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C. S. Lewis: el creador de Narnia, un amante desgarrado

Hace algún tiempo establecimos que haríamos uso del arte del «desescombro». La palabra viene a significar —como casi queda claro— quitar los escombros, los obstáculos de un terreno para dejarlo llano y limpio. Nosotros utilizamos el término para aludir a las obras de nuestra cultura que nunca debieron olvidarse, o que pasaron desapercibidas por numerosos motivos.

20/12/2021 19:01
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Aproximaciones biográficas

Soy, como algunos ya saben, un lector entusiasta. No sé si diría que leo copiosamente, pero sí que lo hago continuamente. Pues bien, últimamente estuve rastreando algunas obras que desde hace tiempo me resultan esquivas, cosa que se debe a la escasa edición de los ejemplares, a que son ejemplares ya descatalogados o que, por ambos motivos, son muy exóticos. Es el caso —y el caso que nos atañe— de algunas obras de C. S. Lewis, el erudito inglés.

Lewis (1898 - 1963), o mejor dicho Jack, fue un muy laureado académico especialista en literatura medieval, apologeta cristiano y escritor de ensayos y relatos de ficción. Su apodo ‘Jack’ fue un derivado de Jacksie, su perro, el perro de su infancia. Cuando Lewis tenía tan solo cuatro años, su perro murió, y desde aquel momento decidió que se haría llamar Jacksie; tan solo algún tiempo después aceptó el alias ‘Jack’, nombre que emplearían todos sus allegados hasta el final de su vida. Esta anécdota, de gran ternura, nos muestra claramente cómo este autor fue, y desde muy pequeño, alguien con una prodigiosa imaginación y una no menor sensibilidad.

Pasaremos por alto los diferentes pormenores de su vida, tan solo deteniéndonos en dos aspectos muy destacables. Jack perdió a su madre a sus tempranos nueve años, a causa del cáncer, hecho que lo dejaría signado durante toda su vida, y fundó, una vez recibido de Oxford, y siendo profesor de la prestigiosa institución, junto con su gran amigo J. R. R. Tolkien (creador de El Señor de los Anillos) y una selecta ristra de intelectuales, el grupo llamado Inklings; especie de cenáculo que se debatía en potentes charlas sobre religión, mitología, filosofía, literatura y, más que nada, literatura de ficción, género este último que todos sus miembros defendían con convicción.

 

 

Las cartas de un diablo

Jack no solamente fue un hombre muy versado que dio múltiples conferencias, sino también alguien muy prolífico en la literatura. Mucho antes de publicar los siete libros que componen Las crónicas de Narnia —lo que vino a acontecer durante los años ‘50—, ya había publicado gran cantidad de obras que le habían significado bastante notoriedad incluso en Estados Unidos. Una de esas publicaciones interesantes —por decir poco—, que he tenido la fortuna de encontrar, hace tan solo unos días, entre los libros de segunda mano de Buenos Aires, es Cartas del diablo a su sobrino. Un brillante epistolario de ficción en el que un demonio de amplia trayectoria (Escrutopo) escribe a su sobrino (Orugario), que no es más que un practicante. La forma de tratar la moral desde la perspectiva inversa, esa manera de utilizar —como diría Kierkegaard— la forma indirecta para comunicar verdades, es lo que hace muy atrayente a este libro. Todas las recomendaciones de Escrutopo son hórridas, pero en verdad nos reflejan cabalmente (incluso hoy, cuando ese libro ha cumplido casi ochenta años); cada consejo de este demonio representa al punto nuestra vida cotidiana, lo que hace cuestionarnos no pocas cosas acerca de nuestra tan naturalizada forma de vida.

 

 

La historia que Lewis nunca imaginó 

Jack fue un hombre que llevó una vida prácticamente monacal. Era soltero y vivía con su hermano Warnie. Iban del hogar a la universidad, de la universidad al Eagle and Child —el bar de reunión de los Inklings—, y del bar al hogar. Esta rutina se vio mayormente inalterada hasta que Jack, en los años ‘50 conoce a Joy Gresham.

Joy fue una mujer norteamericana, comunista, atea, de ascendencia judía y también escritora que, en la segunda mitad de los ‘40, tuvo una experiencia religiosa y tornó al cristianismo. Era la mujer de William Gresham, quien gozó de renombre al escribir una novela que fue luego adaptada al cine; sin embargo, el matrimonio corría distinta suerte, al ser, William, un alcohólico y mujeriego que más de una vez sumía a Joy en una profunda angustia. Por lo dicho, y también fruto de su movimiento espiritual y de su admiración por Jack, nuestra muchacha comenzó una correspondencia con el británico, que los llevaría a conocerse personalmente en muy poco tiempo. No fue sino hasta el rompimiento con William, a causa de una nueva infidelidad, que Joy se mudaría a Inglaterra junto a sus hijos.

