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“Día del Boxeador”: Firpo, el primero

14/09/2020 07:26

Especial Jornada

Hoy es el “Día del Boxeador” en la Argentina en homenaje al primer gran ídolo que tuvo el pugilismo nacional, Luis Ángel Firpo, y su recordada pelea, la primera del siglo XX, ante Jack Dempsey el 14 de setiembre de 1923, en el Polo Grounds de Nueva York, ante 80.000 espectadores. Más allá de saludar a todos los boxeadores de nuestro país debemos recordar ese día histórico para el deporte nacional.

Sólo hay un boxeador en la historia del boxeo mundial cuya memoria ha quedado grabada –más que por su trayectoria, su técnica o su patético apodo– por una sola pelea, recordada como la más devastadora de los pesos pesados de todos los tiempos; pelea que para colmo le dieron por perdida en un pésimo arbitraje que lo consagraría como el ganador moral (por contrario imperio) ante la opinión pública imparcial y la prensa seria de los Estados Unidos.

Claro que ese combate fue por el campeonato mundial de los pesos pesados, cuyo titular era nada menos que Jack Dempsey, “The Big Jack” (el grande), que venía reinando desde hacía siete años. El desafiante, casi tan desconocido como su país, para poder enfrentarlo debió dejar en la lona, en impresionante sucesión de peleas, a una decena de los mejores púgiles norteamericanos de esa categoría.

Cierto, además, que su fama no la lograría por su dominio del arte de la defensa ni por su técnica pugilística, sino por su pegada demoledora y su coraje indomeñable, que en los rings norteamericanos vendría a sustituir a su mismísimo apellido, y que sería para él lema de combate, definición de su capacidad de lucha y recuerdo indeleble en la historia del boxeo.

“The Wild Bull of the Pampas”, “El Toro Salvaje de las Pampas”, fue el nombre que le impuso, pero en las palabras inglesas más agresivas, Damon Runyon, un renombrado cronista del boxeo norteamericano, al ver sobre el cuadrilátero a ese hombre de aspecto impresionante –desnudo, cubierto de sangre, con las greñas chorreándole sobre la frente ceñuda– insistir en sus embestidas implacables, con la cabeza baja y una bravura indómita ante un rival que lo castigaba sin clemencia hasta caer finalmente vencido.

Contra lo que ocurre con la mayoría de los boxeadores célebres, poco ha trascendido de los comienzos de Luis Ángel Firpo, su niñez, su adolescencia y las fatales circunstancias familiares y sociales que impulsarían esa vocación por el más antiguo de los deportes. Y ante la ignorancia general de datos que nos ayuden a pintar su biografía, debemos remitirnos a aquella “pelea del siglo” para saber de las cualidades excepcionales de ese luchador de raza que fue Firpo, quien, nacido en la provincia de Buenos Aires, dijo haber recibido de maestros mendocinos (cuando el boxeo estaba prohibido en Buenos Aires, ya retirado visitó a Carlitos Suárez en su casa de Luján de Cuyo) los pocos recursos técnicos que le permitieron dejar en la lona a esa seguidilla de poderosos púgiles norteamericanos.

Lo insólitamente veloz de la carrera de Firpo, en un país extraño que era la meca del boxeo mundial, se debe a aquellas peleas que no sólo sugirieron al cronista deportivo del New York American el nombre que inmortalizaría al púgil sudamericano, sino las tres peleas que le ayudarían a explicar tan rápido ascenso.

El comentarista Runyon las descubrió en los combates con Bill Brenna (ídolo de Chicago y digno rival de Dempsey), con un promisorio Jack MacAulife (que para el excampeón James Corbett era el pesado más completo que había visto en los últimos veinte años), con el sargento Hommer Smith (famoso por su dureza y a quien no obstante Firpo mandaría quince veces al suelo). Sin dejar de lado otro combate simbólico, con Jess Willard, el corpulento excampeón de todos los pesos que debió poner fin a su carrera ante la contundencia de los puños del argentino.

¿Y cuáles habrán sido, por fin, las aptitudes de Firpo descubiertas en aquellas peleas? La primera, la agresividad, afianzada por una valentía sin flaquezas; luego un poderío físico sin precedentes en la historia del boxeo, poderío de golpazos contundentes, más instintivos que técnicos, y por último, una capacidad de reacción que lo llevó a salir airoso de los peores riesgos, convirtiéndolo de atacado en atacante.

