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Hotel de Puente del Inca: El azote de la nieve

16/01/2021 20:32
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Un mensaje blanco bajó de los cerros, sin embargo fue uno de los días más negros de la historia de Mendoza

Por Jorge Sosa / Mendoza te cuenta

El Hotel de Puente del Inca era uno de los más “paquetes” del país, no por sus lujos, que los tenía, sino por la buena oferta de deleite que ofrecía a quienes se alojaban en él: un entorno plácido, tranquilo; la pureza del aire; la belleza de la montaña y sus incomparables aguas termales. Había sido construido en 1925 y desde entonces recibía a lo más granado de la sociedad argentina, incluyendo varios visitantes de ilustre nombre e historia. Allí, a los 2.120 metros de altura, los turistas encontraban aguas a temperaturas entre los 32°C y 38°C, disueltas en ellas las sales minerales que las hacían considerablemente terapéuticas con propiedades curativas o antiestrés.

Las sales de la bonanza son cloruros de sodio, derivadas del arsénico, algunas bicarbonatadas y muchas sulfurosas. Visitantes de todo el país, de alto nivel económico, encontraban en el lugar un alivio a sus males o un descanso reparador y vivificante. El hotel tenía la característica de que cada baño poseía una fuente de aguas termales, además tenía túneles y pasadizos que llevaban a sus inquilinos temporarios a los piletones que aún se encuentran debajo del famoso puente y que entonces estaban bellamente adornados con mosaicos y mayólicas.

El lugar más requerido del hotel era “El pabellón del río”, por su extraordinaria vista del valle. Algunos pasajeros viajaban en tren desde el Litoral y Buenos Aires y no bajaban en la parada de la Ciudad de Mendoza, directamente continuaban a su destino de altas cumbres y buenos baños. Hasta los años 50 la única bomba de nafta de la zona estaba en el hotel, en su playa de estacionamiento. Allí cargaba nafta el jefe de la Agrupación de Montaña de Cuyo, Juan Domingo Perón.

El hotel tenía en su lado sur una hermosa capilla hecha de piedra y madera que reconfortaba las cristianas almas de sus visitantes. Las Cuevas era otra cosa, si bien tenía arriba uno de los monumentos más nombrados de América, el Cristo Redentor, Las Cuevas no era destino turístico, era lugar de trabajadores, fundamentalmente del ferrocarril que entonces iba y venía a Chile con regularidad.

El mes de agosto de 1965 se presentó particularmente nevoso. Las nevadas fueron muy grandes y toda la zona se cubrió de una gruesa alfombra blanca. Los lugareños, sabedores de los caprichos y las consecuencias del clima, comenzaron a temer. Nevó durante semanas y la nieve acumulada era enorme. Aquel día amaneció llamativamente presagiante. Era el mediodía en Puente del Inca, apenas pasadas las 2 de la tarde cuando ocurrió el desastre. Contaron después, los que lograron salvarse, que primero hubo como una paz tensa, después se cortó la energía y luego se escuchó un gran golpe, un golpe tremendo, un azote funesto de la naturaleza.

Del Cerro Banderita Sur bajó la masa de nieve y rodados, y en segundos el hotel desapareció tragado por la bocanada blanca. Muy pocos lograron salvarse. Los sobrevivientes intentaron esfuerzos desesperados por alcanzar los gritos que llegaban de lo profundo pero poco pudieron hacer. La ayuda de la gente de los valles de abajo tardó en llegar.

Diez horas después, cuando Las Cuevas comentaba con congoja lo que había ocurrido kilómetros abajo, un alud desprendido del Cerro Santa Elena cayó sobre la población y arrasó el Barrio Ferroviario sepultando a varias familias. La desolación cundió en el valle, la muerte se había vestido de blanco.

Muchos cuerpos fueron encontrados tiempo adelante cuando la nieve se derritió. Un oficial de policía relató entonces que había encontrado el cadáver de una niña que estaba haciendo sus deberes en el momento del siniestro, todavía tenía el lápiz en su mano. Del hotel, del magnífico hotel codiciado por tantos turistas, solo quedaban ruinas. Nunca más iba a volver a levantarse. Sin embargo, como un milagro, como un símbolo de la subsistencia de la fe, el alud no había destruido la capilla. La masa de nieve y piedra abrió las puertas del templo, trizó algunos vidrios y levantó chapas, pero su estructura permaneció intacta, como puede vérsela en la actualidad.

Al oeste de las ruinas del hotel, en un sitio que al parecer fue un depósito de basura, aún pueden encontrarse restos de la vajilla usada en los buenos días. Fue el 15 de agosto de 1965.

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