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La moral del número

La vida a fuerza de cantidades

21/02/2022 09:29

 

Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

Desde hace tiempo, escucho a varias personas expresar vivamente que nos encontramos en una época totalitaria. Es claro que tales aseveraciones siempre me produjeron una fea impresión; no las consideraba —ni las considero— totalmente justas. Sin embargo…

¡Sí, ‘sin embargo’! La conjunción adversativa, ¡¿por qué no?! Ocurre que tampoco nos encontramos en un bálsamo de ininterrumpida libertad. ¿Es preciso que lo demostremos? No, ustedes perdonen, no es preciso; no es preciso porque es evidente y porque no disponemos aquí de suficiente espacio. De todas maneras, pido por favor que nadie se inquiete, llegarán en el acto mis justificaciones.

¿No han visto pasar esas tormentas moralizadoras frente a sus narices? ¿Vientos tal vez? ¡¿Aires?! Yo creo que, en caso de estar ustedes lo suficientemente despiertos, sería imposible que no hayan llegado a notar tales cosas. ¡Claro! Hablo de la omnipresente corrección política; eso de que debemos cuidarnos a cada paso que damos, ¡cuidar cada paso que damos! Tal cosa, y por más y mucho más lejos de que nos movamos libremente, no puede acusar ninguna libertad genuina (eso, pese a no querer establecer ahora que sí debemos cuidarnos de nuestros pasos, pero cada uno; cada uno el suyo propio, desconfiando primero y sobre todo de sí mismo. Así citaba Fromm a Dewey: «El campo de batalla está también aquí: en nosotros mismos»).



 

El problema se cifra, según veo —y como he aludido—, en el afán moralizador, y aquí damos exactamente con el objeto de estas palabras mías. El sufijo -izar viene a significar «algo que comienza», algo que «se pone en práctica», e incluso —y es en lo que reparamos— «convertir en». Pues bien, eso de moralizar, eso de «hacernos la moral» es algo terrible y horrible. ¿Que por qué? Pues, porque nos viene a decir que el sujeto que intenta convertirnos sabe (cree saber; que saber es siempre creer saber), asume, por mejor decir, que tiene una perspectiva mejor que la nuestra; que valora la vida de una forma superior a la nuestra. Se trata de una nueva modalidad de la ¿Santa? Inquisición, y no crean que exagero. (Es claro que no estoy haciendo ahora un paralelismo riguroso, pero atendamos algunas consideraciones).

Eso de ‘inquisición’ viene del latín inquisitio, inquisitionis, y no significa otra cosa que buscar (quaerere), que indagar, que preguntar. Pero ocurre que, aquellos que preguntaban en el Medioevo, presumían las más de las veces las respuestas, haciendo del supuesto juicio nada más que una representación huera, un acting que pretendía disimular la condena que ya previamente se había establecido. Bueno, en nuestro caso, en el caso nuestro de la moralización, no viene diferente. Si les fuera dado considerar por unos minutos el hecho de que hoy se pretende establecer una manera de hablar, una manera de concebir la especie, una forma de concebir la política… ¡De todo lo que fue, qué no es hoy materia de escombro! Todo se encuentra cuidadosamente señalado, y, ¡ay, de quien ose poner un pie fuera de los límites! 



 

Pero regresemos. El primero y último de los problemas es eso de considerar que es uno quien posee la piedra angular de la moral. Es el problema mayor, porque nos erige por sobre los demás, permitiéndonos —con motivo de la justicia, la verdad y demás veleidades— lanzar nuestros castigos como desde un Olimpo. Sí, a la manera de los dioses… y ya sabemos que no somos dioses, ¿no? (¡¿No?!).

Desde el mismísimo momento en el que uno ejerce su voluntad sobre otro, se encuentra ejerciendo una injusticia. ¡Mal hemos aprendido de aquellos tristemente rectores del siglo XIX que nos hablaban del poder, la voluntad y demás ponzoñas! Si acaso la vida es una carrera, un mero progreso cuantitativo, no podemos más que esperar que gane «el mejor». Y ya ven ustedes que, llamado a tocar este tema, no he podido menos, para ejemplificar nuestra condición, que abundar en expresiones cuantitativas…

¡Pero lo sabemos! ¡El enemigo está también aquí: en nosotros mismos! ¡Acabemos ya con la moral del número! ¡Alcancemos de una buena vez la moral del sentimiento!

 

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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