Todas esas aptitudes o cualidades, Firpo las pondría en juego en aquel enfrentamiento épico con Dempsey, que la historia del boxeo recordará como “la pelea más devastadora de los pesos pesados de todos los tiempos”.

¿Y por qué tanto? Porque después de haber sido volteado por séptima vez sólo en el primer round de aquella pelea de septiembre del ’26, Firpo, enardecido por una acción ilegal del adversario que el árbitro no invalidó –recibió un fuerte golpe en la cabeza con las manos en el suelo, cuando todavía no acababa de incorporarse–, furioso se puso en pie de un salto y arremetió contra Dempsey con una seguidilla de swings al cuerpo que lo harán retroceder cubriéndose. Pero no tanto como para evitar una formidable derecha que lo levantó en vilo, hasta hacerlo volar por entre las cuerdas, fuera del ring, ante el asombro mudo de los 90 mil espectadores que hasta ese momento habían hecho estremecer el estadio con sus gritos. Y el match del siglo, más que una confrontación deportiva, terminó pareciéndose a un choque sañudo entre dos cavernícolas dispuestos a despanzurrarse.

Como las crónicas posteriores resultarán inevitablemente contradictorias y parciales –y así quedarán en la historia–, vamos a transcribir la crítica que al día siguiente publicó el New York Times, que por la autoridad y honestidad de sus juicios fue el medio que mejor reflejó la verdad sobre lo que fue aquella lucha titánica. En un título a toda página dijo: “Firpo tuvo a su alcance el codiciado título de peso pesado”. Y en el comentario expresa: “A estas horas se sabe que Dempsey puso nocaut a Firpo durante el desarrollo de la lucha más corta y encarnizada que registra la historia del boxeo en peso pesado. Pero es necesario que también se sepa que tampoco hubo nunca un campeón que estuviera tan cercano a la derrota. Ya en el primer round, y después de que Firpo había sido derribado varias veces, este se irguió con furia sin igual y dirigió a su adversario un golpe de derecha tan formidable, que lo alzó en vilo y lo hizo pasar por entre las cuerdas. La cabeza de Dempsey desapareció por la orilla del ring, mientras sus piernas se levantaban por el aire. En ese instante todo parecía indicar que había llegado el momento de colocar la corona del pugilismo mundial sobre las sienes de un nuevo campeón. Pero cuando el referí contaba nueve, Dempsey logró volver, bien que mal, al ring. En todo caso, cuando la campana anunció que finalizaba el round, Dempsey no había logrado sobreponerse del todo de la formidable conmoción, y se tambaleaba como nunca lo hiciera hasta entonces”.

La opinión de Julio Cortazar sobre Firpo

A mí el boxeo me interesó desde muy niño. Sabes que en la Argentina, el boxeo es un deporte muy popular. Cuando yo era niño tuvimos un gran campeón de peso pesado, Luis Ángel Firpo, que tuvo una carrera espectacular. Él fue a pelear a los Estados Unidos, y disputó el título mundial de peso pesado con el norteamericano Jack Dempsey, en 1923. Dempsey era un gran campeón y terminó venciendo a Firpo, pero después de que Firpo lo hubiera noqueado y de que el referee y el público ayudaran a Dempsey a levantarse. Técnicamente Firpo había ganado la pelea y Dempsey debió haber sido descalificado. Pero el combate siguió y finalmente, Dempsey le ganó a Firpo. Todo esto está contado en ‘La vuelta al día’. Yo tenía en ese momento nueve años y aquello fue como una tragedia nacional, porque en la Argentina se consideró un robo al país aquella pelea. No faltaron los que pedían romper las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Aquella pelea creo que definió mi pasión por el boxeo, porque yo quedé muy impresionado por lo de Firpo y empecé a interesarme por ese deporte que, en esos años, ocupaba mucho espacio en los periódicos. Leía todo lo que se publicaba sobre boxeo y escuchaba por radio las peleas más importantes. Desde luego que, como vivía en una casa llena de mujeres, no había nadie dispuesto a llevarme a ver una pelea”.

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