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El presidente que no es

Ante un mandatario formal y vencido, emerge la figura de un presidente que no es pero que desea serlo para ejercer y acertar, y entonces sí, despejar su propio camino hacia el sillón de Rivadavia en 2023

06/08/2022 12:29
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La asunción de Sergio Massa como nuevo ministro de Economía, hizo patente el quiebre de la centralidad del poder presidencialista en Argentina; y con ello, tal vez, un cambio de rumbo en el desvalido gobierno de Alberto Fernández.

Fue justamente la sucesión de incapacidades las que obligaron primero a la vicepresidenta Cristina Fernández y luego al resto del Frente de Todos (FdT) -con Massa incluido-, a buscar ese golpe de efecto que el Poder Ejecutivo necesitaba imperiosamente tras el más reciente tropiezo de la designación de Silvina Batakis (quien sólo duró en el cargo 24 días). Pero también, alguna certeza para el sector productivo o de esas que siempre esperan las manos no siempre invisibles de los mercados.

Una patria financiera que al igual que el campo y la industria, se cansaron de dar señales de que el camino era el incorrecto, y lo que es peor, que las soluciones tampoco eran las adecuadas. El resultado, más restricciones para contener el precio del dólar, con la consecuente disparada del blue y por ello, ampliación de la brecha con el oficial; estrangulamiento de más grifos por donde pudieran escaparse divisas, que se trasluce en viejos y nuevos cepos; cierre de importaciones; saltos inflacionarios; atrasos de tarifas; pérdida de poder adquisitivo de los salarios y así en un círculo vicioso hasta el infinito.

Está claro que esta decisión significa la resignación del poder presidencial de Alberto Fernández y su cesión a una especie de todo poderoso superministro, lo que supone a su vez, una reconfiguración del poder interno en el oficialismo. Todas ecuaciones en las que Massa avanza casilleros sobre sus socios. Pero también, sobre la gestión y sobre los artefactos simbólicos que determinan la política.

Massa es consciente de la operación de alto riesgo que supone su paso al frente y de ese arrebato del centro de la escena a su poseedor legítimo: el Presidente. Pero también, que si el barco llegaba a hundirse, su siempre pose diferencial se iba a pique. Arriesgó para ganar. Ahora y en el futuro. Y por el momento, su apuesta parece darle la razón, pero también a los prebendarios que lo respaldan y a los que, resignados, le cedieron esa exposición.

Para el kirchnerismo, Massa siempre representó algo muy similar a lo que ellos siempre han resistido y combatido. Pero sus argumentos hoy son tan deslucidos por la pretendida encarnación que de ellos hizo Alberto Fernández, que perdido por perdido, dejan que Massa les otorgue una esperanza más de vida. O, si llegara a fracasar, que sea justamente por esas ideas con las que ni Cristina ni sus seguidores, comulgan.

El problema, más allá de los desafíos orgánicos que deberá enfrentar Massa (inflación, déficit fiscal, brecha cambiaria, reservas monetarias, subsidios y tarifas, retenciones, emisión, cumplimiento de las metas con el Fondo Monetario Internacional, entre otras) está justamente en el empoderamiento que una coalición debilitada tuvo que hacer para mostrar una cara creíble después de tantos fracasos en tan corto tiempo. Contorsiones que desafían la física, pero también la ideología.

Por ello, la pompa y las ilusiones de propios y extraños que han mostrado en estos días a un Massa diligente y efectivo, capaz de bajar el dólar y de presentar un programa que al menos en sus enunciados (por ahora sólo eso) se encarga de abordar algunos tópicos que ineludiblemente son parte sustancial de la crisis. Pero está claro que no alcanza.

El experimento, de este gobierno ahora injertado para rescatar a un Alberto Fernández maniatado en sus propias taras, pero también en los condicionamientos de su vice, la verdadera dueña de las acciones, supone otra aventura argentina de final abierto.

Y así, ante un mandatario formal y vencido, emerge la figura de un presidente que no es pero que desea serlo para ejercer y acertar, y entonces sí, despejar su propio camino hacia el sillón de Rivadavia en 2023.

El tiempo corre y ya no hay más cartas para tirar sobre la mesa.

 

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