, que están atravesadas por un poder oscuro y conspirativo, con vaivenes de ocultos fines estratégicos.
 
La suba del dólar, la caída de la bolsa, el alza de precios, las superestructuras, el vigía de Occidente, las várices, los caramelos media hora, las canchas de golf, las torres de petróleo, los trenes subterráneos, los paracaídas, la cordillera de los Andes, las catacumbas y el obelisco. Todo lo que sube. Todo lo que baja. Todo lo que sube y baja.
 
El equipo de investigación no pudo arribar a una conclusión contundente. Cientos de vigiladores atentos, de cámaras de video discretas, de ojos que todo lo ven, botones y canas inoperantes pero presentes, policías gorreados pero a la siesta, impidieron concluir la tarea, pero sí pudimos ver los artificios posibles para ocultar la verdadera realidad que entra y sale del planeta sin solución de continuidad.

Sin prisa pero sin pausa.
Entre sótanos y cimientos.
Entre honduras infernales y salidas artificiales.
Entre altos y bajos.
Entre esbeltas y profundas.
 
Eternamente transportando personas a comprar.
A gastar sus ingresos, transferir sus ahorros, a tramitar más créditos.
Arriba y abajo, bajando y subiendo, sin parar, sin fin.

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