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Dolor con mayúsculas

El dolor cuando nos vuelve parte.

09/01/2022 21:22

 

Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

¡Oh, Señor! ¡Qué aflicciones tan obstinadas he sentido hoy! Desde muy temprano, un ardor lacerante atenazó mi abdomen, y yo me vi cada vez más imposibilitado, hasta el punto de postrarme en un sillón sin poder siquiera moverme. Podría decirse que el padecimiento me fijó, me clavó implacablemente a una nueva condición: el dolor. Fíjense que dije ‘condición’ y no, como bien podría preferir Julián Marías, ‘situación’, y esto es así porque el dolor, digamos: el Dolor, con mayúsculas, es. Digo con esto que el dolor existe, que tiene entidad propia y que cuando se posesiona de nosotros, nosotros somos el dolor, o él nos es, como más les guste.

¿Resulto capcioso, redundante, charlatán? Nada de eso, estimadísimos lectores, en realidad utilizo la tautología para dejar escapar una verdad que si pusiera de forma directa en palabras sería enturbiada y por lo tanto no sería tal verdad. Es claro —al menos para quien les escribe— que tan solo la metáfora, el lenguaje poético es capaz de aproximarse a la verdad.

 



Suenan ahora las palabras de mi querido Lewis, cuando dijera que el dolor reclama insistentemente nuestra atención y que es el megáfono de Dios —Lewis era un declarado cristiano— para despertar a un mundo sordo. Sin detenernos en teologías y demás, diremos que es un punto trascendental eso de que el dolor reclama nuestra atención insistentemente, de allí que para su servidor sea que,  más que reclamar nuestra atención, nos posee por entero y se-nos encarna. Y todo esto me hace pensar una cosa que no es nueva, ustedes perdonen, y se trata de que el Dolor, por fijarnos, por clavarnos, nos hace más conscientes de encontrarnos en el mundo.

Si bien es cierto que, cuando nuestro padecimiento llega a extremos insoportables, hablando con justicia, nos turba, también nos hace abrir los ojos, pues lo que decía arriba que no es nuevo es, por ejemplo, eso de considerar que uno no-siente sus órganos hasta que no le duelen. Si yo preguntara a cualquiera de ustedes dónde se encuentran con exactitud sus pulmones, ¿qué dirían? ¡¿Y si se me ocurriera preguntar en qué lugar preciso se encuentra su hígado?! Es claro, me darían una posición aproximada (eso si no desempeñan alguna ciencia a tal respecto). Pero ¡ay de cuando sufran alguna patología en los lugares mentados! ¡Sabrán al punto dónde, cuándo y cómo! Y si llevamos este ejemplo lo suficientemente lejos, veremos que es cosa homóloga a lo que nos ocurre con cualquier otro padecimiento.

Debo admitirlo, mientras duró aquella mi condición, no pude hacer gran cosa; no podía trabajar… ¡Siquiera podía leer! (y no debemos olvidar que leer es también un trabajo). Concedo en ello, el Dolor, cuando se empecina, es una rémora para la vida, pero es una alarma poderosa, o —siguiendo con Lewis— un despertador casi infalible. Nos mantiene en vilo, ¡y tan así, que en mi cabeza giraban estos pensamientos mientras mi mirada se encontraba prendida al techo, interrumpida periódicamente por espasmos que me contorsionaban! Es algo destacable que el Dolor llegue a tener tal carácter, pero creo que se trata de una condición tan esquiva que por eso mismo se ha dicho tantas veces eso de que religiones como la cristiana, que entronizan el Dolor, en realidad no hacen más que «negar la vida»; y tan esquiva parece resultar, que todavía no he visto que se repare con detenimiento en eso de llamar a Cristo «el Varón de dolores». Quiero decir: que se medite profundamente en tal significado. ¿Qué noticia nos trae el sufrimiento?

 



Pero ocurre, lamentablemente, que todo ese primer movimiento, que ese encendimiento poderoso que azuzó mis pensamientos, fue morigerando a medida que me encontraba convaleciente. Fui perdiendo la intensidad, la claridad incluso con la que consideraba las cosas, y ya vengo a caer como en un pesado sueño. Es entonces que recuerdo los cantos de los grandes poetas que refieren al sueño como nuestra condición natural; es cuando esos ángulos bien definidos de la existencia van como despuntándose y yo me siento cada vez más liviano, liviano y lleno de bostezos. Pero también, a la par de esta mejoría, he ido ganando entusiasmo y me he visto aprestado a salir a la calle a tomar el fresco, pero ya cae la tarde y yo, mecido por la brisa estival, comienzo a sentirme cómodo, ¡tan cómodo!...

¿Qué les estaba diciendo? 

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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