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Leer, escribir y ser escrito

Escribir lo que se es; ser lo que se lee

13/11/2021 21:37

 

Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

Hace algunas horas, caminaba rumbo al trabajo con un libro de Pessoa entre mis manos. Viajaba por parajes inhóspitos a veces, otras resultaban verdes prados con aromas deliciosos. Pero ocurre, queridos lectores, que nunca acababa de llegar; no alcanzaba el trabajo y, sinceramente, el tramo me pareció indeciblemente más largo que de costumbre; incluso extraviaba por momentos la idea de estar caminando hacia-. Parecía que caminaba y a su vez no parecía moverme del sitio ¡y menos todavía sentía estar dirigido! Todo esto que digo es destacable.

Hablo de las circunstancias en las que el tiempo es percibido y de cómo podemos percibir el tiempo. ¿Hasta qué profundidades me sumergí, que no fue posible para mí determinar dónde diablos me encontraba en aquel momento? Porque, ustedes disculpen, también ocurre que, pese a encontrarme leyendo el libro, vadeando por las hermosas palabras del portugués, si tuviera que definirlo con exactitud, no sé muy bien dónde me encontraba específicamente. Y tal cosa ocurría porque yo, concretamente hablando, no estaba en ninguna parte; al menos no en una que pueda hollarse, y menos todavía que sea medible a la manera acostumbrada.

 


 

Me encontraba yo en un laberíntico ensueño que incluso parecía estar soñándome a mí. A tal extremo posaba embebido de la atmósfera del poeta que hasta he llegado a pensar que quizá se encontraba escribiéndome en aquel mismo momento; que sea yo una creación de Pessoa y viva dentro de sus ilusiones. ¿A ustedes les suena demasiado extravagante esto que digo? Acaso sea extravagante, pero no podemos dejar de establecer que es una posibilidad que la identificación con un autor —porque también estoy sugiriéndoles que con Pessoa somos muy próximos— es a veces tan penetrante que uno no llega a saber cabalmente si el artista se encuentra fuera, dentro o incluso siendo uno mismo. ¿No son, las similitudes, una demostración de que una parte del otro se encuentra de alguna manera en uno?

 


Yo caminaba y cada vez lo hacía menos. Quiero decir, cada segundo que pasaba era en verdad un alejamiento de esta realidad y el avistamiento de una forma de existir distinta (y vale decir que yo existía de una manera distinta). Es este el verdadero poder de la literatura; esa virtud que todos aquellos que nos consideramos asiduos lectores solemos entronizar: los libros son inscritos con vida. Y a tal grado es así que tienen el poder de transformar una vida por entero. En nuestro caso, Pessoa, profundamente místico y obsesionado con la simbología, creía que la escritura era la posibilidad de conjurar vaya a saber qué tipo de prodigios, e incluso más de un autor afirma que pudo conseguirlo. Quiso, nuestro escritor, atravesar el tiempo; superarlo; vencerlo… y tal vez haya logrado algo, porque a mí cada vez me arrebata largas horas —como por embrujo— .

 


Así es la cosa, al leer, las más de las veces extravío la noción de encontrarme en el mundo, y en cambio ingreso a una dimensión riquísima y atestada de misterios. Las letras me arrebatan y yo pierdo la idea de encontrarme erguido y conduciéndome hacia algún destino; el tiempo se dilata y yo me abandono en una marea inacabable. ¡¿Cómo es posible que los segundos se demoren a tal extremo?! ¡¿Cómo desatender que las horas de a ratos me olvidan?! Pero no hay qué hacerle, al cabo de un libro el tiempo se volatiliza y yo caigo presa de intuiciones profundas.

Es tan característico esto que, al librar estas palabras, me nace imaginar que quizá nunca haya llegado al trabajo y que por ventura siga caminando por alguna calle del centro, mientras leo a Pessoa que me escribe y yo me escribo hablando de Pessoa.

 

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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