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Distintas maneras de perder

16/01/2021 20:32
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“Lo importante es ganar” es una de las frases más remanidas que acaso se hayan pronunciado o escrito alrededor del fútbol. Podría decirse que ganar es el objetivo, la meta, pero no es lo único importante. También lo es dejar una buena imagen, generar respeto en propios y ajenos, en hinchas y en adversarios, es haber logrado mantener una línea aún en el caso de no llegar a lo máximo

Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Ulises Barrera, maestro de periodistas (y del uso del castellano en los medios de comunicación) se llegó a preguntar qué se gana cuando se gana y qué se pierde cuando se pierde, y retomamos ese interrogante.

Los dos equipos más populares de la Argentina, River Plate y Boca Juniors, fueron eliminados en la semana de su máximo objetivo de 2020, la Copa Libertadores de América, que por el atraso debido a la pandemia se fue postergando y se terminará de definir el próximo 30 de enero en el Maracaná de Río de Janeiro con una insípida (por nivel futbolero) e incolora (por la falta de público en el estadio) definición entre los paulistas Palmeiras y Santos, y el campeón deberá jugar apenas días más tarde en Qatar por el Mundial de Clubes.

Sin embargo, River y Boca no se despidieron igual del torneo, pese a haber quedado eliminados en la misma fase semifinal. Porque River lo hizo con grandeza, sobreponiéndose a un lapidario 3-0 como local en el estadio de Independiente, ante un Palmeiras sin muchas luces que simplemente aprovechó sus anunciadas falencias en el medio de su defensa, y luego un inexplicable quedo de todo el equipo “Millonario”, que acusó demasiado fuerte el primer gol en contra cuando apenas si había jugado un cuarto del partido.

Pero este equipo que conduce Marcelo Gallardo desde hace seis años y medio logró lo que muy pocos en la historia: dejar la sensación de que ni siquiera un resultado tan abultado (que jamás se había revertido en una serie en las sesenta ediciones anteriores de Copa Libertadores) puede hundirlo y que mientras haya tiempo para jugar, siempre hay chances de darlo vuelta.

Para eso, se necesitan varios ingredientes en la fórmula: jugadores –porque sin su calidad nada es posible-, un sistema de juego acorde, convicción para llevarlo a cabo, inteligencia para manejar los momentos, y fortaleza anímica.

Habíamos sostenido en columnas pasadas que este River ya no es aquel de otros años porque en el camino fue perdiendo importantes valores y que entonces Gallardo fue haciendo lo que pudo con lo que le quedó, pero cuando ya pocos apostaban por este equipo, que además resignó sus chances en la Copa Diego Maradona al caer ante Independiente acaso como consecuencia de lo ocurrido ante Palmeiras en Avellaneda, apareció esa dosis exacta de cada uno de los requisitos para revertir esta situación y con un planteo de tres defensores, tres volantes, dos enganches y dos atacantes, sometió a los brasileños a un dominio tal, que faltó muy poco para llegar a concretar aquello que parecía imposible.

Hasta el VAR (correcto, en líneas generales aunque excesivamente lento en las decisiones) es anecdótico porque no cambia el concepto sobre este River, y de allí aquello de que “ganar” no es lo único importante, y quedó demostrado que no es casualidad que de las últimas seis ediciones de Copa Libertadores. River haya llegado cinco veces a la semifinal y haya ganado dos finales (y perdido una tercera en los últimos dos minutos).

Boca es la contracara de River, porque salvo el primer trimestre de 2020, cuando Miguel Russo recién había asumido como director técnico alcanzó un aceptable nivel que le permitió obtener al galope la Superliga superando a River en los últimos metros, nunca tuvo una línea de juego, sea porque se le fue un valor fundamental en el equilibrio del mediocampo como Guillermo “Pol” Fernández, por los planteos excesivamente conservadores o por la mala elección de sus alineaciones, como por ejemplo, la de Franco Soldano, el primer centrodelantero que es reconocido por marcar bien la salida de los rivales y al que buena parte de la prensa argentina no le reclamó capacidad de gol hasta que la crisis caía encima del equipo a punto de ser eliminado por el Santos.

