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07/07/2020 06:39

Historia del Boxeo. Capítulo IX

Joe Louis

Durante la Segunda Guerra Mundial, la historia de la categoría reina del boxeo, los pesos pesados, está plagada de tristes historias en las que el deporte era un instrumento más al servicio de la propaganda bélica y, a menudo, algunos de los mejores campeones tenían que probar el amargo sabor de la derrota a pesar de haber logrado el cinturón que los acreditaba como reyes absolutos de la categoría.

En su propia patria no les permitían sentarse en los asientos de adelante de los ómnibus, tenían que viajar en la parte trasera, destinada a los negros. En las reparticiones públicas, debían entrar por la puerta del fondo y no podían vivir en donde les gustase. Joe Louis y Jesse Owens fueron los primeros atletas negros de fama mundial. Pero no podían hacer propaganda de artículos deportivos en los EEUU de América, pues los estados del Sur boicotearían esos productos. “Nosotros vivíamos en América bajo esa discriminación”, aseguraban.

En el caso de Joe Louis, pese a haber colaborado con el ejército norteamericano dando exhibiciones y de donar varios cientos de miles de dólares a la milicia de EEUU ¡el gobierno le cobró impuestos por este dinero que Louis donó al país!, por lo que quedó endeudado por mucho tiempo y tuvo que pelear (cuando ya estaba viejo y retirado) y dejarse golpear a fin de poder pagar.

Así fue como Rocky Marciano arrinconó con furia contra las cuerdas a su rival. Este resopló por la violencia de los golpes. Trató de agarrarse del cuello del ciclón que tenía enfrente. Nunca lo logró: sus piernas se doblaron, estuvo incluso a punto de salirse del cuadrilátero, cuando el árbitro, compadecido, paró la pelea esa noche de octubre de 1951, en Nueva York. Marciano no celebró la victoria. Nadie lo hizo.

¡Cómo iban a celebrar! Si acababan de presenciar el desmoronamiento de una de las más grandes leyendas del boxeo de todos los tiempos: el formidable Joe Louis. El “Bombardero Negro” estaba sobre la lona, abatido por los golpes y por los años.

Joe Louis había sido campeón mundial de los pesos completos desde 1937 hasta 1949 (ya lo mencionamos en un capítulo anterior). Durante esos años, expuso su corona en 25 ocasiones, con un derroche de elegancia y contundencia casi nunca visto. Y nadie pudo con él. Por eso, cuando ya no tenía nada más que conquistar entre las cuerdas, decidió retirarse invicto a disfrutar de los millones de dólares que había ganado, antes de que se los terminara de gastar el séquito de allegados, manejadores y consejeros que revoloteaban a su alrededor.

Pero en 1951 asomó Marciano, un jovencito que despachaba a cuanto rival se le ponía enfrente, pero que necesitaba una consagración. Entonces, a los promotores se les ocurrió la pelea del siglo. Convencieron a Louis, quien ya tenía 37 años, de regresar. Y Louis aceptó.

¡Craso error! “Nunca se debe regresar”, había dicho años atrás el legendario Jack Dempsey. Pero las deudas y la sequía de aplausos hicieron que Louis olvidara la lección y perdiera la oportunidad de retirarse con dignidad. Antes de ser campeón mundial de boxeo, Joe Louis se llamaba Joseph Barrow y era el hijo de un cultivador de algodón en su vieja Alabama. La fama le llegó en 1934 cuando, con apenas 20 años, ya había conquistado el título nacional amateur. Tres años después, le arrebató la corona mundial a James Braddock.

Desde entonces, ostentó la aureola de invencible hasta la triste noche contra Marciano. El campeón, humillado, se dedicó a innumerables oficios: la lucha, el referato y a otros tantos malos negocios hasta que murió en 1981, cuando trataba de apuntalar su dignidad como relacionador público del Caesars Palace de Las Vegas.