 

 

El amor, la mejor de las obras

La amistad que llevaron adelante Joy y Jack, pronto tomó el cariz de imprescindible. Este último era bien conocido por prestar batalla en las más variadas discusiones y salir airoso, pero Joy era recia, imbatible, con un sentido muy agudo e irónico, vivaz y ardiente; las más de las veces tomaba por sorpresa al escritor, dejándolo sin argumentos: «Sinceramente, no sé qué decirle». ¡Dejar al notable C. S. Lewis sin palabras no era algo común!

Más pronto que tarde se vieron envueltos en una historia de apasionado amor, en el que, como bien nos dice el muchacho Douglas, hijo mayor de Joy, «daban la impresión de caminar juntos dentro de un fulgor generado por ellos mismos». Fueron incondicionales, se amaron con unas maneras que parecían de cuento —¡nada más oportuno para dos escritores!—, y vivieron intensamente el escasísimo tiempo que la vida les prodigó: algo más de tres años.

Luego de diagnosticar a Joy reumatismo, los médicos dieron más tarde con el cuadro definitivo: cáncer óseo. Tardaron algún tiempo en llegar a declararse su amor, pero una vez declarado tuvieron todavía menos tiempo para disfrutarlo. Luego de un año de convalecencia, Joy cayó nuevamente presa de la enfermedad y murió en pocos meses. Nuevamente, como aconteció con su madre, la muerte llamaba a la puerta de Lewis. Fruto de esto, elaboró un libro en tono confesional de los más profundos que haya tenido el gusto de leer: Una pena observada. Se trata de sus notas más recientes luego de la muerte de su amada, en las que se declara confundido, profundamente atormentado y asaltado por horribles dudas acerca de Dios. La penetración psicológica e incluso filosófica que tiene el libro es de un alcance magistral, aunque lo que más ponderamos es su tono afectivo, amoroso, en el que toda declaración de sentimientos no es, como podría decirse, melodrama o afectación dulzona, ¡para nada! Este libro es una profunda declaración de amor sincero y valiente, que parece increíble fuera escrito en los años ‘60 por un varón. El mismo Jack se identifica en él como «un viudo de otra especie».
Aquí dejaremos un fragmento del libro donde Lewis habla de su amada:

«¿Qué no era H. [‘H’ por Helen] para mí? Fue mi hija y mi madre, mi alumna y mi maestra, mi súbdita y mi soberana; y siempre, manteniendo todo lo demás en una misma solución, mi colega de confianza, mi amiga, compañera de viaje, camarada de armas. Mi amante; pero al mismo tiempo todo lo que todo amigo hombre (y tengo muchos, buenos) ha sido para mí. Quizás más. Si nunca nos hubiéramos enamorado, de todas maneras habríamos andado siempre juntos y provocando un escándalo. A eso me refería una vez cuando la elogié por sus “virtudes masculinas”. Pero ella me frenó de inmediato el entusiasmo, preguntándome si me gustaría que me elogiaran por mis virtudes femeninas. Una buena respuesta, querida. Pero tenía algo de amazona, algo de Pentesilea y Camila. Y a ti y también a mí nos gustaba que fuera así. Te gustaba que lo reconociera.
(...) Puede ser una mujer una esposa completa a menos que, por un instante, en una situación determinada, un hombre se sienta inclinado a llamarla Hermano?»

 

 

Una pena observada por el cine

Este hermosísimo librito que nos canta el desgarro infernal de la pérdida del ser amado, pero que nos demuestra un amor sin ambages y lo ofrece como una posibilidad; que nos muestra de qué manera el amor verdadero es posible y, siendo posible, de qué manera puede ser enaltecido, hizo que en 1993 se llevara al cine Shadowlands (Tierra de sombras), una película que revive los años en los que Jack y Joy compartieron su vida, hasta la muerte de la escritora. La película, con una antológica actuación de Anthony Hopkins, es un canto a la vida y tiene quizá tanto o más talento dramático que The Bridges of Madison County (Los puentes de Madison).

Tan solo nos ocurre —y por eso la nota de hoy— que la obra pasó algo desapercibida, al estrenarse el mismo año que Schindler’s List (La lista de Schindler). Película, esta última, que arrasó con los Óscar, y que en la prensa internacional fue sensación. Sin embargo, no decimos que Spielberg no haya merecido resonancia con su incomparable película, pero Shadowlands es un canto al amor saludable —¿acaso existe otro?— y sería más que necesario descubrirlo, sobre todo en tiempos como los nuestros, en los que parece como faltarle vitalidad al músculo del afecto.

 

 

Si es raro el amor, más raro es encontrarlo documentado, cosa que ocurre con ese preciosísimo libro de Lewis y también con la película que llegó a inspirar. Si acaso sienten que nuestros días son aciagos, no tienen menos que recobrar esperanzas al ver que, fuere cuando fuere, el hombre siempre ha sabido amar (y que para tal empresa bastó siempre con estar atentos y abrir nuestro corazón).
 

 

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