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Will Smith: la fama por lugares incorrectos

La fama debe ser ejemplar, o no ser

28/03/2022 19:32
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

Hace algún tiempo escuchaba un bellísimo curso de Julián Marías. En su discurso, el buen español hacía referencia al «prosaísmo», ese deslucimiento de la vida que poco a poco iba ganando las mayestáticas ciudades europeas. Nuestro filósofo se encontraba visiblemente preocupado por el lamentable empobrecimiento de la belleza; creía, con no poca razón, que una ciudad bella hace hombres bellos, o al menos despierta en ellos la aspiración a lo bello y mejor. Poco más tarde, Marías destacaba una tendencia que consideraba general: el «plebeyismo», que lo mismo resulta hablar de una tendencia a la ordinariez y la chatura; a la dejadez general de la cultura y las cosas nobles.

 



Pienso, por otra parte —y ya verán ustedes hacia dónde me dirijo con todo esto—, en algunas filosofías religiosas. De todas ellas, la que siempre ha despertado en mí una enorme curiosidad —y que pondero por sobre las demás— es la filosofía cristiana. Principalmente esto es así porque no puedo dejar de asombrarme por el hecho de que hace más de 2 000 años se haya recomendado el amor, ¡y lo que es más!, que se haya exhortado —cosa extraña, si cabe— a amar. Esto nos queda claro si atendemos, por ejemplo, a San Pablo, en Romanos 13:10: 

«El amor no hace daño a nadie. De modo que el amor es el cumplimiento de la ley».

¿Se imaginan ustedes escuchando semejante cosa en tan remoto tiempo? Pues, si acaso hoy suena intolerable y hasta ridículo escuchar que alguien pregone el amor como ley, el amor a los enemigos y demás alusiones, ¡¿qué no nos horrorizaría en una época en la que se ofrecían holocaustos a los dioses?! Pero, por favor, no recalemos allí; no quisiera yo ser alguien que haga uso de la falacia del historiador.

Con lo dicho quiero destacar que el principio de tolerancia, que la pasividad, que el recibir pacientemente los embates del destino no es algo que sea nuevo; que la búsqueda de la ecuanimidad, digo, no es una tarea de los tiempos actuales, ¡no es una propuesta original! Pero así como esto no es nuevo, tampoco lo es la perspectiva contraria: la justicia retributiva. Particularmente, y aunque ello pueda encontrarse aun en el cuerpo del Antiguo Testamento, nunca consideré viable ese tipo de mal llamada justicia; en rigor me refiero a la famosa Ley del talión, que establece una retribución equivalente al mal sufrido. Y, justo es decirlo también, la moral que se cifra en el adagio «trata a los demás como quieres que te traten» no es propiamente moral; es, en el mejor de los casos, una moral deficitaria.

He visto hasta cansarme la sorprendente ristra de mensajes en las redes sociales avalando el comportamiento del actor norteamericano Will Smith cuando, luego de ser objeto indirecto de una broma de mal gusto, se ofuscara hasta el punto de propinar una golpiza al humorista Chris Rock. Según parece, para nuestra actualidad no es una reacción desproporcionada emprenderla a mamporros luego de sentirse ofendido. Recuerdo estar hablando con un colega hace algunos minutos y decirle que un ser humano promedio suele recibir en preescolar el consejo de «no devolver el golpe», pero tales comportamientos portan el beneplácito de todos cuando son perpetrados por personas adultas. ¡Que no nos extrañe entonces la descreída mirada de los pequeños cuando deben enfrentarse a esa suerte de moralidad híbrida que practicamos!

 



Yo, que me considero platónico como el que más, no puedo dejar de establecer que —y pese a aborrecer de los ídolos— todas aquellas personas que adornan el friso de la fama deben encarnar un símbolo: el símbolo de la integridad. Todos aquellos que tienen el extraño privilegio de posar en el firmamento del prestigio, deben encontrarse en todo momento a la altura que pretenden. Lo sé también: más de uno lanza la superchería de que «son humanos»; que «hay que hacerse respetar» y demás vacuidades, ignorando a las claras cualquier principio de virtud y, por lo mismo, no exigiendo más a sus referentes de lo que fuera menester.

Como hemos visto —y aunque brevemente— el objeto del bien ha sido siempre constante, aunque no siempre perseguido, y el mal ha sido también fácilmente distinguible a lo largo de las eras (al menos, el mal peor). Toda violencia engendra violencia, y es claro que, como bien decía un maestro, es siempre peor cometer una injusticia que sufrirla. Luego de la golpiza del actor, tuvimos que escuchar una especie de lamentación (pero muy insulsa y ambigua), aunque no hayamos nunca escuchado una disculpa franca y un arrepentimiento consecuente. Will Smith habló de Dios y «su lugar en el mundo», pero tal parece que el muchacho lanza hurras solo en los momentos felices y que recuerda la Providencia cuando esta le sonríe. Así, no es extraño que la religión pase siempre a ser el ornamento de los fatuos e hipócritas y que se ejecuten, en su nombre, los más y peores vejámenes.

De aquí que resulta execrable el establecimiento y la inflación de los ídolos; a menudo olvidan los hombres que no son producto de sí mismos y que no han nacido a fuerza de voluntad. Olvidan, las más de las veces, que se encuentran a merced del destino y que al destino hay que respetarlo (no sea que al golpear primero y con descaro reciban al final un juicio justo y por lo mismo desfavorable). Que así como alcanzar la virtud es la tarea más difícil, es más arduo aún soportar su pérdida (y todavía más penoso es nunca buscarla). Que nadie podrá redimirnos de nosotros mismos (que se precisa un sentido arrepentimiento). Que será siempre más saludable evitar el golpe que pedir disculpas. Que la retribución del daño es siempre simbólica, y que quien empieza por dañar se encuentra siempre un paso más cerca del umbroso olvido.

 

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