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El amor sí es posible

Siempre nos espera el porvenir

18/05/2023 23:04
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

¿Qué hace a uno filósofo?

He allí una huérfana pregunta que bien nos viene, ¡excelentemente!, para el comienzo de estas palabras. ¿Qué creen ustedes que lo hace a uno digno de ser llamado tal? Pero, antes de continuar por el sendero, es dable preguntarnos también, aun sin contestar, su derivación: ¿Hemos conocido a alguien digno del adjetivo?

Pues bien, aquí en la Argentina hemos tenido algunos nombres resonantes. Como dando manotazos al azar sacaré de la canasta unos tres de ellos y, luego de analizarlos, los ubicaré según su orden de aparición en el proscenio nacional… ¡Ya está! «Ingenieros, Fernández, Roig».

Los observo unos momentos, recuerdo sus palabras… pero no me lo parecen. Me suenan, antes mejor, como escritores con arrebatos filosóficos o, cuando más, difusores de la palabra filosófica, pero no propiamente filósofos. No hemos tenido, digo yo, filósofos propiamente dichos, y así me es oportuno hablar como el bueno de mi amigo Thoreau: «En estos tiempos hay profesores de filosofía, pero no filósofos». (Él, quien mucho fue uno).

 

 

Tal vez hemos tenido, entonces, grandes profesores de filosofía en nuestro país. Sin embargo, hoy nos ocurre que siquiera eso. He meditado mucho si acaso es conducente apostar aquí dos apellidos que hoy reverberan atronadoramente entre las paredes de nuestro reducido marco austral, pero no lo considero. Empero, sí me parece eminente hacerles saber sus acciones irremisibles: son esbirros del poder, son amigos de las instituciones normativas y son forjadores del ánimo social (¡¿y no han notado el ánimo imperante?!). Son, por justo decir, «sofistas», «retóricos».

Bien habrían de saber los sujetos, si por ventura algo hubiesen absorbido de las prístinas, inmaculadas fuentes de verdadera sabiduría, que la misma palabra «filosofía» se encuentra preñada de sentido. La palabra implica una responsabilidad, una que yace aludida en los significantes: «amor» y «saber»; ellos mismos impelen y dirigen. La filosofía, mal se cree, no es un campo siempre vago, relativo, donde todo vale porque nada vale. La filosofía es la búsqueda de un fin sensible, porque si no existiera —incluso soterrado, subrepticio, acallado y furtivo— fin alguno que hiciera ascuas en nuestro interior, la rebusca sería inimaginable; ponerse en dirección, dirigirse hacia la verdad presupone la verdad, porque nadie busca lo que no existe en su pensamiento. Así, vean lo que digo, uno puede encontrar la nada si la busca (que por eso tantos la encuentran): es la mengua de la condición vital de los hombres; el desnudamiento del sentido; el desasimiento, el abandono moral de la existencia humana; el cínico interés de la vida indiferente (pues olvidan que el desinterés viene dado por la voluntad, es un acto volitivo. Des-interesarse es la inversión del interés y, consecuentemente, sufre la misma naturaleza). La nada existe y es una elección.

 

 

Por eso me lleno yo de pasmo frente a estos sujetos. Uno, por tomarlo de mal ejemplo, declara que «el amor es imposible», y ha hecho todo un libraco esgrimiendo argumentos que descansan en groseras falacias, afirmando, por ejemplo, que «no comprendemos el amor porque está fuera del lenguaje». ¡«Comprenderlo»! ¡¿«Comprenderlo» quién?! ¡Vivirlo! ¡Y vivir es conocer! Al amor se lo vive y bien puede vivirse algo que no se comprende, como vivimos en el vasto campo de nuestro universo; conocer bien se puede, como conocemos esta vida que nos surca y de la que somos pasajeros… ¡Ah, pero comprender la vida! ¡Quien la comprende cuida sus palabras, eso es seguro! ¡Rematar al amor, queridos lectores! ¡Imposibilitar al amor!

Pero lo sé bien. Más adelante nos dirán que eso es «tan solo una expresión», que el libro hay que leérselo… pero lo que hay que hacer en verdad es dejar de tragar tanta superchería. ¡En un mundo tan vapuleado, mis queridos! ¡Un mundo tan ardido; tan dejado de sí mismo! ¡Imposible el amor! ¡¿Imposible el parto aquel atendido por policías en esa casucha de San Martín?! ¡¿Imposible aquel hombre que me asistió diligente en la soledad del campo y no recibió dinero y sacó de su bolsillo?! ¡¿Imposible que aquellos desconocidos hayan acogido sin miramientos a la familia de Johana cuando sufrió esa casi fatal internación?! 

¡No! La imposibilidad no es más que de la voz retórica que siempre se amañó con el poder, que siempre aspiró a lo inmerecido, siempre cocida en su miasma. La voz de todos aquellos incapaces que, a fuerza de bajeza, procuran desbrozar el mundo y resembrarlo a su parecer como tiranos despiadados (como cualquier tirano).

Pero la Verdad y el Amor siempre han despejado las tinieblas y no hubo jamás voz tan estentórea que pueda disiparlos. Destinados estamos al Amor y la Verdad, y siempre esperan por nosotros. ¡Ténganlo por seguro!

A los retóricos solo les espera el olvido de la Historia.
 

 


Instagram: @alejuliansosaTwitter: @alejuliansosa

 

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