A diferencia de River, Boca cayó sin ningún atenuante contra el Santos en la revancha de Villa Belmiro y por 3-0, pero su problema venía de lejos porque muy pocas veces consiguió un juego convincente en el que apoyarse. Todo lo contrario, Boca es un equipo espasmódico, que depende de que lo salve un día una de sus más importantes individualidades, y otro día, otra de ellas. Si Carlos Tévez está en una buena noche, su talento, pese a sus casi 37 años (los cumple el próximo 5 de febrero), puede ser el ancla. Si anda en una buena tarde, el colombiano Edwin Cardona puede meter un tiro libre y una asistencia (como contra Independiente por la Copa Maradona) y liquidar el pleito, o Ramón “Wanchope” Ábila puede concretar una joya de gol como ante Argentinos Juniors en La Paternal.

Pero Boca no tiene un andar sólido, y pese a lo caro de su plantel, éste es corto en la realidad, porque apenas quince o dieciséis jugadores pueden responder en los momentos críticos, y la mayor parte de ellos son defensores o volantes de marca. No le funcionaron los dos extremos, Eduardo Salvio y Sebastián Villa, y Soldano fue un atleta cuando lo que se requiere es un jugador, porque al fútbol se juega con una pelota y nadie gana puntos por los metros recorridos sin ella.

Entonces, sabiendo seguramente de estas carencias, y sin haber encontrado jamás al reemplazante de Fernández en el medio (Nicolás Capaldo hace un gran despliegue y marca muy bien pero no tiene ductilidad con la pelota, y Diego “Pulpo” González no encontró aún su forma física luego de meses de inactividad), Russo determinó un plante conservador hasta la exasperación, como que un equipo con la historia de Boca haya salido a no perder en el partido de ida de la Bombonera, con la esperanza de embocar un gol en Brasil o apuntar al 0-0 y los penales salvadores rezándole a su gran arquero Esteban Andrada, una propuesta demasiado mediocre y que tuvo patas muy cortas.

Lo de Boca en Brasil no se termina de entender. Un equipo impotente desde el inicio, cuando a la primera jugada del Santos, la pelota terminó en el palo, toda una señal que los de Russo nunca interpretaron porque a diferencia de River, no se trata de un plantel inteligente, ni jugaron los que debían (increíble que Cardona, el de mejor pie, no haya sido titular, o que Soldano pueda estar por encima de Ábila, con 35 goles en 79 partidos con la camiseta auriazul), y el planteo no cambió ni siquiera a sabiendas de que un gol de visitante lo colocaba en la final.

Boca nunca encontró el partido y dio la sensación de que tampoco lo tuvo claro su entrenador, que sin embargo es el último en haber ganado para el club una Copa Libertadores en 2007, en tiempos muy diferentes, con Juan Román Riquelme en la cancha como jugador y no desde afuera como dirigente. Y la imagen que dejó fue lamentable, porque no compitió, porque no tuvo la rebeldía para revertir la situación, y porque futbolísticamente no aparecieron los Tévez, Cardona o “Wanchope”  para salvarlo, ante la falta de un esquema ofensivo aceitado, que nunca tuvo.

¿Puede ayudar a Boca ganar la final de la Copa Maradona ante Bánfield en San Juan? Acaso sirva para maquillar un poco su gran frustración, pero no podrá disimular lo vivido el pasado miércoles a la noche en San Pablo porque aquél era “él” partido que había que ganar y requería otra grandeza, otro planteo, otros jugadores en algunos puestos.

River y Boca atraviesan por situaciones paralelas tan extrañas, que mientras el primero no sabe si Gallardo continuará en el cargo, hasta la vuelta de sus vacaciones, debido a que a fin de año finaliza su contrato y también el mandato del presidente Rodolfo D’Onofrio y el manager Enzo Francéscoli, en el segundo aseguran que Russo sigue en 2021, aunque aquel 3-0 contra el Santos haya sido “saca-técnicos”, y más, luego de haber zozobrado en la Bombonera ante el Inter de Porto Alegre en octavos de final, y en Avellaneda ante Racing en cuartos, y se salvó de perder el Superclásico en el final del partido. Parece el mundo al revés.

Tal vez, River y Boca deberían volver a aquella pregunta inicial del maestro Barrera, especialmente si Boca le gana a Bánfield la final de la Copa Maradona. Cuando se gana ¿qué se gana? Y cuando se pierde, ¿qué se pierde? La respuesta sólo podrá hallarse en su interior.


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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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