Existen varios episodios memorables en la carrera deportiva de Joe Louis, pero de ellos se destacan dos: la enconada rivalidad con el alemán Max Schmeling y la hilarante provocación que le hizo el chileno Arturo Godoy.

En 1936, cuando Louis era todavía un aprendiz de campeón, se encontró en un cuadrilátero con Schmeling. Louis era uno de los primeros pugilistas negros en tratar de alcanzar la cima del box, mientras que Schmeling, asociado por el público con el fantasma del nazismo, era una de las últimas figuras del predominio blanco en ese deporte. La paliza que propinó el alemán al norteamericano era para derrumbar a cualquiera, pero curiosamente terminó de encumbrar a Louis, quien después de eso, se convirtió en un boxeador maduro, seguro de sí mismo. Cuando se produjo la revancha en 1938 Louis ya era campeón, y nada evitó que reprendiera duramente a su recio rival.

La pelea tenía tintes políticos, con Hitler tratando de que Schmeling mostrara la superioridad alemana, pero cuando no había terminado el primer round la superioridad del negro fue tan evidente que no quedaba duda de que Joe Louis era el más grande boxeador de todos los tiempos. La transmisión por radio en Alemania fue cortada ante la primera caída de Schmeling. A partir de ese momento, el nombre de Max Schmeling fue eliminado de toda publicidad política por el Ministerio de Propaganda de Alemania. Por su parte Schmeling contrató un entrenador austriaco judío para borrar en Estados Unidos su imagen de “guerrero nazi”.

De la victoria anterior de Schmeling se habían apropiado Adolfo Hitler y el nazismo, instalados en el poder, tratando de hacer notar que la fortaleza de ese boxeador expresaba la declamada superioridad de la raza aria. Y por eso mismo hubo quienes, inclusive, llamaban a Schmeling “el boxeador de Hitler”, cuando en 1938 fue de nuevo a Nueva York para perder ante Louis en el primer asalto. Sin embargo, para esos días el ex campeón ya ejercía una resistencia silenciosa, que se manifestaba en su negativa a afiliarse al nacionalsocialismo, y también soportando repetidos requerimientos para que lo hiciera.

En noviembre de aquel mismo 1938, Schmeling salvó la vida de dos hermanos judíos de apellido Lewin. Mientras en las calles de Berlín la saña nazi arrasaba con los judíos en el lúgubre episodio conocido como “La noche de los cristales”, el boxeador mantuvo escondidos a los dos jóvenes en su suite en un hotel y después los ayudó a abandonar Alemania y llegar a los Estados Unidos. Décadas más tarde, ese acto en el que arriesgó su vida le valdría una distinción de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg.

Bajo esa lógica, Schmeling conservó a su manager, también judío, Joe Jacobs, pese a las demandas del ministro de Prensa y Propaganda del régimen, Joseph Goebbels. La agencia AP recordó al morir Schmeling que además usó su influencia para evitar la deportación de otras personas hacia los campos de concentración.

La historia de Joe Louis con Godoy es más anecdótica. Cuentan que cuando el chileno desafió a Louis en 1940, en un intento de hacerlo perder los estribos, Godoy lo besó en una mejilla, ante el estupor del público. La paliza que recibió a cambio sólo puede compararse con la aclamación que recibió en su país, cuando al siguiente día, los diarios chilenos mostraban el rostro deformado de Godoy, con una leyenda que decía “Así quedó por Chile”.

Joe Louis perdió solamente contra Max Schmeling (1936), contra Ezzard Charles (1950) y contra Rocky Marciano (1951). Estas dos últimas durante su fallido intento de reconquistar la corona.

Junto con Jack Dempsey, Luis Ángel Firpo, Sugar Ray Robinson, Muhammad Alí, Sugar Ray Leonard, Roberto Durán y algunos otros, Louis pertenece a ese grupo de boxeadores que no supieron retirarse a tiempo.


Capítulos anteriores de Historia del Boxeo



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